miércoles, 18 de abril de 2018

Valentín Gómez Farías


Valentín Gómez Farías



Vio la primera luz en la década en que vinieron al mundo la mayor parte de los ilustres varones de la Independencia. Estudió en la Universidad de Guadalajara, su ciudad natal, y a hurtadillas aprendió francés que era entonces lengua prohibida, porque hablaba del enciclopedismo precursor y del racionalismo resultante de la revolución que modeló a los pueblos y a los hombres para vivir los tiempos nuevos.



Graduado médico, ejerció su profesión en Aguascalientes, donde llegó a adquirir una valiosa biblioteca y una posición económica preeminente. Sin embargo, al llamado de la Lucha por la  Independencia y "próxima ésta a lograrse, comprometió todo por ella, armando y organizando a sus expensas un batallón en cuyo sostenimiento gastó la fortuna obtenida en el ejercicio personal".




Así entró al escenario de las contiendas políticas y sociales. En 1824 en el congreso constituyente que elaboró la constitución federal inspirada en los derechos del hombre y en los tratadistas norteamericanos, Gómez Farías luchó como diputado por el federalismo, al lado de Miguel Ramos Arizpe. Ocupó en el gobierno de Zacatecas los puestos de secretario general y de vicegobernador, en los cuales desplegó intensa actividad en defensa del federalismo que era, en la época, la doctrina política más eficaz para luchar en contra del monopolio centralizador y del poder económico y político de la Iglesia.




México padecía entonces las consecuencias de una revolución inacabada, pues ni el Plan de Iguala que consumara la Independencia, ni la constitución de 1824 que estableciera la República, habían logrado destruir la teocracia y el absolutismo de los Borbones y el clero continuaba como regente de la economía de la nación.




La lucha entre partidos y la política reglas transacciones llevó a Gómez Farías, en 1833, a ocupar la vicepresidencia de la república al lado de Santa Anna como presidente. Juró como tal en la cátedral de México y, en breve y sencillo discurso dijo: "Lo que necesita el pueblo es mejorar de suerte. Todo está por hacer. Faltan leyes de hacienda y de enseñanza primaria; falta educar buenos ciudadanos, conocedores de sus deberes y aptos para cumplirlos... Falta justicia, códigos nuevos que resuelvan el enmarañamiento de leyes coloniales. Colonización de vastos desiertos, para asegurar la integridad del país..."




Como si le faltara tiempo, inició de inmediato la tarea: en diez meses, comprendidos dentro del periodo 1833-1834 durante el cual se hizo cargo de la presidencia por ausencia de Santa Anna, con un puñado de legisladores conscientemente liberales entre los que destacaba José María Luis Mora realizó el milagro de "torcer tres siglos de historia" y trazar los derroteros que siguió, desde entonces, la que más tarde habría de ser la generación liberal de 1857.




Gómez Farías aceptó -dice el doctor Mora- el peso enorme que se le echaba sobre los hombros, y la empresa gloriosa de formar una nación libre y rica con los elementos de servidumbre y de miseria que se pusieron en sus manos en 1833. Sin embargo -agrega-, ésta ha sido la primera vez que en la República se trató seriamente de arrancar de raíz el origen de sus males, de curar con empeño sus heridas, y de sentar las bases de la prosperidad pública de unido sólido y duradero.




Pero el fanatismo secular y la tradición colonial simbolizada por Santa Anna, se echó en contra de la administración de Gómez Farías con todo su poder de siglos y éste, "en medio de una rebelión que se introdujo hasta el recinto del Palacio, abandonado de todo el mundo, rodeado de sublevados y conspiradores hasta en el mismo despacho; sin soldados, sin dinero y si prestigio, sacó la Constitución a puerto de salvamento".




Gómez Farías vivió intensamente todos los acontecimientos de su época: entró a las funciones públicas cuando la constitución española se restablecía en México; intervino después en las luchas por la Independencia, en torno al imperio y en las de la Federación.


En 1847, nuevamente al lado de Santa Anna, volvió a gobernar internamente a México, al que defendió contra la invasión norteamericana, contra la Iglesia y contra los conservadores al mismo tiempo. Y entre destierros y excomuniones, diatribas y persecuciones, asistió después, a los 76 años de edad, al juramento de la constitución política de 1857. 17 días después, Valentín Gómez Farías dejó de existir en su casa pueblerina de la Plaza de San Juan, en Mixcoac, D.F. Entonces el clero, que había vuelto al control del gobierno en virtud del pronunciamiento militar de Zuloaga, del golpe de estado de Comonfort y el anunciamiento de la constitución por el partido conservador, negó sepultura al cadáver de Gómez Farías en tierra por él bendita, pues los cementerios habían vuelto al dominio de la Iglesia. Y el hombre que cristianamente combatió a los poderosos y soberbios de la tierra -dice Humberto Tejera- fue inhumado por su hija Ignacia en el huerto de su casa.



Francisco Bulnes, el más virulento adversario de los hombres de la Reforma, reconoció reverente la gigantesca personalidad de Gómez Farías: "No era un estadista; no sabía mentir, ni disimular, ni encogerse, ni ocultarse, ni ceder, ni aflojar. Era el tipo correcto del reformador. Con la vista constantemente fija en el porvenir, con el corazón oscilando tranquilamente entre la apoteosis y el cadalso, con las esperanzas siempre encrespadas por la agitación sideral de su espíritu; sabía o entendía que su misión era el sacrificio, su hogar el holocausto, su fin cualquier tragedia y su gloria la de todos los revolucionarios: el odio de los contemporáneos y la ingratitud de los postreros sí son analfabetas".


(Tomado de: Mejía Zúñiga, Raúl - Benito Juárez y su generación. Colección SepSetentas, núm. 30. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1972)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario