Hacia febrero de 1961, un jovencito de apenas 20 años, llegó con el poderoso Santos de Brasil para jugar en México uno de aquellos Torneos Pentagonales que desbordaron con la calidad de sus exponentes las canchas aztecas. El nombre de aquel muchacho negro, que había saltado hasta la cima de la admiración universal tras su actuación en el Mundial de Suecia, importaba menos que la magia de su corto apodo: "Pelé'.
Un reportero de El Nacional lo abordó para averiguar qué pensaba del fútbol mexicano: "Me ha impresionado -dijo cortésmente Pelé- su sentido para llevar el balón hasta el área, como lo hacen en pocos países, pero desgraciadamente -cosa que no sólo digo yo, sino que he escuchado en muchas partes- carecen de efectividad."
¿De dónde vengo, quién soy, hacia dónde voy? ¿Quién es mi padre, quién es mi madre? ¿Es esta mi cara, o mi máscara? Lo que Octavio Paz dijo de la cultura nacional en El laberinto de la soledad, lo ha dicho Manuel Seyde del futbol mexicano en La fiesta del alarido: el futbol nacional, como la cultura misma de nuestro país, autocelebratoria en sus ínfimos triunfos y autodestructiva tras sus más comunes decepciones, ha estado siempre pendiente de todos los espejos y atenazada por sus inseguridades. A la espera de que, por fin, la certidumbre de lo que se es despeje la falacia de tantas imágenes contradictorias.
Dividida nuestra admiración entre el glamour sudamericano, con su gambeta y su alta densidad creativa, y la frontalidad, precisión y rapidez de los europeos, los mexicanos se preguntaron en muchas ocasiones cuál era el estilo futbolístico de la tierra azteca.
En los comentarios, artículos y narraciones de los años cincuenta y sesenta los datos sobresalientes son: un juego relativamente ordenado, de pases cortos y al pie, pero falto de imaginación para destroncar a las defensas rivales, y de profundidad en sus avances, todo coronado con una increíble habilidad para fallar ante la meta enemiga.
El gran técnico argentino Guillermo Stábile, al observar asombrado el partido que México perdió ante Perú por 2-0 en el II Campeonato Panamericano de 1956, dijo: "¡Pero, che!... han dominado todo el tiempo y han realizado las jugadas más peligrosas, y van perdiendo… México debería ir ganando dos goles arriba cuando menos." Al finalizar el partido, volvió a comentar: "Es la derrota más injusta que he visto. Perú no ganó; México perdió."
Un cronista deportivo definió lo que por mucho tiempo había sido la esencia del futbolista mexicano, con este encabezado a un reportaje sobre Pedro Nájera en 1963: "PEDRO NAJERA, EL SIETE PULMONES. SUS CUALIDADES: LE QUITA LA PELOTA AL MISMÍSIMO PELÉ. SU DEFECTO… LUEGO DE QUITÁRSELA A PELÉ, ¡SE LA ENTREGA A COUTINHO!"
(Tomado de: Sotelo, Greco - Crónica del futbol mexicano: el oficio de las canchas (1950-1970). Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1998)