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miércoles, 24 de junio de 2020

Fray Bernardino de Sahagún

Fray Bernardino de Sahagún era Ribeira por su verdadero apellido, y usó en religión el nombre de su natal villa de Sahagún, en el reino de León, en la cual vio la luz hacia el último año del siglo XV.
Estudió en Salamanca. Era de gallarda apostura; su retrato, existente en el Museo Nacional, nos lo revela  como un tipo de fina belleza ascética. muy joven aún, tomó el hábito en el convento de San Francisco de la vieja ciudad universitaria. Vino a la Nueva España en 1529 con otros diecinueve frailes que trajo Fr. Antonio de Ciudad Rodrigo. Consagróse al estudio de la lengua mexicana con ardor y sapiencia. Habiendo comenzado a aprenderla durante la travesía misma, con los indios que por orden del Emperador, y tras de haber sido llevados a España por Cortés, regresaban a su patria; continuó, ya en México, el estudio de aquel idioma que hubo de poseer con absoluta perfección.
Los primeros años de su residencia los pasó en el convento de Tlalmanalco, y por ese tiempo emprendió una expedición al Popocatépetl y al Ixtaccíhuatl. Entregado a los menesteres de su orden anduvo por el valle de Puebla y por Michoacán, y fue, a lo que se conjetura, guardián del convento de Xochimilco. Pero el periodo más largo, no interrumpido y, acaso por fecundo, el mejor de su vida, lo pasó en el colegio de Sangra Cruz de Tlatelolco. A poco de fundado éste, en 1536, se encargó de dar la cátedra de latinidad a los jóvenes indios de familias principales que allí acudían, puesto en el que duró hasta 1540. Al propio colegio volvió hacia 1570 y, consagrado a la enseñanza tanto como a la administración del establecimiento y a sus trabajos históricos, permaneció hasta el fin de sus días. Falleció en el convento de San Francisco de México el 5 de febrero de 1590.
La obra de Sahagún es gigantesca y dificilísima de establecer su bibliografía. "Ocupado casi cincuenta años en escribir -expresa García Icazbalceta- no solamente trabajó muchas obras, sino que a estas mismas dio diversas formas, corrigiéndolas, ampliándolas, redactándolas de nuevo y sacando de ellas extractos o tratados sueltos que corrían como libros distintos. Ya escribía en español, ya en mexicano, ya agregaba el latín o daba dos formas al mexicano." Evangelizador, filólogo e historiador, la obra de Sahagún sigue estas tres direcciones de su actividad. En el género religioso escribió: Epístolas y evangelios de las domínicas en mexicano, Sermonario, Evangeliarum, Epistolarium et lectionarium; una Vida de San Bernardino de Sena según se escribe en las Crónicas de la Orden, traducida al mexicano; Ejercicios cuotidianos en lengua mexicana, Manual del Cristiano, Doctrina Cristiana en mexicano, Tratado de las Virtudes Teologales en mexicano, Libro de la venida de los primeros padres y las pláticas que tuvieron con los sacerdotes de los ídolos, Catecismo de la Doctrina Cristiana, Psalmodia Cristiana, y muchos tratados sueltos sobre diversas cuestiones, tales como: Pláticas para después del bautismo de los niños, Lumbre espiritual, Bordón espiritual, Regla de los casados, Impedimento del matrimonio, Doctrina para los médicos, etc., etc. En materia filológica se registran las siguientes: un Arte de la lengua mexicana, un Vocabulario triligüe: en castellano, latín y mexicano, y el llamado Calepino, que nadie vio y forma probablemente parte de la Historia.
Toda esa enorme producción es en cierto modo, incógnita. De sus libros, el único publicado en vida de Sahagún, es la Psalmodia Cristiana. De los demás, unos existen manuscritos, otros se hallan perdidos, y no faltan los que sólo se conocen por referencias de los historiadores.
Es la Historia general de las cosas de Nueva España la obra sobresaliente del franciscano. Prodigioso cuadro de las coastiumbres, creencias y artes de los antiguos mexicanos, más que una historia propiamente dicha, considérasela una enciclopedia, "tesoro inagotable de noticias" - como dice García Icazbalceta- acerca de la principal de las razas aborígenes.
Gran parte de la vida de su autor ocupó este libro. Una vez trazado el plan del mismo, Sahagún se trasladó al pueblo de Tepeapulco, en 1557, y allí, de boca de ancianos indios, a los que se agregaron cuatro estudiantes de los que él había enseñado en Tlatelolco, tomó las noticias que deseaba consignar. Con esto se constituyó el primer manuscrito de la Historia, para elaborar en él sus largos años de estudio. Habiendo venido a México para asistir al Capítulo de su Orden en 1560, reunió en Santiago de Tlatelolco a ocho o diez indios principales "muy hábiles en su lengua y en las cosas de sus antiguallas", y con ellos y cuatro o cinco colegiales trilingües se encerró en el colegio y por espacio de más de un año corrigió y adicionó lo escrito en Tepeapulco, sacándose copia de todo, "aunque de ruin letra, porque se escribió con mucha prisa". Fue éste el segundo manuscrito de la obra. Trasladóse después Sahagún a su convento de México y allí, durante tres años, pasó y repasó las escrituras, las corrigió, dividiólas en doce libros, cada libro en capítulos y algunos de éstos en párrafos. Se hizo la copia correspondiente, a la que añadieron y enmendaron muchas cosas los indios mexicanos, y éste fue el tercer manuscrito o texto. Acabáronlo los escribientes indios en 1569, y -añade García Icazbalceta- "parece ser el definitivo, y el que contenía el texto mexicano de la obra, tal a lo menos como su autor le aceptaba".
Concluida la obra, el laborioso fraile solicitó que se designara a algunos religiosos la que la examinasen. Los censores opinaron que era de mucha estimación y que debería acabarse la versión española de ella, quizá ya empezada. Opúsose alguien en el definitorio a que se siguiera gastando en amanuenses, por ser contrario al voto de pobreza de la Orden, y se mandó al autor despidiese a "los escribanos", dejándolo en libertad de escribir por sí mismo cuanto quisiera. Mas como Fr. Bernardino pasaba entonces de los setenta años, y sus manos, de tan temblorosas, no le permitían escribir, el trabajo quedó en suspenso por más de un lustro. Deseoso de darle fin, sacó Sahagún un sumario de su Historia, que envió a España en 1570 con Fr. Miguel Navarro y Fr. Jerónimo de Mendieta. En una Advertencia al lector, que figura en uno de los prólogos añadidos al sumario susodicho, se lee: "Lo de la lengua española y las escolias no está hecho, por no haber podido más por falta de ayuda y de favor: si se me diese la ayuda necesaria, en un año o poco más se acabaría todo; y cierto que, si se acabase, sería un tesoro para saber muchas cosas dignas de ser sabidas, y para con facilidad saber esta lengua con todos sus secretos, y sería cosa de mucha estima de la nueva y vieja España."
Entretanto, y si no por la imprenta, fueron conocidos de muchos religiosos los libros de la Historia, en virtud de haberlos "tomado y esparcido por toda la provincia" en el mismo año de 1570 el provincial Fr. Alonso de Escalona. ¡Milagro que no se perdieran entonces, y que tres años más tarde, al tornar a México como Comisario Fr. Miguel Navarro, y proceder a recogerlos conforme al deseo de Sahagún, volvieron todos a manos de éste en 1574! Por fin, al año siguiente o principios del 76, habiendo llegado a México el nuevo Comisario Fr. Rodrigo de Sequera, quien traía encargo del Presidente del Consejo de Indias licenciado Juan de Ovando, de remitirle copia de la obra, de la cual le había interesado mucho el Sumario, mandó al autor que acabase de traducirla, y que se escribiese de nuevo en dos columnas, una en mexicano y en castellano la otra. Fue éste el primer manuscrito en ambas lenguas y el cuarto de la Historia.
Tan azarosa como su composición misma, sería la suerte que, ya terminada, corriera. Muerto Ovando el mismo año de 1575, el Consejo de Indias dio orden para que se recogiesen y enviaran a España todos los originales y copias de la Historia. Reiteró la orden el Rey en julio de 1578. Sahagún, enternecido, pensando quizá que le pedían su libro para imprimirlo, había escrito al monarca en 26 de marzo del propio año, informándole tenía entendido que el Virrey, tanto como el Comisario de la Orden, le habían enviado ya los cuatro volúmenes de la obra; pero, "si no los envían -agregaba- suplico a V.M. humildemente sea servido de mandar que sea avisado, para que se torne a trasladar de nuevo, y no se pierda esta coyuntura, y queden en el olvido las cosas memorables de este Nuevo Mundo".
¡Pobre Sahagún! La coyuntura se perdió; el olvido duró más de de dos siglos... ¡y aun, en parte, subsiste!
Felipe II pasó la carta al Consejo, y éste ordenó secamente el 18 de septiembre: "Dése cédula para que el Virrey tome lo que allá queda, traslados y originales, y lo envía todo, sin que allá quede ningún traslado."
¿Qué fue lo que motivó tan radical, violenta y absurda decisión?¿Qué sucedió con los manuscritos de Sahagún? ¿Qué se hicieron las sucesivas y diferentes versiones de la obra? La copia enviada por el Virrey en 1578, llegó a su destino; pero ¿qué pasó con ella? También parece evidente -según García Icazbalceta- que la copia en castellano y mexicano sacada por orden del P. Sequera en 1575-77, se la llevó éste mismo. Mas como Ovando, que se la encargó, había ya muerto, y por tanto no era posible que se la entregase, ¿qué ocurrió con este manuscrito?
He aquí varios enigmas de nuestra historia literaria que no han llegado todavía a aclararse.
Dos siglos permaneció ignorada la obra de Sahagún. En 1779, habiendo sido nombrado historiógrafo de las Indias D. Juan Bautista Muñoz, con la comisión de escribir la "Historia general de América", se dio a investigar su paradero, y supo después que existía un ejemplar de ella en el convento de franciscanos de Tolosa, en la provincia de Cantabria. Provisto de una real orden se presentó allí en abril de 1753 y recogió el códice: era éste un tomo en folio que contenía únicamente el texto castellano de los doce libros. No corresponde a ninguno de los manuscritos mencionados por Sahagún, ni tiene su firma; y, en opinión de García Icazbalceta, "el original de que se copió esta parte castellana bien pudo ser el manuscrito del P. Sequera, que según toda probabilidad es el mismo que hoy está en la Biblioteca Laurenziana de Florencia".
De esa copia de Tolosa proceden las tres únicas ediciones hasta ayer hechas de la Historia de Sahagún: la de D. Carlos María de Bustamante, publicada en México en 1829-30; la que lord Kingsborough incluyó en su colección ya citada, y la de D. Ireneo Paz (1890-95), que reproduce la de Bustamante. Ambas son defectuosas. Bustamante cometió el error de publicar por separado y primeramente el libro XII en 1829,en un volumen en 4°, y los once restantes después, reunidos en tres volúmenes. Hizo alteraciones y supresiones graves, y sembró el libro de comentarios pueriles. Cábele la gloria, sin embargo, de haber sido el primero en dar a la estampa la magna producción de Sahagún, de la cual está aún por hacer, de acuerdo con los códices, una edición crítica definitiva. Con todo, excelente versión de la Historia general de las cosas de Nueva España se ha dado últimamente a la estampa, y es la que, enmendando errores y lagunas de Bustamante y Kingsborough, y aprovechando los trabajos de Paso y Troncoso, Jourdanet, Rémi Siméon, y Seler, publicó D. Pedro Robledo en cinco espléndidos volúmenes (México, 1938). La Editorial Porrúa, S.A., publicó en 1956 en cuatro volúmenes una nueva edición de la Historia general del P. Sahagún, confiada al P. Ángel Ma. Garibay K., quien hizo una revisión del texto sobre el Códice Florentino; corrigió la mala grafía de las palabras nahuas, dividió las partes de la Historia en párrafos marginales para facilitar la localización de materias, y compuso el cuarto tomo con ricos materiales que amplían las proporciones y alcances, hasta ahora conocidos, de la obra sahaguniana.

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

miércoles, 22 de abril de 2020

Juan Ruiz de Alarcón


Nacido, según unos, en el Real de Minas de Tasco, y, según otros, en la ciudad de México, con anterioridad a 1581, D. JUAN RUIZ DE ALARCÓN Y MENDOZA pertenecía a antigua y acomodada familia. Tal vez protegido por el primer Virrey, el abuelo del poeta, D. Hernando de Alarcón, había venido a establecerse en la Nueva España. Era, además, el futuro autor dramático, de claro linaje: por su padre, D. Pedro Ruiz de Alarcón, descendía de una familia de Cuenca ennoblecida en el siglo XII; pero por su madre, doña Leonor de Mendoza, era de todavía más ilustre ascendencia: la de la casa de los Mendozas, que dio a Castilla su primer Almirante y a México su primer Virrey, y en la que figuraron nombres tan señalados en las letras como el Canciller López de Ayala, el Marqués de Santillana, ambos Manriques, Garcilaso de la Vega y Hurtado de Mendoza.
Plácidos y tranquilos han de haber corrido los años de su infancia. Presumible es que su familia gozara de mediana cuando no holgada posición económica: su padre era minero del Real de Tasco; la social túvola excelente. Destinado a la carrera de las letras, hacia 1594 ingresó en la Universidad de México, donde hizo los estudios de Artes y casi todos los de Cánones.Encontrábase a la sazón nuestra Universidad -si hemos de juzgar por los encomios de Cervantes de Salazar- en el apogeo de su esplendor juvenil; pero, ello no obstante, grande atracción ejercían en los estudiantes mozos de la Nueva España los emporios universitarios de la Península. Sea por ésta u otra causa, el joven Alarcón fue enviado a España en 1600.
A mediados de agosto de aquel año encontrábase ya en Sevilla. Ha de haber salido en seguida para Salamanca, en cuya Universidad, dos meses después, el 25 de octubre, obtenía el bachillerato en Cánones. Gradúase alli mismo de bachiller en Leyes el 3 de diciembre de 1602. Para auxiliarlo en sus estudios, un pariente suyo de Sevilla, Gaspar Ruiz de Montoya, le fija una pensión anual de 1650 reales; dato éste que mueve a creer que quizá por aquel tiempo la familia de Alarcón se habría empobrecido o arruinado. Y en tal convicción nos afirma el hecho de que el poeta súbitamente corta la carrera, abandona a Salamanca, márchase a Sevilla, y allí, para atender a su subsistencia, aparece en 1606 ejerciendo, aunque sin título, la abogacía. En situación tan poco lucida, posiblemente difícil, acaso angustiosa, natural es que pensara en el retorno a su patria. En México vivían aún sus padres y su hermano Pedro. México ofrecía tal vez al estudiante "destripado" de Salamanca mejores perspectivas: la esperanza de continuar y concluir la interrumpida carrera; la probabilidad de asegurar, con la ayuda de personas de valimiento, algún puesto.
El retorno a Indias parece que fue su idea predominante. Escaso andaba de recursos; pero no faltó quien le amparase: un vecino de Jerez de la Frontera, al morir en 1607, le deja un legado de 400 reales para ayuda del viaje. Magra es la suma; otras de seguro no vinieron a redondearla. De ahí que se las ingenie el poeta para emprender la travesía como criado de Fr. Pedro Godínez Maldonado, obispo de Nueva Cáceres, en Filipinas, que salía aquel mismo año en la flota de Nueva España. Demanda, de la Casa de Contratación, para ese efecto, la licencia respectiva; pero el proyectado viaje fracasa, debido a que la flota es de pronto destinada a la persecución de los piratas holandeses. No por esto desmaya Alarcón; está resuelto a partir, y partirá. Al año siguiente -1608-, en abril, pide otra vez licencia a la Casa de Contratación para hacerse a la mar, y no ya él solo, como fuera de suponer, sino con sus tres criados. Menos que dudoso era que los tuviese quien se ganaba la pitanza ejerciendo de "tinterillo", como acá decimos;pero júzguese que tan aparentemente rumboso arbitrio no llevaba otro propósito, por parte de Alarcón, que el de negociar las licencias sobrantes para allegarse mayores recursos.
Por fin realiza su sueño; el 12 de junio de 1608, y formando probablemente parte del séquito de Fr. García Guerra, Arzobispo de México, sale en la flota de D. Lope Díez de Aux Almendáriz. Lo acompaña un individuo secretario, y en la misma flota viaja Mateo Alemán, el ilustre autor de El pícaro Guzmán de Alfarache. Dos meses después contempla las playas del país nativo: la flota arriba a San Juan de Ulúa el 19 de agosto. Por el camino de Tlaxcala, con Fr. García Guerra, dado que haya figurado en su séquito, se dirige Alarcón a México. Aquí ha de haber encontrado, tal vez intacto, quizá mermado -y de seguro empobrecido- el hogar que dejó. Con su llegada coincide un gran acontecimiento: la inauguración de las obras del desagüe del Valle de México, por el Virrey D. Luis de Velasco, a quien acompañaba el recién venido Arzobispo, el 17 de septiembre de 1608.
¿Qué hizo D. Juan Ruiz de Alarcón de vuelta en su tierra? La verdad es que las ilusiones que posiblemente se había forjado, se realizaron en muy pequeña parte, y, en mucha mayor, se desvanecieron.
Gradúase de Licenciado en Leyes por la Universidad de México el 21 de febrero de 1609. No alcanza, sin embargo, a doctorarse, a pesar de que, vista su pobreza, se le dispensa la pompa para obtener el grado. Escribe el vejamen o sátira académica al doctorarse su amigo Bricián Díez Cruzate. De 1609 a 1613 se opone sucesivamente a las cátedras de Instituta, Decreto y Código; pero no consigue ninguna. Si malaventurado en estos lances universitarios, no le va mejor en sus pretensiones a cargos públicos. Su deformidad física dista de recomendarle para ellos. Lo más a que llega es a prestar sus servicios como abogado de la Real Audiencia de México.
Por bien de las letras y por la gloria del dramaturgo debemos celebrar estos continuados descalabros. ¿Qué hubiera sido de la carrera literaria de Alarcón si se queda en la Nueva España? ¡Gracias le sean dadas a los próceres que lo desampararon; gracias también a la muy insigne Universidad que no lo acogió! Muerto desde 1612 Fr. García Guerra -su protector por lo visto no sobrado diligente-; fallidas sus esperanzas burocráticas a la sombra del Virreinato, y acaso -¿por qué no suponerlo ya que entonces tenía escritas algunas de sus comedias?- deseoso de probar la fama literaria que le facilitaría hallar mejor acomodo en la Corte, a España decidió volverse, como en efecto lo hizo, saliendo de México en los últimos días de mayo de 1613. A fines de este mismo año ha de haber llegado a Madrid. Documentalmente consta que en Sevilla se encontraba en 1615.
Entonces da comienzo su vida literaria, vida de ruda lucha, activa, batalladora y a la par hosca y amarga, que consume los mejores años de su existencia, hasta que la silueta del dramaturgo, alejado al fin de las musas, se esfuma en el fondo grisáceo de la quietud funcionaresca.
Grande fue su genio, cuando, siendo en realidad un extranjero, habiendo escrito tan poco, en comparación con sus émulos, logró imponerse como personalidad original en aquel mundo de los corrales madrileños, dinámico, arrollador, cambiante, señoreado por el inmenso Lope de Vega.
Nadie tan combatido como Alarcón; nadie tan burlado y vilipendiado. La flor y nata de los ingenios en aquel maravilloso momento del Siglo de Oro hizo armas -harto innoblemente, por cierto- en su contra. Motejábasele, ante todo, por su deformidad física: era corcovado de pecho y espalda, barbitaheño y probablemente, moreno de color. Por lo cual lo zahieren a porfía Góngora, Quevedo, Lope, Tirso, Vélez de Guevara, Salas Barbadillo, Antonio de Mendoza, Montalván Suárez de de Figueroa... Quién le llama "zambo de los poetas", "Don Talegas" o "Don Cohombro"; quién asegura que "tiene, para rodar, una bola en cada lado"; quién lo compara con el enano Soplillo. Se le encarnece considerándolo "hombre en embrión", "baúl-poeta" o "señor bola matriz". Y es célebre la quintilla del regidor Juan Fernández:
Tanto de corcova atrás
y adelante, Alarcón, tienes
que saber es por demás
de dónde te corco-vienes
o a dónde te corco-vas.
Pero, dignamente, moldeando en serenidad su amargura, el poeta responde tales befas por boca de uno de sus personajes en Las paredes oyen:


En el hombre no has de ver
la hermosura o gentileza:
su hermosura es la nobleza;
su gentileza, el saber.
También inclinaban a chacota sus pretensiones aristocráticas, tan características y comunes en los criollos de la Nueva España.Ya hemos visto que era de noble prosapia; pero los escritores de la Península no transigían con que él se empeñase en anteponer a su nombre el "don" de que ahora todo el mundo usa. "Amaneció hecho un don..." -escribe Suárez de Figueroa-. "Los apellidos de D. Juan crecen como hongos... -léese en una censura atribuida a Quevedo-... Yo aseguro que tiene las corcovas llenas de apellidos. Y adviértase que la D no es don, sino su medio retrato."
Y allí de Alarcón haciendo decir a uno de sus héroes en La prueba de las promesas:
Si fuera en mí tan reciente
la nobleza como el DON
diera a tu murmuración
causa y razón suficiente;
pero si sangre heredé
con que presuma y blasone
¿quién quitará que me endone
cuando la gana me dé?
¡Qué más! Hasta daba pasto a la sátira su modo de ser afable y cortés, con algo de dulzón, como de genuino americano. A las veces, sin embargo, no se detenían sus rivales y envidiosos, en la frase maligna; iban más allá: al estrenarse El Anticristo echaron aceite pestilente en las candilejas, con ánimo de interrumpir la representación. Desarrollóse ésta en medio de silbidos, sofocaciones y estornudos. Y, al final, la obra hubiera ido irremisiblemente al fracaso, a no haber sido por la intrepidez de la comedianta que hacía de protagonista. Por estos hechos, a juzgar por una carta de Góngora, se ordenó la aprehensión de Lope de Vega y de Mira de Mescua.
Quien semejantes ataques provocaba, llevaba implícita la realidad de su propio valer. Las comedias de Alarcón se imponían. Interesaron a la Reina. No tardaría el esperado favor oficial que, satisfaciendo al pretendiente, aniquilase al poeta. En 1623, con motivo de las fiestas organizadas en Madrid para celebrar los conciertos matrimoniales entre Carlos Eduardo, Príncipe de Gales, y doña María de Austria, Infanta de Castilla, el autor de La verdad sospechosa fue designado para escribir el acostumbrado Elogio descriptivo. Deseoso de congraciarse con los de arriba, apremiado por el tiempo y carente de dotes -¡Él, que tanto las necesitaba!- para el cultivo de ese género de retórica ocasional y cortesana, se allegó algunos amigos para que le ayudasen a sobrellevar tan pesada carga, tramando, con él, sendas octavas. Con lo que resultó tal y tan endiablado engendro ("poema sudado, hijo de varios padres" lo llamó Pérez de Montalbán), que llovieron sobre el autor frases hirientes y chuscas.
¡Pero algún día había de cuajar el ansiado nombramiento para este poeta que, aguardándolo, había compuesto, a guisa de entretenimiento y para edulcorar la espera, tan buenas comedias! El 17 de junio de 1626, merced a la protección del presidente del Consejo de Indias D. Ramiro Núñez Felipes de Guzmán, obtiene Alarcón el puesto de Relator interino del mismo Consejo, cargo que se le confirma en propiedad a 13 de junio de 1633. Confinado en la vida burocrática; atento a negocios mercantiles de América que algo le habían producido, y acaso, en el fondo, muy en el fondo, desencantado de la vida literaria, D. Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza abandonó, al menos ostensiblemente, el cultivo de las letras. Silencioso, meditativo, se ha de haber encerrado en su casa. De tiempo atrás había tenido en Doña Ángela Cervantes una hija natural que llevaba el nombre de Lorenza de Alarcón. "Hacia el fin de sus años -escribe Alfonso Reyes- vivía con cierta holgura en la calle de las Urosas; tenía coche, criados y dinero para sus amigos." Falleció en Madrid el 4 de agosto de 1639. Descansa en la parroquia de San Sebastián.
Junto a la opulencia lujuriosa del teatro de Lope de Vega, junto al de Calderón y aun al lado de Tirso, la obra dramática de Alarcón resulta escasa por el número de títulos: contando las dudosas y las escritas en colaboración no llegan a treinta y cinco las comedias del mexicano. Dos volúmenes publicó de ellas su autor: el primero en 1628, con ocho piezas; el segundo en 1634, con doce: veinte en total, a las que hay que agregar cuatro más, tenidas como rigurosamente originales y auténticas. De tales comedias, unas siguen las huellas de Lope y Tirso: El semejante a sí mismo, El desdichado en fingir, La cueva de Salamanca, La industria y la suerte. Otras son de carácter: La verdad sospechosa, Las paredes oyen, La prueba de las promesas, Mudarse por mejorarse, El examen de maridos, No hay mal que por bien no venga, Los favores del mundo. Entre las dramáticas figuran: El Anticristo, La crueldad por el honor, El tejedor de Segovia (segunda parte), Quien mal anda, mal acaba, La culpa busca la pena, y el agravio, la venganza, El dueño de las estrellas. De tipo heroico: Ganar amigos, Los pechos privilegiados, Todo es ventura, La amistad castigada. En fin, de enredo, sólo se cuenta una: Los empeños de un engaño; y de tramoya, otra: La Manguilla de Melilla.
La escasa fecundidad de Alarcón explícase en parte por los azares de su vida dificultosa. Explícase también por la hostilidad del público, a quien, en el prólogo de sus comedias, apellidaba Alarcón "bestia fiera" y, al ofrecérselas impresas le decía: "...trátalas como sueles, no como es justo, sino como es gusto, que ellas te miran con desprecio y sin temor, como las que pasaron ya el peligro de tus silbas, y ahora pueden sólo pasar el de tus rencores".
Pero lo que no sólo explica, sino justifica esta escasa fecundidad, es la naturaleza misma de dicho teatro, que dista de la improvisación y, por sus características esenciales, revela ser obra meditada, de sereno y pausado pulimento. Si empezó imitando a Lope, acabó Alarcón por crear un tipo de comedia personalísimo e inconfundible. A la par que entretener proponíase edificar y enseñar. "Orgulloso y discreto, observador  y reflexivo -observa Pedro Henríquez Ureña-, la dura experiencia social le llevó a formar un código de ética práctica cuyos preceptos reaparecen a cada paso en las comedias." Fustiga vicios: la ingratitud, la maledicencia, la mentira, la inconstancia. Exalta virtudes: la piedad, la gratitud, la lealtad. Pero tal propósito moral no se realiza directamente por medio de la prédica; va implícito en la fábula, envolviéndola, iluminándola. Fue incomparable en el arte de crear personajes, vigilando su desarrollo lógico, sin desentenderse de su condición humanísima. La minuciosidad y fuerza penetrante del análisis psicológico, corre en el parejas con la observación menuda de las costumbres. Y por lo que toca no ya al fondo, sino a la forma, a la exterioridad artística de la comedia alarconiana, son tales sus cualidades, que la hacen caso único y de excepción en literatura castellana. Tanto se preocupa el poeta de la composición, del ordenamiento arquitectónico de la obra, como del estilo. Proporción y armonía ofrecen el plan, en sus lineamientos generales, y la intriga, en su desarrollo. Sobrio por naturaleza, el autor se aparta de enredos y personajes inútiles. Corta con viveza actos y escenas. Sus diálogos son breves; concisos los monólogos. De escasos vuelos líricos, su versificación es limpia y elegante, tanto como hermosos el lenguaje por su sencillez y pureza.
Habiendo cultivado, pues, casi todos los géneros, Ruiz de Alarcón creó uno que le pertenece por legítimo e indiscutible señorío: la comedia moral y de costumbres. Teniendo por antecedente remoto al latino Terencio, con el que la crítica le señala grandes semejanzas, influyó directamente en Corneille, fue el precursor de Molière y de él procede el teatro de Moratín, por lo cual puede afirmarse que es Alarcón, así en la literatura francesa como en la española, la fuente de donde arranca la comedia moderna.
Nació el gran dramático y se educó en México; pero vivió poco más de la mitad de su vida y murió en España; en España hizo su carrera literaria y sus comedias son de asunto español. ¿Debemos considerarlo como mexicano? ¿Fue, más bien, español?
Durante mucho tiempo se creyó esto último; ahora México reivindica su derecho a considerar como suya esa gran figura universal de las letras.
La tesis del mexicanismo del insigne escritor es relativamente nueva: data de 1913, cuando, en memorable conferencia, el crítico hispanoamericano don Pedro Henríqwuez Ureña sostuvo que Alarcón "pertenece de pleno derecho a la literatura de México y representa de modo cabal el espíritu del pueblo mexicano".
En comprobación de tal aserto, obsérvese, desde luego, una característica del dramaturgo: su "singularidad" dentro del teatro español de su época. El primero en advertirla fue un contemporáneo: Montalván: "las dispone -decía- con tal novedad, ingenio y extrañeza, que no hay comedia suya que no tenga mucho qué admirar..." Aludiendo a esto mismo, Fitzmaurice-Kelly expresa "que la personalidad tan marcada del genio de Ruiz de Alarcón -la extrañeza de que habla Montalván- da lugar a que casi se le aprecie mejor en el extranjero que en España". E insistiendo en lo que él llama la "nota personal", el "equilibrio" de Alarcón, declara que estas cualidades le colocan "algo aparte de los dos o tres más eminentes autores dramáticos españoles". Basta, en efecto, leer a Alarcón, para comprenderlo así; para enterarse de que el dramaturgo era una unidad aparte entre las grandes figuras del teatro del siglo de oro.
Ahora bien: si aquél se diferenciaba de éstas, ¿ofrecía, en cambio, su arte, algunas peculiaridades que revelaran su origen mexicano? Henríquez Ureña ha señalado varias: la discreción, la sobriedad, el desarrollo pausado -no agitado ni vertiginoso- de sus comedias, que coinciden con "el sentimiento discreto, el tono velado, el matiz crepuscular" que se advierte en la poesía mexicana; así como (cualidades que derivan del modo de ser mexicano) la brevedad en la observación, lo imprevisto en la réplica, la abundancia de fórmulas epigramáticas, y por último, la cortesía. "El propósito moral y el temperamento meditativo de Alarcón iluminan con pálida luz y tiñen de gris melancólico este mundo estético, dibujado con líneas claras y firmes, más regular y más sereno que el de los dramaturgos españoles, pero sin sus riquezas de color y forma."
Pero aún hay consideraciones de otra índole que conviene examinar al respecto. Cuando Alarcón partió para España en 1600, tras de haber pasado en la tierra natal su niñez y primera juventud, y hecho buena parte de su carrera universitaria, era un espíritu formado ya; "había ya vivido -como expresa Alfonso Reyes- en un ambiente de sello inconfundible y propio de los primeros veinte años de su vida, que es cuando se labran para siempre los rasgos de toda psicología normal". Probablemente ya por entonces había iniciado su carrera literaria, escribiendo sus primeras comedias -no, es cierto, de las mejores entre las suyas, pero sí de las que acusan rasgos distintivos de su genio-. Hartzenbusch afirma, con copia de razones, que El desdichado en fingir, La culpa busca la pena, y La cueva de Salamanca, fueron escritas por los años de 1599; es decir, cuando Alarcón aún no salía de México, y cuando era aquí estudiante de la Universidad. La industria y la suerte y Quién mal anda, mal acaba datan, según el propio Hartzenbusch, de 1600 y 1602, respectivamente; por lo que habrá que considerarlas como pertenecientes a la época en que el poeta estudiaba en Salamanca, si no es que la primera de dichas comedias fue compuesta todavía en México. Ábrese luego en la tabla cronológica de Hartzenbusch un paréntesis: de 1602 a 1616, o sea el período que comprende la apurada permanencia de Alarcón en Sevilla, litigando, y el retorno a México, de 1608 a 1613. Anterior a 1616 juzga el crítico español que haya sido El semejante a sí mismo. Acaso fue escrita esta obra -y así lo admite como verosímil Menéndez y Pelayo- al volver Alarcón a su patria; pues en la primera escena refiérese a la inauguración de las obras del desagüe de esta ciudad, que tal vez presenció. Y cabe presumir que de la misma época o muy poco posterior sea La prueba de las promesas, en la que figura un personaje -el mago D. Illán- que conjeturó Fernández Guerra hubiera sido inspirado al dramaturgo por la extraña personalidad, toda ella rodeada de misterio, del sabio Enrico Martínez, autor de las susodichas obras del desagüe del Valle de México.
Sí, pues, D. Juan Ruiz de Alarcón nació, se educó y pasó su primera juventud en México; si aquí se reveló su vocación literaria y dio su arte los primeros frutos, y si, por último, este arte, así entonces como en su desarrollo ulterior mostró diferenciarse del predominante en España en la misma época, y presenta, además, características de sensibilidad, de expresión, que lo asemejan al peculiar modo de ser mexicano, es evidente que por mexicano hay que tener a Alarcón.
Ciertamente "exiguo" y "desproporcionado" para dramático de tal perfección y grandeza resulta el marco de la poesía colonial, como afirma Menéndez y Pelayo. Mas no por estar fuera del marco, deja de pertenecernos la figura. Una sociedad naciente no podía ofrecer, no ofreció -ya lo hemos visto- ambiente propicio a las letras. Nuestra poesía en el siglo XVI redujósde a balbuceos retóricos, a unos cuantos versos circunstanciales, y al perfil de un poeta arcano. En el teatro, dentro de horizontes estrechísimos, sólo tuvimos un ingenio menor: González de Eslava. Inédita en su mayor parte, durante siglos, permaneció pa obra preclara de los cronistas... ¡Y como para compensarnos de tanta y tan penosa indigencia, bien que proyectándose sobre el fondo magnífico de la España del Siglo de Oro -único que podía contenerla-, se yergue, altiva y solitaria, la gloriosa y muy mexicana figura de D. Juan Ruiz de Alarcón!

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

miércoles, 1 de abril de 2020

Bernardo de Balbuena

En Valdepeñas vio la luz Bernardo de Balbuena, el 20 de noviembre de 1568 [Se ha aventurado la hipótesis de que Balbuena haya sido originario de la Nueva España. D. Victoriano Álvarez en su estudio Un gran poeta mexicano restituido a su patria, sostuvo que el autor del Bernardo nació y se educó en Guadalajara (Jalisco)]. Muy niño fue traído a México, y aquí hizo sus estudios bajo la protección de su tío D. Diego, canónigo de la Catedral. Ingenio precoz, y de natural y decidida vocación por las letras, a los dieciséis años hacía sus primeras armas, saliendo triunfante en el certamen convocado en 1585. en 1607, o sea hombre formado ya, regresó a España, y allá obtuvo el grado de doctor en teología en la Universidad de Sigüenza. En 1608 fue electo abad de la isla de Jamaica, y nombrado obispo de Puerto Rico en 1620. Asistió al sínodo provincial reunido en Santo Domingo; celebró otro en sus diócesis en 1624, y murió en 1627.
Tres obras se conocen de Balbuena: La grandeza mexicana, impresa en México en 1604; El siglo de oro en las selvas de Erifile, colección de églogas (1608), y el Bernardo o Victoria de Roncesvalles (1624), bravo poema escrito nada menos que en cinco mil octavas reales.
Desentendiéndonos de las dos últimas producciones citadas, por no cumplir ellas a nuestro objeto, hablemos solamente de La grandeza mexicana.
Es éste un poema descriptivo de la capital de la Nueva España en las postrimerías del siglo XVI. Los ocho capítulos de que se compone constan de otros tantos argumentos que el autor resume en la siguiente octava:

De la famosa México el asiento,
origen y grandeza de edificios,
caballos, calles, trato, cumplimiento,
letras, virtudes, variedad de oficios,
regalos, ocasiones de contento,
primavera inmortal y sus indicios,
gobierno ilustre, religión y estado,
todo en este discurso está cifrado.

Aspiraba, pues, Balbuena, a pintar a México en todos sus aspectos: el material externo, el espiritual, el social y el político. Y a fe que lo consigue, poniendo a contribución su prodigiosa exuberancia verbal, su extraordinaria fuerza descriptiva, su lujo inaudito de color y su rica fantasía.
Embelesado, discurre por la entonces nueva capital.
La ciudad, "bañada de un templado y fresco viento", se alza sobre las claras lagunas. Percibimos torres, capiteles, ventanajes. Bajo un cielo "que es de ricos", surgen aquí y allá alamedas y jardines "de varias plantas y de frutas bellas". Por caminos y calzadas pasan recuas, carros, carretas, carretones. Y una multitud abigarrada va de una parte a otra: arrieros, oficiales, contratantes, "cachopines", caballeros, galanes, clérigos, frailes, hombres, mujeres; todos de diversa color y diferentes en lenguas y naciones. Las calles son como tablero de ajedrez; el cristal de las aguas "en llamas de belleza se arde". Suben las torres amagando vencer a las nubes en altura, y la ciudad, flor de ciudades, es gloria del poniente.
Dulce es el habla. En maneras la gente es afable y cortesana. Las damas son de la beldad misma retrato, y, además, honestas y recatadas. En los caballeros abundan los sutiles ingenios amorosos.
Al poeta le gustan mucho los caballos. De ellos nos habla copiosamente en el canto III. Bellos caballos briosos de perfectas castas, de diverso color, señales y hechuras; de manos inquietas, de pechos fogosos. ¡Y qué jaeces, penachos y bordaduras realzan su gallardía! ¡Y cómo los jinetes son diestros y de hermosísimas posturas!
En México se hacen primores de cosas: trabajan y trabajan joyeros, lapidarios, relojeros, herbolarios, vidrieros, batihojas, fundidores, estampistas, farsantes, escultores, arquitectos. No escasean poetas raros que todo lo penetran y atalayan. Atenas no vio tal abundancia de bachilleres y pululan, en suma, borlados doctores tan grandes en ciencia como en pareceres graves.
En verano, cuando brotan los jazmines y el deseo, las fiestas no faltan. La ciudad del siglo XVI, que muchos suponen adusta, se llena de fiestas: hay saraos, visitas, máscaras, paseos, cacerías, músicas, bailes y holguras...
Considerando sus efusivos encomios, que, por lo demás, concuerdan con los expresados por los contemporáneos, podría creerse que cuanto pinta, pondera y enaltece Balbuena, tocante a la grandeza de México, haya sido obra de su fantasía y obligado tema de su genuina manera pomposa y deslumbrante. Pero a esto se opone testimonio tan respetable como el de García Icazbalceta. Nuestro gran historiador juzga que el poeta "no había de fraguar lo que no existía", y que su obra -con "las precauciones debidas"- merece, independientemente de su valor literario, ser estimada como documento histórico.
A juicio de Menéndez y Pelayo, "si de algún libro hubiéramos de hacer datar el nacimiento de la poesía americana propiamente dicha, en éste nos fijaríamos". Es "una especie de topografía poética". "Aunque el paisaje, en medio de su floridez y abundancia, no tenga más que un valor convencional y aproximado, y esté, por decirlo así, traducido o traspuesto a un molde literario, todavía en el raudal de las descripciones de Balbuena se siente algo del prolífico vigor de la primavera mexicana."
Casi olvidada por luengos años, desde que salió a la luz la edición príncipe hecha por Ocharte en 1604, La grandeza mexicana no hubo de reimprimirse -aunque incompleta- sino hasta el pasado siglo [siglo XIX], en que tuvo cinco ediciones: tres en Madrid, en 1821, 1829 y 1837; una en Nueva York en 1828, y otra en México en 1860. En 1927 la Sociedad de Bibliófilos Mexicanos publicó una reproducción facsimilar de la edición primitiva, que es la única completa, pues que al poema acompañan en ella la célebre carta dirigida por Balbuena al Dr. D. Antonio de Ávila y Cadena, Arcediano de la Nueva Galicia, y el Compendio apologético en alabanza de la poesía, documentos ambos importantísimos por lo que mira tanto a la personalidad como a la estética del poeta.

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

lunes, 16 de marzo de 2020

Francisco Rojas González

(1904-1951) Nació en Guadalajara, Jalisco, y murió en la misma ciudad. Sirvió en la Secretaría de Relaciones de 1920 a 1935. Desde 1934 perfeccionó sus estudios étnicos y sociológicos en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, en el que llegó a ser investigador de carrera. Sus frecuentes viajes por diversas regiones del país lo pusieron en contacto directo con núcleos indígenas, experiencias que aprovechó para realizar una obra literaria original y de alto valor estético. Rojas González se dio a conocer como cuentista en 1930, año en que publica Historia de un frac. Aparecen después ...y otros cuentos (1931), El pajareador (1934), Sed. Pequeñas novelas (1937), Chirrín y la Celda 18 (1944), Cuentos de ayer y hoy (1946), El diosero (1952), póstuma colección de cuentos, que refleja la vida y costumbres del indio de México, colocó a su autor entre los cuentistas más sobresalientes de nuestra literatura. Su primera novela: La negra Angustias (1944), tiene la novedad de presentar la intervención de las mujeres en la Revolución. Al tema indigenista pertenece su segunda novela: Lola Casanova (1947), y se refiere a la vida de los indios seris, del Estado de Sonora.

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

viernes, 6 de marzo de 2020

Fray Bartolomé de Las Casas


Nació en Sevilla en 1474 y murió en Madrid, a los noventa y dos años, en 1566. Hijo de un soldado que acompañó a Colón en su primer viaje al Nuevo Mundo, estudió en Salamanca y pasó a Indias en 1502. Pero no era su destino trabajar la tierra, sino preservar a los que la trabajaban. Así, abrazó el sacerdocio en 1510 y, en Cuba, se dedicó a la evangelización. En 1514, indignado por los "repartimientos de indios", que entonces se hallaban en to su apogeo, y considerando que era injusto y tiránico el tratamiento que a aquéllos daban los conquistadores, decidió consagrarse a su protección y defensa. Esta había de ser su principal misión. Renunció a sus haciendas. En favor del derecho de los naturales a la libertad, levantó su voz ante las autoridades civiles y eclesiásticas de España. Promovió investigaciones. Ideó nuevos sistemas de colonización; él mismo, aunque sin resultado feliz, trató de colonizar. Incansable, iba y venía del Viejo al Nuevo Mundo. A su tenacidad se debió que se promulgaran las Nuevas Leyes que refrenarían la inhumanidad desbordada. Dominico desde 1523, obispo de Chiapas a los setenta años, predicando ya con la palabra, ya con el ejemplo, litigando aquí, discutiendo allá, amenazado, perseguido, amado, odiado, vivió para una idea: erigir, sobre las ruinas de la opresión, el derecho de los naturales a vivir libres.
Por esto su figura, batalladora y ardiente, se proyecta con fúlgidos destellos en el horizonte de nuestro dramático siglo XVI. Por esto, más que a la de las letras, pertenece a la historia de las libertades humanas.
Tres obras le debemos: la Historia de las Indias, que abarca desde Colón hasta 1520, y que fue impresa en 1875-76; la Historia apologética, suplemento de la anterior publicada en 1909, y la famosa Brevísima relación de la destrucción de las Indias, que su autor destinó a Carlos V, fue impresa en Sevilla en 1552, y causó enorme sensación en su tiempo. La crítica moderna objeta el valor histórico de la obra de Las Casas. Estímasele como un doctrinario fanático que, empeñado en demostrar que los indígenas de América eran dechado de virtudes y fueron corrompidos por los españoles, se lanza por los campos de la fantasía, sin parar mientes en los datos de la realidad.
Insistamos: en Fr. Bartolomé de Las Casas, más que al historiador hay que tener en cuenta al paladín de una causa. "Exageró y abultó quizá -ha escrito D. Justo Sierra- la bondad esencial y la maldad de sus explotadores, no tanto como otros documentos lo demuestran. Pero aun así, esta clase de hombres que exageran y extreman de buena fe la pintura del mal, son necesarios en las épocas de crisis; así el remedio, aunque sea deficiente, bien pronto."

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

viernes, 21 de febrero de 2020

Efrén Hernández


(1904-1958), nació en León, Guanajuato, y murió en Tacubaya, Distrito Federal. Inició estudios de Derecho, los que abandonó más tarde para dedicarse a sus trabajos literarios. Fue animador entusiasta de la revista antológica América, en la que tuvo el cargo de subdirector. Se dio a conocer con su magnífico cuento Tachas (1928), y es, en este género, donde están sus mayores aciertos. Más tarde publicó El señor de palo (1932) y Cuentos (1941). Su prosa es una de las más delicadas en la literatura mexicana moderna. Su lúcida imaginación y aguda sensibilidad le permitieron aprovechar las conquistas de los maestros de la novela contemporánea. Escribió dos novelas: Cerrazón sobre Nicómaco (1946) y La paloma, el sótano y la torre (1949), y otros dos libros de poesía en que se revela la raíz clásica de su formación intelectual: Hora de horas (1936) y Entre apagados muros (1943). Su Obra completa (1965) ha sido publicada por el Fondo de Cultura Económica.


(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

martes, 3 de diciembre de 2019

José Mancisidor



Nacido en Veracruz en 1894, participa de la reacción popular de los habitantes del puerto de Veracruz ante la invasión norteamericana en 1914 e interviene a partir de ese momento en el movimiento revolucionario contra Huerta dentro de la División de Oriente. Participa más tarde en los frustrados movimientos revolucionarios de 1924 y 1927. Maestro de escuela, promotor de la corriente “proletaria” en la novela mexicana en la década de los años 30, editor de la revista Ruta y autor de varias novelas entre las que destacan: La asonada, Ciudad Roja y Frontera junto al mar. Historiador, ha publicado varios títulos del cual, su Historia de la Revolución Mexicana es sin duda el más importante. Muere en Monterrey en 1956.

(Tomado de: Mancisidor, José - El fin del Porfiriato. Cuadernos Mexicanos, año I, número 41. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)


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José Mancisidor (1894-1956), nacido en el puerto de Veracruz y muerto en Monterrey cuando impartía unos cursos de verano, fue un revolucionario activo toda su vida, y uno de los más importantes animadores de la literatura de contenido social. Su mayor significación está en el campo de la novela, pero cultivó también el cuento, del que hizo dos útiles antologías: Cuentos mexicanos del siglo XIX y Cuentos mexicanos de autores contemporáneos (1946). Su filiación revolucionaria se manifiesta en sus ensayos sobre Zolá, Marx, Lenin, Juárez, Hidalgo, Morelos, Guerrero, etc. Su primera novela, La asonada (1931), lo presenta como narrador áspero aunque vigoroso, carácter que se afirma en la segunda: La ciudad roja (1932). Una de sus obras más significativas es Frontera junto al mar (1953), sobre la heroica lucha del pueblo veracruzano contra los marinos de Norteamérica. El alba en las simas (1953) describe la lucha por la recuperación nacional del petróleo mexicano. Además de las obras anteriores, Mancisidor dejó un volumen de cuentos: La primera piedra (1950) y tres novelas inconclusas.

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)