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jueves, 11 de julio de 2019

El estilo del futbol mexicano


Hacia febrero de 1961, un jovencito de apenas 20 años, llegó con el poderoso Santos de Brasil para jugar en México uno de aquellos Torneos Pentagonales que desbordaron con la calidad de sus exponentes las canchas aztecas. El nombre de aquel muchacho negro, que había saltado hasta la cima de la admiración universal tras su actuación en el Mundial de Suecia, importaba menos que la magia de su corto apodo: "Pelé'.
Un reportero de El Nacional lo abordó para averiguar qué pensaba del fútbol mexicano: "Me ha impresionado -dijo cortésmente Pelé- su sentido para llevar el balón hasta el área, como lo hacen en pocos países, pero desgraciadamente -cosa que no sólo digo yo, sino que he escuchado en muchas partes- carecen de efectividad."
¿De dónde vengo, quién soy, hacia dónde voy? ¿Quién es mi padre, quién es mi madre? ¿Es esta mi cara, o mi máscara? Lo que Octavio Paz dijo de la cultura nacional en El laberinto de la soledad, lo ha dicho Manuel Seyde del futbol mexicano en La fiesta del alarido: el futbol nacional, como la cultura misma de nuestro país, autocelebratoria en sus ínfimos triunfos y autodestructiva tras sus más comunes decepciones, ha estado siempre pendiente de todos los espejos y atenazada por sus inseguridades. A la espera de que, por fin, la certidumbre de lo que se es despeje la falacia de tantas imágenes contradictorias.
Dividida nuestra admiración entre el glamour sudamericano, con su gambeta y su alta densidad creativa, y la frontalidad, precisión y rapidez de los europeos, los mexicanos se preguntaron en muchas ocasiones cuál era el estilo futbolístico de la tierra azteca.
En los comentarios, artículos y narraciones de los años cincuenta y sesenta los datos sobresalientes son: un juego relativamente ordenado, de pases cortos y al pie, pero falto de imaginación para destroncar a las defensas rivales, y de profundidad en sus avances, todo coronado con una increíble habilidad para fallar ante la meta enemiga.
El gran técnico argentino Guillermo Stábile, al observar asombrado el partido que México perdió ante Perú por 2-0 en el II Campeonato Panamericano de 1956, dijo: "¡Pero, che!... han dominado todo el tiempo y han realizado las jugadas más peligrosas, y van perdiendo… México debería ir ganando dos goles arriba cuando menos." Al finalizar el partido, volvió a comentar: "Es la derrota más injusta que he visto. Perú no ganó; México perdió."
Un cronista deportivo definió lo que por mucho tiempo había sido la esencia del futbolista mexicano, con este encabezado a un reportaje sobre Pedro Nájera en 1963: "PEDRO NAJERA, EL SIETE PULMONES. SUS CUALIDADES: LE QUITA LA PELOTA AL MISMÍSIMO PELÉ. SU DEFECTO… LUEGO DE QUITÁRSELA A PELÉ, ¡SE LA ENTREGA A COUTINHO!"


(Tomado de: Sotelo, Greco - Crónica del futbol mexicano: el oficio de las canchas (1950-1970). Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1998)

lunes, 3 de junio de 2019

Las derrotas corteses

Hacia los meses finales de 1949 y los primeros de 1950, la leyenda viviente del fútbol mexicano, Rafael Garza, “Récord”, y el incipiente entrenador Octavio Vial, se reunieron con frecuencia y trataron de desactivar la tremenda bomba que el destino les había deparado.

“Récord” era técnico del cuadro crema, y era tal su fama que de pronto se vio preso del mayor tormento: ser el entrenador de la selección nacional. “La Pulga” Vial lo sustituyó en la dirección del América, y fungió como su asistente en la selección, que ya pensaba en la próxima Copa del Mundo en Brasil [1950]. Hacia la Navidad de 1949, la selección que “Récord” había armado en sus ratos libres fue goleada en España por el Real Madrid (7-1) y el Atlético de Bilbao (6-3). La crítica no se hizo esperar, y el apesadumbrado “Récord” tuvo que delegar el cargo en Vial.

Sin embargo, cuando la selección de Vial fue derrotada, días antes del Mundial, por el Botafogo y éste a su vez por un improvisado Combinado Tapatío, el diario El Nacional dictaminó: “Nuestra selección perdió y no debe ir a Brasil. Nada más van a poner en ridículo el nombre de México.” así las cosas, una selección nacional con escasos 15 días de preparación partió a hacerle frente al mejor equipo del momento, en la inauguración del estadio más grande del mundo.

El 24 de junio de 1950, ante las tribunas inacabables del Maracaná, disputando el primer partido de Copa del Mundo tras su interrupción en 1938, México no estuvo a la altura del compromiso. Ante un sistema ultradefensivo que apenas dejaba aire suficiente para respirar al portero Carbajal, Brasil, caminando, aplastó 4-0 a un equipo de profesionales a la mexicana.

El 28 de junio, en Porto Alegre, Yugoslavia planchó otra vez las camisas nacionales al ritmo de 4-1, el gol mexicano a cargo de Héctor Ortiz. Y el 2 de julio, en su despedida del Mundial carioca, México cayó vencido ante los suizos por 2-1, con el solitario tanto anotado por el veterano Casarín.

En aquel último partido ocurrió un detalle interesante. Al confundirse la casaca nacional suiza con la mexicana que se usaba entonces -de un rojo tirando a guinda- se decidió echar mano del clásico volado para resolver el problema. Esa fue la única victoria mexicana en el Mundial de Brasil: Suiza debía cambiar de uniforme. Pero no. La tradicional cortesía mexicana dijo que “de ninguna manera, no faltaba más, pase usted primero”... y los seleccionados nacionales jugaron con el uniforme de pantalón oscuro y camiseta a rayas azules del Gremio de Porto Alegre. México había perdido sin tocar el balón.

(Tomado de: Sotelo, Greco - Crónica del futbol mexicano: el oficio de las canchas (1950-1970). Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1998)