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viernes, 6 de agosto de 2021

Plan de Iguala y Tratados de Córdoba, 1821

 


Plan de Iguala y Tratados de Córdoba. Agustín de Iturbide, 1821

Luis Villoro ha observado que una de las paradojas de la revolución de independencia es que fue consumada por sus enemigos originales. En el Plan de Iguala y los tratados celebrados en la villa de Córdoba entre Iturbide y O'Donojú, se plantea el fin de una era y el principio de otra. La monarquía moderada se ofrece como la forma de gobierno propia para regir a los mexicanos.

Plan de Iguala

Proclama en la cual va inserto el Plan de Independencia, de que se ha hecho mención.

Americanos, bajo cuyo nombre comprendo no sólo los nacidos en América, sino a los europeos, africanos y asiáticos que en ella residen: tened la bondad de oírme. Las naciones que se llaman grandes en la extensión del globo, fueron dominadas por otras, y hasta que sus luces no les permitieron fijar su propia opinión, no se emanciparon. Las europeas que llegaron a la mayor ilustración y policía, fueron esclavas de la romana; y este imperio, el mayor que reconoce la Historia, asemejó al padre de familia, que en su ancianidad mira separarse de su casa a los hijos y a los nietos por estar ya en edad de formar otras y fijarse por sí, conservándole todo el respeto, veneración y amor como a su primitivo origen.

Trescientos años hace la América Septentrional de estar bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. La España la educó y engrandeció, formando esas ciudades opulentas, esos pueblos hermosos, esas provincias y reinos dilatados que en la historia del universo van a ocupar lugar muy distinguido. Aumentadas las poblaciones y las luces, conocidos todos los ramos de la natural opulencia del suelo, su riqueza metálica, las ventajas de su situación topográfica, los daños que origina la distancia del centro de su unidad, y que ya la rama es igual al tronco; la opinión pública y la general de todos los pueblos es la de la independencia absoluta de la España y de toda otra nación. Así piensa el europeo, así los americanos de todo origen.

Esta misma voz que resonó en el pueblo de Dolores, el año de 1810, y que tantas desgracias originó al bello país de las delicias, por el desorden, el abandono y otra multitud de vicios, fijó también la opinión pública de que la unión general entre europeos y americanos, indios e indígenas, es la única base sólida en que puede descansar nuestra común felicidad.

¿Y quién pondrá duda en que después de la experiencia horrorosa de tantos desastres, no haya uno siquiera que deje de prestarse a la unión para conseguir tanto bien? Españoles europeos: vuestra patria es la América, porque en ella vivís; en ella tenéis a vuestras amadas mujeres, a vuestros tiernos hijos, vuestras haciendas, comercio y bienes. Americanos ¿quién de vosotros puede decir que no desciende de español? Ved la cadena dulcísima que nos une: añadid los otros lazos de la amistad, la dependencia de intereses, la educación e idioma y la conformidad de sentimientos, y veréis son tan estrechos y tan poderosos, que la felicidad común del reino es necesario la hagan todos reunidos en una sola opinión y en una sola voz.

Es llegando el momento en que manifesteis la uniformidad de sentimientos, y que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños. Al frente de un ejército valiente y resuelto he proclamado la independencia de la América Septentrional. Es ya libre, es ya señora de sí misma, ya no reconoce ni depende de la España, ni de otra nación alguna. Saludadla todos como independiente, y sean nuestros corazones bizarros los que sostengan esta dulce voz, unidos con las tropas que han resuelto morir antes que separarse de tan heroica empresa.

No le anima otro deseo al ejército que el conservar para la santa religión que profesamos y hacer la felicidad general. Oíd, escuchad las bases sólidas en que funda su resolución:

1. La religión católica, apostólica, romana, sin tolerancia de otra alguna.

2. La absoluta independencia de este reino.

3. Gobierno monárquico templado por una Constitución al país.

4. Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía o de otra reinante serán los emperadores, para hallarnos con un monarca ya hecho y precaver los atentados funestos de la ambición.

5. Habrá una junta, ínterin se reúnen Cortes que hagan efectivo este plan.

6. Ésta se nombrará gubernativa y se compondrá de los vocales ya propuestos al señor Virrey.

7. Gobernará en virtud del juramento que tiene prestado al Rey, ínterin ésta se presenta en México y lo presta, y entonces se suspenderán todas las ulteriores órdenes.

8. Si Fernando VII no se resolviese a venir a México, la junta o la regencia mandará a nombre de la nación, mientras se resuelve la testa que deba coronarse.

9. Será sostenido este gobierno por el ejército de las Tres Garantías.

10. Las Cortes resolverán si ha de continuar esta junta o sustituirse por una regencia mientras llega el emperador.

11. Trabajarán, luego que se reúnan, la Constitución del imperio mexicano.

12. Todos los habitantes de él, sin otra distinción que su mérito y virtudes, son ciudadanos idóneos para optar cualquier empleo.

13. Sus personas y propiedades serán respetadas y protegidas.

14. El clero secular y regular conservado en todos sus fueros y propiedades.

15. Todos los ramos del Estado y empleados públicos subsistirán como en el día, y sólo serán removidos los que se opongan a este plan, y sustituidos por los que más se distingan en su adhesión, virtud y mérito.

16. Se formará un ejército protector que se denominará de las Tres Garantías, y que se sacrificará, del primero al último de sus individuos, antes que sufrir la más ligera infracción de ellas.

17. Este ejército observará a la letra la Ordenanza, y sus jefes y oficialidad continúan en el pie en que están, con la expectativa no obstante a los empleos vacantes y a los que se estimen de necesidad o conveniencia.

18. Las tropas de que se componga se considerarán como de línea, y lo mismo las que abracen luego este plan; las que lo difieran y los paisanos que quieran alistarse se mirarán como milicia nacional y el arreglo y forma de todas lo dictarán las Cortes.

19. Los empleos se darán en virtud de informes de los respectivos jefes, y a nombre de la nación provisionalmente.

20. Ínterin se reúnen las Cortes, se procederá en los delitos con total arreglo a la Constitución española.

21. En el de conspiración contra la independencia, se procederá a prisión, sin pasar a otra cosa hasta que las Cortes dicten la pena correspondiente al mayor de los delitos, después del de Lesa Majestad divina.

22. Se vigilará sobre los que intenten sembrar la división y se reputarán como conspiradores contra la independencia.

23. Como las Cortes que se han de formar son constituyentes deben ser elegidos los diputados bajo este concepto. La junta determinará las reglas y el tiempo necesario para el efecto.

Americanos: He aquí el establecimiento y la creación de un nuevo imperio. He aquí lo que ha jurado el ejército de las Tres Garantías, cuya voz lleva el que tiene el honor de dirigírosla. He aquí el objeto para cuya cooperación os incita. No os pide otra cosa que la que vosotros mismos debeis pedir y apetecer: unión, fraternidad, orden, quietud interior, vigilancia y horror a cualquier movimiento turbulento. Estos guerreros no quieren otra cosa que la felicidad común. Uníos con su valor, para llevar adelante una empresa que por todos aspectos (si no es por la pequeña parte que en ella he tenido) debo llamar heroica. No teniendo enemigos que batir, confiemos en el Dios de los ejércitos, que lo es también de la Paz, que cuantos componemos este cuerpo de fuerzas combinadas de europeos y americanos, de disidentes y realistas, seremos unos meros protectores, unos simples espectadores de la obra grande que hoy he trazado, y que retocarán y perfeccionarán los padres de la patria. Asombrad a las naciones de la culta Europa; vean que la América Septentrional se emancipó sin derramar una sola gota de sangre. En el transporte de vuestro júbilo decid: ¡Viva la religión santa que profesamos! ¡Viva la América Septentrional, independiente de todas las naciones del globo! ¡Viva la unión que hizo nuestra felicidad!

Iguala, 24 de febrero de 1821.-Agustín Iturbide


Tratados de Córdoba

Art. 1°. Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente, y se llamará en lo sucesivo imperio mexicano. 

2°. El gobierno del imperio será monárquico, constitucional moderado.

3°. Será llamado a reinar en el imperio mexicano (previo el juramento que designa el Art. 4°. del plan) en primer lugar el señor don Fernando VII Rey católico de España, y por su renuncia a no admisión, su hermano, el serenísimo señor infante don Carlos; por su renuncia o no admisión, el serenísimo señor infante don Francisco de Paula; por su renuncia o no admisión, el señor don Carlos Luis, infante de España, antes heredero de Etruria, hoy de Luca; y por la renuncia o no admisión de éste, el que las Cortes del imperio designen.

4°. El emperador fijará su corte en México, que será la capital del imperio.

5°. Se nombrarán dos comisionados por el Excmo. señor O'Donojú que pasarán a las Cortes de España a poner en las reales manos del señor don Fernando VII copia de este tratado y exposición que le acompañará para que le sirva a S.M. de antecedente, mientras las Cortes del imperio le ofrecen la corona con todas las formalidades y garantías que asunto de tanta importancia exige; y suplican a S.M. que, en el asunto del artículo 3°..., se digne noticiarlo a los serenísimos señores infantes llamados por el mismo artículo por el orden que en él se nombran, interponiendo su benigno influjo para que sea una persona de las señaladas de su augusta casa la que venga a este imperio, por lo que se interesa en ello la prosperidad de ambas naciones, y por la satisfacción que recibirán los mexicanos en añadir este vínculo a los demás de amistad con que podrán y quieren unirse a los españoles.

6°. Se nombrará inmediatamente, conforme al espíritu del plan de Iguala, una junta compuesta de los primeros hombres del imperio, por sus virtudes, por sus destinos, por sus fortunas, representación y concepto, de aquellos que están designados por la opinión general, cuyo número sea bastante considerado para que la reunión de luces asegure el acierto en sus determinaciones, que serán emanaciones de la autoridad y facultades que les conceden los artículos siguientes.

7°. La junta de que trata el artículo anterior se llamará Junta Provisional Gubernativa.

8°. Será individuo de la Junta Provisional de Gobierno el teniente general don Juan O'Donojú, en consideración a la conveniencia de que una persona de su clase tenga una parte activa e inmediata en el gobierno, y de que es indispensable omitir algunas de las que estaban señaladas en el expresado plan en conformidad de su mismo espíritu.

9°. La Junta Provisional de Gobierno tendrán un presidente nombrado por ella misma, y cuya elección recaerá en uno de los individuos de su seno, o fuera de él, que reúna la pluralidad absoluta de sufragios; lo que si en la primera votación no se verificase, se procederá a segundo escrutinio, entrando a él los dos que hayan reunido más votos.

10°. El primer paso de la Junta Provisional de Gobierno será hacer un manifiesto al público de su instalación y motivos que la reunieron, con las demás explicaciones que considere convenientes para ilustrar al pueblo sobre sus intereses y modo de proceder en la elección de diputados a Cortes, de que se hablará después.

11°. La Junta Provisional de Gobierno nombrará, en seguida de la elección de su presidente, una regencia compuesta de tres personas, de su seno o fuera de él, en quien resida el Poder Ejecutivo y que gobierne en nombre del monarca hasta que éste empuñe el cetro del imperio.

12°. Instalada la Junta Provisional, gobernará interinamente conforme a las leyes vigentes en todo lo que no se oponga al plan de Iguala, y mientras las Cortes formen la constitución del Estado.

13°. La regencia, después de nombrada, procederá a la convocación de Cortes, conforme al método que determinare la Junta Provisional de Gobierno, lo que es conforme al espíritu del artículo 24 del citado plan.

14°. El Poder Ejecutivo reside en la regencia, el Legislativo en las Cortes; pero como ha de mediar algún tiempo antes que éstas se reunan, para que ambos no recaigan en una misma autoridad, ejercerá la Junta el Poder Legislativo: primero, para los casos que puedan ocurrir y que no den lugar a esperar la reunión de las Cortes, y entonces procederá de acuerdo con la regencia: segundo, para servir a la regencia de cuerpo auxiliar y consultivo en sus determinaciones.

15°. Toda persona que pertenece a una sociedad, alterado el sistema de gobierno, o pasando el país a poder de otro príncipe, queda en el estado de libertad natural para trasladarse con su fortuna a donde le convenga, sin que haya derecho para privarle de esta libertad, a menos que tenga contraída alguna deuda con la sociedad a que pertenecía, por delito o de otro de los modos que conocen los publicistas. En este caso están los europeos avecindados en Nueva España y los americanos residentes en la Península; por consiguiente, serán árbitros a permanecer, adoptando esta o aquella patria, o a pedir su pasaporte, que no podrá negárseles, para salir del reino en el tiempo que se prefije, llevando o trayendo consigo sus familias y bienes; pero satisfaciendo a la salida, por los últimos, los derechos de exportación establecidos o que se establecieren por quien pueda hacerlo.

16°. No tendrá lugar la anterior alternativa respecto de los empleados públicos o militares, que notoriamente son desafectos a la Independencia mexicana; sino que éstos necesariamente saldrán de este imperio, dentro del término que la regencia prescriba, llevando sus intereses y pagando los derechos de que habla el artículo anterior.

17°. Siendo un obstáculo a la realización de este tratado, la ocupación de la capital por las tropas de la península, se hace indispensable vencerlo; pero como el primer jefe del ejército mexicano imperial, uniendo sus sentimientos a los de la nación mexicana, desea no conseguirlo con la fuerza, para lo que le sobran recursos, sin embargo del valor y constancia de dichas tropas peninsulares, por la falta de medios y arbitrios para sostenerse contra el sistema adoptado por la nación entera, don Juan O'Donojú se ofrece a emplear su autoridad, para que dichas tropas verifiquen su salida sin efusión de sangre y por una capitulación honrosa.

Villa de Córdoba, 24 de 

agosto de 1821.- Agustín

de Iturbide.- Juan O'Donojú.-

Es copia fiel de su original.-

José Domínguez.- Es copia fiel

de su original que queda en

esta comandancia general.- 

José Joaquín de Herrera.-

Como ayudante secretario, 

Tomás Illañez.


(Tomado de: Matute, Álvaro - Antología. México en el siglo XIX. Fuentes e interpretaciones históricas.  Lecturas Universitarias #12. Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1981)

miércoles, 29 de mayo de 2019

Juan Álvarez



Nació en Santa María de la Concepción Atoyac, Guerrero, en 1790; murió en la hacienda La Providencia, Guerrero, en 1867. Hizo sus estudios de primaria en la Ciudad de México y a la muerte de sus padres, en 1807, regresó a su pueblo natal. A pesar de haber heredado bienes considerables, tuvo que trabajar de vaquero y su juventud estuvo llena de penurias y maltratos, debido a que su tutor, un español que era subdelegado de Acapulco, lo tiranizó y le escatimó el dinero, terminando por despojarlo. En noviembre de 1810 se unió a las fuerzas de Morelos como soldado raso y rápidamente ascendió a capitán. En el ataque a Acapulco (1811) una bala le atravesó ambas piernas. Con el grado de comandante y a la cabeza del Regimiento de Guadalupe, participó con Hermenegildo Galeana en el asalto a Tixtla, durante el cual recibió graves heridas, que le valieron el ascenso a coronel. En 1813 fortificó el cerro del Veladero, donde se mantuvo dos años. 



Habiendo bajado a Pie de la Cuesta, con el propósito de hostilizar Acapulco, fue batido por el brigadier realista Gabriel Armijo (1814). Había contribuido a la lucha insurgente con dinero y pertrechos pagados de su peculio, y después de su derrota frente a Armijo le fueron confiscados los bienes que le quedaban. Sin recursos y perseguido con saña por los españoles, anduvo escondido en los montes durante 4 años, librando ocasionalmente acciones guerrilleras. Hacia fines de 1818 había podido reorganizar alguna tropa y presentó 12 batallas de cierta importancia, con las que logró que los realistas se replegasen sobre Acapulco. Apoyó el Plan de Iguala y al proclamarse la Independencia dio el asalto final contra la plaza de Acapulco, que capituló el 15 de octubre de 1821. Álvarez pensó que había llegado el momento de retirarse del servicio, pero no le fue aceptada su renuncia y se le nombró comandante general de Acapulco. A partir de ese momento y durante los 45 años que siguieron, habría de convertirse no sólo en uno de los principales caudillos militares sino en figura política nacional de influencia decisiva. Se declaró republicano, federalista y liberal y toda su conducta estuvo inspirada en esos principios, aunque en ocasiones asumiera actitudes que parecían contradecirlos, como cuando se adhirió al movimiento que acaudilló Santa Anna para derrocar a Bustamante, porque “no vio la persona que se pronunciaba, sino el principio invocado”. Luchó junto a Guerrero para deponer a Iturbide. Defendió al gobierno republicano en las batallas de Venta Vieja, Acapulco, el Manglar, Dos Arroyos, Chilpancingo y otras  y trató de salvar la vida de Guerrero en 1830. Combatió a Bustamante por su centralismo y al movimiento iniciado en Michoacán por Ignacio Escalada, en 1833, para defender “la santa religión de Jesucristo y los fueros y privilegios del clero y del ejército”.

Aunque repudiaba a Santa Anna, en 1838 ofreció sus servicios para luchar contra la agresión francesa conocida como Guerra de los Pasteles. En 1845, ascendido ya a general de División, tuvo a su cargo la pacificación de las regiones de Guerrero, Oaxaca y Puebla en donde estallaron rebeliones indígenas de fondo agrario. Más que las armas empleó la persuasión y la promesa de resolver las causas de la protesta, de las cuales tenía un justa visión, pues declaró que para que los indios fueran pacíficos productores había que darles protección, en lugar de que “sean perseguidos por los ricos hacendados, para tener en ellos un simulacro de esclavos; y en vez de que les quiten por medio de enredos y trampas los pedazos de tierra que la Nación les dio…”

Esta conducta, junto a otras declaraciones y actitudes en favor de los campesinos y los indios hacen aparecer al general Álvarez como un liberal avanzado, precursor de las ideas de la Revolución Mexicana. Explican también que haya podido disponer de un ejército, la famosa División del Sur, y logrado constituir un cacicazgo de tipo paternalista en una extensa región que comprende parte de los actuales estados de Guerrero, Michoacán, México, Morelos y Oaxaca. Respaldado por ese poder, en 1841 constituyó con Nicolás Bravo el departamento de Acapulco, que no llegó a tener la aprobación constitucional. En 1844 combatió de nuevo a Santa Anna y en 1847 acudió a defender la capital contra los norteamericanos. Al ser creado el Estado de Guerrero, en 1849, fue nombrado gobernador constitucional hasta 1853. Al año siguiente, por conducto de Villarreal, proclamó el Plan de Ayutla y se puso al frente del Ejército Restaurador de la Libertad. Triunfante la revolución, Álvarez fue designado presidente provisional el 4 de octubre de 1853. Renunció en diciembre del mismo año, por haber entrado en conflicto con los liberales moderados, en particular con Manuel Doblado e Ignacio Comonfort, pero en ese corto tiempo convocó al Congreso que habría de emitir la Constitución de 1857, y promulgó la Ley Juárez, que suprimió los tribunales especiales y modificó el sistema de fueros. Durante la Guerra de Tres Años dirigió en su Estado la lucha constitucionalista, librando batallas en las que hubo triunfos y derrotas, pero que le valieron ser declarado Benemérito de la Patria por el Congreso general, en 1861. Al producirse la Intervención Francesa, una vez más fue llamado a defender a la República y la División del Sur entró nuevamente en combate contra los conservadores y los invasores. Juárez recomendó a los jefes militares que en caso de serles imposible comunicarse con él, consultaran con Álvarez el desarrollo de las operaciones. Poco antes de morir, el veterano soldado de la Independencia y la Reforma pudo ver restaurada la república y libre de invasores el país. Sus ideas acerca de los derechos de los campesinos y sus observaciones sobre la situación de los peones de las haciendas están expuestas en los tres manifiestos que lanzó en 1835, 1842 y 1857. Con el título de Manifiesto del C. Juan Álvarez a los pueblos cultos de Europa  y América, Daniel Moreno editó con un prólogo el principal de esos documentos, en 1968.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen I, A - Bajío)

jueves, 18 de octubre de 2018

Agustín de Iturbide

Agustín de Iturbide 1783-1824



El hecho de haber consumado la independencia es indestructible, y el nombre de quien la realizó bajo los más felices auspicios, no merece quedar en la historia como un criminal, sino como el de una persona ilustre que hizo bien a su patria y a quien sus conciudadanos deben un recuerdo constante de justa gratitud.

Enrique Olavarría y Ferrari


Agustín de Iturbide ingresó a la milicia como alférez del regimiento provincial de Valladolid. Al ocurrir la escandalosa conspiración contra el virrey Iturrigaray prestó sus servicios para acabar con el motín de Yermo, aunque no tuvo éxito. En 1809 participo en la represión contra los conspiradores Michelena y García Obeso en Valladolid, de cuyo grupo había formado parte antes de denunciarlos.


Alguna vez escribió –en su Manifiesto de Liorna- que Miguel Hidalgo le ofreció el grado de general en las filas insurgentes, cargo que rechazó por parecerle que el plan del sacerdote estaba tan mal trazado que sólo produciría desorden, derramamiento de sangre y destrucción. En cambio, enlistado en las huestes realistas Iturbide combatió con ferocidad a los insurrectos, contra quienes llevó a cabo un desmedido número de ejecuciones, dejando a su paso un torrente de sangre.



Su dureza no sólo era evidente en los campos de batalla o con los prisioneros de guerra: también con los pacíficos pobladores que simpatizaban con la causa de la Independencia. “No es fácil calcular el número de los miserables excomulgados que de resultas de la acción descendieron ayer a los abismos”, escribió luego de enviar a mejor vida a varios de sus enemigos.



Como comandante del Bajío, en 1815 fue acusado de comercio abusivo, especulación y monopolio de granos. Estas imputaciones llegaron a oídos del virrey Calleja, quien en 1816 se vio obligado a remover a uno de sus jefes más estimados. Aunque absuelto, su reputación se vio seriamente dañada, por lo que Iturbide se retiró a la ciudad de México por algún tiempo.



En 1820 se restableció la constitución española de Cádiz, que no fue bien acogida en México. Los peninsulares residentes en la Nueva España, partidarios del absolutismo, se reunieron para intentar independizarse de la Corona –en lo que se conoció como la conspiración de La Profesa- y para ello consideraron necesario terminar con la guerrilla de Vicente Guerrero.



El virrey Apodaca puso al frente de las tropas del sur al comandante Agustín de Iturbide, quien el 16 de noviembre de 1820 salió de la capital, instaló su cuartel en Tololoapan y, después de varios reveses propinados por guerrero, prefirió elaborar un plan distinto al de La Profesa. El 10 de enero de 1821, Iturbide escribió una carta al insurgente en la que lo invitaba a terminar con la guerra. Guerrero aceptó que unieran sus fuerzas si con ello se lograba la Independencia.



El 24 de febrero de 1821 se proclamó el Plan de Iguala e Iturbide se convirtió en jefe del Ejército Trigarante. De inmediato logró la adhesión de casi todos los mandos y las tropas realistas e insurgentes. El 24 de agosto, don Juan de O’Donojú –el último gobernante que envió España- firmó con Iturbide los tratados de Córdoba, reconociendo la Independencia de México. El 27 de septiembre de 1821, en medio de gran algarabía, el libertador, al frente del Ejército Trigarante, hizo su entrada triunfal a la capital mexicana, donde se vio consumada la Independencia de la nación.



Iturbide tomó a su cargo la dirección de los asuntos públicos. Entre sus primeros actos, nombró una junta de gobierno, que a ojos de todos pareció sospechosa, para redactar el Acta de Independencia y organizar un Congreso; la junta lo designó su presidente, y después fue nombrado presidente de la Regencia y, convenientemente, la regencia decretó para él un sueldo de 120 mil pesos anuales retroactivos al 24 de febrero de 1821, fecha en que promulgó el Plan de Iguala. Además, excluyó a los veteranos de la insurgencia, a quienes Iturbide veía con desprecio.



El libertador movilizó a sus partidarios para que su ascenso al trono pareciera una exigencia popular. El 18 de mayo de 1822, el sargento Pío Marcha lo proclamó emperador y, acompañado por una gran multitud, fue hasta su casa para de ahí llevarlo en andas al Congreso. Un par de meses después, el 21 de julio, Iturbide fue coronado.



El imperio de Agustín I fue hostilizado por republicanos y liberales. Las dificultades se hicieron evidentes en el Congreso; Iturbide lo disolvió y aprehendió a muchos de sus miembros, pero no logró restablecer la estabilidad política de su gobierno. Reinstaló el Congreso, y entonces no supo defender fehacientemente su corona: los rebeldes le ganaron terreno y lograron que abdicara. Iturbide salió de la ciudad de México con su familia y marchó a Veracruz para embarcarse a Europa.



Instalado en Londres, le llegaron noticias de que la independencia de México peligraba. Instado por algunos de sus partidarios –quienes le aseguraban que en México la opinión pública estaba a su favor- se embarcó de regreso. Desconocía que el Congreso lo había declarado traidor y que se le consideraba fuera de la ley.



Después de sesenta y nueve días de viaje, desembarcó en Soto la Marina, Tamaulipas, donde fue descubierto. Ser el consumador de la Independencia no fue suficiente para salvarle la vida: el gobierno había puesto precio a su cabeza y se ensañó con el libertador, quien fue fusilado en Padilla, Tamaulipas, el 19 de julio de 1824.



Casi inmediatamente después de muerto, el gobierno decidió desterrar a Iturbide del recuerdo de sus conciudadanos y negarle sus méritos como libertador. Aún hoy es considerado uno de los más grandes villanos de la historia mexicana.


(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)



Agustín Primero

Una figura torva recorrió durante una década el Bajío, dejando a su paso la huella imborrable de su acérrima enemistad hacia los insurgentes y su causa, a los que persiguió con saña y crueldad. Conoció a Hidalgo en Valladolid y le prometió seguirlo en su lucha para independizar a la patria en formación y faltó a su palabra. A tal grado llegaron sus desmanes, que los propios jefes realistas tuvieron que aplicarle medidas correctivas. Criollo terrateniente, desbocó su ambición, pues carecía de grandeza, como lo probó en el triunfo y en la derrota; no tuvo escrúpulo alguno, y si lo tuvo, lo acalló siempre; introdujo el cuartelazo en el sistema político mexicano, para nuestra desgracia y, con todos esos antecedentes, un día se hizo llamar nuestro libertador. Hasta que cayó bajo las balas republicanas en Padilla, Tamaulipas, hasta entonces, decimos, respondió al nombre de Agustín de Iturbide.


En 1809 estuvo inmiscuido en la conspiración de Michelena para proclamar la Independencia, pero huyó cuando el cura hidalgo se acercaba a Valladolid después de haber dado el Grito de Dolores y rehusó el grado de capitán que le ofreció el auténtico y verdadero Libertador; Iturbide ordenó fusilar a María Tomasa Estevez, la seductora insurgenta. Su biógrafo José Olmedo y Lama dice de nuestro primer Emperador: “En una ocasión interceptó una carta dirigida a un jefe insurgente por don Mariano Noriega, vecino distinguido de Guanajuato y con sólo esto, dio orden desde su cuartel de Irapuato para que Noriega fuese inmediatamente fusilado, como se verificó, sin que siquiera se le dijese el motivo; cuyo crimen llenó de horror a los habitantes de Guanajuato. Otra vez fue hecho prisionero el padre Luna, su condiscípulo en el colegio y que había tomado partido por la insurrección. Presentado a Iturbide, éste le recibió como quien recibe a un amigo antiguo, mandó que le sirvieran chocolate y luego ordenó que lo fusilasen. Entre las innumerables ejecuciones que dispuso, se recuerda todavía con horror en Pátzcuaro la de don Bernardo Abarca, vecino pacífico y distinguido, quien no tenía más delito que haber admitido, a instancias del doctor Cos, un empleo en un regimiento de dragones que intentó levantar allí para resguardo de la población.”



Gracias al desprendimiento sin precedente de don Vicente Guerrero, a su hombría de bien sin límites y a su buena fe tan grande como su generosidad, Iturbide pudo engañarlo escamoteando a la insurgencia sus ideales y liquidando la lucha armada para burlar las esperanzas de los irredentos sojuzgados, que con estupor y asombro, vieron cómo los que ayer los combatían ahora pisoteaban sus banderas en verdad, bajo la apariencia de empuñarlas.



Cuando Iturbide envió al virrey una comunicación para darle cuenta del Plan de Iguala, afirmó con enorme sorpresa de los insurgentes: “La revolución que tuvo principio la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, entre las sombras del horror, con un sistema (si así puede llamarse) cruel, bárbaro, sanguinario, grosero e injusto, no obstante lo cual, aun subsistían sus efectos en el año de 1821, y no sólo subsistían, sino que se volvía  a encender el fuego de la discordia, con mayor riesgo de arrebatarlo todo”. Antes de morir, escribió en sus “Memorias”: “La voz de insurrección no significaba independencia, libertad justa, ni era el objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir sus posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta las de la religión: las partes beligerantes se hicieron la guerra a muerte: el desorden precedía a las operaciones de americanos y europeos; pero es preciso confesar que los primeros fueron culpables, no sólo por los males que causaron, sino porque dieron margen a los segundos, para que practicaran las mismas atrocidades que veían en sus enemigos”.



Y por si fuera poco, en su Manifiesto de Liorna estampó: “El Congreso Mexicano trató de erigir estatuas a los jefes de la Insurrección y de hacer honores fúnebres a sus cenizas. A estos mismos jefes yo los había perseguido y volvería a perseguirlos si retrogradásemos a aquellos tiempos, para que pueda decirse quién tiene razón, si el Congreso o yo. Es necesario no olvidar que la insurrección no significaba Independencia, Libertad y Justicia, ni era su objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta las de la religión. ¿Si tales hombres merecen estatuas, qué se reserva para los que no se separaron de la senda de la virtud?”, se pregunta Iturbide. Y el 19 de julio de 1824 encontró la respuesta, quien se colocó asimismo primero y por encima de su partido y de su patria. No tendrá nunca un lugar junto a sus libertadores. Jamás lo mereció.



(Tomado de: Florencio Zamarripa M. – Anecdotario de la Insurgencia. Editorial Futuro, México, D.F., 1960)

jueves, 24 de mayo de 2018

Pedro María Anaya

Pedro María Anaya


Nace en Huichapan, Hidalgo, en 1795; muere en la ciudad de México en 1854. Nacido en el seno de una familia criolla de recursos, inició a los 16 años su carrera militar en el ejército realista, sentando plaza de cadete en el regimiento de Tres Villas. Ya siendo capitán, se adhirió al bando insurgente en junio de 1821, después de que Iturbide había proclamado el Plan de Iguala. En 1822 formó parte del ejército, comandado por Vicente Filisola, que fue a Guatemala para supervisar el plebiscito en que se resolvería la anexión de Centroamérica a México. Ascendió a general en 1833 y fue ministro de Guerra durante la presidencia de José Joaquín de Herrera (de agosto a diciembre de 1845). Fue electo diputado y presidente del Congreso y ocupó dos veces en forma interina la Presidencia de la República (del 2 de abril al 30 de mayo de 1847 y del 8 de noviembre de 1847 al 8 de enero de 1848). Junto al general Manuel E. Rincón, dirigió la defensa del puente y del convento de Churubusco durante la invasión norteamericana y cayó prisionero en dicha acción (20 de agosto de 1847). En esa oportunidad pronunció la frase que se hizo histórica, al ser requerido por el general norteamericano Twiggs para que entregara las municiones: "Si hubiera parque, no estarían ustedes aquí". Fue libertado al firmarse el armisticio entre Santa Anna y Scott. En el gobierno de Mariano Arista fue nuevamente ministro de Guerra y Marina (22 de septiembre de 1852 a 5 de enero de 1853) y murió un año más tarde, siendo director general de correos. Hay un importante monumento a su memoria en el jardín frontero al es convento de Churubusco, en la ciudad de México, sobre la calle que lleva su nombre.


(Tomado de: Enciclopedia de México)

miércoles, 18 de abril de 2018

Valentín Gómez Farías


Valentín Gómez Farías



Vio la primera luz en la década en que vinieron al mundo la mayor parte de los ilustres varones de la Independencia. Estudió en la Universidad de Guadalajara, su ciudad natal, y a hurtadillas aprendió francés que era entonces lengua prohibida, porque hablaba del enciclopedismo precursor y del racionalismo resultante de la revolución que modeló a los pueblos y a los hombres para vivir los tiempos nuevos.



Graduado médico, ejerció su profesión en Aguascalientes, donde llegó a adquirir una valiosa biblioteca y una posición económica preeminente. Sin embargo, al llamado de la Lucha por la  Independencia y "próxima ésta a lograrse, comprometió todo por ella, armando y organizando a sus expensas un batallón en cuyo sostenimiento gastó la fortuna obtenida en el ejercicio personal".




Así entró al escenario de las contiendas políticas y sociales. En 1824 en el congreso constituyente que elaboró la constitución federal inspirada en los derechos del hombre y en los tratadistas norteamericanos, Gómez Farías luchó como diputado por el federalismo, al lado de Miguel Ramos Arizpe. Ocupó en el gobierno de Zacatecas los puestos de secretario general y de vicegobernador, en los cuales desplegó intensa actividad en defensa del federalismo que era, en la época, la doctrina política más eficaz para luchar en contra del monopolio centralizador y del poder económico y político de la Iglesia.




México padecía entonces las consecuencias de una revolución inacabada, pues ni el Plan de Iguala que consumara la Independencia, ni la constitución de 1824 que estableciera la República, habían logrado destruir la teocracia y el absolutismo de los Borbones y el clero continuaba como regente de la economía de la nación.




La lucha entre partidos y la política reglas transacciones llevó a Gómez Farías, en 1833, a ocupar la vicepresidencia de la república al lado de Santa Anna como presidente. Juró como tal en la cátedral de México y, en breve y sencillo discurso dijo: "Lo que necesita el pueblo es mejorar de suerte. Todo está por hacer. Faltan leyes de hacienda y de enseñanza primaria; falta educar buenos ciudadanos, conocedores de sus deberes y aptos para cumplirlos... Falta justicia, códigos nuevos que resuelvan el enmarañamiento de leyes coloniales. Colonización de vastos desiertos, para asegurar la integridad del país..."




Como si le faltara tiempo, inició de inmediato la tarea: en diez meses, comprendidos dentro del periodo 1833-1834 durante el cual se hizo cargo de la presidencia por ausencia de Santa Anna, con un puñado de legisladores conscientemente liberales entre los que destacaba José María Luis Mora realizó el milagro de "torcer tres siglos de historia" y trazar los derroteros que siguió, desde entonces, la que más tarde habría de ser la generación liberal de 1857.




Gómez Farías aceptó -dice el doctor Mora- el peso enorme que se le echaba sobre los hombros, y la empresa gloriosa de formar una nación libre y rica con los elementos de servidumbre y de miseria que se pusieron en sus manos en 1833. Sin embargo -agrega-, ésta ha sido la primera vez que en la República se trató seriamente de arrancar de raíz el origen de sus males, de curar con empeño sus heridas, y de sentar las bases de la prosperidad pública de unido sólido y duradero.




Pero el fanatismo secular y la tradición colonial simbolizada por Santa Anna, se echó en contra de la administración de Gómez Farías con todo su poder de siglos y éste, "en medio de una rebelión que se introdujo hasta el recinto del Palacio, abandonado de todo el mundo, rodeado de sublevados y conspiradores hasta en el mismo despacho; sin soldados, sin dinero y si prestigio, sacó la Constitución a puerto de salvamento".




Gómez Farías vivió intensamente todos los acontecimientos de su época: entró a las funciones públicas cuando la constitución española se restablecía en México; intervino después en las luchas por la Independencia, en torno al imperio y en las de la Federación.


En 1847, nuevamente al lado de Santa Anna, volvió a gobernar internamente a México, al que defendió contra la invasión norteamericana, contra la Iglesia y contra los conservadores al mismo tiempo. Y entre destierros y excomuniones, diatribas y persecuciones, asistió después, a los 76 años de edad, al juramento de la constitución política de 1857. 17 días después, Valentín Gómez Farías dejó de existir en su casa pueblerina de la Plaza de San Juan, en Mixcoac, D.F. Entonces el clero, que había vuelto al control del gobierno en virtud del pronunciamiento militar de Zuloaga, del golpe de estado de Comonfort y el anunciamiento de la constitución por el partido conservador, negó sepultura al cadáver de Gómez Farías en tierra por él bendita, pues los cementerios habían vuelto al dominio de la Iglesia. Y el hombre que cristianamente combatió a los poderosos y soberbios de la tierra -dice Humberto Tejera- fue inhumado por su hija Ignacia en el huerto de su casa.



Francisco Bulnes, el más virulento adversario de los hombres de la Reforma, reconoció reverente la gigantesca personalidad de Gómez Farías: "No era un estadista; no sabía mentir, ni disimular, ni encogerse, ni ocultarse, ni ceder, ni aflojar. Era el tipo correcto del reformador. Con la vista constantemente fija en el porvenir, con el corazón oscilando tranquilamente entre la apoteosis y el cadalso, con las esperanzas siempre encrespadas por la agitación sideral de su espíritu; sabía o entendía que su misión era el sacrificio, su hogar el holocausto, su fin cualquier tragedia y su gloria la de todos los revolucionarios: el odio de los contemporáneos y la ingratitud de los postreros sí son analfabetas".


(Tomado de: Mejía Zúñiga, Raúl - Benito Juárez y su generación. Colección SepSetentas, núm. 30. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1972)

sábado, 14 de abril de 2018

Pedro Ampudia

Pedro Ampudia



Nació en La Habana, Cuba, en 1803; muerto en la Ciudad de México en 1868. Llegó a Veracruz el 1° de agosto de 1821, formando parte del séquito del general Juan O’Donojú, último virrey de la Nueva España. Se adhirió al Plan de Iguala y combatió contra los españoles que continuaron resistiendo en San Juan de Ulúa. Tomó parte en la defensa contra la invasión de Barradas en 1829 y en las campañas de Texas de 1840-1842 y 1847.


Luchó contra el movimiento separatista de Yucatán. Como general en jefe y gobernador de Nuevo León, estuvo en la batalla de La Angostura. Volvió a ser gobernador de Nuevo León en 1854 y durante la Guerra de Tres Años peleó del lado liberal. Después sirvió a Maximiliano. Sus restos están en el Panteón de San Fernando.

(Tomado de: Enciclopedia de México)

miércoles, 28 de marzo de 2018

Juan Nepomuceno Almonte



Hijo natural de José María Morelos y Pavón y Brígida Almonte. No hay certeza acerca del lugar de su nacimiento, que según unos fue en Parácuaro y según otros, Nocupétaro o Carácuaro, poblaciones todas de la antigua provincia de Valladolid, hoy Michoacán.

Tampoco se conoce con seguridad el año, pero los historiadores lo fijan entre 1802 y 1804. El dato más preciso es la declaración que hizo Morelos ante el Tribunal de la Inquisición, en noviembre de 1815, de que su hijo tenía entonces 13 años. Murió en París en 1869. Siendo un niño acompañó a su padre en muchas acciones militares, entre ellas el sitio de Cuautla y el ataque a Valladolid, en el que resultó herido en un brazo. En 1815 fue enviado a estudiar en Estados Unidos, donde permaneció hasta la proclamación del Plan de Iguala. Cuando Iturbide fue coronado Emperador, regresó a Estados Unidos; volvió a México al instaurarse la República y se le confirió el grado de teniente coronel. formó parte de misiones diplomáticas en Sudamérica e Inglaterra. Fue primero aliado de Vicente Guerrero y a partir de 1836 acompañó a Santa Anna en la campaña de Texas, cayendo prisionero en la batalla de San Jacinto. Al recuperar su libertad, regresó en 1837 en el mismo barco que Santa Anna. En 1839 ascendió a General Brigadier y ocupó durante dos años la Secretaría de Guerra y Marina, bajo la presidencia de Bustamante. De 1841 a 1845 fue ministro ante el gobierno de Estados Unidos, cargo en el que luchó para evitar la intervención norteamericana en Texas. Volvió a ocupar la Secretaría de Guerra y Marina en 1846 y participó en la guerra contra los Estados Unidos.



Liberal y republicano al principio de su vida política, en 1850 se afilió al partido conservador, después de haber impugnado la ley de expropiación de los bienes de la Iglesia. No obstante, Comonfort lo nombró representante de México ante la Gran Bretaña y luego ante las cortes de Austria y España. Ya en plena Guerra de Reforma y como representante de Félix Zuloaga, a quien los conservadores reconocían como presidente, firmó en París el Tratado Mon-Almonte, lo que le valió ser declarado traidor a la patria por el presidente Juárez. Al triunfar los liberales, Almonte abandonó el país y estando en Europa se concertó con Gutiérrez Estrada y otros conservadores para establecer una monarquía en México. Fue uno de los conspiradores de la expedición tripartita e intervino en el ofrecimiento de la corona a Maximiliano. 


Aprovechando la situación creada por la Intervención Francesa, regresó al país en marzo de 1862 y se proclamó en Orizaba presidente interino, título que los jefes expedicionarios franceses en realidad nunca reconocieron. Al servicio del ejército invasor, con el cargo puramente nominal de general en jefe, tomó parte en la batalla del 5 de mayo en Puebla, y al ser ocupada la capital formó parte de la Regencia, junto con el general Salas y el obispo Ormaechea. Maximiliano lo designó su lugarteniente y luego, mariscal del Imperio. En 1866 fue enviado para pedirle a Napoleón III que no retirase las tropas francesas de México. Permaneció en París hasta su muerte. En medio de su agitada vida política y militar, encontró tiempo para pertenecer a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y a varias sociedades científicas del extranjero, así como para escribir Noticia Estadística sobre Tejas (1835) y Guía de Forasteros y Repertorio de Conocimientos Útiles (1857).


(Tomado de: Enciclopedia de México, tomo I)