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sábado, 19 de abril de 2025

Texas, Nuevo México, California… I



Texas, Nuevo México, California…


I


Determinó la esclavitud la desmembración de México? ¿Hubiera ocurrido sin ella? 


La carta de Benjamín Franklin a su hijo William, fechada en Londres el 28 de agosto de 1767, refiriéndole sus entrevistas con lord Shelburne, sobre el proyecto de colonización del Valle del Misisipí, "...en la bahía de México, para ser usado contra Cuba o el mismo México...", descubre que la anexión de la isla y la de México, o, por lo menos, de una parte de éste, está ya en la mente de las clases dirigentes de las trece colonias. 

Ya la memoria secreta del Conde de Aranda a Carlos III, en el temprano 1783, prevenía: "Esta república federal ha nacido pigmea... Vendrá un día en que será un gigante, un coloso temible en esas comarcas... El primer paso será apoderarse de las Floridas para dominar el Golfo de México. Después de habernos hecho dificultoso el comercio con la Nueva España, aspirará a la conquista de este vasto imperio que no nos será posible defender contra una potencia formidable establecida en el mismo continente y, a más de eso limítrofe... ¿Cómo podemos nosotros esperar que los americanos respeten el reino de la Nueva España cuando tengan facilidad de apoderarse de este rico y hermoso país?”.

En abril de 1802, Jefferson instruía a Livingston, primer ministro en París: "En el globo existe un solo sitio cuyo propietario es nuestro enemigo natural: es Nueva Orleans, por donde deben pasar al mercado tres octavos de lo que produce nuestro territorio. Francia, al colocarse en tal puerta, asume respecto a nosotros una actitud de desafío. España podía haberlo conservado, tranquilamente, por años; su estado es tan débil que difícilmente sentiríamos su posesión de ese lugar, y no pasaría mucho tiempo sin que surgiera algunas circunstancia que resultaría en la sesión, por lo que valía la pena esperarnos." Y Livingston contestaba a Jefferson: "Como parte del territorio de España, Luisiana no tiene frontera precisa, por lo que es fácil prever el destino de México.”

Es muy conocida la advertencia del embajador español en Washington, Luis de Onís, al virrey de México, Francisco Xavier Venegas, en nota reservada, fechada en Filadelfia, el 10 de Abril de 1812: "Cada día se van desarrollando más y más las ideas ambiciosas de esta república, y confirmándose sus miras hostiles contra España. V. E. se haya enterado ya por mi correspondencia que este gobierno se ha propuesto nada menos que fijar sus límites en la embocadura del río Norte o Bravo [o río Grande], siguiendo su curso hasta el grado 31, y desde allí, tirando una línea recta hasta el mar Pacífico, tomándose por consiguiente las provincias de Texas, Nueva Santander, Coahuila, Nuevo México y parte de la provincia de Nueva Vizcaya y la Sonora. Parecerá un delirio ese proyecto a toda persona sensata; pero no es menos seguro que el proyecto existe, y que se ha levantado un plano expresamente de estas provincias por orden del Gobierno, incluyendo también en dichos límites la isla de Cuba, como una pertenencia natural de la república.”

El mismo año 1812, el insurgente mexicano Bernardo Gutiérrez de Lara acude a Monroe, entonces secretario de Estado, en pos de ayuda para la independencia de su país. Monroe se la ofrece, pero exige la seguridad de que el nuevo Estado adopte la forma federal y se incorpore a Estados Unidos. 

Todo este periodo, desde fines del siglo XVIII y durante toda la lucha independentista de México, está lleno de historias de expediciones contra el territorio mexicano, organizadas en territorio norteamericano, patrocinadas, o, por lo menos, permitidas por las autoridades norteamericanas. 

En 1818, a propósito de la sesión de la Florida por España a Estados Unidos, surgió la discusión de los límites entre Estados Unidos y Nueva España. Entonces John  Quincy Adams sostuvo al mismo Luis de Onís: "Que el Misisipí en todo su curso hasta el Océano fue descubierto por súbditos franceses, desde el Canadá, en 1663; que La Salle, francés, comisionado y facultado por Luis XIV, descubrió la Bahía de San Bernardo y formó allí una colonia en el año 1665, al Oeste del Río Colorado, y que siempre se había entendido, como por derecho debía entenderse, que aquella posesión en la Bahía de San Bernardo, en conexión con la del Misisipí, se extendía hasta el Río Bravo…”.

En 1820, el puritano Moisés Austin, de Luisiana, obtiene del gobernador español de Texas permiso para introducir 300 familias norteamericanas. Cada colono recibirá 640 acres, más 320 para la esposa, 100 para cada hijo y 50 para cada esclavo. Los colonos profesarán la fe católica, jurarán fidelidad al rey y se obligarán a defender el territorio contra los indios y los filibusteros. En 1823 el gobierno independiente ratificó la concesión de Austin. "La ayuda que Poinsett prestó a Austin debió ser muy fuerte, pues consiguió que los hombres de Estado de México pusieran su atención en el proyecto y que decidieran en un asunto que les repelía…”  Poinsett había llegado a fines de octubre de 1822, con "carácter particular", pero a bordo de un buque de guerra de los Estados Unidos. Aunque solo se trataba de una visita muy breve, apenas duró catorce días, Poinsett llevó tan lejos su influencia como que obtuvo la libertad de 23 norteamericanos que conspiraban para la segregación de Texas. Eran los primeros... Nuevas concesiones atrajeron mayor número de colonos. En 1827 llegaron a 10,000. En 1820, a 20,000. Hacia 1826 ya se alzan contra México. Y nuevamente es Poinsett quien media a su favor. 

Y el sondeo "informal" de Poinsett en las conferencias del 7 y 8 de noviembre de 1822, descritas por Francisco de Paula Azcárate, comisionado de Iturbide: "Encontré que el señor Poinsett sobre una mesa tenía extendido el mapa de América de Melish y que con vista de él se empeñó en persuadirme que la línea tirada desde la embocadura del río Sabina... no era el lindero mejor para perpetuar la división del territorio de la nación mexicana y el de los Estados Unidos... y aunque era cierto que la línea referida estaba convenida por el Tratado de Onís, enviado de la España, supuesta nuestra gloriosa independencia, se podría variar de mutuo acuerdo eligiendo tierras que con viveza me señalaba en el mismo mapa, sin mentar siquiera su nombre, y así recorrió de mar a mar. Percibí que la idea era absorberse toda la provincia de Texas, y parte del reino de León para hacerse de puertos, embocaduras de ríos y barras en el Seno Mexicano; tomarse la mayor parte de la Provincia de Coahuila, la Sonora y California baja, toda la Alta y el Nuevo México, logrando así hacerse de minerales ricos, de tierras feracísimas y de puertos excelentes en el mar del Sur. 

"...al día siguiente, antes de entrar en materia, le presenté mi credencial y le exigí la suya. Sin leer la mía, me repuso no venir con carácter público alguno, sino sólo como un viajero que manifestaba francamente sus opiniones…

"...alargamos la discusión y entonces pude percibir que sus objetos eran 5: 1° apoderarse de todas las tierras feracísimas y ricas de minerales que he referido; 2° tener puertos en una y otra mar para hacer exclusivamente el comercio interior de las provincias mediterráneas de nuestro territorio por el Río grande del Norte cuya navegación facilitaríase con botes de vapor; 3° hacerse exclusivamente del comercio de la peletería de castor, oso, racón, marta, sibolos, grasas y otros renglones...; 4° apropiarse exclusivamente la pesquería de la perla que se hace en las costas interiores y exteriores de ambas Californias, la de la nutria, la del vayenato, la de la cachalaza, la de la sardina y la de la concha...; 5° apropiarse también el comercio de cabotaje…”.

Poinsett fue acreditado como ministro más tarde, en 1825. Las instrucciones de Clay -marzo 26- le ordenaban negociar nuevos límites, "más lógicos y ventajosos..." Entonces Poinsett dedicó sus mejores energías a trabajar por la frontera que había propuesto en 1822. Para favorecer su plan, organiza las logias yorquinas, a través de las cuales crea el "partido americano", fuerza primigenia de la antipatria. Tras bastidores, Poinsett intriga, divide, enreda, azuza, maneja el entreguismo criollo, prepara la mutilación territorial. Hasta que la animosidad popular impone su retiro, a fines de 1829. "Su primer paso había sido formar una institución egoísta que se extendió que se extendió por toda la comunidad, que admitió en su seno a toda clase de gente, sin discriminación alguna, y que acabó siendo la directora de los destinos de la nación... Esta sociedad toma posesión del gobierno, arruina las finanzas, desorganiza el ejército, destruye la confianza pública, y quita de lugares de responsabilidad a todos aquellos cuyo patriotismo hubiera sido una garantía de buena administración..." - Anthony Butler, sucesor de Poinsett, a Van Buren, , secretario de Estado. México, 21 de mayo de 1830. 


Pero sería injusto desdeñar el arsenal de los antagonistas. Que, además, resulta altamente ilustrativo. 

"Nada es más fluctuante que el valor de los esclavos; una de las últimas leyes de Luisiana lo redujo en veinticinco por ciento a las veinticuatro horas de conocerse el proyecto. Si nos tocara la suerte -y confío que así sucederá- de adquirir Texas, el precio de los esclavos aumentaría." Es el razonamiento de Upshur, en la Convención de Virginia, en 1829. Fue más tarde Upshur fue más tarde secretario de Estado en el gobierno de Taylor, en las vísperas de la invasión y la guerra. 

Doddrigde, otro convencional, agrega: "La adquisición de Texas elevaría considerablemente el valor de los esclavos."

Pronto el debate llega al senado. He aquí Cómo opina Calhoun en mayo de 1836, ya segregada Texas: "Existen poderosas razones para que Texas forme parte de la Unión. Los Estados del sur, poblados por esclavos, están profundamente interesados en prevenir que la nación disponga de un poder que los moleste; y los intereses marítimos y manufactureros del Norte están igualmente interesados en hacer a Texas parte de la Unión." Calhoun sería después secretario de Estado de Taylor. 

En agosto de 1843, el secretario de Estado Upshur escribe el encargado de negocios de los Estados Unidos en Texas, W. S. Murphy: "El establecimiento en el centro mismo de nuestros estados esclavistas  de un país independiente, cuyo gobierno prohibiera la existencia de la esclavitud, sin embargo de estar ese país habitado por personas que en su gran mayoría nacieron entre nosotros, educada según nuestras costumbres y vulgarizadoras de nuestro idioma, no dejaría de producir los más desventurados efectos en los dos partidos. Si Texas estuviera en tal condición, su territorio proporcionaría un fácil refugio a los esclavos fugitivos de Luisiana y Arkansas y sería un apoyo para ellos, un estímulo para que se fugaran, lo que posiblemente no podría contrarrestarse por los reglamentos municipales ni por los de esos Estados."

El 18 de enero de 1844 Murphy dice a Upshur: "Si Texas no se agregara a los Estados Unidos, no podría mantener esa institución diez años y, probablemente, ni la mitad de ese tiempo."

El 24 de septiembre insistía: "La Constitución de Texas asegura al amo el derecho perpetuo sobre el esclavo y prohíbe la introducción a Texas de esclavos procedentes de otras partes, salvo de los Estados Unidos... Si los Estados Unidos conservan y aseguran a Texas la posesión de su Constitución y la presente forma de gobierno, habremos ganado todo lo que podemos desear y también todo lo que Texas pide y anhela…""

Y el 23 de mayo de 1844, suscrita ya la anexión, Green, encargado de negocios de Estados Unidos en México, dice a Bocanegra, ministro de Relaciones Exteriores de México: "El suscrito ha recibido, también, instrucciones para notificar al Gobierno mexicano que este paso fue impuesto a los Estados Unidos, para su defensa propia, como consecuencia de la política adoptada por la Gran Bretaña respecto a la abolición de la esclavitud en Texas. Era imposible para los Estados Unidos presenciar con indiferencia los esfuerzos de la Gran Bretaña para abolir la esclavitud en ese territorio. No podía dejar de ver que la Gran Bretaña poseía los medios, en vista de la efectiva condición de Texas, para cumplir los objetivos de su política, salvo que fueran evitados por eficientes medidas, ya que, de consumarse, conducirían a un estado de cosas peligroso, en exceso, para los Estados adyacentes y para la Unión misma."


Otros testimonios concilian los puntos de vista: "La anexión ha sido una medida política largo tiempo acariciada y creída indispensable (por los Estados Unidos) para su salvaguardia y bienestar y, en tal virtud, ha sido un objeto constantemente perseguido por todos los partidos, y su adquisición fue asunto de negociaciones de todos los gobiernos durante los últimos veinte años... El azar de un asunto de política sobre asuntos importantes entre los Estados Unidos y una de las principales potencias de Europa desde el reconocimiento de Texas, ha vuelto la adquisición más esencial, todavía, para la salvaguardia y seguridad de los Estados Unidos, y, en consecuencia, ha aumentado proporcionalmente la necesidad de la adquisición." Quien así se expresa es nada menos que el ministro de los Estados Unidos en México, Shanon, en nota dirigida al ministro de Relaciones Exteriores de México, Rejón, el 14 de octubre de 1844.


Pero la desmembración de México se hubiera producido igual con o sin la esclavitud. La tendencia expansionista es una de las constantes de la historia norteamericana. La esclavitud es un fenómeno superviniente y coadyuvante. Ya antes, Estados Unidos había adquirido la Luisiana y las Floridas. Y después del desgarramiento de México, Estados Unidos toma las Filipinas, Puerto Rico, Panamá. Para no entrar en el orden de la expansión económico-política. Admitir que la esclavitud determinó las desmembración de México equivale a olvidar toda la historia de los Estados Unidos, velar su carácter expansionista, cerrar los ojos a la perspectiva histórica. 

Fundamentalmente, equivale a olvidar la naturaleza de la formación histórica que Estados Unidos representa.


(Tomado de: Medina Castro, Manuel. El Gran despojo. Texas, Nuevo México y California. Editorial Diógenes, S. A. México, Distrito Federal, septiembre de 1971)


viernes, 11 de diciembre de 2020

¿Cómo era el comercio de la Nueva España?


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¿Cómo funcionaba el comercio en México antes de la Independencia?

Desde los primeros descubrimientos de Cristóbal Colón se creó un sistema de impuesto y control económico que se iba a desarrollar y por consecuencia a complicar. Los impuestos más antiguos eran el tributo que se les cobraba a los indígenas y el quinto real (el cual se redujo más tarde al décimo que se aplicó a todos los metales preciosos). A éste más tarde se le agregó un fuerte cargo por derechos de importación y de exportación tanto para España como para las colonias, una alcábala de 6% sobre el total de las ventas. Con la finalidad de reducir al máximo posible la vida económica de las colonias, estaba prohibido el comercio con los países extranjeros. Bajo la perspectiva de los consejeros económicos de la Nueva España, México existía con la finalidad de proporcionar riquezas a la madre patria. Esa mentalidad respondía a las teorías económicas en boga en esa época: el mercantilismo. Si una colonia no hacía al país más fuerte y autosuficiente, entonces se consideraba más un lastre que una ventaja. Las políticas españolas para con la Nueva España fueron extremadamente proteccionistas, lo cual se traduce en una rígida cadena de limitaciones impuestas bajo orden de la Corona. El crecimiento natural de la industria y del comercio se truncó, pues a los comerciantes en España se les protegió de la competencia en la colonia. Las Indias españolas tenían la única función de proveer la materia prima, la cual se transformaría en bienes hechos en España, para después venderlos a los colonos. La Corona propuso a los campesinos y a los trabajadores en general que emigraran a América. Esto no ocurrió: como consecuencia, las labores físicas eran para la clase de color, a la cual se le consideró como el verdadero tesoro de la Colonia. Los esclavos eran propiedad de sus amos, quienes podían comprarlos y venderlos. Trabajaban hasta los límites de lo exhaustivo.

La industria también estaba vigilada para impedir la competencia con los productos españoles. Las mercancías de lujo venían de España y poca gente podía comprarlas. En México, las cosas para el uso diario se fabricaban en los talleres de la ciudad, por ejemplo, la manta. Estos talleres, llamados obrajes, sumaban en total 25 y estaban dispersos a lo largo de la ciudad. Los trabajadores eran en su mayoría indígenas. Las condiciones laborales de la época eran punibles, pues los artesanos realizaban su trabajo encerrados en cuartos y aspirando la pelusa que despedían las telas; la mayor parte de ellos moría de enfermedades respiratorias. El único día de descanso era el domingo, durante el cual solían ir a visitar a su familia.

Además de los obrajes existían los sastres, los herreros, los zapateros, los cereros y los orfebres, quienes se agrupaban en gremios. Una persona de color podía conseguir trabajo en un taller pero sólo una persona blanca podía ascender al grado de maestro. La situación laboral dentro de los gremios era en parte un poco menos dramática, pues había el sentimiento de pertenecer a una comunidad en la que los miembros se protegían entre sí en caso de enfermedad o de alguna necesidad económica.

Toda la producción de la Nueva España dependía de la agencia que controlaba el comercio: la Casa de Contratación en Sevilla. Su función era, ante todo, beneficiar a la economía española. El control burocrático era letárgico y requería de montones de papeles sellados y firmas de las autoridades tanto para salir como para entrar a la Nueva España. La modalidad, desde 1560, fue que las mercancías que se exportaban, en su mayoría materias primas, debían salir del puerto de Veracruz en barcos españoles con tripulación española. Debido a la piratería, los navíos salían en grupos y con escoltas para defenderse de cualquier ataque.

Además de las ganancias que la Corona obtenía por medio de la agricultura y la minería, los monopolios de azogue, pólvora, sal, pulque y tabaco le daban mayores ganancias. Existían alrededor de 60 impuestos distintos para los colonos. El más odiado era la alcabala: un impuesto sobre la venta de casi 14% en el siglo XVIII. El almojarifazgo era un impuesto de 7.5% para las importaciones y las exportaciones. Las leyes económicas de los Habsburgo no fueron del todo eficaces. El control arbitrario de la economía colonial interna fomentó la industria y el comercio. Las condiciones locales eran precarias: no existían ni caminos ni transportes, había muchos robos y las agresiones constantes de los chichimecas del norte impidieron el crecimiento de una economía fuerte. Además, el abastecimiento de los barcos españoles era muy deficiente, pues sólo venían a México una vez al año y en ocasiones no alcanzaban a llegar. Los productos eran muy caros por su escasez y su abastecimiento era irregular. Esto provocó en los colonos el alejamiento paulatino de la Nueva España, quienes cada vez se volvían más introspectivos y autosuficientes los colonos. Con la crisis que le aguardaba a España y el resentimiento cosechado durante siglos, inauguraron una nueva mentalidad, una nueva postura y el inicio de las ideas independentistas.

(Tomado de: Cecilia Pacheco - 101 preguntas sobre la independencia de México. Grijalbo Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2009)

miércoles, 12 de agosto de 2020

Fray Jacobo Daciano


Nació en Dinamarca hacia fines del siglo XIV, de sangre real, aunque es por ahora imposible fijar su parentesco con los reyes de Dinamarca, quienes lo eran por aquellos años también de Suecia y Noruega. En los tres países reinó de 1448 a 1481 Cristián de Oldemburgo y le sucedió en 1481 su hijo Juan hasta 1513. Para entonces Jacobo era ya fraile de la Orden de Menores Franciscanos y había renunciado a todos sus honores nobiliarios. Hizo magníficos estudios humanísticos y teológicos. Sabía perfectamente latín, el griego y el hebreo. Por algunos años enseñó y luego le encargaron el gobierno de la Provincia Escandinava, que los franciscanos nombraban "de Dacia" o "Dania". De ahí que el religioso no sólo no llevará título nobiliario, pero ni siquiera apellido, por lo cual se le reconoce por Jacobo de Dacia o Daciano.  (Aún acreditados historiadores confunden la Dacia de fines del Renacimiento con la provincia romana Dacia, y lo hacen nacer en los países del Bajo Danubio). También es pura imaginación la que lo hace concuño de Car!os V por haberse casado Cristián II de Dinamarca (1513-1523) con Isabel, la hermana del Habsburgo. Tendría que haber sido hijo del rey Juan, pero los cronistas nunca dicen que fuera hijo del monarca danés. Aseguran, eso sí, que era de sangre real, de la casa de Dinamarca o Dacia.
El gobierno despótico de Cristián II rompió la unión de Kalmar. Suecia se volvió a separar. Además, durante su reinado (1513-1523), ardió el Imperio alemán en las primeras luchas religiosas luteranas. El incendio se propagó rápidamente en la región oriental por la apostasía del Gran Maestro de la Orden Teutónica y la división religiosa vdel Obispado de Brandenburgo. Casi toda la población entró en una verdadera guerra religiosa que pronto pasó a la vecina Dinamarca. El príncipe Jacobo, provincial a la sazón de los franciscanos, tuvo que tomar parte muy principal en las disputas religiosas y aún escapar de un atentado contra su vida. Cuando el mismo rey huyó, también él optó por expatriarse a España. Debió de ser en 1525 o poco después cuando se presentó al Emperador Carlos V para pedirle que lo enviara de misionero a las Indias. Este aceptó y le facilitó el viaje a la Nueva España. Debió de pisar playas mexicanas entre 1525 y 1528. De lo escrito por él, Beristáin sólo halló en el convento de Tlatelolco el registro de una disputa tenida al estilo escolástico entre fray Jacobo y fray Juan de Gaona años después. Se saca de allí que la primera impresión de fray Jacobo fue poco favorable: le pareció que se procedía muy a la ligera en la fundación de la Iglesia por la falta de obispos y sacerdotes, por no permitir los frailes que los indios comulgaran, por no proceder ya, cuanto antes, a preparar jóvenes indios bien dispuestos al sacerdocio. Quizá está insatisfacción determinó a fray Jacobo a pedir pasar a Michoacán en donde aprendió el tarasco y en donde, según los cronistas franciscanos, fue el primero en dar la sagrada comunión a los indígenas tarascos. Su ejemplo evangélico era innegable por pobreza, austeridad y consagración al apostolado de los indios. Lo nombraron guardián del convento de Tzintzuntzan, que era todavía la principal población tarasca. Años después le encargaron la dirección de los Conventos incipientes de Coeneo y Zacapu, en donde siguió bautizando millares de indígenas y también organizándoles sus pueblos. A sus buenos éxitos se debió el que le confiaran en 1541 el pueblo de Tarecuato, ya casi en los confines con el actual Estado de Jalisco, que al mismo tiempo que a Michoacán, acababan de erigir los franciscanos en Custodias. Por cierto que de los rarísimos documentos que se han conservado con la firma de fray Jacobo, uno está suscrito en Guadalajara el 20 de mayo de 1555 por el custodio fray Ángel de Valencia y los cuatro definidores (o asesores), entre los cuales estaba Daciano. Se trata de una valiente y enérgica representación al emperador en la que le piden conventos para esas tierras nuevas, y el envío de misioneros y de obispos que "no sean de pompa"; denuncian, además, los abusos de los oidores, los licenciados Contreras y de la Mancha. Fray Jacobo parece haber llegado a Tarecuato ya en 1541, y desde entonces se consagró a esa comunidad de tarascos, a su convento y a su templo. Lo consideraron siempre fundador de la población y no hace mucho conservaban aún su recuerdo con extraordinario cariño. Aseguran que guardan todavía allí su báculo. Parece que murió en 1574, ya muy anciano. Es curioso que sólo se halle mención de tan extraordinario personaje en los cronístas franciscanos: Mendieta, Guzmán, Torquemada, de la Rea y Beaumont, y una breve biografía en  Espinosa. Nada en otras fuentes.


(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

miércoles, 24 de junio de 2020

Fray Bernardino de Sahagún

Fray Bernardino de Sahagún era Ribeira por su verdadero apellido, y usó en religión el nombre de su natal villa de Sahagún, en el reino de León, en la cual vio la luz hacia el último año del siglo XV.
Estudió en Salamanca. Era de gallarda apostura; su retrato, existente en el Museo Nacional, nos lo revela  como un tipo de fina belleza ascética. muy joven aún, tomó el hábito en el convento de San Francisco de la vieja ciudad universitaria. Vino a la Nueva España en 1529 con otros diecinueve frailes que trajo Fr. Antonio de Ciudad Rodrigo. Consagróse al estudio de la lengua mexicana con ardor y sapiencia. Habiendo comenzado a aprenderla durante la travesía misma, con los indios que por orden del Emperador, y tras de haber sido llevados a España por Cortés, regresaban a su patria; continuó, ya en México, el estudio de aquel idioma que hubo de poseer con absoluta perfección.
Los primeros años de su residencia los pasó en el convento de Tlalmanalco, y por ese tiempo emprendió una expedición al Popocatépetl y al Ixtaccíhuatl. Entregado a los menesteres de su orden anduvo por el valle de Puebla y por Michoacán, y fue, a lo que se conjetura, guardián del convento de Xochimilco. Pero el periodo más largo, no interrumpido y, acaso por fecundo, el mejor de su vida, lo pasó en el colegio de Sangra Cruz de Tlatelolco. A poco de fundado éste, en 1536, se encargó de dar la cátedra de latinidad a los jóvenes indios de familias principales que allí acudían, puesto en el que duró hasta 1540. Al propio colegio volvió hacia 1570 y, consagrado a la enseñanza tanto como a la administración del establecimiento y a sus trabajos históricos, permaneció hasta el fin de sus días. Falleció en el convento de San Francisco de México el 5 de febrero de 1590.
La obra de Sahagún es gigantesca y dificilísima de establecer su bibliografía. "Ocupado casi cincuenta años en escribir -expresa García Icazbalceta- no solamente trabajó muchas obras, sino que a estas mismas dio diversas formas, corrigiéndolas, ampliándolas, redactándolas de nuevo y sacando de ellas extractos o tratados sueltos que corrían como libros distintos. Ya escribía en español, ya en mexicano, ya agregaba el latín o daba dos formas al mexicano." Evangelizador, filólogo e historiador, la obra de Sahagún sigue estas tres direcciones de su actividad. En el género religioso escribió: Epístolas y evangelios de las domínicas en mexicano, Sermonario, Evangeliarum, Epistolarium et lectionarium; una Vida de San Bernardino de Sena según se escribe en las Crónicas de la Orden, traducida al mexicano; Ejercicios cuotidianos en lengua mexicana, Manual del Cristiano, Doctrina Cristiana en mexicano, Tratado de las Virtudes Teologales en mexicano, Libro de la venida de los primeros padres y las pláticas que tuvieron con los sacerdotes de los ídolos, Catecismo de la Doctrina Cristiana, Psalmodia Cristiana, y muchos tratados sueltos sobre diversas cuestiones, tales como: Pláticas para después del bautismo de los niños, Lumbre espiritual, Bordón espiritual, Regla de los casados, Impedimento del matrimonio, Doctrina para los médicos, etc., etc. En materia filológica se registran las siguientes: un Arte de la lengua mexicana, un Vocabulario triligüe: en castellano, latín y mexicano, y el llamado Calepino, que nadie vio y forma probablemente parte de la Historia.
Toda esa enorme producción es en cierto modo, incógnita. De sus libros, el único publicado en vida de Sahagún, es la Psalmodia Cristiana. De los demás, unos existen manuscritos, otros se hallan perdidos, y no faltan los que sólo se conocen por referencias de los historiadores.
Es la Historia general de las cosas de Nueva España la obra sobresaliente del franciscano. Prodigioso cuadro de las coastiumbres, creencias y artes de los antiguos mexicanos, más que una historia propiamente dicha, considérasela una enciclopedia, "tesoro inagotable de noticias" - como dice García Icazbalceta- acerca de la principal de las razas aborígenes.
Gran parte de la vida de su autor ocupó este libro. Una vez trazado el plan del mismo, Sahagún se trasladó al pueblo de Tepeapulco, en 1557, y allí, de boca de ancianos indios, a los que se agregaron cuatro estudiantes de los que él había enseñado en Tlatelolco, tomó las noticias que deseaba consignar. Con esto se constituyó el primer manuscrito de la Historia, para elaborar en él sus largos años de estudio. Habiendo venido a México para asistir al Capítulo de su Orden en 1560, reunió en Santiago de Tlatelolco a ocho o diez indios principales "muy hábiles en su lengua y en las cosas de sus antiguallas", y con ellos y cuatro o cinco colegiales trilingües se encerró en el colegio y por espacio de más de un año corrigió y adicionó lo escrito en Tepeapulco, sacándose copia de todo, "aunque de ruin letra, porque se escribió con mucha prisa". Fue éste el segundo manuscrito de la obra. Trasladóse después Sahagún a su convento de México y allí, durante tres años, pasó y repasó las escrituras, las corrigió, dividiólas en doce libros, cada libro en capítulos y algunos de éstos en párrafos. Se hizo la copia correspondiente, a la que añadieron y enmendaron muchas cosas los indios mexicanos, y éste fue el tercer manuscrito o texto. Acabáronlo los escribientes indios en 1569, y -añade García Icazbalceta- "parece ser el definitivo, y el que contenía el texto mexicano de la obra, tal a lo menos como su autor le aceptaba".
Concluida la obra, el laborioso fraile solicitó que se designara a algunos religiosos la que la examinasen. Los censores opinaron que era de mucha estimación y que debería acabarse la versión española de ella, quizá ya empezada. Opúsose alguien en el definitorio a que se siguiera gastando en amanuenses, por ser contrario al voto de pobreza de la Orden, y se mandó al autor despidiese a "los escribanos", dejándolo en libertad de escribir por sí mismo cuanto quisiera. Mas como Fr. Bernardino pasaba entonces de los setenta años, y sus manos, de tan temblorosas, no le permitían escribir, el trabajo quedó en suspenso por más de un lustro. Deseoso de darle fin, sacó Sahagún un sumario de su Historia, que envió a España en 1570 con Fr. Miguel Navarro y Fr. Jerónimo de Mendieta. En una Advertencia al lector, que figura en uno de los prólogos añadidos al sumario susodicho, se lee: "Lo de la lengua española y las escolias no está hecho, por no haber podido más por falta de ayuda y de favor: si se me diese la ayuda necesaria, en un año o poco más se acabaría todo; y cierto que, si se acabase, sería un tesoro para saber muchas cosas dignas de ser sabidas, y para con facilidad saber esta lengua con todos sus secretos, y sería cosa de mucha estima de la nueva y vieja España."
Entretanto, y si no por la imprenta, fueron conocidos de muchos religiosos los libros de la Historia, en virtud de haberlos "tomado y esparcido por toda la provincia" en el mismo año de 1570 el provincial Fr. Alonso de Escalona. ¡Milagro que no se perdieran entonces, y que tres años más tarde, al tornar a México como Comisario Fr. Miguel Navarro, y proceder a recogerlos conforme al deseo de Sahagún, volvieron todos a manos de éste en 1574! Por fin, al año siguiente o principios del 76, habiendo llegado a México el nuevo Comisario Fr. Rodrigo de Sequera, quien traía encargo del Presidente del Consejo de Indias licenciado Juan de Ovando, de remitirle copia de la obra, de la cual le había interesado mucho el Sumario, mandó al autor que acabase de traducirla, y que se escribiese de nuevo en dos columnas, una en mexicano y en castellano la otra. Fue éste el primer manuscrito en ambas lenguas y el cuarto de la Historia.
Tan azarosa como su composición misma, sería la suerte que, ya terminada, corriera. Muerto Ovando el mismo año de 1575, el Consejo de Indias dio orden para que se recogiesen y enviaran a España todos los originales y copias de la Historia. Reiteró la orden el Rey en julio de 1578. Sahagún, enternecido, pensando quizá que le pedían su libro para imprimirlo, había escrito al monarca en 26 de marzo del propio año, informándole tenía entendido que el Virrey, tanto como el Comisario de la Orden, le habían enviado ya los cuatro volúmenes de la obra; pero, "si no los envían -agregaba- suplico a V.M. humildemente sea servido de mandar que sea avisado, para que se torne a trasladar de nuevo, y no se pierda esta coyuntura, y queden en el olvido las cosas memorables de este Nuevo Mundo".
¡Pobre Sahagún! La coyuntura se perdió; el olvido duró más de de dos siglos... ¡y aun, en parte, subsiste!
Felipe II pasó la carta al Consejo, y éste ordenó secamente el 18 de septiembre: "Dése cédula para que el Virrey tome lo que allá queda, traslados y originales, y lo envía todo, sin que allá quede ningún traslado."
¿Qué fue lo que motivó tan radical, violenta y absurda decisión?¿Qué sucedió con los manuscritos de Sahagún? ¿Qué se hicieron las sucesivas y diferentes versiones de la obra? La copia enviada por el Virrey en 1578, llegó a su destino; pero ¿qué pasó con ella? También parece evidente -según García Icazbalceta- que la copia en castellano y mexicano sacada por orden del P. Sequera en 1575-77, se la llevó éste mismo. Mas como Ovando, que se la encargó, había ya muerto, y por tanto no era posible que se la entregase, ¿qué ocurrió con este manuscrito?
He aquí varios enigmas de nuestra historia literaria que no han llegado todavía a aclararse.
Dos siglos permaneció ignorada la obra de Sahagún. En 1779, habiendo sido nombrado historiógrafo de las Indias D. Juan Bautista Muñoz, con la comisión de escribir la "Historia general de América", se dio a investigar su paradero, y supo después que existía un ejemplar de ella en el convento de franciscanos de Tolosa, en la provincia de Cantabria. Provisto de una real orden se presentó allí en abril de 1753 y recogió el códice: era éste un tomo en folio que contenía únicamente el texto castellano de los doce libros. No corresponde a ninguno de los manuscritos mencionados por Sahagún, ni tiene su firma; y, en opinión de García Icazbalceta, "el original de que se copió esta parte castellana bien pudo ser el manuscrito del P. Sequera, que según toda probabilidad es el mismo que hoy está en la Biblioteca Laurenziana de Florencia".
De esa copia de Tolosa proceden las tres únicas ediciones hasta ayer hechas de la Historia de Sahagún: la de D. Carlos María de Bustamante, publicada en México en 1829-30; la que lord Kingsborough incluyó en su colección ya citada, y la de D. Ireneo Paz (1890-95), que reproduce la de Bustamante. Ambas son defectuosas. Bustamante cometió el error de publicar por separado y primeramente el libro XII en 1829,en un volumen en 4°, y los once restantes después, reunidos en tres volúmenes. Hizo alteraciones y supresiones graves, y sembró el libro de comentarios pueriles. Cábele la gloria, sin embargo, de haber sido el primero en dar a la estampa la magna producción de Sahagún, de la cual está aún por hacer, de acuerdo con los códices, una edición crítica definitiva. Con todo, excelente versión de la Historia general de las cosas de Nueva España se ha dado últimamente a la estampa, y es la que, enmendando errores y lagunas de Bustamante y Kingsborough, y aprovechando los trabajos de Paso y Troncoso, Jourdanet, Rémi Siméon, y Seler, publicó D. Pedro Robledo en cinco espléndidos volúmenes (México, 1938). La Editorial Porrúa, S.A., publicó en 1956 en cuatro volúmenes una nueva edición de la Historia general del P. Sahagún, confiada al P. Ángel Ma. Garibay K., quien hizo una revisión del texto sobre el Códice Florentino; corrigió la mala grafía de las palabras nahuas, dividió las partes de la Historia en párrafos marginales para facilitar la localización de materias, y compuso el cuarto tomo con ricos materiales que amplían las proporciones y alcances, hasta ahora conocidos, de la obra sahaguniana.

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

miércoles, 22 de abril de 2020

Juan Ruiz de Alarcón


Nacido, según unos, en el Real de Minas de Tasco, y, según otros, en la ciudad de México, con anterioridad a 1581, D. JUAN RUIZ DE ALARCÓN Y MENDOZA pertenecía a antigua y acomodada familia. Tal vez protegido por el primer Virrey, el abuelo del poeta, D. Hernando de Alarcón, había venido a establecerse en la Nueva España. Era, además, el futuro autor dramático, de claro linaje: por su padre, D. Pedro Ruiz de Alarcón, descendía de una familia de Cuenca ennoblecida en el siglo XII; pero por su madre, doña Leonor de Mendoza, era de todavía más ilustre ascendencia: la de la casa de los Mendozas, que dio a Castilla su primer Almirante y a México su primer Virrey, y en la que figuraron nombres tan señalados en las letras como el Canciller López de Ayala, el Marqués de Santillana, ambos Manriques, Garcilaso de la Vega y Hurtado de Mendoza.
Plácidos y tranquilos han de haber corrido los años de su infancia. Presumible es que su familia gozara de mediana cuando no holgada posición económica: su padre era minero del Real de Tasco; la social túvola excelente. Destinado a la carrera de las letras, hacia 1594 ingresó en la Universidad de México, donde hizo los estudios de Artes y casi todos los de Cánones.Encontrábase a la sazón nuestra Universidad -si hemos de juzgar por los encomios de Cervantes de Salazar- en el apogeo de su esplendor juvenil; pero, ello no obstante, grande atracción ejercían en los estudiantes mozos de la Nueva España los emporios universitarios de la Península. Sea por ésta u otra causa, el joven Alarcón fue enviado a España en 1600.
A mediados de agosto de aquel año encontrábase ya en Sevilla. Ha de haber salido en seguida para Salamanca, en cuya Universidad, dos meses después, el 25 de octubre, obtenía el bachillerato en Cánones. Gradúase alli mismo de bachiller en Leyes el 3 de diciembre de 1602. Para auxiliarlo en sus estudios, un pariente suyo de Sevilla, Gaspar Ruiz de Montoya, le fija una pensión anual de 1650 reales; dato éste que mueve a creer que quizá por aquel tiempo la familia de Alarcón se habría empobrecido o arruinado. Y en tal convicción nos afirma el hecho de que el poeta súbitamente corta la carrera, abandona a Salamanca, márchase a Sevilla, y allí, para atender a su subsistencia, aparece en 1606 ejerciendo, aunque sin título, la abogacía. En situación tan poco lucida, posiblemente difícil, acaso angustiosa, natural es que pensara en el retorno a su patria. En México vivían aún sus padres y su hermano Pedro. México ofrecía tal vez al estudiante "destripado" de Salamanca mejores perspectivas: la esperanza de continuar y concluir la interrumpida carrera; la probabilidad de asegurar, con la ayuda de personas de valimiento, algún puesto.
El retorno a Indias parece que fue su idea predominante. Escaso andaba de recursos; pero no faltó quien le amparase: un vecino de Jerez de la Frontera, al morir en 1607, le deja un legado de 400 reales para ayuda del viaje. Magra es la suma; otras de seguro no vinieron a redondearla. De ahí que se las ingenie el poeta para emprender la travesía como criado de Fr. Pedro Godínez Maldonado, obispo de Nueva Cáceres, en Filipinas, que salía aquel mismo año en la flota de Nueva España. Demanda, de la Casa de Contratación, para ese efecto, la licencia respectiva; pero el proyectado viaje fracasa, debido a que la flota es de pronto destinada a la persecución de los piratas holandeses. No por esto desmaya Alarcón; está resuelto a partir, y partirá. Al año siguiente -1608-, en abril, pide otra vez licencia a la Casa de Contratación para hacerse a la mar, y no ya él solo, como fuera de suponer, sino con sus tres criados. Menos que dudoso era que los tuviese quien se ganaba la pitanza ejerciendo de "tinterillo", como acá decimos;pero júzguese que tan aparentemente rumboso arbitrio no llevaba otro propósito, por parte de Alarcón, que el de negociar las licencias sobrantes para allegarse mayores recursos.
Por fin realiza su sueño; el 12 de junio de 1608, y formando probablemente parte del séquito de Fr. García Guerra, Arzobispo de México, sale en la flota de D. Lope Díez de Aux Almendáriz. Lo acompaña un individuo secretario, y en la misma flota viaja Mateo Alemán, el ilustre autor de El pícaro Guzmán de Alfarache. Dos meses después contempla las playas del país nativo: la flota arriba a San Juan de Ulúa el 19 de agosto. Por el camino de Tlaxcala, con Fr. García Guerra, dado que haya figurado en su séquito, se dirige Alarcón a México. Aquí ha de haber encontrado, tal vez intacto, quizá mermado -y de seguro empobrecido- el hogar que dejó. Con su llegada coincide un gran acontecimiento: la inauguración de las obras del desagüe del Valle de México, por el Virrey D. Luis de Velasco, a quien acompañaba el recién venido Arzobispo, el 17 de septiembre de 1608.
¿Qué hizo D. Juan Ruiz de Alarcón de vuelta en su tierra? La verdad es que las ilusiones que posiblemente se había forjado, se realizaron en muy pequeña parte, y, en mucha mayor, se desvanecieron.
Gradúase de Licenciado en Leyes por la Universidad de México el 21 de febrero de 1609. No alcanza, sin embargo, a doctorarse, a pesar de que, vista su pobreza, se le dispensa la pompa para obtener el grado. Escribe el vejamen o sátira académica al doctorarse su amigo Bricián Díez Cruzate. De 1609 a 1613 se opone sucesivamente a las cátedras de Instituta, Decreto y Código; pero no consigue ninguna. Si malaventurado en estos lances universitarios, no le va mejor en sus pretensiones a cargos públicos. Su deformidad física dista de recomendarle para ellos. Lo más a que llega es a prestar sus servicios como abogado de la Real Audiencia de México.
Por bien de las letras y por la gloria del dramaturgo debemos celebrar estos continuados descalabros. ¿Qué hubiera sido de la carrera literaria de Alarcón si se queda en la Nueva España? ¡Gracias le sean dadas a los próceres que lo desampararon; gracias también a la muy insigne Universidad que no lo acogió! Muerto desde 1612 Fr. García Guerra -su protector por lo visto no sobrado diligente-; fallidas sus esperanzas burocráticas a la sombra del Virreinato, y acaso -¿por qué no suponerlo ya que entonces tenía escritas algunas de sus comedias?- deseoso de probar la fama literaria que le facilitaría hallar mejor acomodo en la Corte, a España decidió volverse, como en efecto lo hizo, saliendo de México en los últimos días de mayo de 1613. A fines de este mismo año ha de haber llegado a Madrid. Documentalmente consta que en Sevilla se encontraba en 1615.
Entonces da comienzo su vida literaria, vida de ruda lucha, activa, batalladora y a la par hosca y amarga, que consume los mejores años de su existencia, hasta que la silueta del dramaturgo, alejado al fin de las musas, se esfuma en el fondo grisáceo de la quietud funcionaresca.
Grande fue su genio, cuando, siendo en realidad un extranjero, habiendo escrito tan poco, en comparación con sus émulos, logró imponerse como personalidad original en aquel mundo de los corrales madrileños, dinámico, arrollador, cambiante, señoreado por el inmenso Lope de Vega.
Nadie tan combatido como Alarcón; nadie tan burlado y vilipendiado. La flor y nata de los ingenios en aquel maravilloso momento del Siglo de Oro hizo armas -harto innoblemente, por cierto- en su contra. Motejábasele, ante todo, por su deformidad física: era corcovado de pecho y espalda, barbitaheño y probablemente, moreno de color. Por lo cual lo zahieren a porfía Góngora, Quevedo, Lope, Tirso, Vélez de Guevara, Salas Barbadillo, Antonio de Mendoza, Montalván Suárez de de Figueroa... Quién le llama "zambo de los poetas", "Don Talegas" o "Don Cohombro"; quién asegura que "tiene, para rodar, una bola en cada lado"; quién lo compara con el enano Soplillo. Se le encarnece considerándolo "hombre en embrión", "baúl-poeta" o "señor bola matriz". Y es célebre la quintilla del regidor Juan Fernández:
Tanto de corcova atrás
y adelante, Alarcón, tienes
que saber es por demás
de dónde te corco-vienes
o a dónde te corco-vas.
Pero, dignamente, moldeando en serenidad su amargura, el poeta responde tales befas por boca de uno de sus personajes en Las paredes oyen:


En el hombre no has de ver
la hermosura o gentileza:
su hermosura es la nobleza;
su gentileza, el saber.
También inclinaban a chacota sus pretensiones aristocráticas, tan características y comunes en los criollos de la Nueva España.Ya hemos visto que era de noble prosapia; pero los escritores de la Península no transigían con que él se empeñase en anteponer a su nombre el "don" de que ahora todo el mundo usa. "Amaneció hecho un don..." -escribe Suárez de Figueroa-. "Los apellidos de D. Juan crecen como hongos... -léese en una censura atribuida a Quevedo-... Yo aseguro que tiene las corcovas llenas de apellidos. Y adviértase que la D no es don, sino su medio retrato."
Y allí de Alarcón haciendo decir a uno de sus héroes en La prueba de las promesas:
Si fuera en mí tan reciente
la nobleza como el DON
diera a tu murmuración
causa y razón suficiente;
pero si sangre heredé
con que presuma y blasone
¿quién quitará que me endone
cuando la gana me dé?
¡Qué más! Hasta daba pasto a la sátira su modo de ser afable y cortés, con algo de dulzón, como de genuino americano. A las veces, sin embargo, no se detenían sus rivales y envidiosos, en la frase maligna; iban más allá: al estrenarse El Anticristo echaron aceite pestilente en las candilejas, con ánimo de interrumpir la representación. Desarrollóse ésta en medio de silbidos, sofocaciones y estornudos. Y, al final, la obra hubiera ido irremisiblemente al fracaso, a no haber sido por la intrepidez de la comedianta que hacía de protagonista. Por estos hechos, a juzgar por una carta de Góngora, se ordenó la aprehensión de Lope de Vega y de Mira de Mescua.
Quien semejantes ataques provocaba, llevaba implícita la realidad de su propio valer. Las comedias de Alarcón se imponían. Interesaron a la Reina. No tardaría el esperado favor oficial que, satisfaciendo al pretendiente, aniquilase al poeta. En 1623, con motivo de las fiestas organizadas en Madrid para celebrar los conciertos matrimoniales entre Carlos Eduardo, Príncipe de Gales, y doña María de Austria, Infanta de Castilla, el autor de La verdad sospechosa fue designado para escribir el acostumbrado Elogio descriptivo. Deseoso de congraciarse con los de arriba, apremiado por el tiempo y carente de dotes -¡Él, que tanto las necesitaba!- para el cultivo de ese género de retórica ocasional y cortesana, se allegó algunos amigos para que le ayudasen a sobrellevar tan pesada carga, tramando, con él, sendas octavas. Con lo que resultó tal y tan endiablado engendro ("poema sudado, hijo de varios padres" lo llamó Pérez de Montalbán), que llovieron sobre el autor frases hirientes y chuscas.
¡Pero algún día había de cuajar el ansiado nombramiento para este poeta que, aguardándolo, había compuesto, a guisa de entretenimiento y para edulcorar la espera, tan buenas comedias! El 17 de junio de 1626, merced a la protección del presidente del Consejo de Indias D. Ramiro Núñez Felipes de Guzmán, obtiene Alarcón el puesto de Relator interino del mismo Consejo, cargo que se le confirma en propiedad a 13 de junio de 1633. Confinado en la vida burocrática; atento a negocios mercantiles de América que algo le habían producido, y acaso, en el fondo, muy en el fondo, desencantado de la vida literaria, D. Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza abandonó, al menos ostensiblemente, el cultivo de las letras. Silencioso, meditativo, se ha de haber encerrado en su casa. De tiempo atrás había tenido en Doña Ángela Cervantes una hija natural que llevaba el nombre de Lorenza de Alarcón. "Hacia el fin de sus años -escribe Alfonso Reyes- vivía con cierta holgura en la calle de las Urosas; tenía coche, criados y dinero para sus amigos." Falleció en Madrid el 4 de agosto de 1639. Descansa en la parroquia de San Sebastián.
Junto a la opulencia lujuriosa del teatro de Lope de Vega, junto al de Calderón y aun al lado de Tirso, la obra dramática de Alarcón resulta escasa por el número de títulos: contando las dudosas y las escritas en colaboración no llegan a treinta y cinco las comedias del mexicano. Dos volúmenes publicó de ellas su autor: el primero en 1628, con ocho piezas; el segundo en 1634, con doce: veinte en total, a las que hay que agregar cuatro más, tenidas como rigurosamente originales y auténticas. De tales comedias, unas siguen las huellas de Lope y Tirso: El semejante a sí mismo, El desdichado en fingir, La cueva de Salamanca, La industria y la suerte. Otras son de carácter: La verdad sospechosa, Las paredes oyen, La prueba de las promesas, Mudarse por mejorarse, El examen de maridos, No hay mal que por bien no venga, Los favores del mundo. Entre las dramáticas figuran: El Anticristo, La crueldad por el honor, El tejedor de Segovia (segunda parte), Quien mal anda, mal acaba, La culpa busca la pena, y el agravio, la venganza, El dueño de las estrellas. De tipo heroico: Ganar amigos, Los pechos privilegiados, Todo es ventura, La amistad castigada. En fin, de enredo, sólo se cuenta una: Los empeños de un engaño; y de tramoya, otra: La Manguilla de Melilla.
La escasa fecundidad de Alarcón explícase en parte por los azares de su vida dificultosa. Explícase también por la hostilidad del público, a quien, en el prólogo de sus comedias, apellidaba Alarcón "bestia fiera" y, al ofrecérselas impresas le decía: "...trátalas como sueles, no como es justo, sino como es gusto, que ellas te miran con desprecio y sin temor, como las que pasaron ya el peligro de tus silbas, y ahora pueden sólo pasar el de tus rencores".
Pero lo que no sólo explica, sino justifica esta escasa fecundidad, es la naturaleza misma de dicho teatro, que dista de la improvisación y, por sus características esenciales, revela ser obra meditada, de sereno y pausado pulimento. Si empezó imitando a Lope, acabó Alarcón por crear un tipo de comedia personalísimo e inconfundible. A la par que entretener proponíase edificar y enseñar. "Orgulloso y discreto, observador  y reflexivo -observa Pedro Henríquez Ureña-, la dura experiencia social le llevó a formar un código de ética práctica cuyos preceptos reaparecen a cada paso en las comedias." Fustiga vicios: la ingratitud, la maledicencia, la mentira, la inconstancia. Exalta virtudes: la piedad, la gratitud, la lealtad. Pero tal propósito moral no se realiza directamente por medio de la prédica; va implícito en la fábula, envolviéndola, iluminándola. Fue incomparable en el arte de crear personajes, vigilando su desarrollo lógico, sin desentenderse de su condición humanísima. La minuciosidad y fuerza penetrante del análisis psicológico, corre en el parejas con la observación menuda de las costumbres. Y por lo que toca no ya al fondo, sino a la forma, a la exterioridad artística de la comedia alarconiana, son tales sus cualidades, que la hacen caso único y de excepción en literatura castellana. Tanto se preocupa el poeta de la composición, del ordenamiento arquitectónico de la obra, como del estilo. Proporción y armonía ofrecen el plan, en sus lineamientos generales, y la intriga, en su desarrollo. Sobrio por naturaleza, el autor se aparta de enredos y personajes inútiles. Corta con viveza actos y escenas. Sus diálogos son breves; concisos los monólogos. De escasos vuelos líricos, su versificación es limpia y elegante, tanto como hermosos el lenguaje por su sencillez y pureza.
Habiendo cultivado, pues, casi todos los géneros, Ruiz de Alarcón creó uno que le pertenece por legítimo e indiscutible señorío: la comedia moral y de costumbres. Teniendo por antecedente remoto al latino Terencio, con el que la crítica le señala grandes semejanzas, influyó directamente en Corneille, fue el precursor de Molière y de él procede el teatro de Moratín, por lo cual puede afirmarse que es Alarcón, así en la literatura francesa como en la española, la fuente de donde arranca la comedia moderna.
Nació el gran dramático y se educó en México; pero vivió poco más de la mitad de su vida y murió en España; en España hizo su carrera literaria y sus comedias son de asunto español. ¿Debemos considerarlo como mexicano? ¿Fue, más bien, español?
Durante mucho tiempo se creyó esto último; ahora México reivindica su derecho a considerar como suya esa gran figura universal de las letras.
La tesis del mexicanismo del insigne escritor es relativamente nueva: data de 1913, cuando, en memorable conferencia, el crítico hispanoamericano don Pedro Henríqwuez Ureña sostuvo que Alarcón "pertenece de pleno derecho a la literatura de México y representa de modo cabal el espíritu del pueblo mexicano".
En comprobación de tal aserto, obsérvese, desde luego, una característica del dramaturgo: su "singularidad" dentro del teatro español de su época. El primero en advertirla fue un contemporáneo: Montalván: "las dispone -decía- con tal novedad, ingenio y extrañeza, que no hay comedia suya que no tenga mucho qué admirar..." Aludiendo a esto mismo, Fitzmaurice-Kelly expresa "que la personalidad tan marcada del genio de Ruiz de Alarcón -la extrañeza de que habla Montalván- da lugar a que casi se le aprecie mejor en el extranjero que en España". E insistiendo en lo que él llama la "nota personal", el "equilibrio" de Alarcón, declara que estas cualidades le colocan "algo aparte de los dos o tres más eminentes autores dramáticos españoles". Basta, en efecto, leer a Alarcón, para comprenderlo así; para enterarse de que el dramaturgo era una unidad aparte entre las grandes figuras del teatro del siglo de oro.
Ahora bien: si aquél se diferenciaba de éstas, ¿ofrecía, en cambio, su arte, algunas peculiaridades que revelaran su origen mexicano? Henríquez Ureña ha señalado varias: la discreción, la sobriedad, el desarrollo pausado -no agitado ni vertiginoso- de sus comedias, que coinciden con "el sentimiento discreto, el tono velado, el matiz crepuscular" que se advierte en la poesía mexicana; así como (cualidades que derivan del modo de ser mexicano) la brevedad en la observación, lo imprevisto en la réplica, la abundancia de fórmulas epigramáticas, y por último, la cortesía. "El propósito moral y el temperamento meditativo de Alarcón iluminan con pálida luz y tiñen de gris melancólico este mundo estético, dibujado con líneas claras y firmes, más regular y más sereno que el de los dramaturgos españoles, pero sin sus riquezas de color y forma."
Pero aún hay consideraciones de otra índole que conviene examinar al respecto. Cuando Alarcón partió para España en 1600, tras de haber pasado en la tierra natal su niñez y primera juventud, y hecho buena parte de su carrera universitaria, era un espíritu formado ya; "había ya vivido -como expresa Alfonso Reyes- en un ambiente de sello inconfundible y propio de los primeros veinte años de su vida, que es cuando se labran para siempre los rasgos de toda psicología normal". Probablemente ya por entonces había iniciado su carrera literaria, escribiendo sus primeras comedias -no, es cierto, de las mejores entre las suyas, pero sí de las que acusan rasgos distintivos de su genio-. Hartzenbusch afirma, con copia de razones, que El desdichado en fingir, La culpa busca la pena, y La cueva de Salamanca, fueron escritas por los años de 1599; es decir, cuando Alarcón aún no salía de México, y cuando era aquí estudiante de la Universidad. La industria y la suerte y Quién mal anda, mal acaba datan, según el propio Hartzenbusch, de 1600 y 1602, respectivamente; por lo que habrá que considerarlas como pertenecientes a la época en que el poeta estudiaba en Salamanca, si no es que la primera de dichas comedias fue compuesta todavía en México. Ábrese luego en la tabla cronológica de Hartzenbusch un paréntesis: de 1602 a 1616, o sea el período que comprende la apurada permanencia de Alarcón en Sevilla, litigando, y el retorno a México, de 1608 a 1613. Anterior a 1616 juzga el crítico español que haya sido El semejante a sí mismo. Acaso fue escrita esta obra -y así lo admite como verosímil Menéndez y Pelayo- al volver Alarcón a su patria; pues en la primera escena refiérese a la inauguración de las obras del desagüe de esta ciudad, que tal vez presenció. Y cabe presumir que de la misma época o muy poco posterior sea La prueba de las promesas, en la que figura un personaje -el mago D. Illán- que conjeturó Fernández Guerra hubiera sido inspirado al dramaturgo por la extraña personalidad, toda ella rodeada de misterio, del sabio Enrico Martínez, autor de las susodichas obras del desagüe del Valle de México.
Sí, pues, D. Juan Ruiz de Alarcón nació, se educó y pasó su primera juventud en México; si aquí se reveló su vocación literaria y dio su arte los primeros frutos, y si, por último, este arte, así entonces como en su desarrollo ulterior mostró diferenciarse del predominante en España en la misma época, y presenta, además, características de sensibilidad, de expresión, que lo asemejan al peculiar modo de ser mexicano, es evidente que por mexicano hay que tener a Alarcón.
Ciertamente "exiguo" y "desproporcionado" para dramático de tal perfección y grandeza resulta el marco de la poesía colonial, como afirma Menéndez y Pelayo. Mas no por estar fuera del marco, deja de pertenecernos la figura. Una sociedad naciente no podía ofrecer, no ofreció -ya lo hemos visto- ambiente propicio a las letras. Nuestra poesía en el siglo XVI redujósde a balbuceos retóricos, a unos cuantos versos circunstanciales, y al perfil de un poeta arcano. En el teatro, dentro de horizontes estrechísimos, sólo tuvimos un ingenio menor: González de Eslava. Inédita en su mayor parte, durante siglos, permaneció pa obra preclara de los cronistas... ¡Y como para compensarnos de tanta y tan penosa indigencia, bien que proyectándose sobre el fondo magnífico de la España del Siglo de Oro -único que podía contenerla-, se yergue, altiva y solitaria, la gloriosa y muy mexicana figura de D. Juan Ruiz de Alarcón!

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

miércoles, 1 de abril de 2020

Bernardo de Balbuena

En Valdepeñas vio la luz Bernardo de Balbuena, el 20 de noviembre de 1568 [Se ha aventurado la hipótesis de que Balbuena haya sido originario de la Nueva España. D. Victoriano Álvarez en su estudio Un gran poeta mexicano restituido a su patria, sostuvo que el autor del Bernardo nació y se educó en Guadalajara (Jalisco)]. Muy niño fue traído a México, y aquí hizo sus estudios bajo la protección de su tío D. Diego, canónigo de la Catedral. Ingenio precoz, y de natural y decidida vocación por las letras, a los dieciséis años hacía sus primeras armas, saliendo triunfante en el certamen convocado en 1585. en 1607, o sea hombre formado ya, regresó a España, y allá obtuvo el grado de doctor en teología en la Universidad de Sigüenza. En 1608 fue electo abad de la isla de Jamaica, y nombrado obispo de Puerto Rico en 1620. Asistió al sínodo provincial reunido en Santo Domingo; celebró otro en sus diócesis en 1624, y murió en 1627.
Tres obras se conocen de Balbuena: La grandeza mexicana, impresa en México en 1604; El siglo de oro en las selvas de Erifile, colección de églogas (1608), y el Bernardo o Victoria de Roncesvalles (1624), bravo poema escrito nada menos que en cinco mil octavas reales.
Desentendiéndonos de las dos últimas producciones citadas, por no cumplir ellas a nuestro objeto, hablemos solamente de La grandeza mexicana.
Es éste un poema descriptivo de la capital de la Nueva España en las postrimerías del siglo XVI. Los ocho capítulos de que se compone constan de otros tantos argumentos que el autor resume en la siguiente octava:

De la famosa México el asiento,
origen y grandeza de edificios,
caballos, calles, trato, cumplimiento,
letras, virtudes, variedad de oficios,
regalos, ocasiones de contento,
primavera inmortal y sus indicios,
gobierno ilustre, religión y estado,
todo en este discurso está cifrado.

Aspiraba, pues, Balbuena, a pintar a México en todos sus aspectos: el material externo, el espiritual, el social y el político. Y a fe que lo consigue, poniendo a contribución su prodigiosa exuberancia verbal, su extraordinaria fuerza descriptiva, su lujo inaudito de color y su rica fantasía.
Embelesado, discurre por la entonces nueva capital.
La ciudad, "bañada de un templado y fresco viento", se alza sobre las claras lagunas. Percibimos torres, capiteles, ventanajes. Bajo un cielo "que es de ricos", surgen aquí y allá alamedas y jardines "de varias plantas y de frutas bellas". Por caminos y calzadas pasan recuas, carros, carretas, carretones. Y una multitud abigarrada va de una parte a otra: arrieros, oficiales, contratantes, "cachopines", caballeros, galanes, clérigos, frailes, hombres, mujeres; todos de diversa color y diferentes en lenguas y naciones. Las calles son como tablero de ajedrez; el cristal de las aguas "en llamas de belleza se arde". Suben las torres amagando vencer a las nubes en altura, y la ciudad, flor de ciudades, es gloria del poniente.
Dulce es el habla. En maneras la gente es afable y cortesana. Las damas son de la beldad misma retrato, y, además, honestas y recatadas. En los caballeros abundan los sutiles ingenios amorosos.
Al poeta le gustan mucho los caballos. De ellos nos habla copiosamente en el canto III. Bellos caballos briosos de perfectas castas, de diverso color, señales y hechuras; de manos inquietas, de pechos fogosos. ¡Y qué jaeces, penachos y bordaduras realzan su gallardía! ¡Y cómo los jinetes son diestros y de hermosísimas posturas!
En México se hacen primores de cosas: trabajan y trabajan joyeros, lapidarios, relojeros, herbolarios, vidrieros, batihojas, fundidores, estampistas, farsantes, escultores, arquitectos. No escasean poetas raros que todo lo penetran y atalayan. Atenas no vio tal abundancia de bachilleres y pululan, en suma, borlados doctores tan grandes en ciencia como en pareceres graves.
En verano, cuando brotan los jazmines y el deseo, las fiestas no faltan. La ciudad del siglo XVI, que muchos suponen adusta, se llena de fiestas: hay saraos, visitas, máscaras, paseos, cacerías, músicas, bailes y holguras...
Considerando sus efusivos encomios, que, por lo demás, concuerdan con los expresados por los contemporáneos, podría creerse que cuanto pinta, pondera y enaltece Balbuena, tocante a la grandeza de México, haya sido obra de su fantasía y obligado tema de su genuina manera pomposa y deslumbrante. Pero a esto se opone testimonio tan respetable como el de García Icazbalceta. Nuestro gran historiador juzga que el poeta "no había de fraguar lo que no existía", y que su obra -con "las precauciones debidas"- merece, independientemente de su valor literario, ser estimada como documento histórico.
A juicio de Menéndez y Pelayo, "si de algún libro hubiéramos de hacer datar el nacimiento de la poesía americana propiamente dicha, en éste nos fijaríamos". Es "una especie de topografía poética". "Aunque el paisaje, en medio de su floridez y abundancia, no tenga más que un valor convencional y aproximado, y esté, por decirlo así, traducido o traspuesto a un molde literario, todavía en el raudal de las descripciones de Balbuena se siente algo del prolífico vigor de la primavera mexicana."
Casi olvidada por luengos años, desde que salió a la luz la edición príncipe hecha por Ocharte en 1604, La grandeza mexicana no hubo de reimprimirse -aunque incompleta- sino hasta el pasado siglo [siglo XIX], en que tuvo cinco ediciones: tres en Madrid, en 1821, 1829 y 1837; una en Nueva York en 1828, y otra en México en 1860. En 1927 la Sociedad de Bibliófilos Mexicanos publicó una reproducción facsimilar de la edición primitiva, que es la única completa, pues que al poema acompañan en ella la célebre carta dirigida por Balbuena al Dr. D. Antonio de Ávila y Cadena, Arcediano de la Nueva Galicia, y el Compendio apologético en alabanza de la poesía, documentos ambos importantísimos por lo que mira tanto a la personalidad como a la estética del poeta.

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

viernes, 6 de marzo de 2020

Fray Bartolomé de Las Casas


Nació en Sevilla en 1474 y murió en Madrid, a los noventa y dos años, en 1566. Hijo de un soldado que acompañó a Colón en su primer viaje al Nuevo Mundo, estudió en Salamanca y pasó a Indias en 1502. Pero no era su destino trabajar la tierra, sino preservar a los que la trabajaban. Así, abrazó el sacerdocio en 1510 y, en Cuba, se dedicó a la evangelización. En 1514, indignado por los "repartimientos de indios", que entonces se hallaban en to su apogeo, y considerando que era injusto y tiránico el tratamiento que a aquéllos daban los conquistadores, decidió consagrarse a su protección y defensa. Esta había de ser su principal misión. Renunció a sus haciendas. En favor del derecho de los naturales a la libertad, levantó su voz ante las autoridades civiles y eclesiásticas de España. Promovió investigaciones. Ideó nuevos sistemas de colonización; él mismo, aunque sin resultado feliz, trató de colonizar. Incansable, iba y venía del Viejo al Nuevo Mundo. A su tenacidad se debió que se promulgaran las Nuevas Leyes que refrenarían la inhumanidad desbordada. Dominico desde 1523, obispo de Chiapas a los setenta años, predicando ya con la palabra, ya con el ejemplo, litigando aquí, discutiendo allá, amenazado, perseguido, amado, odiado, vivió para una idea: erigir, sobre las ruinas de la opresión, el derecho de los naturales a vivir libres.
Por esto su figura, batalladora y ardiente, se proyecta con fúlgidos destellos en el horizonte de nuestro dramático siglo XVI. Por esto, más que a la de las letras, pertenece a la historia de las libertades humanas.
Tres obras le debemos: la Historia de las Indias, que abarca desde Colón hasta 1520, y que fue impresa en 1875-76; la Historia apologética, suplemento de la anterior publicada en 1909, y la famosa Brevísima relación de la destrucción de las Indias, que su autor destinó a Carlos V, fue impresa en Sevilla en 1552, y causó enorme sensación en su tiempo. La crítica moderna objeta el valor histórico de la obra de Las Casas. Estímasele como un doctrinario fanático que, empeñado en demostrar que los indígenas de América eran dechado de virtudes y fueron corrompidos por los españoles, se lanza por los campos de la fantasía, sin parar mientes en los datos de la realidad.
Insistamos: en Fr. Bartolomé de Las Casas, más que al historiador hay que tener en cuenta al paladín de una causa. "Exageró y abultó quizá -ha escrito D. Justo Sierra- la bondad esencial y la maldad de sus explotadores, no tanto como otros documentos lo demuestran. Pero aun así, esta clase de hombres que exageran y extreman de buena fe la pintura del mal, son necesarios en las épocas de crisis; así el remedio, aunque sea deficiente, bien pronto."

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

jueves, 15 de agosto de 2019

Martín Enríquez de Almansa

El nuevo virrey, don Martín Enríquez de Almansa, toma posesión de su cargo el 5 de noviembre de 1568. Su gestión administrativa se distinguió por su constante empeño en edificar nuevos edificios religiosos y de carácter cultural. Se establecieron, durante su mandato, los hospitales de San Hipólito, de la Compañía de Jesús. También se crearon colegios como el de Santa María de Todos los Santos y la Parroquia de San Pablo, así como el Convento de Santa Clara, el Santuario de los Remedios, dándose comienzo, en este periodo, a la edificación de la Catedral. En este aspecto, es indudable que su gobierno representó serias medidas de progreso para el país. Sin embargo, es de significarse que bajo su gobierno se fundó el Tribunal de la Inquisición [en 1571], cuyo significado es de todos conocido. El tribunal de la Inquisición de México extendía su jurisdicción, no sólo a todo el Virreinato de Nueva España -dice Lucas Alamán-, sino también a la Capitanía general de Guatemala, islas de Barlovento y Filipinas.
[...]
Entre los sucesos y acontecimientos más notables sucedidos durante la referida administración, se cuenta la muerte de Fray Pedro de Gante, quien fue sepultado el 20 de abril de 1572, uno de los principales sostenedores de la Iglesia; en el año siguiente -1573-, se fundan los Colegios San Pedro y San Pablo (hoy San Ildefonso y Escuela Preparatoria), y también por esta fecha se acomete la construcción de la Catedral de México, y tres años más tarde, en 1576, se funda San Luis Potosí. Un año después abandona el poder el virrey don Martín Enríquez de Almansa, quien salió para el Perú el 4 de octubre de 1580. Entra a gobernar la Audiencia, y se inaugura en la Universidad de México la cátedra de Medicina.


(Tomado de: Soler Alonso, Pedro - Virreyes de la Nueva España. Biblioteca Enciclopédica Popular, #63, Secretaría de Educación Pública, México, D. F., 1945)

jueves, 7 de febrero de 2019

De Anáhuac a la Nueva España




El nombre de una de las naciones más pujantes del mundo contemporáneo, la mayor de lengua española, es México. En tanto que Argentina, Brasil, Venezuela, Colombia y Bolivia tienen nombre europeos (argento, brasa, Venecia, Colón, Bolívar), México (como Canadá, Nicaragua, Perú, Uruguay y Chile) es voz que procede de un idioma aborigen de América.

Documentos antiguos y descubrimientos recientes nos permiten aclarar sobre bases científicas la etimología de México, objeto de controversias desde la época prehispánica.

El territorio que hoy, grosso modo, ocupa el mapa de la República Mexicana, se llamó Anáhuac (“rodeado de agua”, “junto al agua”) en la época anterior a la conquista, y Nueva España desde la conquista hasta los albores de su independencia (segunda década del siglo XIX). Juan de Grijalva dio este nombre a la tierra que descubrió en 1518, es decir, a la costa “mexicana” del Golfo de México hasta Cabo Rojo. Hernán Cortés adoptó el año siguiente, al iniciar la conquista, la denominación de Grijalva.

“En una nao que de esta Nueva España (…) despaché el 16 de julio de 1519…”

(Segunda Carta de Relación a Carlos V, fechada el 30 de octubre de 1520).

En la misma Carta, Cortés propone e impone al emperador el nombre elegido:

"Por lo que yo he visto e comprendido acerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me parece que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del Mar Océano, y así en nombre de vuestra majestad se le puse aqueste nombre. Humildemente suplico a vuestra alteza lo tenga por bien y mande que se nombre así."

Con todo, también en la dos veces citada Carta de Relación, está mencionada la voz indígena que habrá de convertirse, tres siglos más tarde, en el nombre de Anáhuac independiente: México. Cortés dice que México es una provincia en la cual se halla la ciudad de Temixtitan.

Emperador de la América mexicana

En otra carta a Carlos V, escrita ya después de la conquista, Cortés llama a la capital azteca Mexico Temixtitla. Emplea, pues, la palabra Mexico (llana y con el sonido silbante que tenía la equis entonces: es decir Meshicco), como la oía pronunciar a su intérprete, la Malinche. Por obvias razones políticas, Cortés estableció la capital de la Nueva España en el área de la destruida metrópoli indígena. Es posible que los españoles prefirieran usar el nombre de Mexico (Meshico) debido a la resonancia del imperio mexica (meshícatl) del cual eran los herederos. La circunstancia decisiva por la cual México ha prevalecido sobre Tenochtitlan es su pronunciación más fácil para los hispanohablantes y su brevedad, que aumenta cuando México se vuelve esdrújulo. (Meshico se vuelve Méshico).

Al independizarse la colonia del dominio español, obviamente la nueva nación no podía seguir llamándose “Nueva España”. En 1821 los soldados de Iturbide proclamaron a éste “Emperador de la América Mexicana”; dos años más tarde se promulgó la constitución de los Estados Unidos Mexicanos. El nombre de la capital se volvió definitivamente el del país: México.

Pero México es, además, el nombre de una de las entidades federativas; ampara, pues, la capital metropolitana, el estado y la nación entera. Es nombre uno y trino.

(Tomado de: Gutierre Tibón - Historia del nombre y de la Fundación de México. Fondo de Cultura Económica, Sección de Obras de Historia, México, D.F., 1975)