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domingo, 27 de diciembre de 2020

El Chuchumbé y otras canciones prohibidas, 1766

 

LAS CANCIONES Y LOS BAILES

En 1776 se extiende por las esquinas y las calles de la ciudad de Veracruz un baile con que se solazan negros y mulatos, soldados, marinos y broza. Tiene por nombre el Chuchumbé y, a decir del comisario del Santo Oficio, se baila con ademanes, meneos, zarandeos, manoseos y abrazos, hasta dar barriga con barriga. Los bailarines se visten "a la diabla", con trajes prendidos de listas amarillas, negras, coloradas, y de unos ramitos y alamares negros de trecho en trecho; y se adornan con "rosarios diablescos" formados por una cuenta negra y una roja. Hoy no se conserva la música de este baile, cuyos ritmos y melodías pertenecieron sin duda a la familia del Caribe, y sólo quedan las coplas que cantaban los espectadores, mientras los otros bailaban. Estas coplas podrían ser una de tantas manifestaciones aisladas de la profanidad religiosa, si a partir de su aparición no hubieran sucedido otras de tendencias similares, y si el edicto con que fueron prohibidas no hubiese sido aplicado a la persecución de los múltiples bailes y canciones profanas, que surgieron desde entonces. Son además singulares, porque representan algunas de las más audaces burlas a la religión y a la muerte, y porque nunca abandonan el regocijo de evocar los lances sexuales, y pocas el de relacionarlos con las cosas santas. Integradas a la brutalidad de los movimientos, a la fantasía irreverente de los trajes, al clima demoniaco creado por la música y los gritos, parecen haber formado un conjunto destinado a romper la armonía de la música sacra, o de las danzas y canciones piadosas. Separadas de la vida, el ruido y los colores con que se acompañaban, ayunas de la música "infernal", de la risa y la alegría de los espectadores y bailarines, todavía conservan los motivos que tenían para escandalizar a las personas timoratas, y hasta quizás ganan en vulgaridad y rudeza. Los temas varían muchísimo de una a otra copla y sólo es común la alusión a la vida sexual y la grosería de las palabras. En una copla se pinta a un fraile con los hábitos alzados; en otra, a una vieja santularia que va y viene a la iglesia, donde se haya el "padre" de sus hijos; en otra, a una prostituta llamada Martha la piadosa, que "socorre" a todos los peregrinos; en otra más, a una mujer que revela sus tormentosos amores con el "demonio del jesuita", y así, sucesivamente, se habla de soldados "en guardia", casadas en "cueros", y prostitutas de "cuaresma", dando generalmente a la palabra chuchumbé un significado fálico. Escogemos como ejemplo algunas de las coplas menos atrevidas, dejando que el lector interesado busque las demás:

En la esquina hay puñaladas.

¡Ay Dios, qué será de mí!

¡Que aquellos tontos se matan

por esto que tengo aquí!


Si usted no quiere venir conmigo,

señor Villalba le dará el castigo.

....

Me casé con un soldado,

lo hicieron cabo de cuadra

y todas las noches quiere

su merced montar la guardia.

Sabe usted que, sabe usted que

Canta la misa le han puesto a usted

....

Mi marido se fue al puerto

por hacer burla de mí.

El de fuerza ha de volver

por lo que dejó aquí.

Que te pongas bien, que te pongas mal,

el chuchumbé te he de soplar.

....

¿Qué te puede dar un fraile

por mucho amor que te tenga,

un poquito de tabaco

y un responso cuando mueras?


El chuchumbé de las doncellas,

ellas conmigo y yo con ellas.

....

En la esquina está parado

el que me mantiene a mí,

el que me paga la casa

y el que me da de vestir.

....

y para alivio de las casadas

vivir en cueros y amancebadas!

[AGN, Inq., t. 1052, ff. 292-303 (1766)]

El edicto con que fueron prohibidas estás coplas, las consideraba "en sumo grado escandalosas, obscenas y ofensivas de castos oídos", y acusaba a los practicantes del Chuchumbé de provocar a lascivia, en perjuicio de las conciencias del pueblo cristiano, de las Reglas del Purgatorio y de los mandamientos del Santo Oficio. La sanción para los reincidentes era la Excomunión Mayor latae sententiae, y otras penas que quedaban al arbitrio de los inquisidores. Pero a pesar de la prohibición y de los castigos con que amenazaban, el baile del Chuchumbé se extendió en la Colonia, pasando de mar a mar, por la ciudad de México, hasta el puerto de Acapulco, donde lo bailan y cantan los vecinos hacia 1771, con otros cantos no menos profanos y escandalosos. Y es que el edicto no hacía, quizás, sino avivar la intención maliciosa de los bailarines y cantores, su deseo de gozar un mundo prohibido, de bailarlo y cantarlo con descaro y hasta con cinismo. Es el caso que un año más tarde ocurrió en la villa de Jalapa, un hecho poco común, en el cual se ve con claridad el propósito de profanar las cosas santas, de mortificar a los beatos, de provocar a los dioses y a las autoridades. Al estarse celebrando la misa diaria, en la madrugada de la Natividad de Cristo, cuando el sacerdote elevaba la sagrada hostia, comenzaron en el órgano a tocar el Chuchumbé y otros sones, como el Totochín y Juégate con canela "todos lascivos, torpes e impuros, que no solamente bastaron a interrumpir la devoción, sino que escandalizaron a los fieles que asistían al Santo Sacrificio". Alguien hizo la delación, acusando a los propios religiosos de haber inducido al organista a cometer semejantes excesos; pero el Tribunal no abrió proceso ni persiguió a los delincuentes. En tal forma, quedó impune el delito; la música profanó el acto más sagrado de la Iglesia, para risa de unos y cólera de otros, y evocó en pleno sagrario los movimientos lascivos y las palabras obscenas.

En general la costa del Golfo y en particular Veracruz fueron sede fecunda en desmanes musicales. La alegría de su gente, el desenfado religioso de sus almas, la proximidad en que se hallaban de una de las regiones musicales más inquietas de América, como tradicionalmente han sido las Antillas, y el tráfico constante con los puertos españoles, hacían que surgieran diariamente en esas regiones nuevos cantos y bailes profanos que escandalizaban a las autoridades religiosas. Ni las amenazas, ni los consejos, ni la cárcel bastaron a detener el impulso de bailarines y cantores. Sucesivamente fueron apareciendo la Maturranga, un son cuyos estribillos "no eran muy honestos", el Pan de Manteca, con "movimientos torpes y provocativos", el Sacamandú, baile traído a Veracruz por un negro de la Habana que había estado de forzado en San Juan de Ulúa, las contradanzas y fandangos lascivos, el son llamado Toro nuevo, Toro viejo -"torpe, escandaloso, profano, por el modo con que lo ejecutaban las personas de ambos sexos, que sin respeto a la ley Santa, mostraban en él todo el desenfreno de sus pasiones, usando de los movimientos, acciones y señas más significativos del acto carnal..." -, en fin, la bolera del Miserere, que contenía entre sus versos las palabras tibi soli peccari... Estos bailes horrorizaban a las personas beatas y parecían escandalizar a las autoridades, principalmente por su contenido sexual. Había en ellos demasiada alegría, una gran abundancia de actividad y de gasto de energías, muchas risas y algazaras, que sumían a los cristianos de Veracruz en un mundo pagano y ajeno a Dios. La descripción del Torito que hace un comisario del Santo Oficio, el año de 1803, prueba esa doble actitud de los actores desenfadados y de los celosos espectadores:

Tenemos la desgracia de oír entre la gente plebeya de esta unidad y los pueblos comarcanos otro son llamado el Torito -escribe el comisario-, deducido del antiquísimo llamado tango, que no he visto bailar, pero repetidas veces he oído detestar entre las personas que presenciándolo no han podido sacrificar, en obsequio de la dirección, los remordimientos de su conciencia ni los sentimientos de la religión. Báilase el detestable Torito entre un hombre y una mujer; ésta es generalmente la que sigue el ademán de torear, como el hombre el embestir; la mujer provoca y el hombre desordena; el hombre todo se vuelve cuernos para embestir a la toreadora y la mujer toda se desconcierta o se vuelve banderillas para irritar al toro: en los movimientos de torear y en los de embestir, uno y otro mutuamente se combaten, y ambos torean y embisten a los espectadores, que siendo por lo común personas tan libertinas y disolutas como los bailadores, fomentan con gritos y dichos la desenvoltura y liviandad de los perniciosos bailadores. Este baile no es de aquellos que se ven de tarde en tarde. Es bastante frecuente y creo que no hay concurrencia de arpa y guitarra, especialmente en las casas de campo, en las pequeñas de la ciudad, y en los pueblos de Medellín, Xalapa y Antigua Veracruz, en que no se vea bailar, unas veces con más, otras con menos desenvoltura, pero casi siempre con demasiada disolución... 

Casanova, Pablo González - La literatura perseguida en la crisis de la Colonia. Colección Cien de México. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1986.

viernes, 15 de noviembre de 2019

El teatro en ciudad de México, de 1824 a 1826

(Teatro Principal)


En 1824 llega a México un buen actor español, Diego María Garay, quien forma la primera compañía seria de teatro que funcionó en la capital, es decir, sujetos los actores a una disciplina, a un sueldo fijo y a una dirección escénica. Garay, que era hombre hábil, de inmediato se enteró de las ideas liberales privativas de la ciudad, y para congraciarse con el público anunció en sus primeras representaciones el drama intitulado La virtud perseguida por la superstición y el vicio, que era una diatriba en contra de la Inquisición y de los inquisidores. La publicidad que hizo Garay fue tan directa en contra del clero, que las familias protestaron y las autoridades mandaron prohibir la representación. ¡A los tres años escasos de la proclamación de la Independencia y cuando no se hablaba de otra cosa en toda la República que no fuesen la libertad y los derechos del hombre! La censura teatral nació, pues, con la libertad de expresión. México ha hecho siempre honor a su fama de país de contrastes y de paradojas.
Pero no sólo las autoridades andaban un tanto atrasadas y sin hacer caso a las nuevas ideas de progreso: también el público seguía viviendo en pleno oscurantismo, como pudo darse cuenta un pobre italiano que recorría el mundo con su espectáculo de prestidigitación. El el mes de agosto de 1824 se presenta Castelli en el Coliseo Nuevo y los espectadores se santiguan horrorizados al ver cómo aquel hombre hace desaparecer los objetos, convierte el agua en vino y resucita a un pajarillo. ¿Prestidigitación? ¿Juego de manos? El público no conocía el significado de tales palabras; sólo daba crédito a sus ojos y aquello no era otra cosa que brujería. ¿Por qué habrá desaparecido la santa Inquisición?, se preguntaban, y decidieron convertirse ellos mismos en inquisidores y quemar en leña verde a aquel hechicero. El pobre de Castelli tuvo que abandonar el teatro a toda prisa, y la capital, y el país. José Joaquín Fernández de Lizardi, “El Pensador Mexicano”, lamenta la ignorancia y el fanatismo de sus conciudadanos desde las páginas del diario El Sol.
El estado del teatro Principal en 1825 era lamentable. Por desidia de los empresarios hacía muchos años que se le había abandonado y apenas si diariamente los mozos lo barrían con desgano. Los sanitarios despedían tales emanaciones, que los espectadores desde sus palcos y lunetas se veían obligados a llevarse a la nariz constantemente sus pañuelos empapados en perfume; pero en cambio, existía una pequeña capilla en la entrada que estaba siempre muy limpia, y a veces el santo que la ocupaba se veía iluminado por veladoras. El público, como ya se ha visto, tampoco era muy escrupuloso ni ilustrado, y las tertulias proseguían en voz alta una vez que ya había comenzado la representación, y en ciertas ocasiones una discusión entablada en un palco tenía un volumen mayor que el de la voz de los actores, de manera que el público se olvidaba de éstos y seguía con interés lo que se hablaba en el palco. Cuando terminaba un acto de la comedia o drama, en el intermedio aparecían cantantes a entonar coplas de actualidad, o bailarinas a ejecutar “sonecitos del país”, como se llamaba entonces a nuestro folklore. Entre bastidores se agolpaba un heterogéneo conjunto de petimetres que iban en pos de las cómicas, de criadas y vestidoras, de tramoyistas y de amigos, y todos comentaban en voz alta lo que les venía en gana y sus carcajadas se escuchaban por todo el teatro, así como la voz del apuntador, quien desde su concha dejaba escapar todo el torrente de su voz y todo el humo de su pestilente cigarro. Las decoraciones eran ya hilachos llenos de remiendos y de manchas, y el vestuario era el mismo para una tragedia de corte griego que para una comedia de Fernández de Moratín. A todo esto debe añadirse el desagradable olor que despedían las lámparas de aceite con que se iluminaba el escenario y el salón, y casi siempre las que estaban colgadas sobre los espectadores dejaban gotear incesantemente su viscoso líquido que manchaba los vestidos de las señoras. Este estado del teatro perduró por mucho tiempo, puesto que quince años después, en 1840, cuando llegó la marquesa Calderón de la Barca como esposa del embajador de España en México, en sus deliciosas cartas sobre La vida en México nos lo confirma.


(Tomado de: Reyes de la Maza, Luis - Cien años de teatro en México. Colección ¿Ya LEISSSTE?. Biblioteca del ISSSTE. México, 1999)

lunes, 7 de enero de 2019

La Inquisición en la Nueva España



10

¿Cómo se mantenía a la sociedad en orden?

Existía una institución con capacidad para regir las esferas de la vida política y eclesiástica.

 Esta fuerza la tenía la Inquisición. Capaz de combatir el crimen, cualquier herejía o mínima sospecha de un atentado en contra de la Iglesia católica o del virreinato de los Habsburgo, la Inquisición se originó en Europa y continuó su desarrollo en México. Por su antigüedad, estaba conformada por una serie de normas y reglas muy complejas, además de su exasperante burocracia. La Inquisición tuvo una influencia innegable en la mentalidad y en el comportamiento de todas las capas sociales de la colonia. La Inquisición favorecía la ortodoxia religiosa y política, por lo que cuando comenzaron a llegar las ideas de la Ilustración fue muy difícil que lograran difundirse. El recuerdo que dejó su presencia fue el uso desmedido de la tortura y ser el órgano censor por excelencia. Cualquier idea que atentara contra la vida religiosa e intelectual de la Nueva España se reprimía de inmediato.

La Inquisición se estableció por primera vez bajo la orden del papa Gregorio IX en 1233.

Fue una medida para combatir a los diversos movimientos disidentes que surgieron durante la Edad Media. Como los arzobispos estaban muy ocupados con sus labores pastorales, no tenían el tiempo para ejercer el castigo. Por eso el papa creó los tribunales en Francia, Alemania e Italia. España se quedó sin una Inquisición formal, pues todas sus fuerzas estaban concentradas en reconquistar el territorio que estaba en manos de los árabes.

Fernando e Isabel, los reyes católicos, pidieron al papa Sixto IV la creación de esta institución semejante para España. Una de sus características primordiales sería el privilegio de ser independiente del papa, permiso que se conoce como "patronato real". Así la Corona tenía la libertad de nombrar a sus dirigentes en España y en América. Se estableció por primera vez en Santo Domingo. En la Nueva España, la Inquisición se fundó en 1570 y desapareció en 1820 con la Independencia. Antes de su establecimiento, los primeros obispos asumían la función de inquisidores. Esta forma primitiva buscaba corregir las conductas "erradas" de los indígenas. Desde 1571 hasta 1700, castigaba cualquier acción contraria a la cristiandad, con la blasfemia, la bigamia, la sodomía, la bestialidad, la fornicación y las peticiones sexuales de los curas. Esta institución frenó en buena medida el desarrollo intelectual. Publicaba un "Index", el cual contenía todos los libros prohibidos. Con el libro bajo el brazo se realizaban "visitas de naos" a los barcos, para cazar estas publicaciones vedadas. Entre 1700 y 1820 mantuvo una actividad incesante y castigó a todos aquéllos que se mostraban contrarios a su doctrina, como fue el caso del cura Hidalgo y de José María Morelos y Pavón.

De acuerdo con la ley civil, los juicios de la Inquisición tenían que cumplir con el procedimiento fijado por Tomás de Torquemada en la obra Instrucciones de 1484. El procedimiento se iniciaba con el edicto de fe, en donde se enumeraban las denuncias. A los acusados se les encarcelaba para esperar su juicio y muchas veces morían sin él. El caso se revisaba o se insistía al acusado para que confesase. En muchos casos se aplicaron las técnicas de tortura, las cuales estaban reglamentadas en cuanto a su procedimiento y duración. Según la ley, la tortura debía utilizarse una sola vez, pero los inquisidores suspendían la operación para reanudarla días más tarde.

(Tomado de: Cecilia Pacheco - 101 preguntas sobre la independencia de México. Grijalbo Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2009)