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lunes, 31 de marzo de 2025

Música de trinchera


 

Música de trinchera 

Mientras empezaban a confluir en la ciudad de México los primeros miembros de una bohemia magnífica que haría historia en la música mexicana, la Revolución desataba un intenso nacionalismo musical que era también expresión de rebeldía contra el exagerado afrancesamiento de la estirada sociedad porfiriana. 

Allá en la ensangrentada campiña los "Dorados", los "Pelones" y las soldaderas llenaban sus ocios y ahuyentaban el temor con canciones frescas y alegres como Cielito lindo, satíricas como La cucaracha, apasionadas como La Valentina y La Adelita o profundamente nostálgicas como la Canción Mixteca, que empezó a difundirse hacia el fin de la lucha. 

Asimismo, al quedar por fin relegadas las modas europeizantes, saltaron al primer plano algunas tonadas ya viejas para entonces, como Las tres pelonas, compuestas en 1893, y La barca de oro, cuyo autor había muerto en 1892. No menos extraordinario fue el resurgimiento "revolucionario" de la marcha Zacatecas estrenada en 1893. 

Pero su majestad el vals se negaba a rendirse y contraatacó con obras tan inspiradas como Río Rosa y Alborada, del duranguense Alberto Alvarado; Club verde de Rodolfo Campodónico; y sobre todo Ojos de juventud, con música de Arturo Tolentino y letra de Gus Águila. 

Fueron estos los últimos fulgores del vals, único género en el que los músicos mexicanos habrían logrado descollar.

Para divertir a Villa 

Las tres pelonas fue obra de Isaac Calderón, a quien le pareció muy gracioso el aspecto de sus tres hijitas que habían perdido el pelo a consecuencia de la epidemia de tifo que azotó al país en 1892. 

Nacido en 1860 en tierras michoacanas, Calderón era un hombre de aspecto enfermizo y suaves modales. Sin embargo, no vaciló en tomar las armas y participar en varios combates de la Revolución, aunque al iniciarse el conflicto ya pasaba de los 50 años y poseía un sólido prestigio como compositor y director orquestal. 

Varios cronistas de la época refieren que Las tres pelonas se cantaba con gran frecuencia entre los revolucionarios; más aún, el máximo admirador de la canción era Pancho Villa, quien gustaba de alegrarse haciéndola tocar una y otra vez, en ocasiones por espacio de horas enteras. Y entre sus "Dorados" era una de las tonadas más populares. 

Ingratas fueron, paradójicamente, las regalías que pagaron los villistas a Calderón. En 1915 una partida de ellos lo capturó y lo fusiló sumariamente en un pueblo de Guanajuato, sin imaginar siquiera que se trataba del compositor favorito de su jefe. Calderón murió sin pedir clemencia. Y -piensa uno- tal vez habría podido salvar su vida con solo identificarse como autor de Las tres pelonas

Periodista y trovador 

En 1892, al morir Arcadio Zúñiga en un pleito callejero, como correspondía a su existencia tormentosa, solo tenía un par de años de haberse dedicado en ratos de ocio a componer canciones. Tenía a su muerte apenas 34 años de edad y su actividad principal era el periodismo de batalla, que le había acarreado incontables persecuciones y sobresaltos. 

Tanto en Guadalajara como en Colima fundó diversos periódicos de tono vitriólico y vida breve. En esta última ciudad empezó a desarrollar sus dotes musicales, alternando la pluma mordaz con la guitarra de canto siempre suave y melancólico. 

Como si supiera que le quedaba poco tiempo, en los últimos dos años de su vida compuso un buen número de canciones y alcanzó a ver cómo varias de ellas se hacían populares en la región. Pero su triunfo máximo lo obtuvo casi 20 años después de muerto, cuando su obra cumbre, La barca de oro, se difundió por todo el país y mantuvo su popularidad durante varias décadas. 

Luces y sombras del "Cielito Lindo"

-¿El Cielito Lindo muy mexicano? Ni pensarlo. ¡Es andaluz! -expresó la investigadora Margit Frenk Alatorre hace varios años en una entrevista periodística. Y agregó-: Si no, dígame, ¿dónde está la Sierra Morena? Ese cantar vino de España y es del siglo XVIII o posiblemente de antes. ¡Quién lo sabe!

Y para corroborar su dicho, extrajo de su archivo una tarjeta con una sorprendente estrofa: 

Por el Andalucía vienen bajando 

dos ojuelos negros de contrabando…

Desde que el Cielito lindo empezó a correr de boca en boca durante la Revolución hasta popularizarse en todo el país y lograr después una extraordinaria difusión mundial, la polémica en torno a la canción fue constante. Por un lado, hay quien asegura, como Margit Frenk Alatorre, que se trata de un viejo cantar español anónimo. Abundan también quiénes opinan que es, efectivamente, un antiguo cantar anónimo, pero nacido en México. En Alemania hay un buen número de musicólogos que juran que la canción es de algún ignorado compatriota suyo. Y todas estas "facciones" tienen pruebas o al menos argumentos que se antojan válidos. 

Lo cierto es que Cielito Lindo está registrada a nombre de Quirino Mendoza con el número 45701 en la Sociedad de Autores y Compositores, entidad que durante años recibió regalías de todo el mundo por su explotación comercial. Hasta que la melodía pasó al dominio público. Estas regalías permitieron a Mendoza una cierta holgura económica en sus últimos años de vida y aún después de su muerte representaron un considerable beneficio para sus descendientes. 

Hace tiempo, en una entrevista, su nieta, Gloria Mendoza de Moreno, declaró en su calidad de beneficiaria de las regalías: -El Cielito Lindo lindo era la canción de mi abuelo que más producía; algunas veces llegué a cobrar hasta 5,000 pesos cada cuatro meses en la Sociedad de Autores y Compositores. Después la pasaron al dominio público y las liquidaciones se redujeron a dos o trescientos pesos.

En cuanto al probable origen español del Cielito lindo, exclamó airadamente: -Mi abuelito no se refería a ninguna "Sierra Morena", sino a su esposa, que era de tez morena y que le inspiró la canción. 

Según estas palabras, la estrofa no decía en realidad: 


De la Sierra Morena, vienen bajando 

un par de ojitos negros, cielito lindo, de contrabando


Sino más bien: 


De la sierra, morena, vienen bajando…


Lo cual, decididamente, parece un tanto absurdo. 

Mendoza nació en el seno de una familia muy humilde en Tulyehualco, D. F., el 10 de mayo de 1858. Aunque su destino parecía estar en la agricultura, él se dedicó a la música y aprendió a tocar varios instrumentos. Sus primeros trabajos musicales fueron como organista de las iglesias de la región. Después ingresó al ejército y más tarde al magisterio. Según la narración de su nieta Gloria, era maestro rural cuando se enamoró de una maestra llamada Catalina Martínez, quien tenía un lunar cerca de la boca. Así, Quirino le cantaba: 


Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca 

no se lo des a nadie, cielito lindo, que a mí me toca. 


Un mar de partituras y silencio


Quirino y Catalina se casaron y tuvieron tres hijos. Mendoza sostuvo trabajosamente a la familia enseñando solfeo y componiendo música "sobre pedido". Produjo una gran cantidad de piezas: 73 himnos, 102 canciones, pasodobles, foxes y marchas, 57 cantos escolares, 50 huapangos, polcas, mazurcas y chotises, y dos cantos religiosos. Sólo dos o tres de ellos llegarían a popularizarse. 

Según sus descendientes, Mendoza se mantuvo hasta su muerte inmerso en un mar de partituras, sin hacer nunca el menor comentario escrito o verbal acerca de las constantes acusaciones de plagio que se le lanzaban. Sin embargo, se dice que lo mató una broma al respecto. Cuenta su nieta Gloria: 

-El 10 de noviembre de 1957 exactamente 6 meses antes de cumplir un siglo de vida mi abuelito recibió la visita de un amigo suyo quien le dijo en broma: "Quirino, dicen que te van a meter a la cárcel porque te apropiaste del Cielito lindo, de Jesusita en Chihuahua y de Honor y gloria." Mi abuelo, aunque sabía que era broma, se enfureció. Trató de levantarse de su asiento y no pudo. En ese mismo momento una embolia cerebral le cortó la vida, lo enterramos poco después. 


Una cucaracha de padre desconocido 


Investigaciones infructuosas y discusiones acaloradas tampoco han aclarado el origen de otras canciones que alcanzaron gran popularidad entre los revolucionarios. Así, por ejemplo, de la famosísima La cucaracha se ha dicho que es originaria lo mismo de Tamaulipas que de Morelos, Campeche o Yucatán. 

Lo único que se sabe a ciencia cierta es que los carrancistas la conocieron en 1914, a poco de haber tomado la ciudad de Monterrey, y la difundieron por toda la nación. Pronto se convirtió en una de las tonadas favoritas de los villistas. Quien dio a conocer La cucaracha a los revolucionarios fue un periodista desempleado que se ganaba la vida tocando el piano en las cantinas regiomontanas. Rafael Sánchez Escobar se llamaba y refería que su madre -quien a su vez la había aprendido de una tía- le cantaba la curiosa canción cuando era niño. 


La canción de Valentina Gatica 


También en 1914 saltó a la fama La Valentina, de la que por vagas referencias se piensa que nació en Sinaloa hacia 1909, de autor anónimo. Unos cinco años más tarde se aplicó a una muchacha llamada Valentina Gatica, quien parecía hecha a la medida de la canción, o viceversa. 

Valentina era la guapa hija de un asistente del general Álvaro Obregón que, al morir su padre en la lucha, tomó el fusil y combatió como parte de la tropa durante varios años, con lo cual se convirtió pronto en una figura muy popular. Relatan los cronistas de la época que era una rara combinación de belleza y valentía, y que la asediaban desde generales hasta reclutas. Uno de tales cronistas comenta: "De no ser porque su nombre coincidía con el de la canción, habríasele aplicado con mayor acierto La Adelita, pues no solo era una "moza valiente" y "popular entre la tropa", sino que también "el mismo general la respetaba" y acaso aspiraba a sus favores.”


¿Quién fue La Adelita?


En cuanto a La Adelita, las discusiones y las dudas no son menores. Hay quienes sostienen que la canción fue escrita en Tampico, en 1915, por un capitán carrancista llamado Elías Cortázar, en honor de una joven del lugar que nunca correspondió a su amor. Se afirma que el capitán murió en combate y que la canción, tras sufrir algunas modificaciones, se popularizó entre los combatientes de las diversas facciones revolucionarias. 

Hay una segunda versión según la cual el autor fue el sargento carrancista Antonio del Río Armenta y la inspiración una enfermera llamada Adela Velarde Pérez. 

Adela Velarde murió en 1971, y hasta el último de sus días aseguró que la auténtica Adelita era ella. Para apoyar su aseveración mostraba una carta autógrafa del finado arzobispo metropolitano Luis María Martínez, que dice: "Para la auténtica Adelita, con mi bendición." O bien un decreto presidencial de 1963 en el que se le concedía una pensión por sus servicios prestados a la Revolución y una nota periodística en la que se decía que el Senado la había reconocido como la verdadera Adelita. Las pruebas, por supuesto, distan mucho de ser irrefutables. Con todo, si no era la auténtica Adelita, merecía serlo. A los 71 años de edad seguía siendo una mujer muy bien puesta, con rastros aún de la belleza de su juventud. Animada, sonriente, bien maquillada y con aretes de Adelita según la versión de José G. Cruz, parecía no conceder importancia al hecho de que padecía cáncer incurable. Era hija de una acaudalado comerciante de Ciudad Juárez, y entre sus ancestros se contaban varios revolucionarios españoles y el célebre luchador juarista Rafael Dondé. Todavía no cumplía 14 años cuando "le entraron unas ganas locas de irse a la Revolución", después de charlar con una exmaestra de escuela que había fundado el cuerpo de enfermeras de la Cruz Blanca. Y como el padre le negó airadamente el permiso ella, se fugó del hogar. El 7 de febrero de 1913 Adelita quedó incorporada a las tropas carrancistas del Coronel Alfredo Breceda. 

Aprendió a curar heridos y le tocó presenciar muchos combates: Camargo, Torreón, Parral, Santa Rosalía...

Adela decía haber conocido a Antonio del Río Armenta en plan de amigo y compañero, y afirmaba haberlo oído tocar en su organillo de boca una canción cuyo título y letra sólo conocería tiempo después: La Adelita. Según Adela, Antonio murió cuando corría al río en medio de una balacera para llevar agua a un herido. Ella corrió a auxiliarlo y él le dijo: -Ya me tocó a mí, Adelita. Estoy peor que coladera. Busque en mi mochila. Ahí tengo música escrita... para usted.

-Minutos antes de morir me declaró su amor. Murió en mis brazos. Sólo entonces supe que me había convertido en protagonista del corrido más popular de la Revolución -narraba Adela, sin advertir el fuerte olor a telenovela que despedían sus palabras. Tras el asesinato de Carranza, Adela Velarde regresó a Ciudad Juárez con un niño de la mano "a tragarme el platillo fuerte de pedir perdón a mi padre", según decía. Luego se trasladó a la ciudad de México, donde trabajó 32 años en la oscuridad de un puesto burocrático en la Secretaría de Industria y Comercio. En 1965 contrajo matrimonio con el coronel Alfredo Villegas, que tenía a la sazón 75 años y vivía en Del Río, Texas, a donde se llevó a vivir a Adela. Ésta murió en un hospital de San Antonio, Texas, tres días antes de cumplir los 71 años. 

Otras melodías revolucionarias 

Lo mismo que Arcadio Zúñiga, autor de La barca de oro, el músico zacatecano Genaro Codina alcanzó la fama nacional después de muerto y con una sola pieza: la marcha Zacatecas. Codina, que murió en 1901, estrenó esta marcha en 1893. Aunque al poco tiempo los zacatecanos la adoptaron entusiastamente como su himno, sólo después de 1910 ganó popularidad gracias a los revolucionarios, en particular los villistas. 

Una vez pasada la ola revolucionaria, gozo de enorme popularidad la fina canción de Marcos Jiménez: Adiós, Mariquita Linda. Y en 1917 empezó a difundirse por todo México una melodía hondamente nostálgica: La Canción mixteca, del oaxaqueño José López Alavés, con sus estrofas:

¡Oh, tierra del sol!

Suspiro por verte, ahora que, lejos 

yo vivo sin luz, sin amor 

y al verme tan solo y triste 

cuál hoja el viento 

quisiera llorar, quisiera morir 

de sentimiento. 

La canción que completa el grupo de las más populares en aquellos años es La pajarera, tomada de autor desconocido que transcribiera Manuel M. Ponce, el músico a quien se considera ampliamente como el creador de la canción mexicana moderna.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

viernes, 4 de diciembre de 2020

Felipe Villanueva

 


Felipe Villanueva había nacido en 1862 en un villorrio del estado de México y aún antes de aprender a leer y escribir ya era violinista de la iglesia local. A los 11 años marchó a la ciudad de México para ingresar al Conservatorio Nacional, donde permaneció muy poco tiempo pues, a pesar de sus pocos años, tenía ya ideas musicales tan firmes y definidas que abandonó la institución tras criticar sus métodos de enseñanza.

Así, Villanueva se convirtió en autodidacta y como tal llegó a dominar virtualmente todos los aspectos de la técnica musical. En los primeros años de su carrera sólo escribió música esporádicamente, pues su gran pasión era el violín. Se dice que abandonó este instrumento después de escuchar a un violinista de gran calidad y darse cuenta de que nunca alcanzaría un virtuosismo semejante. Entonces el piano y la composición llenaron su tiempo.

Fue precisamente la composición de piezas para piano la que lo llevó a la consagración. Produjo las muy apreciadas Danzas humorísticas, algunas mazurcas que se abrieron paso hasta los públicos europeos y, sobre todo, varios valses en los que vació todo su talento y su exquisitez de músico romántico: Amor, Vals lento y el excepcional Vals poético.



A mediados de 1893 -cuando Villanueva tenía sólo 31 años de edad- la muerte truncó una carrera que empezaba apenas a tomar su rumbo definitivo.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975).

Ricardo Castro

 

Ricardo Castro, nacido en Durango en 1864, conoció la fama desde niño: antes de cumplir 10 años logró popularizar varias melodías en su estado natal. Muy joven, se inscribió en el Conservatorio Nacional con el propósito de hacerse concertista y compositor. Siguió después un curso de perfeccionamiento con Julio Ituarte, famoso ya por sus adaptaciones sinfónicas de aires populares, y tal vez de él absorbió la tendencia mexicanista que matizó fuertemente la producción musical de su madurez. Su obra más importante dentro de esta tendencia fue la ópera Atzimba, estrenada en 1900.

Para entonces ya había hecho muchas giras por el país y por los Estados Unidos, donde se le admiraba, y también había compuesto obras muy variadas: desde óperas y sinfonías hasta valses y mazurcas. Pero Castro no alcanzó la fama con sus obras más importantes -casi olvidadas en la actualidad- sino con el vals Capricho, que al poco tiempo de su estreno quedaba incorporado al repertorio musical de los grandes valses. 


El triunfo internacional de este vals contribuyó mucho para que el gobierno federal decidiera costear el largo viaje de estudio por Europa que Castro anhelara tiempo atrás. En 1906 volvió a México con un buen número de partituras: varios conciertos y óperas, algunas obras menores y proyectos sinfónicos que quedaron inconclusos en su mayoría, pues en noviembre de 1907, a la edad de 43 años, Castro murió a causa de una pulmonía fulminante.

(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

lunes, 30 de noviembre de 2020

Juglares del siglo XIX


Entre los primeros y más famosos cancioneros figuran el sinaloense Lucio Miranda -a quien se atribuye la todavía popular canción de El capiro-, su paisano El Chavarria y Chepe "el Valedor", originario de Guerrero.

Estos cancioneros de feria, auténticos juglares del siglo XIX, dieron un gran impulso a la canción popular, en unión de los vendedores de dulces (que cantaban "al ante"), los organilleros y los pequeños grupos de cuerdas citados anteriormente. Hacia el tiempo de la Intervención Francesa, las tonadas populares llegaron incluso a ser aceptadas en los grandes salones.

Entre tanto, los músicos finos -que no podían o no querían desembarazarse de la influencia italiana- produjeron piezas de notable calidad como por ejemplo La golondrina (1862), que hoy conocemos como Las golondrinas. En poco tiempo esta canción se convirtió en nostálgico canto de despedida. Irónicamente, su autor, el veracruzano Narciso Serradel Sevilla, fue uno de los primeros a quienes Las golondrinas le pusieron "carne de gallina", como a casi todo mexicano en la actualidad, pues hubo de escucharla entristecido cuando partió a Europa desterrado por los franceses a causa de su intervención en la batalla de Puebla.

Otra canción que se hizo muy famosa por aquellos años fue La paloma, del español Sebastián Iradier, que era, por cierto, una de las favoritas de la emperatriz Carlota:

Si a tu ventana llega una paloma

trátala con cariño que es mi persona...

Y pronto el pueblo hizo una parodia que escarnecía a la ambiciosa mujer:

Si a tu ventana llega un burro flaco

trátalo con cariño que es tu retrato...

Hacia 1875 ganó fama el compositor popular Antonio Zúñiga, al que se atribuyen unas cien canciones, entre ellas el Jarabe del sombrero ancho, que el pianista alemán Hendrik Herz hizo popular en su país tras escucharlo durante un viaje por México. La mayoría de las canciones de Zúñiga se perdieron. Marchita el alma, que transcribió y armonizó Manuel M. Ponce, es una de las pocas que se conservan.

En 1867 la locura del vals se apoderó del mundo y los músicos mexicanos encontraron en ese nuevo ritmo el mejor vehículo para expresar su sensibilidad. Tal vez poco apropiado para el gusto europeo, el vals Dios nunca muere alcanzó sin embargo una popularidad nacional que persiste hasta nuestros días. En toda la República se escucha esta pieza del pintoresco y trágico oaxaqueño Macedonio Alcalá, y una de sus más gustadas versiones fue la que Pedro Infante grabó durante los primeros años de su carrera artística.

Émulo de Alcalá en los aspectos más dramáticos de su vida, Juventino Rosas tuvo al menos el consuelo -negado al oaxaqueño- de ver cómo sus valses Sobre las olas y Carmen se difundían triunfalmente por todo el mundo. En particular el primero de ellos dio a Rosas una fama considerable, aunque -lo mismo que al "Tío Macedas"- su vals sólo le redituó algunos pesos.

(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

sábado, 16 de noviembre de 2019

El trágico vals del “Tío Macedas”



El trágico vals del “Tío Macedas”


Allá por los años de la Intervención Francesa, pocos personajes gozaban de tanta fama en la Mixteca oaxaqueña como Macedonio Alcalá, el “Tío Macedas”. Gran bebedor de mezcal, sabía contar historias divertidas y sobre todo tocar magistralmente el violín. Era excepcional su capacidad de improvisación y durante años sembró de efímeras tonadas los caminos de la paupérrima región que fue su hogar en la última etapa de su vida.
Macedonio Alcalá nació en la ciudad de Oaxaca en 1831. Desde muy joven se dio a conocer en el estado por sus composiciones y su habilidad musical, ayudado por la Sociedad Filarmónica de Santa Cecilia, de la que era miembro y entre cuyas actividades figuraba la de dar a conocer la música de los compositores locales.
Adolescente, contrajo matrimonio con Petronila Palacios, con quien formó una familia y un conjunto musical: a ella, lo mismo que a los tres hijos que nacieron en los años siguientes, les enseñó a tocar diversos instrumentos. Aunque era uno de los músicos más apreciados de la región, para obtener un precario sustento se veía obligado a tocar el violín en las festividades y ferias de Oaxaca y los pueblos circunvecinos.
Y sobrevino la Intervención francesa. Oaxaca, tierra de varios de los máximos caudillos liberales -Juárez, Díaz- fue uno de los estados donde hubo más sublevaciones. La vida se tornó imposible para Alcalá, quien tuvo que emigrar.
Por extrañas razones decidió probar suerte en la región mixteca, una de las zonas más pobres del país, donde la deprimente sucesión de cerros yermos y erosionados es rota de trecho en trecho por valles pedregosos y pueblos tristes. Tal vez influyó en ello el hecho de que su esposa era nativa de Yanhuitlán, uno de los poblados de la zona.


La odisea


Con Petronila y sus tres hijos, Alcalá erró de feria en feria de 1867 a 1869, pasó mil penalidades y forjó la leyenda del “Tío Macedas”. Este sobrenombre se originó en el cariño que le profesaba la gente y en el envejecimiento prematuro de Alcalá, a quien el alcoholismo, las privaciones y las desveladas le habían dado el aspecto de un anciano antes de llegar a los 40 años de edad.
Enfermo, desesperado y decepcionado de los míseros réditos que le producían su virtuosismo y sus facultades de improvisador, a fines de 1868 Macedonio decide regresar a Oaxaca. En su estado físico y sin dinero, la travesía resultó una odisea: cruzó a pie parte del agreste territorio mixteco y llegó con enorme esfuerzo a Yanhuitlán, donde su esposa se hospedaba en la casa de unos familiares. Tras breve descanso se lanzó de nuevo, con los suyos, al polvoriento camino.
Sólo pudo llegar a Jalatlaco. Ahí, el mal hepático que padecía por causa de su afición al alcohol se agravó y lo obligó a recluirse en una humildísima choza. A partir de entonces, Alcalá vivió prácticamente de la caridad pública. Algunos amigos y la Sociedad de Santa Cecilia le enviaron algún dinero y ropas para él y su familia. La desesperación se había apoderado de Macedonio.


Dios nunca muere


Entonces sucedió el milagro. Cierto día llegaron a su refugio varios indígenas de un pueblo vecino a ofrecerle lo que habían podido reunir -doce pesos- a cambio de que escribiera una composición para la virgen patrona de su poblado. La esperanza de retornar a Oaxaca con ese dinero reavivó la inspiración del Tío Macedas. En cuanto los indios se fueron empezó a escribir con un lápiz las primeras notas de la composición sobre el encalado mismo de la pared, pues ni siquiera tenía papel para escribir la obra que le daría fama. De acuerdo con la versión más difundida, dijo emocionado a su esposa:
-Voy a escribir un vals que se llamará Dios nunca muere, porque el Señor no abandona a sus hijos y sigue viviendo cuando hasta la esperanza ha muerto en uno.
Sin poder levantarse del camastro -unas tablas cubiertas con un petate- trabajó febrilmente durante dos días. Satisfecho, mostró a su esposa la partitura terminada, pero no pudo interpretarla, ya que su violín había quedado como garantía de un pequeño préstamo en algún pueblo de la región. Así nació el vals que se convirtió en un himno para los oaxaqueños.


Al fin de la jornada


A mediados de 1869, ya moribundo, Alcalá logró llegar a Oaxaca. Allí se albergó en casa de un amigo y pocos días después, el 24 de agosto, murió. Por un extraño contraste, Dios nunca muere comenzaba ya a popularizarse, hecho que despertó la ambición de Bernabé Alcalá, hermano del infortunado músico. Bernabé, que en todo momento se había negado a auxiliar a Macedonio, se atribuyó  la paternidad del vals y en complicidad con una casa editora de música llegó a publicar la partitura con su nombre. Los amigos del verdadero autor y los indígenas que le habían encargado la pieza se ocuparon de poner en evidencia al plagiario y de hacer justicia póstuma al Tío Macedas. 
Hoy, más de un siglo después de escrito, el vals Dios nunca muere es la pieza musical más estimada por los oaxaqueños, junto con la Canción mixteca de José López Alavés. Los críticos modernos coinciden en afirmar que el vals de Alcalá es -a despecho de las modificaciones seudofolclóricas que ha menudo se le han hecho- una melodía de alto valor musical. 


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)



miércoles, 25 de septiembre de 2019

Arturo Tolentino


(1888-1952) Nació en Sierra Mojada, Coahuila, el 13 de septiembre de 1888, donde estudió y recibió el título de tenedor de libros y contador. Desempeñó cargos públicos en el estado de Chihuahua y en la capital de la república como representante del pueblo chihuahuense. En 1941 fue nombrado director de la Biblioteca Municipal de la ciudad. Ese mismo año, junto con el periodista Heriberto García Rivas, fundó la Academia de Artes y Literatura de Chihuahua. Sin haber tenido una preparación musical formal compuso hermosísimas obras; entre ellas, el vals Ojos de juventud, Sonrisas de primavera, La dama blanca y Tus ojos. Falleció en la ciudad de Chihuahua el 3 de febrero de 1952.

(Tomado de: Moreno Rivas, Yolanda - Historia de la Música Popular Mexicana. Colección Los Noventa, #2. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza Editorial Mexicana. México, D. F., 1989)




martes, 7 de mayo de 2019

Juventino Rosas


(1868-1894) Nació en Santa Cruz, Guanajuato, el 25 de enero de 1868; su padre, que era músico lo enseñó a tocar el violín. Desde pequeño tocan en bailes y festividades de su pueblo. En 1875 toda la familia se trasladó a México, donde comenzaron a ganarse la vida trabajando de músicos en una escoleta. Unos años después Juventino entró al Conservatorio Nacional, donde siguió estudiando violín, piano y algunos instrumentos de viento. En 1885 ejecutó un solo de violín en el Teatro Nacional, en una función a la que asistió el presidente Porfirio Díaz y miembros de su gabinete, quienes elogiaron mucho al joven violinista. En 1888 compuso una marcha de guerra que dedicó a Cuauhtémoc, y varias romanzas. También a esa época corresponden Te volví a ver, Sueño de las flores, Seductora y Ensueño. Fue director de la orquesta que tocaba en la Alberca Pani y en los baños del Factor, frecuentados por la alta sociedad. Dedicó a la señora Calixta Gutiérrez de Alfaro su famoso vals Sobre las olas. Compuso también otro vals titulado Carmen en honor a la esposa de don Porfirio Díaz. En 1894 emprendió una gira en barco con una compañía italiana y al enfermar gravemente, fue desembarcado en Batabanó, Cuba, donde falleció el 13 de julio de 1894.


(Tomado de: Moreno Rivas, Yolanda - Historia de la Música Popular Mexicana. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza Editorial Mexicana. México, D. F., 1989)



miércoles, 10 de abril de 2019

Valses, polkas y mazurcas



Otras formas de origen extranjero se instalaron en el país, aclimatándose y transformándose según el peculiar sentir de los compositores nacionales. Entran en ese grupo en especial las formas bailables; la polka de origen checoslovaco, la mazurca y la redova polacas, el vals vienés, el schottisch, o chotis, y la galopa.


Entre todas ellas, habría que mencionar en primer lugar al vals, cuya irresistible popularidad se prolongó por más de seis décadas. El vals había llegado a México hacia 1815 en medio de grandes censuras y anatemas de la Iglesia. Pronto se convirtió en una de las formas más socorridas por los compositores de varias generaciones. Una vez en México y a pesar de conservar los elementos tradicionales de la forma, se transformó y evolucionó a tal grado que podría hablarse de un específico vals mexicano, que puede distinguirse grosso modo por sus tiempos pausados, su carácter lánguido y su apagado brillo instrumental. Si se le compara con el explosivo vals vienés, destaca el carácter más íntimo de sus melodías y cierto clima más de añoranza que de vitalidad rítmica. Es posible encontrar ejemplos muy antiguos de valses mexicanos. Tomás León (1826-1893) es autor de algunos tímidos ejemplos que podrían considerarse como valses. Sin embargo, y no sin razón, se sitúa la culminación del vals mexicano al mismo tiempo que el apogeo de la “tranquilidad” y “grandeza” porfirianas, aunque bien es posible hallar ejemplos de valses notables antes de don Porfirio y más allá de 1920.





Dios nunca muere del oaxaqueño Macedonio Alcalá fue escrito en 1869, en plena Intervención francesa; el internacionalmente famoso Sobre las olas de Juventino Rosas es de 1891. Río rosa y Recuerdo de Alberto M. Alvarado fueron compuestos en 1902, en tanto que Ojos de juventud de Arturo Tolentino en 1923. Los últimos resabios de la sensibilidad porfiriana desaparecieron lentamente; Morir por tu amor de Belisario de Jesús García, fue publicado en 1926.








Otro género privilegiado por la sociedad porfiriana fue la polka; la célebre Las bicicletas de Salvador Molet se sitúa alrededor de 1896. El diablito, de Carlos Curti, en 1901, y Las mandolinistas, de Jacinto Osorio, en 1896. El carácter jocoso, el ritmo excesivamente marcado y un tanto rudo, corrieron con tal suerte que a partir de Jesusita en Chihuahua, de Quirino Mendoza (1859-1957), la polka es considerada como un género distintivo de las regiones norteñas.





(Tomado de: Moreno Rivas, Yolanda - Historia de la Música Popular Mexicana. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza Editorial Mexicana. México, D. F., 1989)

domingo, 1 de abril de 2018

Macedonio Alcalá

Macedonio Alcalá



Músico y compositor, nació y murió en la ciudad de Oaxaca (1840-1896). Fue violinista, director de orquesta y autor, entre otras composiciones, del popular vals Dios nunca muere, que los oaxaqueños consideran su himno regional. Lleva su nombre el principal teatro de Oaxaca.

(Teatro Macedonio Alcalá)



(Tomado de:Enciclopedia de México)