EL TABACO: “ALIMENTO APROPIADO DE LOS DIOSES”
El clero español clasificó desde un principio al tabaco al lado del peyote, las semillas de la virgen y los hongos como un intoxicante ritual de la cultura indígena tradicional. Esto puede resultar sorprendente, pero los sacerdotes de la iglesia colonial sabían de qué estaban hablando.
La historia natural y cultural del tabaco (nicotiana spp.) en cuanto cultivo de los aborígenes americanos (tan desconocido para el resto del mundo hace apenas quinientos años como lo eran el chocolate, el maíz y el caucho) es demasiado compleja y extensa para estas páginas. Pero difícilmente podemos ignorarla en el contexto presente no tanto porque, tal como usamos el tabaco en la actualidad, es potencialmente una de las sustancias conocidas más dañinas fisiológicamente, sino, más bien, porque en gran parte del mundo indígena tradicional el tabaco era y aún es considerado como un don especial de los dioses a la humanidad, conferido para auxiliar a la humanidad en el establecimiento de un puente que venciera el golfo entre “este” mundo y “el otro”, el de los dioses. En muchos casos, tal visión requiere el empleo del tabaco para obtener precisamente las variedades de estados místicos o el trance extático característicamente chamanista que por lo común sólo asociamos con los alucinógenos vegetales mejor conocidos. Para mencionar únicamente un ejemplo en México, desde antes de la Conquista, y también siglos después, los chamanes curanderos de las comunidades de habla náhuatl usaban el piciétl (nicotiana rustica), en conjunción con cantos de ciertos mitos primordiales, para colocarse en lo que podríamos llamar “el tiempo místico” —un tiempo en el que todo es posible— y para convocar el poder sobrenatural de los dioses creadores y de su artefacto primordial en beneficio de la salud y el equilibrio del paciente. Este uso del tabaco está tremendamente alejado del fumar hedonista.
Ya tendremos de nuevo ocasión de referirnos a este fenómeno particular de los aztecas en otro capítulo.
Tales eventos no escaparon a la atención de los cronistas españoles, y deben haber ameritado muchas investigaciones detalladas desde entonces; pero en la literatura etnográfica, el estudio reciente acerca de la intoxicación y el chamanismo, con su complejo mitológico y cosmológico subyacente entre los indios waraos de Venezuela (Wilbert, 1972) es literalmente el único tratamiento profundo y competente acerca de este importante tópico.
DIOS Y HOMBRES ADICTOS AL TABACO
No quiero decir que el tabaco era usado generalmente para provocar estados alternos de conciencia. Por el contrario, probablemente servia para una variedad mayor de propósitos sagrados que cualquier otra planta del Nuevo Mundo. Entre sus funciones más importantes y virtualmente generales, se hallaba la del sustento divino de los dioses, principalmente en forma de humo; también servía como un auxiliar indispensable en las curas chamánicas, primariamente como un fumigante con carga sobrenatural pero en ocasiones también como panacea. Sin embargo, parece haber habido cuando menos un elemento de intoxicación incipiente en el fumar chamanista en muchas sociedades indígenas de América del Norte y del Sur; y una verdadera intoxicación de tabaco, hasta el punto de alterar la conciencia o de llegar al trance psiquedélico, era ciertamente de considerable importancia en el complejo extático del Nuevo Mundo en su totalidad. Este elemento, junto con lo que conocemos actualmente de la actividad química de la nicotiana, justifica que se asigne al tabaco (como hacían los indígenas) en la flora psiquedélica, pero con esta importante distinción: a diferencia de las plantas que usualmente llamamos alucinogénicas, de las cuales ni una sola especie ha resultado adictiva, el tabaco sí puede serlo. Parece que no hay ninguna razón científica para dudar, y sí más de las evidencias suficientes para sugerir (incluyendo observaciones entre los indios sudamericanos y testimonios de los mismos), que el tabaco no sólo crea hábito psicológico, como algunos han sostenido, sino que de hecho también crea dependencia física; es decir, resulta adictivo en el verdadero sentido de la palabra, y éste es un hecho que muchas poblaciones indias reconocieron y codificaron en sus mitologías, hasta el punto de que atribuyeron a sus dioses la misma necesidad de tabaco que observaban en sus chamanes, pues ellos eran arquetípicamente los hacedores de mitos. El antropólogo Johannes Wilbert (comunicación personal), advierte que muchas sociedades indígenas de Norte y Sudamérica comparten la tradición de que al dar tabaco a sus pueblos los dioses se quedaron sin nada (“ni siquiera para una pipa”, el Zorro cita al Suave Espíritu). Puesto que los dioses anhelan el tabaco como su alimento espiritual y esencial (por lo general en forma de humo, aunque no siempre ni en todas partes), mediante ese acto de generosidad puede decirse que ellos mismos se han colocado en una posición de dependencia, sujetos a la manipulación de los practicantes religiosos. Sin embargo, puesto que el pueblo también depende de la buena voluntad de los seres sobrenaturales, la relación era de reciprocidad e interdependencia, fundamentalmente diversa de los conceptos judeo-cristianos. A causa de esta similitud de creencias y ritos con el tabaco en áreas ampliamente separadas de la América aborigen del Norte y del Sur, Wilbert piensa que los rituales se difundieron hace mucho tiempo de un punto común de origen, junto con las primeras plantas.
Edward Brecher et al (1972) han tratado adecuadamente el problema de la adicción al tabaco en el contexto de la sociedad estadounidense contemporánea (pp. 209-244), y no hay necesidad de abarcar aquí ese tema. Lo que nos concierne, más bien, es el uso tradicional de la nicotiana como enervante ritual y muy sagrado, del cual algunos indios eran y son muy conscientes de su tendencia a la adicción, aún cuando no lo planteaban en esos exactos términos.
El género nicotiana pertenece, como el datura, y como algunas plantas alimenticias importantes (el jitomate y la papa), a la familia de la dulcamara o de las papas (solanaceae), que también incluye una cantidad de importantes géneros narcóticos como la atropa (a. belladonna). Puede haber hasta cuarenta y cinco especies distintas de tabaco, la mayoría de ellas resultado de cultivos, pero sólo unas cuantas obtuvieron una amplia diseminación preeuropea. Las más prominentes de éstas son la n. tabacum, que pudo originarse como un híbrido cultivado de otras dos especies en los valles orientales de los Andes bolivianos, y esparcirse por el norte de América del Sur hacia el Caribe y hacia la parte inferior de México; y la n. rustica, otro híbrido cultivado se encuentra desde los Andes hasta Canadá y que rivaliza con el maíz en su distribución pre-europea. En la Gran Cuenca del oeste de los Estados Unidos, particularmente en California y en los desiertos adyacentes de Nevada y Arizona, otras tres especies, la n. bigelovi la n. attenuata y la n. trigonophylla, eran los tabacos importantes en el ritual nativo. La n. glauca el llamado “árbol del tabaco” que crece al pie de las colinas de la costa del Pacífico en California, es una importación comparativamente reciente de Sudamérica que al parecer nunca fue empleada por los indios de California en tiempos aborígenes (Zigmond, 1941).
Aunque otros alcaloides pueden contribuir a los aspectos psiquedélicos de la intoxicación nicotiana, el principio activo más importante es la nicotina, un alcaloide piridino que aparece en las especies aborígenes en concentraciones mucho más altas (hasta cuatro veces más) que en el tabaco de los cigarrillos modernos. La nicotina es la que produce el ansia por el tabaco en los fumadores confirmados, como lo hace entre los indios que lo usan en grandes cantidades más para el ritual que para el placer. El contenido de nicotina de la n. rustica es significativamente mayor que en la n. tabacum, lo cual, aunado al hecho de que la n. rustica es también la más vigorosa de las especies y requiere menos cuidado en su cultivo, probablemente cuenta para que su distribución geográfica y cultural haya sido más extensa.
En cualquier caso, siendo más poderosa, la n. rustica se utilizó con mayor amplitud en contextos metafísicos y terapéuticos. Era el sagrado piciétl de la medicina y del ritual azteca, también el tabaco divino de los indios de los bosques orientales y también, probablemente, el petiúm del Brasil aborigen. Fumar tabaco comercial por placer, algo totalmente desconocido en América en las épocas pre-europeas, en la actualidad es probablemente común entre la mayoría de las poblaciones indígenas exceptuando aquéllas del interior remoto de Sudamérica. No obstante, los tabacos indígenas aborígenes no han pasado del todo a un uso cotidiano. Incluso muchos indios relativamente aculturados, que participan de uno u otro grado en la economía nacional, todavía hacen una distinción entre el tabaco del hombre blanco y el suyo. Los cigarrillos y los puros comerciales pueden fumarse libremente en cualquier momento (en ocasiones, se fuman ceremonialmente), pero la poderosa n. rustica en todas partes continúa reservada para propósitos metafísicos y terapéuticos tradicionales. Esta diferenciación es también enfatizada en los términos que se aplican a las especies tradicionales. Por ejemplo, los huicholes de México se refieren a la n. rustica como “el tabaco propio del chamán”, mientras que los senecas de Nueva York le llaman oyengwe onwe, “tabaco verdadero”. Al mismo tiempo, parece que algunos indios, los huicholes incluidos, son conscientes de que la n. rustica no está exenta de peligros; entre los huicholes hay, incluso, reportes de bebedores de una infusión de tabaco que han caído enfermos con lo que aparentemente es un envenenamiento de nicotina. También hay historias de peregrinos de peyote que mueren después de una ordalía de purificación con tabaco durante su búsqueda ritual del peyote. Considerando el alto contenido nicotínico de la n. rustica son ciertamente posibles los accidentes ocasionales de este tipo.
La importancia del tabaco en el chamanismo huichol es especialmente interesante porque es incluso otro ejemplo de la coexistencia funcional y simbólica del tabaco con un alucinógeno sagrado, el peyote en este caso. El chamán a quien se dice pertenece el tabaco no es solamente el chamán real de un grupo determinado sino también la deidad principal, el “Primer Chamán”, Nuestro Abuelo, el fuego deífico, quien estableció el ritual del tabaco y del peyote también, y a quien la n. rustica se sacrifica ceremonialmente, no sólo en los ritos del peyote sino también en otras ceremonias. Además, el humo del tabaco es tan esencial para la curación chamanista entre los huicholes como lo es en el resto del chamanismo indígena americano. Los chamanes huicholes “con mal corazón” (en su papel malévolo, como brujos) también usan el tabaco para lanzar “flechas de enfermedad” a sus víctimas, un fenómeno al cual volveré a referirme en breve. Mis informantes huicholes dicen que los chamanes malos tienen su propio tabaco especial, lo cual puede ser cierto o no en un sentido literal, pero que, en cualquier caso, recuerda la tradición de los indios caribes de una contienda mitológica entre un chamán bueno y otro malo. En cierto momento, el chamán bueno desafía a su rival para que revele todas las clases de tabaco que tiene, y si el otro no puede enumerar más de diez, lo derrota al producir mágicamente muchas más variedades suyas (Koch-Grünberg, 1923:213-214).
El tabaco también entra en una contienda entre los Jóvenes Señores o Héroes Gemelos en el Popol Vuh, el libro sagrado de los maya-quichés de la Alta Guatemala, y los gobernantes del Submundo. Estos últimos retan a sus visitantes del Mundo Superior a que conserven encendidos dos puros durante la noche. Los Héroes Gemelos pasan la prueba colocando luciérnagas en las puntas de sus puros apagados, fingiendo que los fuman sin cesar, y volviendo a encender después, en la mañana, sus puros aún frescos, hazaña que intriga a los gobernantes de los muertos. En realidad, los maya-tzotziles de Chiapas, México, aún creen que el tabaco lo protege a. uno de los seres maléficos del Submundo y de la muerte, y los maya-lacandones de la región del Usumacinta aún ofrecen el primer tabaco cosechado a sus dioses en forma de puros (Thompson, 1970). Prácticas y tradiciones similares abundan en toda América.
(Tomado de: Furst, Peter T. - Alucinógenos y Cultura. Colección Popular #190. Traducción de José Agustín. Fondo de Cultura Económica, México, 1980)