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jueves, 14 de julio de 2022

El ojo de Dios, Nayarit

 


Es un ojo mágico que nos mira, un ojo mágico y multicolor que nos observa, que nos guía y nos orienta. Es el "ojo mágico" como le han llamado actualmente a esta pieza de estambre y madera que los coras, los huicholes y los tepehuanos designan con el nombre de "Tsicuri", que en su lengua propia es un derivado del náhuatl.

Todos los colores del arcoíris y más tienen cabida, todos los tamaños, , un sinfín de variantes. Este emblema es el escudo de los habitantes del norte de Jalisco y de una pequeña porción de Zacatecas y Durango, donde todavía hay auténticos creyentes del primitivo embrujo.

Es el "Ojo de Dios" el que simboliza, encierra y describe algo más que un pensamiento, una filosofía, una manera de ser, una religión. Para nosotros podría ser una artesanía más, pero no. No es un simple adorno. El "Tsicuri" u "Ojo de Dios" es el principio y el final: es agua, fuego, aire y tierra; es el mapa donde viven todos los dioses.

Se ignora su origen, aunque se cree que antes de la llegada de Cortés, los huicholes y los coras lo fabricaban con fibras naturales, antecesores de los estambres y colores que hoy se utilizan. El primero en estudiar su significado fue Carl Lumholtz, en el año 1900, quien atraído por la magia del Nuevo Mundo llegó, como Humboldt, a estudiar los encantos de México.

Lumholtz definió al "Ojo de Dios" como una cruz de varillas entretejidas con hilo o estambre de diversos colores en forma de un cuadrado colocado diagonalmente. Este cuadrado es el centro de gravedad de otros que se colocan en cada uno de los extremos de la cruz, hasta completar un total de cinco.

Éste es el número mágico de los huicholes, el 5, porque son 5 los colores de los granos del maíz, 5 los dedos de la mano y 5 los días nefastos del calendario azteca. Éste es el significado del "Ojo de Dios". El centro es donde vive el hombre, es la comunidad. El cuadrado de arriba, que apunta al norte, es el mágico lugar donde nació el fuego, el abuelo fuego, en la cueva de Teacata.

El cuadrado de abajo es la laguna de Chapala, el punto sur, lugar de viento y agua. El cuadrado de la derecha apunta hacia su paraíso, posiblemente el lugar de origen de sus antepasados. Se trata del desierto de San Luis Potosí, cerca de Real de Catorce, en un lugar mágico, un cerro conocido con el nombre de "La Quemada", donde nació el Sol, donde el hermano mayor de los huicholes, Tamatz Cayaumari "El Gran Venado", levantó al Sol con sus grandes cuernos hacia el firmamento, haciendo posible la vida en el planeta.

Otra vez, se repite lo profundo, nada es casual.

No es un adorno caprichoso. Este cuadrado, el de la derecha, representa a "Huirikuta", el paraíso huichol adonde van las almas, de donde provino el Diluvio, donde crece el peyote... el cerro más mágico de toda América.

El cuadrado de la izquierda, que apunta hacia el mar, la costa de Nayarit y Jalisco, aún no ha sido descifrado.

Todo el "Ojo de Dios" en su conjunto, los cinco puntos cardinales del mundo huichol, indican también tres niveles de vida porque los cuadrados son concéntricos, indican también el cielo, la tierra superficial y el inframundo subterráneo. El "Ojo de Dios" no es una concepción plana del mundo, es la mágica idea del universo, las tres dimensiones, y aún más, el mapa celestial.

Cuando un huichol nace, tiene un "Ojo de Dios". Es un amuleto que lo protegerá durante la vida. En cada aniversario se irá agregando un rombo más, hasta completar cinco en total, y entonces el niño tendrá que cruzar la cordillera para depositar la mágica ofrenda, en forma de plegaria, ante el fuego en la caverna de Teacata.

México es mágico, como mágico es el "Ojo de Dios". Un símbolo que identifica no tan sólo a los huicholes sino el embrujo que conservamos de esta hermosa tierra frente a todo el mundo.


(Tomado de: Sendel, Virginia - México Mágico. Editorial Diana, S.A. de C.V., México, D.F., 1991)

miércoles, 5 de febrero de 2020

Peyote, raíz diabólica


X. LA “RAÍZ DIABÓLICA”
EL PRIMER cacto alucinogénico representado en el arte antiguo de América es un miembro alto y columnario de la familia cereus, el trichocereus pachanoi, que contiene mescalina y es llamado San Pedro por los curanderos de la costa del Perú (Sharon, 1972). El San Pedro ha sido identificado a través de las efigies funerarias de barro y en los textiles pintados de Chávin, la más antigua de una larga sucesión de civilizaciones de los Andes que data aproximadamente del año mil a. c. También ha sido representado en el arte ceremonial de las posteriores culturas moche y nazca, que confieren al psiquedélico cacto sagrado, del oeste de Sudamérica, un rango cultural de cuando menos tres mil años.
Pero el miembro alucinogénico más importante, química y etnográficamente más complejo, de la familia de los cactos (en términos de su historia; de la atención popular, científica, religiosa y legal; y de su utilización cultural desde épocas antiguas hasta el presente) es el lophophora williamsii, mejor conocido como “peyote”, un cacto pequeño, sin espinas, nativo del desierto de Chihuahua.
A pesar de su hábitat desértico relativamente limitado (que se extiende desde la cuenca del río Bravo en Texas hacia la alta meseta central del norte de México ubicada entre las sierras Madres Oriental y Occidental hasta la latitud aproximada del Trópico de Cáncer), el peyote tuvo mucha estimación en gran parte de la antigua Mesoamérica, y sus representaciones artísticas más antiguas, halladas en piezas de cerámica mortuoria del México occidental, datan de los años 100 a. e. al 200 d. e.
El peyote es aún altamente valorado por muchos indios, y para una población indígena, los huicholes, permanece, como en las épocas prehispánicas, en el centro mismo de un sistema chamanístico de religión y ritual que, insólitamente, ha permanecido libre de influencias cristianas mayores.
Finalmente, el cacto divino de los huicholes y de pueblos más antiguos se ha convertido en el sacramento de un nuevo fenómeno religioso: el culto pan-indio de peyote, originado por una profunda crisis espiritual y sociocultural en el siglo XIX, se extendió de la frontera de Texas hasta sitios tan lejanos como las llanuras canadienses, hasta integrarse en la actualidad como la Iglesia Nativa Americana, con un cálculo estimado de 225 mil miembros. Su notable historia, y la de la larga lucha de los indios, antropólogos y libertarios civiles para que el peyote ganara un status legal en contra de leyes estatales y federales científicamente absurdas y constitucionalmente cuestionables, está documentada en The Peyote Cult, de La Barre. Publicada por primera vez en 1938, esta obra clásica de la antropología ha sido puesta al día repetidas veces y fue reimpresa recientemente en 1969 y de nuevo en 1974. En este capítulo y en el próximo, a partir de mi experiencia personal trataré de mostrar algo de la forma y significado del “peyotismo” en su contexto indígena mexicano que ciertamente ha contribuido a su manifestación norteamericana (si es que a fin de cuentas no representa su ancestro).

UNA “FÁBRICA DE ALCALOIDES”
El peyote es identificado popularmente con su alcaloide mejor conocido, la mescalina, pero en realidad ésta sólo es uno de más de treinta alcaloides distintos que hasta la fecha se han aislado, junto con sus derivados de las aminas, de esta notable planta, que Schultes (1972a) correctamente llama “una verdadera fábrica de alcaloides”. La mayoría de estos constituyentes pertenecen a las feniletilaminas y a las biogenéticamente emparentadas isoquinolinas simples; y casi todos son, de una manera u otra, biodinámicamente activos, con la mescalina como el principal agente que induce visiones (pp. 39, 40). Pero el peyote es una planta alucinogénica muy compleja, cuyos efectos incluyen no sólo imágenes brillantemente coloridas y auras débilmente resplandecientes que parecen rodear a los objetos del mundo natural, sino también sensaciones auditivas, gustativas, olfatorias y táctiles, junto con sensaciones de falta de peso, macroscopia y alteración de la percepción del tiempo y del espacio. A causa de la interacción fisiológica de los distintos alcaloides en toda la planta, Schultes advierte en contra de un paralelismo demasiado próximo entre los efectos de la mescalina sintética, como los descritos tan elocuentemente por Aldous Huxley, y las experiencias psíquicas de los peyotistas indios.
Aunque la iglesia Católica no titubeó en emplear las medidas más ásperas para exiliar el peyote del uso nativo como “raíz diabólica” —llegó incluso al extremo de igualar el consumo del peyote ¡con el canibalismo!—, el culto del cacto sagrado sobrevivió a la represión colonial; los poderes sobrenaturales y terapéuticos que se le atribuían antiguamente quedaron, sin embargo, intactos.
Una razón fue, por supuesto, el aislamiento físico de algunos de los grupos que más estimaban el peyote. Los huicholes y sus primos cercanos, los coras, por ejemplo, continuaron disfrutando una libertad relativa de la dominación española, incluso después de que su abrupto territorio en la Sierra Madre Occidental fue, nominalmente, puesto bajo el dominio militar y eclesiástico de la colonia alrededor de 1722. Se establecieron misiones, pero los indios se opusieron exitosamente a la conversión. Hubo una cierta aculturación, pero física e ideológicamente los huicholes continuaron siendo relativamente autónomos, y esta condición se hizo aún más pronunciada después de la Independencia mexicana. Este aislamiento de la corriente principal sociológica y religiosa del México posthispánico explica en gran medida por qué los diez mil huicholes preservaron mucho más de su herencia religiosa pre-europea de lo que lo hicieron otros indios mesoamericanos.
En el México moderno el peyote ha estado al alcance en muchos mercados herbolarios como una planta medicinal de gran estima. Y los huicholes (que por encima de otros pueblos indígenas consideran sagrado al peyote —en realidad, divino— y que lo ingieren durante actos ceremoniales) no han impuesto sanciones, legales o éticas, a causa de su uso extrarritual. Ellos lo emplean terapéuticamente para combatir una variedad de males físicos; se toma para aliviar la fatiga, y a menudo se le consume sólo para obtener sensaciones psíquicas agradables. Pero jamás se le considera meramente “una droga” ni se le equipara con otros productos químicos que los huicholes paulatinamente han llegado a conocer vía los servicios médicos que el gobierno lleva hasta los indios más remotos. Insisten mucho en que asuntos de esa importancia no deben confundirse. Un reportero cometió el error de llamar “droga” al peyote cuando entrevistaba, en mi presencia, a un chamán huichol, y éste, indignado, respondió: “La aspirina es una droga, el peyote es sagrado.”

“MESCALINA”: DENOMINACIÓN INEXACTA
Debo mencionar aquí que tanto “mescalina” como “peyote” son en realidad denominaciones erróneas. El lophophora williamsii es llamado en ocasiones “botón de mescal” (de allí, mescalina), pero no tiene nada que ver con la variedad del agave del cual se destilan las fuertes bebidas alcohólicas conocidas como mezcal y tequila. “Peyote” se deriva del náhuatl peyótl, pero ese término no sólo ha sido aplicado al lophophora williamsii sino también a varias otras plantas no relacionadas que tienen propiedades medicinales. Los huicholes lo llaman híkuri, y ya que así llaman también a muchas otras plantas pertenecientes a la familia de la lengua uto-azteca y nahua, híkuri es tal vez el nombre aborigen correcto.
El peyote, como la coca (erythroxylon coca) en los Andes, es un efectivo estimulante contra la fatiga, y como tal se le ha conocido desde hace mucho tiempo. De esto tenemos, entre otros, el testimonio de Carl Lumnholtz (1902), el etnógrafo noruego pionero en el estudio de los huicholes y de otros indios mexicanos, quien viajó mucho a través de la Sierra Madre en los últimos años del siglo pasado [siglo XIX]. En una ocasión, completamente exhausto y en el fondo de un cañón profundo, después de una larga marcha e incapaz de dar otro paso (para empeorar las cosas acababa de recuperarse de un ataque de malaria), sus amigos huicholes le dieron un solo híkuri:
...El efecto fue casi instantáneo, y ascendí la colina con gran facilidad, descansando aquí y allá, para llenarme de aire. (pp. 178-179.)
Aún más interesantes resultan las recientes pruebas de laboratorio que confirman que cuando los indios llaman “medicina” al peyote no lo hacen sólo en términos de un poder sobrenatural (“medicina de poder”, en la terminología de los indios de las Llanuras), sino más bien como un medicamento real. Los investigadores de la Universidad de Arizona aislaron una sustancia cristalina de un extracto de etanol de peyote que, descubrieron, manifestaba una actividad antibiótica en contra de un amplio espectro de bacterias y de una variedad de un hongo imperfecto, incluyendo cepas del staphylococcus aureus, que es resistente a la penicilina (McLeary et al., 1960:247-249).
Los huicholes, para quienes el peyote es sinónimo de —y cualitativamente equivalente a— venado divino o del sobrenatural Amo de la Especie de los Venados, toman la planta alucinogénica principalmente de dos maneras. Una es el cacto fresco, entero o cortado en pedazos, en cuya forma equivale a la carne del venado. La otra es el cacto macerado o molido en un metate y mezclado con agua. La última combinación simboliza, entre otros significados, la simbiosis o interdependencia de las estaciones húmeda y seca, caza y agricultura, y hembra y macho (cacto y venado son masculinos; el agua, femenina).

LA BÚSQUEDA SAGRADA DEL PEYOTE
El peyote no es originario de la Sierra Madre, así es que los indios tienen que viajar grandes distancias a fin de obtener la dotación necesaria para las ceremonias, para el uso personal y para intercambiar con los indígenas vecinos. Este peregrinaje es por mucho la empresa más sagrada del ciclo ceremonial anual y también sirve como un rito de iniciación, así es que no todo huichol adulto ha sido participante, ni puede decirse que todos ellos han probado el peyote. El peregrinaje no es obligatorio, pero como en el caso del devoto musulmán que va a La Meca, es una tarea sagrada que conlleva un enorme beneficio potencial para la vida de uno y para el bienestar de la comunidad, y viene a ser una empresa a la cual muchos indios aspiran cuando menos una vez, y a la que los aspirantes a chamanes deben dedicarse un mínimo de cinco veces; algunos de los más viejos y más tradicionales de los huicholes la han llevado a cabo diez, veinte y, en casos raros, hasta treinta veces a lo largo de su vida.
Al final de esa marcha larga y ardua, a 450 kilómetros al noroeste del territorio huichol, en los altos desiertos de San Luis Potosí, se encuentra Wirikuta, el mítico lugar de su origen. Allí moran los seres sobrenaturales conocidos como los kakauyarixi, los Antiguos, los ancestros divinos, en sus sitios sagrados. Allí el híkuri, el cacto mágico, se manifiesta como el Hermano Mayor Venado, el mediador cuya carne divina permite no sólo al elegido, el chamán, sino también al huichol ordinario trascender las limitaciones de su condición humana: “encontrar su vida”, como dicen los indios.

LOS ORÍGENES MITICOS DEL PEYOTE
Recuerdo a un viejo mara’akame (término huichol que designa tanto al chamán que cura y al que canta, así como al sacerdote de los sacrificios) de gran renombre, de quien se decía que había llevado a cabo la dificultosa jornada no menos de 32 veces ¡a pie! Caminar la ida y el regreso era la forma tradicional, pero actualmente la mayor parte de los peyoteros huicholes utilizan cualquier transportación que esté a la mano: autos, camiones, autobuses, carretas y hasta el tren. Esto se acepta siempre y cuando los lugares sagrados que se hallen en el camino sean debidamente reconocidos con plegarias y ofrecimientos, y se cumplan todos los demás requerimientos rituales. El modelo fue establecido hace mucho tiempo, en tiempos míticos, cuando el Gran Chamán, Fuego, conocido como Tatewarí, Nuestro Abuelo, condujo a los dioses ancestrales en la primera búsqueda ritual de peyote. Se dice que el dios del fuego se les apareció cuando los peyoteros se hallaban sentados en círculo en un templo huichol, cada uno de ellos quejándose de distintos males. Cuando le preguntaron al Gran Chamán, Fuego, que adivinara la causa de sus padecimientos, éste respondió que sufrían porque no habían ido a cazar al Venado divino (peyote) en Wirikuta como habían hecho una vez antes sus propios ancestros, y por eso habían sido privados de los poderes curativos de la carne milagrosa. Se decidió entonces tomar arco y flecha, y seguir a Tatewarí para “encontrar sus vidas” en la distante tierra del Venado-Peyote.
Estos dioses eran masculinos, pero, fieles a la creencia huichol de que sólo la unificación y el equilibrio adecuado de lo masculino y lo femenino garantizan la vida, en el transcurso del camino, en los pozos de agua sagrados del desierto, que los huicholes llaman Tateimatinieri, Sitio de Nuestras Madres, se les unió el componente femenino del Olimpo huichol, la Diosa Madre terrena del agua y de la lluvia, de la fecundidad y la fertilidad de la tierra, y de todos los fenómenos de la naturaleza, incluyendo la humanidad. En su aspecto animal estas diosas maternas son serpientes, una identificación simbólica que los huicholes de la actualidad comparten con los pueblos prehispánicos.
Cada huichol está familiarizado por completo con esta tradición del peyote y con el itinerario sagrado. Cada año, cuando las primeras puntas de la milpa y las primeras calabazas han madurado en los campos, se lleva a cabo una prolongada ceremonia entre los niños más pequeños, quienes son comparados con los primeros frutos de la agricultura, y para quienes el chamán mayor del grupo recita la historia en una canción repetitiva con el acompañamiento de su tambor mágico.
Yo participé en dos peregrinajes de peyote, en 1966 y después en 1968. Lo que sigue está esencialmente basado en el segundo de éstos, cuando en dos vehículos transportamos a dieciséis huicholes, incluyendo a cuatro mujeres y tres niños (el más pequeño de sólo siete días de nacido cuando iniciamos el viaje), desde Nayarit, en el occidente de México, a Wirikúta. Estos dos peregrinajes fueron conducidos por el ya fallecido Ramón Medina Silva, un artista y chaman carismático y dotado que durante varios años había vivido marginado de la tradicional sociedad de agricultura de subsistencia de los huicholes, aunque sin dejar de seguir firmemente comprometido con la validez de la religión y tradición huicholes. El peregrinaje de 1968 era el quinto que hacia, y culminaba su autoaprendizaje como mara´akarne. Él conduciría después dos más, uno de ellos enteramente a pie (en cumplimiento de un voto que hizo a los divinos ancestros por la curación de la artritis reumática de su esposa Lupe), antes de que ocurriera su muerte trágica, en junio de 1971, durante el tiroteo que tuvo lugar en una fiesta en la que se celebraba la limpia de los bosques de la sierra a fin de tener un nuevo campo para sembrar maíz. Tales fiestas usualmente conllevan mucha bebida, y ella fue la que lo llevó a la muerte. Entonces andaba por los cuarenta y cinco años de edad.
Como el etnógrafo alemán Konrad Theodor Preuss (1908) observó previamente en este siglo, el chamanismo y el ritual huichol, aunque comparten muchos elementos básicos, tienden hacia lo idiosincrático en la ceremonia en sí, y ni siquiera es probable que dos chamanes, aun cuando pertenezcan a la misma comunidad, lleguen a concordar enteramente en la interpretación de una particular tradición. No obstante, la estructura básica permanece. Así sucedió con la versión de Ramón en la búsqueda ritual del peyote: aquí y allá difería de otras descripciones que me habían hecho, pero en lo esencial concordaba notablemente con las que, basándose en las narraciones de los informantes, hicieron Lumholtz y otros estudiosos de la cultura huichol.

“SOMOS RECIÉN NACIDOS”
Absolutamente esencial para el éxito físico y metafísico de la empresa sagrada del peyote es un rito de purificación sexual, concebido para que los peregrinos retornen a un estado de inocencia prenatal. El rito requiere que todos los presentes, hombres y mujeres, identifiquen por su nombre y en público a todos y cada uno de los compañeros sexuales que han tenido desde la pubertad. Esto se aplica incluso a aquellos que no harán el viaje, y que se quedarán para cuidar que el divino fuego del hogar —una de las manifestaciones de la deidad del fuego— permanezca encendido durante todo el peregrinaje.
Para apreciar esto se debe saber que los polígamos huicholes, aunque defienden el ideal de la fidelidad marital, no se distinguen precisamente por su apego a él; que los participantes usualmente son extraídos de la misma, pequeña, comunidad, por lo general de casas más o menos emparentadas por sangre o matrimonio; y que el público, muy atento, las más de las veces está compuesto por los mismos compañeros sexuales cuyos nombres han sido públicamente proclamados. Sin embargo, es una exigencia absoluta que ningún presente, sea esposo, esposa o amante, muestre el menor grado de ira o celos. De hecho, tales sentimientos tienen que ser alejados de lo más profundo del ser (“del corazón de uno”, como dicen los indios), y las confesiones han de ser recibidas con buen humor, incluso alegremente. Por tanto, en vez de recriminaciones o lágrimas, en los dos ritos de purificación sexual que presenciamos hubo risas, exclamaciones, de aliento, y algunas veces oportunos y jococos recordatorios, por parte de maridos, esposas y otros familiares, de asuntos amorosos omitidos inadvertida o deliberadamente.
Como chamán oficiante y manifestación del viejo Dios del Fuego Tatewarí (quien se halla presente en el fuego ceremonial en torno al cual el grupo se congrega para personificar a los peregrinos originales, divinos, de las épocas míticas, pues cada peregrinaje recrea la primera búsqueda ritual del divino cacto), la tarea de Ramón consistía en aceptar la confesión de sexualidad y en “deshacer”, es decir, revertir, el paso del peregrino a través de la vida hacia la edad adulta, y en hacerlo regresar simbólicamente a la infancia y a un estado afín a ese espíritu. Los huicholes dicen: “Nos hemos vuelto nuevos, estamos limpios, somos recién nacidos.”
El tierno estado del “recién nacido” también se simboliza a través de una cuerda anudada que ata a los peregrinos simbólicamente uno con otro y, a través de su chamán, con la Madre Tierra misma. Como si desatara el ombligo, el chamán ata un nudo para cada compañero y después enrolla la cuerda en forma de espiral, que él añade a la parte trasera de su arco de cacería. Esta espiral es una metáfora del viaje al “lugar de origen” y el regreso subsecuente “este mundo” (es decir, muerte y renacimiento). 
El simbólico cordón umbilical cuyos nudos serán desligados a su regreso de Wirikuta no debe de confundirse con la cuerda de nudos-calendario, mencionada por Lumholtz (pero omitida en nuestros dos peregrinajes), ni con el cordel anudado que desempeña una función crucial en la obliteración de la sexualidad adulta, y que representa la cuerda a la cual el chamán ha “atado” la experiencia sexual de todos, y cuyo sacrificio en el fuego completa el rito de purificación.

EL PASO PELIGROSO
Habiéndose despojado, simbólicamente, de su condición y adulta y de su identidad humana, los peregrinos ahora pueden asumir verdaderamente la identidad de espíritus, pues así como su guía es Tatewarí, el Dios del Fuego y Primer Chamán, ellos se convierten en las deidades ancestrales que lo siguieron en la caza primordial del Venado-Peyote. De hecho, sólo como espíritus pueden “cruzar”, esto es, recorrer a salvo, el paso peligroso, el umbral de las Nubes Estrepitosas, que dividen el mundo ordinario del no-ordinario. Ésta es una de las varias versiones huicholes de un tema casi universal en la mitología funeraria, heroica del chamanismo.
Que en la actualidad este extraordinario paso simbólico se encontrara localizado a unos cuantos metros de una carretera densamente transitada en las afueras de la ciudad de Zacatecas, era algo que no parecía aportar gran cosa a los huicholes, quienes siempre, durante toda la marcha sagrada, actuaban como si el siglo XX y todos sus portentos tecnológicos no existieran, ¡aun cuando ellos mismos viajaban en un vehículo de motor y no a pie! En realidad, para nosotros nada ilustraba con tanto dramatismo la cualidad intemporal de toda la experiencia del peyote que ese ritual de pasar a través de un umbral peligroso que existía sólo en las emociones de los participantes, pero que para ellos no era menos real a pesar de su invisibilidad física.
Llegamos a las afueras de Zacatecas a media mañana. Acomodados en el orden propio que Tatewarí decretó en tiempos antiguos, los peregrinos procedieron en fila india hacia una cueva de cactos pequeños y de espinos que se hallaba a poca distancia de la carretera.
Escuchaban con atención arrobada cómo Ramón relataba los pasajes relevantes de la tradición del peyote, e invocaba, para la ordalía inminente, la protección y asistencia de Hermano Mayor Kauyumarie, una deidad-venado y héroe de la cultura que es el espíritu ayudante del chamán. En dirección de Ramón, cada uno tomó una pequeña pluma roja y verde de cotorra de un montón que se hallaba en el sombrero de paja de un matewáme (alguien que nunca ha asistido previamente a un peregrinaje de peyote, o sea, un neófito no iniciado), y la ató a las ramas de un espino en un rito propiciatorio que tiene sus analogías entre los indios pueblos del suroeste de los Estados Unidos.
A cierta distancia del camino, los peregrinos fueron conducidos a un espacio abierto que ofrecía un bello paisaje del valle del cual habíamos llegado. Allí formaron un semicírculo: los hombres a la izquierda de Ramón; las mujeres y los niños, a la derecha. Aunque conocían de memoria las tradiciones del peyote, escuchaban cuidadosamente cuando Ramón les platicaba cómo, con la ayuda de las astas de Kauyumarie, podrían pasar a través del peligroso umbral de las Nubes Estrepitosas. Pero desde ese momento hasta que llegaran al Lugar Donde Moran Nuestras Madres, los matewámete (pl.) que había entre ellos tendrían que “caminar en la oscuridad”, pues eran “nuevos y muy delicados”. Empezando con las mujeres en un extremo de la fila, Ramón procedió a cubrir los ojos de los novicios. Aun los niños, incluyendo a los bebés, fueron vendados.
Todos tomaban el vendaje de los ojos con gran seriedad; algunos incluso lloraban, pero también ocurrían los rápidos cambios entre solemnidad y humor que son característicos del ceremonial huichol. Diálogos vivos y cómicos tenían lugar entre Ramón y los veteranos de previos peregrinajes: ¿había comido bien el compañero, había mitigado su sed? Sí, cómo no, la panza estaba llena a reventar de todo tipo de cosas ricas para comer y beber. ¿Le dolían sus pies después de tanto caminar? No hombre, caminaba muy cómodo. (En realidad, nadie había comido más que el magrísimo alimento consistente en cinco tortillas secas por día. Nada de agua se permitía durante el camino a Wirikuta. En cuanto a la caminata, naturalmente nosotros íbamos en automóvil, pero el reconocimiento adecuado de varios sitios sagrados en el camino repetidamente requirió marchas en fila india dentro y fuera del desierto.)
Después del vendaje ritual de los ojos, Ramón condujo a los peregrinos a unos cuantos cientos de metros al noroeste. Allí, un sitio sin interés alguno para el ojo inexperto, era la vertiente mística, el umbral del divino territorio del peyote. Los peregrinos permanecieron inmóviles donde se hallaban, observando intensamente todo movimiento de Ramón. Algunos encendían velas que habían guardado en sus canastas y morrales. Los labios se movían en súplicas silenciosas o apenas audibles. Ramón se inclinó y depositó su arco y flechas en forma de cruz sobre su oblongo takwátsi, la canasta con pliegues del chamán: el arco y el carcaj de piel de venado apuntando al oriente, en dirección de Wirikuta.
Hay dos etapas en el cruce del umbral crítico. La primera es llamada Zaguán de las Nubes; la segunda, Donde Las Nubes se Abren. Las dos se hallan a unos cuantos pasos de distancia, pero el impacto emocional, cuando pasaban de una a la otra, era inequívoco. Una vez a salvo, “en el otro lado”, los participantes sabían que viajarían a lo largo de una serie de lugares de paradas ancestrales en los sagrados pozos de agua maternales donde se pide fertilidad y fecundidad, y desde donde los novicios, ya sin venda en los ojos, pueden tener su primer atisbo de las distantes montañas de Wirikuta. Por supuesto, es inútil buscar en cualquier mapa oficial lugares que tengan nombres como Donde las Nubes se Abren, la Vagina, Donde Moran Nuestras Madres, o incluso Wirikuta mismo, ya sea en, español o en huichol. Como otros sitios sagrados en el itinerario del peyote éstos son territorios que sólo existen en la geografía mítica.
Visualmente, el paso por el Zaguán de las Nubes Estrepitosas era poco dramático. Ramón avanzó adelante, lazó el arco y, colocando una punta contra la boca mientras rítmicamente golpeaba la tensa cuerda con una flecha mixta de punta de madera, avanzó hacia delante. Se detuvo una vez, hizo un gesto (a Kauyumarie, se nos dijo después, para agradecerle el haber sostenido las puertas abiertas con sus poderosas astas) y reinició el camino nuevamente con un paso más rápido, haciendo sonar su arco todo el tiempo. Los otros le siguieron muy de cerca, en fila india. Algunos de los neófitos vendados temerosamente se aferraban a los que iban al frente, y otros lo hacían por sí mismos.

“DONDE MORAN NUESTRAS MADRES”
En la tarde del día siguiente llegamos a los sagrados pozos de agua de Nuestras Madres. Los novicios permanecieron con los ojos vendados todo el tiempo. De nuevo, el escenario físico difícilmente podía considerarse inspirador: un pueblo mestizo empobrecido y más allá un grupo de surtidores, obviamente contaminados, rodeados de fangales: eso era todo lo que quedaba de un antiguo lago que tenía mucho tiempo de haberse secado. El ganado y los dos o tres cerdos que tascaban entre los pozos sagrados tampoco ayudaban a inspirar más confianza en la pureza física —en cuanto opuesta a la espiritual— del agua que los huicholes consideraban el verdadero manantial de fertilidad y fecundidad. En la búsqueda ritual del peyote, sin embargo, no importa lo que podría considerarse el mundo real, sino sólo la realidad del ojo de la mente. “Esto es hermoso dicen los huicholes, “pues aquí moran Nuestras Madres. Ésta es el agua de la vida.”
Por un tiempo, los peyoteros veteranos se afanaron en actividades rituales y los matewámete vendados tuvieron que sentarse calladamente en la tierra, en una hilera, con las rodillas alzadas y los brazos oprimiéndolas fuertemente contra el cuerpo: la posición fetal.
Finalmente, llegó el momento en que debían emergir a la luz, o sea, nacer, quitándoles las vendas. Ramón lo hizo mediante un ritual por separado que incluía el mismo tipo de diálogo humorístico que tuvo lugar cuando llegamos al paso peligroso, después vació sobre sus cabezas un tazón de agua helada que tomó de uno de los manantiales, y les instruyó para que se untaran el fecundo líquido profusamente en su rostro y cuero cabelludo. Se les ofreció, un segundo guaje lleno de agua para que bebieran, con algunas galletas de animalitos previamente humedecidas y con trozos pequeños de tortilla, “porque están nuevecitos, nomás pueden tomar comida tierna”.
Dejaron ofrecimientos en los manantiales y llenaron con el agua preciosa numerosas botellas y otros recipientes. La manera en que llenaron las botellas celebraba inequívocamente la unión de lo masculino y femenino, pues Ramón y otros peyoteros hundían una flecha de caza en un pozo de agua y retiraban unas gotas con las puntas de madera dura: la flecha era insertada entonces en una botella que aguardaba y las gotas eran sacudidas con un movimiento que simulaba el acto sexual. Con esto todos los requerimientos rituales que preparaban la verdadera cacería, arco y flecha en mano, del Hermano Mayor Venado-Peyote estaban cumplidos. El agua llevada primero a Wirikuta. y después a casa, para que los peregrinos que retornaban la usasen en los ritos del peyote y en otras ceremonias, y para rociarla con manojos de flores sobre las cabezas e incluso sobre el ganado hembra, un acto simbólico de fertilización que recuerda la tradición prehispánica en la que el gobernante tolteca Mixcoátl procrea al rey sacerdote y héroe de la cultura Quetzalcóatl, impregnando a su esposa con rociadores de flores (otra versión habla de una joya de jade). Los contenidos de los manantiales de Nuestras Madres parecen implicar de esa manera aspectos tanto masculinos como femeninos.

(Tomado de: Furst, Peter T. - Alucinógenos y Cultura. Colección Popular #190. Traducción de José Agustín. Fondo de Cultura Económica, México, 1980)

viernes, 27 de diciembre de 2019

Toloache, alucinógeno que puede matar


“DATURA”: UN ALUCINÓGENO QUE PUEDE MATAR
EXISTE otra planta alucinogénica en la mitología de los huicholes, antropomorfizada como Kieri Tewíyari, Persona Kieri, cuyos poderes especiales y sus relaciones con el sol son reconocidas mediante ofrendas de flechas de plegaria y otros regalos. Sin embargo, Kieri (se pronuncia ki-yeri) llega a usarse rara vez y sólo en secreto; es algo generalmente desaprobado, pues muchos huicholes consideran que Kieri es un brujo peligroso cuyos efectos, a diferencia del peyote, pueden causar una locura permanente e incluso la muerte.
Kieri, cuya historia de “los tiempos antiguos” es recitada por los chamanes especialmente en el contexto de las ceremonias de peyote, crece en lugares remotos y rocosos, en y cerca de los montañosos territorios huicholes, en un prominente conjunto de filosos pináculos de roca que se alza precipitadamente al borde del territorio cora, en las faldas de la Sierra Madre Occidental; generalmente se cree que ése es el hogar apropiado de la planta. Se dice que Kieri se estableció voluntariamente en este reducto formidable (que, al margen, también sirvió como último bastión de la resistencia armada india contra los españoles en 1722) después de su derrota por el dios del venado y héroe de la cultura, Kauyumane.
¿Cuál es la fisonomía de Kieri? En su forma de planta, los huicholes dicen que Kieri tiene flores blancas, con forma de embudo, y espinosas vainas de semillas. Con la encantadora música de su violín, Kieri atrae a los incautos y los convida a que prueben sus hojas, sus flores, sus raíces y sus semillas. Pero quien obedece sus ardides sufre locuras o la muerte; la gente embrujada por Kieri se creerá pájaro, por ejemplo, capaz de volar hasta las rocas más altas, pero a no ser que sea salvada por la ayuda de un chamán y de Kauyumarie, encontrará la muerte al estrellarse abajo. O, si cede a las insistencias de Kieri y come mas y más de él, caerá en un sueño profundo y nunca despertará, porque solamente el chamán sabe de qué manera tratar con un brujo semejante. Sin embargo, uno debe respetar a Kieri por su poder sobrenatural, y cuando se le encuentra se deben depositar las ofrendas correspondientes, como flechas de plegarias, y cuando se pasa frente su morada rocosa a cierta distancia, hay que hacer apropiados gestos rituales en esa dirección. Los peregrinos de peyote a los que nosotros acompañamos en 1968 en dirección de Wirikuta llevaron a cabo una ceremonia especial, cuando avistaron los ya mencionados pináculos rocosos en Nayarit, que incluía encender velas (con forma de efigies en miniatura de la deidad del fuego) y cantos propiciatorios y gestos hacia la morada de Kieri.
El saber convencional ha sostenido desde hace mucho tiempo que Kieri es la datura inoxia (meteloides, toloache). Robert Zingg (1938) la identificó como tal, y las descripciones de las plantas recogidas por Barbara G. Myerhoff y por mí en 1964-1966 acordaban con la mayoría de las características principales. Éstas incluían, en particular, flores con forma de embudo y las espinosas vainas de semillas, de las que se deriva “manzana de espinas”, uno de los nombres populares de las dos especies: d. inoxia y d. stramonium (Furst y Myerhoff, 1966:3-39; 1972:53-106). (“Extracto de manzana de espinas” es también el nombre bajo el que los Shakers, en el siglo XIX, embotellaban sus preparados medicinales a base de datura.) Ahora la identificación de Kieri como datura parece ser correcta sólo para una parte de la población huichol. Aunque coincide con los probables orígenes últimos de los huicholes ancestrales del suroeste, donde la datura sigue desempeñando una función importante, especialmente entre los zuñis, de acuerdo Con Timothy Knab (comunicación personal), investigador de campo en lingüística antropológica, los informantes huicholes de la región que él visitó atribuyeron, el nombre Kieri a una variedad de solandra, un género cercanamente relacionado a las daturas, que se parece en cierto grado y que quizás es químicamente similar a ellas. Mientras que el uso de la solandra en contextos estrictamente ceremoniales no ha sido reportado previamente, M. Martínez (1966) identificó el hueipatli (se dice fue un narcótico usado en el México central en la época de la Conquista) como solandra guerrerensis.
El mismo investigador mexicano, que también es autor de un libro clásico moderno sobre hierbas medicinales, Las plantas medicinales de México (1959), advierte que la s. guerrerensis aún es usada por algunos indios del Estado de Guerrero.
En la actualidad ningún huichol parece usar solandra medicinal o alucinogénicamente, a pesar de que hacen ofrecimientos a la planta, la llaman “el verdadero Kieri” y expresan gran temor reverente, si no pavor, ante ella. Sin embargo, las descripciones míticas de los poderes de embrujar y transformar de Kieri son tan específicos que tienen que estar basadas en una experiencia concreta, posiblemente de alguna época del pasado. Si Kieri es datura en una parte del escabroso territorio huichol y solandra en otro, o si, como bien puede ser el caso, hay dos kieris (en lo esencial potencialmente malignos, uno manifestándose en la datura y otro en la solandra), afrontamos el fenómeno de un ser sobrenatural que se manifiesta en la misma cultura en dos especies solanáceas relacionadas aunque distintas.
Pero considerando que la datura y la solandra comparten similares propiedades químicas potencialmente peligrosas, eso quizás ya no resulte tan extraño.
Los primeros cronistas reportaron que los sacerdotes aztecas administraban un calmante herbolario a quienes serían sacrificados para que no sintieran el dolor. Aunque el nombre azteca (yauhtli) para la planta no identificada no se usaba para la datura, algunos botánicos y farmacólogos han pensado que de cualquier forma pudo haber sido una datura, cuyos efectos analgésicos son conocidos. Pero no hay seguridad, y la verdadera identidad del narcótico misterioso ha permanecido en duda desde el siglo XVI. Si la solandra resulta ser poseedora de las mismas propiedades analgésicas de su pariente cercana, datura, el misterio de la elusiva yauhtli alucinogénica puede ser que al fin haya sido resuelto.

EL MITO EN CUANTO HISTORIA
Como quiera que esto se resuelva, el relato huichol del Kieri tiene un sabor decididamente histórico. Sabemos que actúa como un chamán: cura, canta, toca su tambor, conversa con la deidad solar y busca su auxilio. Kauyumarie observa y decide que Kieri en realidad es un brujo malvado que engaña a la gente. Sólo cuando ha aprendido todo lo que puede de los “secretos” de Kieri, o sea, magia, Kauyumarie decide atacarlo. En el encuentro final para vencer a su adversario invoca la ayuda del cacto de peyote, el cual detiene los proyectiles de enfermedad de Kieri, y eso permite a Kauyumarie disparar cinco flechas al pecho de su enemigo. Kieri cae, pero en vez de morir y gracias a la intercesión del sol, su protector, se transforma en una planta que florece. De esta forma se remonta hacia su escondite secreto en lo alto de las rocas, donde todos aquellos que respetan sus poderes mágicos le rinden homenaje y a menudo se descubren embrujados por su veneno, el cual es ofrecido mediante conjuros como éste: “Aquí, come esto, es mejor que el peyote.”
Uno se siente tentado a leer esto como una historia expresada en términos míticos porque debió haber habido una época en la prehistoria huichol en la que ocurrió un desplazamiento ideológico entre algunos de sus ancestros uto-aztecas, que se alejaron de los cultos de datura característicos del suroeste y adoptaron el peyote, más benigno, quizá cuando encontraron por primera vez el lophophora williamsii durante el curso de su expansión hacia el sur a partir del territorio original de esta importante familia lingüística en el desierto de Sonora-Arizona. Puesto que la datura, que puede ser fatal, y el más benigno peyote son de alguna forma distintos fenómenos de experiencia, tal cambio pudo haber tenido algunos efectos quebrantadores en la tradicional vida magicorreligiosa de la sociedad y en su relación con lo sobrenatural. Quizá la tradición KieriKauyumarie rememora una rivalidad real entre los dos sistemas, simbolizada por los chamanes-sacerdotes de las plantas sagradas que competían, o, si no, la tradición convierte en una forma manipulable una transición evolutiva más gradual de la una a la otra después de un periodo de coexistencia, que ha continuado, al menos en una manera simbólica, hasta nuestros días. Después de todo, el poder sobrenatural de Kieri (ya sea manifestado en datura, en solandra o en ambas) aún es reconocido en las ofrendas de plegarias no sólo con el fin de protegerse del mal, sino también para asegurar la fertilidad, la lluvia y otras cosas buenas. Hasta cierto punto, esto recuerda el desplazamiento final del “grano de mescal” al peyote entre los indios de las Llanuras del Sur hacia el fin del siglo XIX (proceso que, considerando el hecho de que el peyote aparece en los registros arqueológicos junto con el grano de mescal incluso desde el año 800 d. c., puede haber tenido su inicio hace mucho tiempo). Sin embargo, a desemejanza de la datura, el tradicional grano de sophora no se consignó en el mundo de la brujería sino que se le incorporó al material cultural de la religión del peyote cuando menos como un componente ornamental.

HISTORIA NATURAL Y CULTURAL DE LA DATURA
A diferencia del peyote y de otros alucinógenos exclusivos del Nuevo Mundo, el género datura es cosmopolita y, así como otros miembros de las solanáceas (familia de las papas o la dulcamara), ha desempeñado una función en la religión, la magia, la adivinación, la brujería y la medicina en distintas partes del mundo, al parecer desde épocas remotas. La familia consiste de más de noventa géneros, con no menos de 2 400 especies, incluyendo plantas dispares como la papa, la berenjena, la dulcamara, los pimientos, el tomate, el tabaco, la petunia, la datura y muchas otras. Sólo unas pocas de éstas son conocidas como alucinogénicas, aunque los indios mesoamericanos, entre otros, atribuían propiedades narcóticas o medicinales a varios géneros solanáceos, entre solandra y variedades de solanum.
Aparte del tabaco, que es una clase en sí, algunas de las solanáceas son importantes sólo para la nutrición (aunque aún algunas de ellas incluyendo al jitomate y la papa, contienen principios tóxicos en sus hojas o tallos, pero no en el fruto comestible). Pero otras, como la bien conocida atropa belladona, hyoscyamus y las daturas son valoradas como alcaloides psicotrópicos, algunas de las cuales han pasado de la medicina herbolaria a la moderna.
La atropa belladona, llamada también dulcamara mortal y, en el uso folclórico europeo, hierba de los brujos, es la base de varias drogas importantes, de las que la atropina es la mejor conocida. El género atropa, cuyo alcaloide activo principal, la escopolamina, aparece en cuatro especies en combinación con otros alcaloides, es nativo del Viejo Mundo y se le encuentra en Europa así como en el Asia central y del sur. El beleño, hyoscyamus niger, fuente de la importante droga medicinal hiosciamo, es una de las veinte especies del género, que es nativo de Europa, África del norte y del Asia central y sudoccidental.
Los principales alcaloides tropanos en la famosa mandrágora, mandragora officianarum, son la hiosciamma, escopolamiria y mandragorina. Seis variedades de mandrágora se han encontrado desde el Mediterráneo hasta los Himalayas (Schultes, 1970, véase también Schultes y Hofmann, 1973, pp. 161-191).
Ambos hemisferios comparten el género datura y los dos lo han usado. No es sorpresivo, sin embargo, a la luz del énfasis puesto en la experiencia extática por la mayoría de los nativos americanos, que se hayan utilizado más especies ni que el género obtuviera un estatus más alto y duradero en el Nuevo Mundo, siendo empleado en la adivinación, la profecía, la iniciación extática, intoxicación ritual, la diagnosis y la medicina. También se le emplea extensamente para dar una potencia extra a bebidas rituales, tanto de las variedades alucinogénicas como de las fermentadas Así, por ejemplo, los indios tarahumaras de Chihuahua incluso ahora añaden en ocasiones datura inoxia al tesgüino, una bebida fermentada hecha con brotes de maíz, que los huicholes llaman nawá, mientras que en Sudamérica los jíbaros de Ecuador, por ejemplo, fortalecen al natéma, la bebida alucinogénica hecha básicamente de una especie de banisteriopsis, añadiéndole una variedad de datura del subgénero arborescente brugmansia y algunas veces también guayusa, un té estimulante que contiene cafeína, hecho con ilex guayusa, una variedad del acebo.
En las curaciones, los preparados a partir de datura servían para colocar al doctor en contacto con los sobrenaturales, a fin de localizar la causa de la enfermedad, pero también se usaban como medicina para el paciente, aplicándosele tanto Interna como externamente. No sólo los aztecas, también otros indios estaban familiarizados con los efectos analgésicos de la datura y la usaban exitosamente para aliviar el dolor. Matilde Coxe Stevenson (1915), por ejemplo, refiere que entre los zuñis de Nuevo México, que confieren a la datura inoxia un origen divino, y cuya Fraternidad de Sacerdotes de la Lluvia tiene una relación especial con la planta sagrada el curandero administra la raíz
...para anestesiar a su paciente mientras él lleva a cabo operaciones sencillas: acomodar miembros fracturados, tratar dislocaciones, hacer incisiones para extraer pus, erradicar enfermedades del útero, etcétera (p. 41).
Esta autora relata haber presenciado una operación en la que el curandero zuñi usaba un cuchillo de pedernal para abrir el seno abcesado de una mujer a la que había dormido profundamente con datura inoxia (entonces aún llamada datura meteloides). Cuando ella despertó dijo haber experimentado solamente sueños hermosos pero ningún dolor.
Los principales alcaloides en las quince o veinte especies que componen el género datura y sus cuatro subgrupos son la hiosciamina, norhiosciamina y escopolamina, que pertenecen todos a las series de tropanos. Dependiendo de factores ecológicos, y posiblemente de diferencias genéticas, hay una variación notable en el contenido alcaloidal aun de las mismas especies y sus partes diferentes. Así, por ejemplo, la escopolamina constituye del cincuenta al sesenta por ciento del contenido base total de la arborescente datura candida que crece en los Andes, pero sólo del treinta al cuarenta por ciento en la misma especie cultivada en Inglaterra o Hawaii (Schultes, 1970:584). Se han registrado diferencias similares en otros alcaloides. Aquí nos hallamos de nuevo con el hecho de que los indios eran observadores cuidadosos. Schultes advierte que el contenido alcaloidal de las plantas cultivadas de datura candida, por ejemplo, han sido examinadas experimentalmente para correlacionar de cerca las narraciones de toxicidad relativa por los indios de Sibundoy, Colombia, quienes no tienen acceso a un laboratorio químico. El mismo grado de sofisticación se refleja también en las selecciones de diferentes partes de las daturas (como de otras especies alucinogénicas) de acuerdo a su potencia comprobada.

LOS EFECTOS DE LA INTOXICACIÓN DE DATURA
Los cuatro subgrupos del género son: 1. stramonium, con tres especies en los dos hemisferios; 2. dutra, con seis especies; 3. Ceratocaulis, con sólo una, pero muy interesante, especie mexicana semiacuática cuyo espíritu sobrenatural es invocado por los curanderos indios para el tratamiento de ciertas enfermedades, y 4. brugmansia, un grupo de tres daturas con flores a menudo muy espectaculares que previamente eran exclusivas de Sudamérica y que ahora se encuentran en muchas partes del mundo como cultivos ornamentales
Dependiendo de la dosis, experimentalmente se ha descubierto que los efectos de los alcaloides activos de la datura, la escopolamina, por ejemplo, van desde un sentimiento de lasitud, alucinaciones, sueño profundo, sin imágenes, hasta la pérdida de la conciencia, con muerte posible si no hay contramedidas efectivas. Los primeros reportes son correctos: la datura puede matar, y en apariencia una persona experta puede aplicarla en cantidades tales y de tales maneras que produzca desvaríos temporales e incluso locura permanente, y por eso el género ha entrado en la práctica de la brujería.
En tales aspectos, las daturas por supuesto difieren considerablemente de otros alucinógenos, cuyos efectos más drásticos pueden ser un “mal viaje” pero que, hasta donde se sabe, no son capaces de un daño fisiológico. Las daturas y el “grano de mescal”, que contienen cistina, pertenecen así a una clase muy distinta de plantas sagradas de la farmacopea psiquedélica de los indios americanos. Con relación a esto recuerdo una historia que oí de un informante competente, bien educado y confiable de Cuernavaca, México, quien había tenido la oportunidad de observar los efectos desastrosos de aplicaciones repetidas, deliberadas, de datura a un individuo que supuestamente era responsable de la traición y la muerte, unos años antes, de un popular líder campesino del Estado de Morelos.
Los captores consideraron que una muerte rápida era demasiada generosidad, y el pobre hombre fue llevado con una bruja, término que se aplica también a los curanderos. En mi experiencia la mayoría de los curanderos mexicanos no sólo son magníficos especialistas herbolarios sino que generalmente son psicólogos efectivos, que podrían enseñar mucho a sus educados colegas de las universidades si éstos estuviesen dispuestos a escucharlos. En todo caso, parece que a través de una atinada combinación de repetidas infusiones de toloache (d. inoxia) y de una representación de sus sentimientos de culpa, junto con sugestión hipnótica, la bruja condujo al hombre a un estado en el que durante varios meses, hasta su muerte, caminó, ladró, se alimentó y fue tratado como perro, pues la gente del pueblo parecía pensar que ése era el destino que el hombre muy bien merecía. No sólo la veracidad comprobada de mi informante, sino los resultados de experimentos con las sustancias químicas de la datura dan peso a esta historia de justicia elemental derivada de un antiguo conocimiento de las propiedades de las plantas.

(Tomado de: Furst, Peter T. - Alucinógenos y Cultura. Colección Popular #190. Traducción de José Agustín. Fondo de Cultura Económica, México, 1980)