Al reto de Juárez, Miramón preparó un ejército y se dispuso a atacar el puerto de Veracruz. Fue el segundo intento. Llegó frente a los muros de la ciudad heroica en los momentos en que Juárez declaraba nulo el Tratado Mon-Almonte, concertado entre el gobierno de Isabel II y el general Juan N. Almonte, hijo natural de Morelos, ministro del Presidente Zuloaga en Francia. Sus puntos principales fueron: la ratificación del Convenio de 1853, por medio del cual el gobierno de Santa-Anna se obligó a pagar a España una suma de mucha consideración, por deudas atrasadas, y la obligación del gobierno de Zuloaga a pagar otra cantidad por los asesinatos de españoles cometidos en San Vicente y San Dimas. Pero el gobierno de Juárez celebra el Tratado MacLane-Ocampo, por el que se pactaba conceder a los Estados Unidos el derecho, a perpetuidad, de transitar libremente por el itsmo de Tehuantepec, y el otorgamiento de otras franquicias mediante el pago de cuatro millones de pesos. Este tratado no ha tenido, ni tendrá, justificación alguna, ya que implicaba “una verdadera servidumbre internacional y graves peligros para la independencia de la patria”. Este tratado no llegó a ponerse en vigor, porque el Senado de los Estados Unidos se negó a aprobarlo. Estábamos en la buena época romántica..
Miramón aprovechó, pues, un instante de hondo encono en contra de Juárez para emprender su campaña sobre Veracruz y, para hacer más cierto su triunfo, adquirió en La Habana dos barcos grandes y una balandra, que fueron bautizados con los nombres de Marqués de la Habana, General Miramón y Concepción. La escuadrilla no tenía nada imponente: se trataba de dos barcos viejos, sin condiciones marinas, y una lancha pequeña:
La escuadra de Papachín,
dos guitarras y un violín.
En tanto, el general Gutiérrez Zamora hacía prodigios con la disciplina: organizaba un ejército, adiestraba a las guardias nacionales y artillaba la plaza con 148 cañones. El 27 de febrero salió la flotilla de La Habana y el 6 de marzo llegó frente a Veracruz; siguió de largo, hacia el Sur, hasta el fondeadero de Antón Lizardo, pero al pasar frente al castillo de San Juan de Ulúa, la fortaleza le pidió bandera “sin que los barcos aludidos atendieran la demanda”, por lo cual se les hicieron varios disparos. Juárez y su ministro de Guerra, general Partearroyo, trataron con Mr. Jarvis, jefe de una escuadrilla norteamericana surta en Veracruz, y el cubano Domingo Goicuría, el modo de apresar estos dos barcos, haciendo, antes, la declaración de que se trataba de “embarcaciones piráticas, y, en consecuencia, debiendo ser considerados así por los buques nacionales y de las naciones amigas”. Se preparó entonces una expedición en contra de los barcos de Miramón: “A las ocho de la noche salió la Saratoga, remolcada por el vapor Wawe y acompañada del Indianola, que servía únicamente de transporte, con 80 hombres a bordo, entre marinos y soldados de los Estados Unidos. El Wawe llevaba también tropas de los Estados Unidos y cada uno de los vapores iba provisto de un obús de montaña.
“Los tres buques de guerra llegaron hacia la medianoche a Antón Lizardo, donde encontraron a los dos vapores Marqués de La Habana y General Miramón, los cuales, de estar a muy corta distancia, intentaron alejarse, sobre todo el General Miramón, que había emprendido la fuga . en el acto la Saratoga tiró al aire una granada para hacer que se detuviera; no habiendo obedecido, el Indianola, que no remolcaba ya a la Saratoga, persiguió al dicho General Miramón, hasta que estuvo bastante cerca para hablarle. El Indianola le gritó repetidas veces que suspendiera su marcha, y viendo que no hacía caso de esa insinuación, le disparó tres o cuatro tiros de fusil, al aire, a los que respondió el General Miramón con un cañonazo, cuya bala pegó en la cámara alta del Indianola. Entonces este vapor se precipitó sobre aquél haciéndole vivo fuego de fusilería.
“Mientras esto pasaba, la Saratoga tiró al Marqués de La Habana otro cañonazo, cuya bala lo atravesó de un lado a otro, y este vapor echó ancla enarbolando la bandera española.
En seguida el Wawe dejó anclada a la Saratoga y fue en ayuda del Indianola, que perseguía al General Miramón, y viendo que éste ganaba la delantera, avanzó sobre él y lo abordó, pero no teniendo los utensilios necesarios para retenerlo, y habiendo sufrido, además, un vigoroso choque que le causó muchas averías en la cámara alta, el General Miramón logró pasar por su popa, haciéndole fuego de cañón y de fusilería.
“Entonces el Wawe comenzó a darle caza, haciéndole fuego de cañón y fusilería. En su huída el General Miramón encalló en un bajo, y el Indianola, que se hallaba cerca, lo abordó por segunda vez, sin encontrar resistencia, y lo capturó.
“Se encontraron a bordo 30 heridos, que fueron transbordados a la Saratoga, a fin de prestarles los auxilios posibles. El Wawe y el Indianola pasaron la noche fondeados en aquel lugar.
“Por la mañana, el Wawe y el Indianola hicieron lo posible para poner a flote al General Miramón, pero no habiendo podido lograrlo, la Saratoga se dirigió al puerto, remolcada por el Marqués de La Habana. “En la santabárbara del Marqués de La Habana y del General Miramón fueron encontradas varias cajas de municiones con este rótulo: “Arsenal de La Habana”, y Juárez comprendió los inmediatos resultados del Tratado Mon-Almonte.
“Ante el fracaso de su escuadrilla, Miramón inició el bombardeo del puerto. Juárez se obstinó en permanecer en la ciudad durante los ataques de Miramón, y sólo el general Gutiérrez Zamora logró hacerle desistir de su propósito “haciéndole ver que no habría tranquilidad en el ánimo de los defensores de la plaza si él permanecía en ella, y que no respondería de nada mientras el Presidente, que era el legítimo representante de la causa que defendía, no pasaba a Ulúa”.
Juárez penetró por segunda vez a la fortaleza: en aquel salón sus ropas fueron registradas; allí estaba el libro de la prisión con su nombre; en esa celda se volvió más impenetrable. Nada dijo; ni cuando Miramón abandonó el ataque de la plaza tuvo un gesto expresivo.
El 23 de mayo desembarcó en Veracruz don Joaquín Francisco Pacheco, embajador de España cerca del gobierno de Miramón, y mientras todos afilaban sus uñas, Juárez dio órdenes para que se le diera libre tránsito y escolta dentro de los límites de Veracruz. Sólo permitió a Guillermo Prieto unos versos:
Cada tiro es un gazapo,
cada paso un tropezón:
nos pone ya como un trapo
la España, por diversión.
Jamás faltarán pretextos
a los hijos de la Iberia
para enviarnos mil denuestos
en prosa burlesca o seria…
…..
Madre España, ¿a qué ese anhelo
de insultarnos, imprudente?
¿No ves que escupiendo al cielo
te escupes, madre, en la frente?
¿Tus viejos pecados ora
quieres que solos carguemos?
Eso es injusto, señora…
tu origen reconocemos.
Ten, Iberia, caridad,
con el que lucha y se afana;
que el pan de la libertad
sólo con sangre se gana.
Y tú tienes experiencia
de lo que cuesta el progreso,
pues, tras tu larga existencia,
aún estás royendo el hueso.
(Tomado de: Pérez Martínez, Héctor - Juárez, el impasible. Colección Austral #531 (biografías y vidas novelescas). Espasa-Calpe Mexicana, S.A., México, 1988)