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lunes, 14 de julio de 2025

Diego, caníbal de salón

 


Diego, caníbal de salón 


En ciertos periodos de su vida, Diego Rivera ponderó las virtudes alimenticias de la carne humana y relató con fruición los detalles de la primera vez que se llevó a la boca tan delicado manjar 

Aunque solía hacer estos alardes de antropofagia, la verdad es que su canibalismo nació frente a un gran plato de fresas con azúcar, en su pequeño departamento de París, inspirado en una de las muchas anécdotas de la Revolución Mexicana que le contaba Siqueiros. Diego -cuándo no- llevaba los juegos de su imaginación más allá de su mundo fantasioso e inofensivo y los mezclaba con historias que la realidad había conformado con lujo de crueldad. 

Por órdenes superiores -le contaba David a Rivera- fue creado un cuerpo especial de caballería para contrarrestar las acciones de los famosos Dorados de Francisco Villa. Esta unidad dependía de las fuerzas del general Manuel M. Diéguez y estaba formada sobre todo por individuos de dura entraña, de alma torva, hombres de sangre sucia, mandados por el general Abascal. Entre los oficiales de éste, el preferido era un capitán de apellido Isunza, sujeto bien parecido que había abandonado su pupitre en el salón de clases del quinto año de Leyes para incorporarse al ejército. Nacido en Tepic Isunza pasó su infancia y juventud en Guadalajara, hablaba como tapatío y nadie que lo viera o escuchara sospecharía qué clase de alma habitaba detrás de su rostro de estudiantes delicado, casi espiritual 

El capitán Isunza se hizo célebre por su valor temerario en los combates y por las bromas que prodigaba en sus ratos de buen humor, que eran temibles, pues no solían sorprenderlo sino en franco estado de embriaguez. 

En cierta ocasión hizo que los muchachos de las familias ricas de Guadalajara lo invitaran a un banquete en el lugar más caro de la ciudad, que le sirvieran vinos europeos, que pronunciaran discursos y luego, como fin de fiesta, que lo acompañaran hasta el cuartel "Colorado Chico", donde se alojaba la caballería de Abascal. Al llegar, pidió que lo esperaran "tantito" y se alejó solo. Ya no regresó. Pero aparecieron en su lugar quince o veinte soldados que con fiereza empezaron a golpear a "los malditos rotos", mientras él desde un balcón, se reía hasta ahogarse. 

Es la primera parte de la historia y la que menos importa. Lo que sigue ocurrió así: 

El pueblo se llama Santa Ana y pertenece al Estado de Jalisco. El día aquel era uno más entre muchos perdidos en el calendario. Hacía calor excesivo, en el cielo empezaban acumularse nubes negras. Los soldados, agobiados por la temperatura permanecían inactivos. Isunza, como era usual, bebía.

Dos prisioneros villistas fueron conducidos hasta él.

-¿Qué hacemos con éstos, jefe?- preguntó un sargento. Isunza, perdida la conciencia, contestó entre dengues:

-¡Fu...sílenlos!

Uno de los prisioneros, el de mayor edad, empezó a suplicar:

-Capitán, ordene que nos corten cualquier cosa, lo que usted disponga, pero que no nos maten, por favor, que no nos maten, capitán…

Isunza levantó la cabeza hacia el implorante. Una luz filosa como vidrio quebrado cruzó sus ojos verdes. 

-Está bien. ¡Córtenles las orejas! Y que me traigan tortillas y chile, mucho chile…

"La repugnancia me venció", decía Siqueiros. 


Diego lo observaba con los mismos ojos que el prisionero al capitán Isunza. No cabía en sí de asombro. Y días después en casa de una francesita de gran talento literario, pero con más ganas de vivir desordenadamente que de escribir, contaba la historia pero poniéndose en el lugar del capitán Isunza y diciendo que le dominó aquel extraño apetito debido a "un pulque especial de cierta región de México que nadie sabe por qué, produce anhelos antropofágicos”.

Naturalmente, Diego elaboró más tarde toda una teoría sobre el canibalismo y el error cometido por la humanidad al abandonar tan sana y saludable costumbre, pues, decía, en tal abandono está el origen de las caries de los dientes, de la calvicie, de las nubes de los ojos, la sordera, las afecciones cardíacas y prácticamente de todos los males de la arteriosclerosis. 

Sabedor que sería mal vista la reivindicación del antropofagia, Diego aseguraba haberse limitado a alimentarse con leche de mujer desde el día -ya remoto- en que los encargados de levantar el censo en la República Mexicana habían encontrado en Aporo, Michoacán, a un anciano de 130 años.

Al preguntarle al longevo el misterio de su vida, respondió que desde los 75 años había empezado a tomar leche de sus sobrinas tiernas y de amables muchachitas que le ofrecían la dulce savia de sus pechos. 

Juraba Diego que en cuanto los ancianos de la ciudad de México supieron de tan maravillosa medicina para alcanzar la longevidad, empezaron a seguir a las jovencitas por las calles, sobre todo a las de bustos desarrollados y cuando éstas, sospechando intenciones indebidas protestaban por el acoso, los viejitos, disculpándose dulcemente, decían: 

"No, señora, yo no quiero lo que usted supone, yo sólo le suplico que me permita vivir un poquito, un poquito más..."


(Tomado de: Scherer García, Julio – Siqueiros, la piel y la entraña. Ediciones Era, S.A. México, D.F., 1974)

lunes, 24 de febrero de 2025

La joda de la moda



 La joda de la moda 


El aire juega a los recuerdos 

se lleva todos los ruidos 

y deja espejos de silencio 

para mirar los años vividos. 

Xavier Villaurrutia 


Manuel M. Ponce señalaba en 1900 el desdén hacia el folclore y la indiferencia ante su extinción así como la proverbial avidez mexicana por lo extranjero. Tal denuncia, que indudablemente resulta encomiable, se antoja curiosa a vida cuenta de que el folclorismo preconizado por el autor de "Estrellita" y "Concierto del sur" provenía de Europa. Hoy se repite el fenómeno porque el afán de volver la vista a lo autóctono no se genera desde dentro, sino que, como ya ha sido señalado, curiosamente proviene de fuera, en concreto de Estados Unidos y París. 

Por lo visto la gente no está dispuesta a moverse más que hacia donde apunta el signo de la moda. Hace quince años podía uno ir a la Lagunilla o a Tepito y procurarse, a cambio de no mucho dinero, un escritorio de cortina hecho de encino "americano". Actualmente los tales muebles han desaparecido del mercado merced a millares de clasemedieros enterados de cuán elegante resulta tener uno en la sala. Durante los años cincuenta se antojaba insólito ver a una muchacha morenita con aspiraciones clasemedieras luciendo blusas indígenas de artesanía. Hoy han cambiado las cosas gracias, según parece, a la intermediación de jóvenes de tendencias intelectuales que, si no procedían de las colonias francesa, alemana o española, al menos encajaban en familias de inclinaciones artísticas y atentas a la cultura europea. Con la música pasa exactamente lo mismo. 

La música folcloroide andinopampallanera ha aparecido esporádicamente en México desde hace casi cuarenta años sin que se le prestara demasiada atención. Pero bastó con que los franceses pusieran los ojos en blanco al escuchar los charangos y los bombos de algunos estudiantes hispanoamericanos radicados en París, o que Paul Simon y Art Garfunkel grabaran "El cóndor pasa" para ver al paisanaje irrumpir en incondicional aplauso para cuando se hiciera pasar por música de "nuestros hermanos latinoamericanos”.

A continuación se presenta una lista de intentonas tan espontáneas como estériles que, a pesar de sus deficiencias, resulta harto significativa. 

Año de 1934. Faustino Lazcano, Pepe de la Vega y Miguel Bermejo forman Los Gauchos de los Ponchos Verdes.

Abril de 1945. La gran compañía de arte folklórico peruano debuta en Bellas Artes. Ymma Sumac (cantante), César Gallegos (quena), Ríos Amurú (quena), Tipoy Anky Wara (arpa), Nicolás Wetsecc (charango). Todos ellos se presentaban bajo el nombre de Ynca Taky y el Gran Conjunto Típico Suramericano dirigido por Carlos Moisés Vivanco. 

Febrero de 1947. El teatro Follies presenta a María Esther Casas, intérprete de la canción Argentina. 

Marzo de 1947. El público capitalino conoce al Che Marino, "El auténtico gaucho de las pampas”.

Abril de 1947. Los Ángeles del Infierno "los máximos folcloristas del Brasil", según la cartelera del Follies. 

Junio de 1948. El cabaret Aurora presenta a Ñata Gaucha, "la voz de las pampas”.

Diciembre de 1950. Los Llaneros actuaban en la XEW y, ya lanzada a la fama por el Hollywood Bowl y gracias al Times y a Capitol Records, algunos empresarios mexicanos se desvivían por traerse a Ymma Sumac y a Carlos Moisés Vivanco. 

Muy importante resulta resaltar en el mismo año las andanzas de Stella Inda, quien se hacía acompañar por un grupo folclórico -violín, tambor y guitarra- para llevar a Cuba melodías tradicionales michoacanas. Con el mismo repertorio actuó en Las Tullerías de la ciudad de México. 

Febrero de 1952. A falta de la Sumac, se presentó por estos lares la "soprano indoamericana" Suray Surita. 

Mayo de 1952. En Rumba Casino y en el Esperanza Iris actuó la tucumana Ana Morena. Se decía "india americana del sur del continente", pero no hacía más que cantar en francés, alemán, inglés, italiano y, de vez en cuando, en castellano. 

Ya en 1953 el doctor Roque Carbajo y Juanita andaban por Europa asestando a quien se pusiera a tiro sus aires folclóricos mexicanos. 

Año de 1954. Nos visitaron Los Jilguerillos, avezados intérpretes de bambucos colombianos y valses peruanos. 

Octubre de 1955. Mientras "Pancho López" se encontraba en tercer lugar de popularidad, "Camino del Indio" ocupaba el sexto. Se trata de la famosa pieza de Atahualpa Yupanqui que, entre otras versiones, contaba con las huapangoides perpetradas por Rosita Quintana y el Mariachi México, así como por Miguel Aceves Mejía. Es de temerse que el paradigma de tan conspicuos folcloroides fuera la hispana Imperio Argentina, quien grabó, además, "Canto inca" y "La bamba”.

También en 1955 la chilena María Luisa Buchino y sus Llaneros grabaron números sudamericanos para la RCA. 

En enero de 1957 la revista Radiolandia anunciaba que Gloria del Sol -antes integrantes del Dueto del Sol- fue contratada por la Peerless para probar suerte con repertorio sudamericano. 

Durante 1957 las radiodifusoras aztecas dieron algún impulso a una nueva canción de Atahualpa Yupanqui: "A unos ojos". Por entonces volvió a sonar una que otra milonga interpretada por Medeles, Pimentel y Ledezma -integrantes del Trío Argentino (se hace referencia a tres jarochos que adoptaron nombre y repertorio del original Trío Argentino)- que llegaron al D.F. a fines de los cuarenta. También por 1957 el público chilango conoció a Los Embajadores, quienes más tarde serían el Trío Peruano. 

En 1958 la RCA lanza Folclore latinoamericano de Los Cuatro Hermanos Silva, disco de larga duración que incluye, entre otras, "Pájaro campana", "Carnavalito quebradeño" y "Ende que te vi", interpretadas por tan relamido grupo, podían adquirirse también discos de setenta y ocho revoluciones por minuto con "Las dos puntas" y "Paisajes de Catamarca". 

En mayo de 1958 el baterista Tino Contreras grabó América canta y baila con piezas como "Alma llanera" -joropo venezolano-, "Cabaquino" -samba brasileña-, "San José" -montuno costarricense-, "Santo Domingo -apambichao dominicano- y otras parecidas. Mientras tanto, como el folclore boliviano no le redituaba mucho, Raúl Shaw Moreno iniciaba una transición pausada hacia el bolero. 

Mayo de 1959. Raúl Shaw Moreno y Los Peregrinos llevaban al acetato un vals peruano -"Con locura"- y una polca boliviana "Palmeras". En septiembre del mismo año el Tío Sam de Niño Perdido 204 presenta a los Wara Waras con Kosinara y Tito Yupanqui, "creadores (!) del folklore boliviano y suramericano"- ¡viva la alegría! Y a las pocas semanas anunciaba a Tamara y Saldívar -con atuendos peruanos y todo- autobautizados como Los Folcloristas de América. 

En abril de 1959 el trío Los Delfines -mexicanos- promovían "Alma llanera" y "Sabaneando", en tanto que en julio del mismo año estrenaron Ecos de los Andes. Luego, mientras, por instrucciones de Paco de la Barrera, Irma Dorantes copiaba el repertorio completo de la venezolana Adilia Castillo. María Luisa Buchino volvía a la carga con "Zamba de la Candelaria", "Llora, llora corazón" -vals- "El picaflor" -carnavalito-, "La loca" -chacarera- "Soy libre" -baguala- etcétera. 

Y ya en pleno estallido rocanrolero, los Wara-Wara nos ofrecían "Yaraví", "Thaya", "Kunutaguiragui", "A Conocas" -de Tito Yupanqui-, "Marujita", etcétera. 

Un dato curiosísimo es que Los Platters -"Only you", "The Great Pretender"- tuvieron la humorada de incluir nada menos que "Viva Jujuy" en su disco Al estilo latino

Marzo de 1960. La cartelera del teatro Iris anunciaba a Raymi Itica, "La alondra del Perú”.

A los 4 meses vinieron del Uruguay los Hermanos Gamarra y poco después el también uruguayo Lautaro Llempe graba "Tarde tibia" -pasillo- y "Ayer" -vals. 

en 1961 llegaron de Alemania Los Colegiales del Swing y no conforme llevar al acetato piezas folclorulentas mexicanas como "La cucaracha", se lanzaron al ruedo con "Quena blues". Casi simultáneamente Ernesto Torrealba y Los Araucanos hicieron discos con "Tiki, "Tuki", "Rosario", "Concierto de la llanura", etc., anteriormente habían acompañado a Adilia Castillo, "la novia del llano", quien dejó varias piezas folcloroides en el catálogo de la Musart. 

Para cerrar esta lista viene a cuento señalar que en 1963 el Terraza Casino presentó sin pena ni gloria a Los de Ramón, "embajadores de la canción latinoamericana" provistos de bombo y lira y aficionados a tocar toda clase de zambas, malambos y chacareras. 

Por otra parte, a partir de 1960 ciertos medios estudiantiles mexicanos -especialmente la Facultad de Ciencias de la UNAM- empezaron a escoger casi imperceptiblemente la moda folcloide in porque en Estados Unidos tomaba fuerza considerable entre la gente joven. No se trataba ya de los éxitos esporádicos de Los Weavers o Merle Travis, sino que la nube venía cargada con superestrellas como Joan Baez y Bob Dylan. En aquellos tiempos ser folcloroide era estimulante y grato porque no implicaba adocenamientos ni mesianismos. Lo repelente proviene de esa suerte de folcloroidez trasnochada que ha cundido desde 1968, acogiendo en su seno a elementos muy dados a disfrazar su exhibicionismo de compromiso y a pretender que su avidez de triunfo pase por altruismo. Lo irritante está en esos folcloprotestosos empeñados en idealizar al proletariado y a los "campesas" desde una perspectiva peternalista cargada de curiosos complejos y sentimientos de culpa. Lo irrespirable viene cuando los folcloprotestosos asestan al prójimo la paliza calificada por el jazzista John Renshan como "el chanchullo de la sinceridad”.

Por lo demás todo pasa. De hecho, la proliferación de mexicanos dedicados a imitar la música argentina, venezolana o colombiana es oportuna y justa. Así nos vengaremos sañudamente de elementos como Los Rancheros, La Mexicanita, Los Yucatecos -curiosamente nativos de Argentina- Los Pepes -venezolanos- La Mexicanita -en esta ocasión se trata de una colombiana- o Los Charros, todos ellos lanzados por los años cincuenta a jinetear y exprimir por esos mundos de Dios la música vernáculos de nuestro -o de quien sea- sufrido país. Lástima que a los folcloroides mexicanos no les haya dado por atentar contra la música francesa. De otra manera hubiéramos visto vengada a la patria por los agravios perpetrados por unos franchutes cuyo nombre se pierde en la sima de los tiempos y que se valieron del repelente Luis Mariano para filmar en París El cantor de México. Otro tanto puede decirse del impune Tercet Egzotyczny de Polonia formado por dos charros/gauchos -Zbigniew y Mieczyslaw- tan eslavos como Grotovski y una diva -Isabella- que no teme a cactus, haciendas, malagueñas o Granadas. 

Ya desatado los demonios revanchistas, tampoco estaría de más que un Anthar López o un Adriancito Nieto se lanzaran a cantar "The Yellow Rose of Texas" o "Home on the Range" para quedar a mano con la deplorable versión de "Guadalajara" grabada por Elvis Presley a fines de los años cincuenta así como con "A Gay Ranchero" -"Las Alteñitas"- imputable, entre otros, a Roy Rogers.


Tomado de: Arana, Federico. Roqueros y folcloroides. Colección Contrapuntos. Editorial Joaquín Mortis S. A. de C.V. México, Distrito Federal, julio de 1988)

martes, 10 de septiembre de 2024

Yucatán y Texas: una alianza entre rebeldes, 1841-1843, 1

 


(Sam Houston)


Yucatán y Texas: una alianza entre rebeldes, 1841-1843 

La escena y los personajes 



La República de Texas existió como tal desde el 2 de marzo de 1836, en que declaró su independencia de México, hasta el 16 de febrero de 1846, en que se anexó a Estados Unidos como el estado número 28. Por su localización geográfica, sus recursos potenciales y las circunstancias que le dieron origen como república independiente de México, Texas fue de gran interés comercial y estratégico no solo para México y Estados Unidos, sino también para Inglaterra, Francia y otros países europeos. 

Uno de los uno de los principales actores del drama que empieza a principios de 1836 fue Samuel L. Houston, presidente de la República de Texas en dos ocasiones: de septiembre de 1836 a fines de noviembre de 1838, con Lamar como vicepresidente, y de diciembre de 1841 a fines de noviembre de 1844. En su primera administración tomó posesión del cargo antes de la fecha prevista por la constitución texana, debido a su gran popularidad. En su discurso inaugural habló muy poco y superficialmente de su programa de gobierno, el cual de hecho estaba basado en la inminente anexión de Texas a Estados Unidos. Su gabinete reunió a personas de varias tendencias políticas en un invento en un intento por unificarlas. 

Líder de la oposición en contra de Lamar, Houston fue el candidato más esperado para derrotarlo en las elecciones. Su segunda administración unida a un Congreso conservador, fue el opuesto de la ambiciosa y costosa presidencia de Lamar. Los cortes presupuestales del 6° Congreso fueron tajantes. Se eliminaron muchos puestos públicos, se redujeron las plazas burocráticas, se bajaron los salarios. Los gastos militares posteriores a 1841 se limitaron a mantener a un reducido grupo de rangers. Su política pacifista con los indios, especialmente con los cherokees, ahorró vidas y dinero. 

Figura muy popular por su papel central en la revolución texana, Houston poseía experiencia política desde sus años al lado de Andrew Jackson. Totalmente opuesto a Lamar y muy crítico de su administración, canceló y revirtió todas las medidas tomadas por éste cuando asumió la presidencia por segunda vez: fuertes cortes presupuestales frente a la banca rota en la que Lamar dejó al gobierno tejano. En cuestiones políticas, la tendencia de la población tejana fue dividirse en facciones pro o antiHouston, ya que, en términos generales, sólo una minoría de los habitantes creía firmemente en la existencia promisoria de una Texas independiente; la mayoría deseaba y esperaba, como Houston, su anexión a Estados Unidos y celebró este hecho cuando finalmente ocurrió. 

Llama la atención que le interesara más deshacerse del ejército que incrementar su fuerza, especialmente frente a la amenaza de una confrontación con México. En mayo de 1837 licenció a todas las tropas exceptuando a 600, soldados ofreciéndoles transporte gratuito a Nueva Orleans a aquellos que decidieran regresar a Estados Unidos, o bien 1,280 acres de tierra a aquellos que aceptaran el licenciamiento y decidieran asentarse en Texas. Para equilibrar la disminución de fuerzas bélicas, el Congreso creó a los Texas Rangers. Esta institución se encargaría principalmente de lidiar con el problema indio, el cual Houston trató de resolver lo más pacíficamente posible, preservando los derechos de los cherokees, pero sin llegar a una solución duradera. 

Para los efectos de este trabajo podemos resumir la postura de Houston de la siguiente forma: estaba a favor de la anexión de Texas a Estados Unidos y en contra de llegar a la guerra con México. Cuantos menos choques con éste, mejor. 

Por su parte Mirabeau B. Lamar fue presidente de diciembre de 1838 a fines de noviembre de 1841, presentando en su discurso inaugural y primer mensaje al Congreso un ambicioso programa congruente con su idea de unas Texas independiente y de irse a la guerra con México si fuera necesario. Realizó intentos de establecer la paz con el descontento vecino, pero condicionados al reconocimiento por parte de México de la independencia tejana. Se puede afirmar que su política de defensa nacional fue muy agresiva. 

Su política financiera fue dispendiosa, otorgando mucho presupuesto para el ejército y la marina, lo que ocasionó un aumento tremendo de la deuda pública y exterior, que empeoró con la emisión de papel moneda. Le interesó conservar la flota texana, hacer alianzas bélicas con Yucatán en contra de México e intentar quitarle a éste el territorio de Santa Fe. Se manifestó a favor del bloqueo de los puertos mexicanos y desde fechas tempranas, como miembro del gabinete de Burnet, se negó a firmar el tratado de Velasco con Santa Anna, pues opinaba que éste debía ser juzgado en una corte marcial y ejecutado. 

Lamar puso en práctica una política sumamente agresiva y violenta contra los indios, especialmente contra los cherokees. Inmediatamente después de tomar posesión de la presidencia anunció un drástico cambio en la política india, estableciendo que los indios, o se plegaban a las leyes texanas, o dejaban la nación o serían exterminados. Algunos autores afirman que la administración de Lamar fue marcada por las más sangrientas guerras de indios que ocurrieron en la historia de Texas. Muy criticado por su administración, agobiado por problemas de todo tipo -financieros y bancarrota, la alianza con Yucatán, la expedición a Santa Fe, la agresión contra los indios- se tuvo que enfrentar al partido de Houston, quien desde el Congreso se opuso a todos sus proyectos. 

Con respecto al papel jugado por las potencias europeas, Houston decidió buscar su reconocimiento con la aprobación del Congreso, en el verano de 1837, convencido de que Estados Unidos, en esos momentos, no consideraría la anexión de Texas. Sin embargo, la actitud inicial de lord Palmerston, ministro de Asuntos Extranjeros inglés, fue de indiferencia, y las razones para ello eran que Gran Bretaña se oponía a la esclavitud, los capitalistas ingleses tenían millones invertidos en bonos mexicanos y a su gobierno no le interesaba ayudar a una nación que probablemente pronto se uniría a Estados Unidos. 

la situación cambió a raíz de la guerra de los Pasteles y del cambio en la política tanto de Houston como especialmente de Lamar. James Hamilton, el enviado de Lamar a Europa, tuvo más éxito con los franceses, logrando la firma de un tratado de comercio el 25 de septiembre de 1839, aunque no logró que le concedieran un ansiado préstamo. De esta forma, Francia fue la primera nación que reconoció la independencia tejana, lo que llevó luego a la república a firmar un tratado con Holanda en septiembre de 1840. 

El reconocimiento diplomático de Gran Bretaña fue posterior al de Francia y se dio en respuesta a las tendencias anexionistas cada vez más fuertes en Texas. En noviembre de 1840 Palmerston y Hamilton firmaron un tratado de comercio y navegación que obligaba a Gran Bretaña a ser mediadora en el conflicto con México, y a darle a Texas 5 000 000 de dólares de la deuda mexicana contraída con los poseedores de bonos ingleses. A cambio de ello se le daba a Gran Bretaña manga ancha en la supresión del tráfico de esclavos. Este tratado, a pesar de las dudas del senado texano, fue ratificado en 1842. Por lo tanto, no les interesaba a los ingleses el bloqueo de los puertos mexicanos por la flota texana, pues ello entorpecería las prácticas de paz.

A estas alturas, tanto Francia como Gran Bretaña estaban ansiosas por prevenir la anexión de Texas. A principios de 1844 el ministro de Relaciones Exteriores inglés le presentó al representante mexicano en Londres un plan para lograr que Texas no se anexara a Estados Unidos. Tal plan implicaba el reconocimiento de la independencia texana, así como la garantía de los límites entre ambos ambas naciones bajo la supervisión de ingleses y franceses. 

Sin embargo, la anexión de Texas fue uno de los principales asuntos en la campaña presidencial de 1844 en Estados Unidos, por lo que se decidió suspender toda decisión hasta después de las elecciones. La razón de esto es que muchos estadounidenses estaban en contra de Inglaterra y se creía que si los ingleses intervenían en el asunto, ello no haría más que acelerar el proceso de la anexión. 

La postura de México en relación con la independencia y anexión de Texas fue siempre muy clara: de franca oposición. Sistemáticamente se negó a hacer la paz con Texas y a reconocer su independencia, estableciendo que su anexión a Estados Unidos sería causa de guerra. Fueron las luchas intestinas y el vacío de poder político en México, más que la fuerza de los texanos, los que permitieron a Texas y el gobierno de Houston mantenerse a salvo de las amenazas mexicanas. 

El tratado de Velasco, firmado el 14 de mayo de 1836 por el presidente Burnet y Santa Anna, fue casi inmediatamente rechazado por el Congreso mexicano, mientras que el gobierno anunciaba su intención de someter a Texas a como diera lugar. El presidente Houston, convencido de que México tenía demasiadas dificultades internas como para cumplir con sus amenazas, no tomó ninguna medida al respecto. 

Cuando Lamar subió a la presidencia en diciembre de 1838, la situación se tornó más crítica, ya que manifestó que "si la paz sólo puede ser obtenida por la espada, dejemos a la espada a hacer su trabajo". No obstante, al mismo tiempo que establecía una política de franca hostilidad hacia México, también emprendió negociaciones de paz. 

En el otoño de 1839, mientras México estaba inmerso en la corta pero costosa guerra de los Pasteles con Francia, Lamar aprovechó la oportunidad para mandar al primer comisionado texano Barnard E. Bee, a negociar el reconocimiento de la independencia tejana y de la frontera en el Río Bravo a cambio de 5 000 000 de dólares. A pesar de contar con el apoyo del ministro inglés en México, Richard Pakenham, Bee fracasó. A fines de ese mismo año, Lamar envió a James Treat en una misión similar e igualmente improductiva, que duró diez meses y en la que el gobierno mexicano participó solamente para mantener a la flota texana alejada de los puertos nacionales. No obstante la asistencia del ministro inglés en las negociaciones, asistencia que estaba ahora respaldada por el tratado firmado con Gran Bretaña en 1840, la misión del tercer comisionado texano, James Webb, tampoco tuvo éxito. Webb regresó a Texas con la recomendación de prepararse inmediatamente para la guerra. Fue a raíz de estas noticias que Lamar decidió entrar en tratos con Yucatán y establecer una alianza de apoyo mutuo en contra de México. 

Así, a pesar de la hostilidad manifiesta de Lamar en contra de México, de su ayuda a los federalistas yucatecos y de la expedición a Santa Fe, que resultó en la invasión de Texas por México en 1842, ni Texas ni México estuvieron nunca en posición de hacerse la guerra realmente. De nuevo en el poder, Houston tomó una actitud cautelosa hacia México, y aunque pidió refuerzos, armas y dinero a Estados Unidos, acabó vetando la decisión del Congreso de declarar la guerra. Proclamó una tregua en junio de 1843, y el 15 de febrero del siguiente año, los comisionados de Texas y México firmaron un acuerdo de armisticio. Sin embargo, las negociaciones terminaron abruptamente cuando el gobierno mexicano se enteró de que Houston había firmado en secreto un tratado de anexión de Texas a Estados Unidos. 

A los texanos les interesaban sobre todo las relaciones con Estados Unidos, tanto durante la revolución como durante la república. El gobierno texano buscó la ayuda estadounidense, a veces la intervención directa a su favor, o el reconocimiento diplomático y aún la anexión lo antes posible. 

Houston fue el presidente que más asiduamente buscó el apoyo y la anexión a Estados Unidos, considerando que el voto que lo llevó a ese cargo en septiembre de 1836 era un voto a favor de dicha anexión. Sin embargo, sus comisionados en Washington no encontraron mucha respuesta a estos anhelos, ya que había serias dudas de que Texas pudiera mantener su independencia, miedo de ofender a México y la creencia de que el reconocimiento diplomático sería el primer paso rumbo a la anexión. Al final de su administración, el presidente Jackson nombró a Alcee La Branche encargado de negocios de Estados Unidos en Texas. 

Después del reconocimiento, Texas presionó por la anexión, pero la propuesta hecha por Hunt, uno de los comisionados, en agosto de 1837, fue rechazada bajo el argumento de que lo impedían los tratados celebrados con México. Había, además, mucha oposición a la anexión por parte de los antiesclavistas. Cuando Lamar subió la presidencia, el Congreso texano retiró la petición en enero de 1839 y no se volvió a hablar de anexión por un buen tiempo.

Algunos autores opinan que si algo de positivo tuvieron las expediciones texanas a Santa Fe y Mier fue que encendieron nuevamente el interés del público estadounidense por Texas, a la vez que se dieron otras circunstancias, que revivieron las discusiones con respecto a su anexión. Entre éstas está el hecho de que Houston reiniciara las negociaciones al respecto con la administración del presidente John Tyler. Éste las aceptó quizá por miedo a la creciente influencia de Gran Bretaña sobre Texas. Houston, por su parte, puso dos condiciones: que las fuerzas armadas estadounidenses se prepararán para impedir cualquier invasión de Texas y que las negociaciones se mantuvieran en secreto. 

Vale la pena destacar este periodo de las relaciones Texas-Estados Unidos, especialmente por los personajes que intervinieron en los acontecimientos: el sureño John C. Calhoun sustituyó A. P.  Upshur como secretario de Estado de Tyler, y preocupado por lo que consideró una política imperialista agresiva de Gran Bretaña, accedió a las demandas de Houston, además de que tenía interés en aumentar el territorio de estados esclavistas dentro de la Unión. El 12 de abril de 1844 Calhoun firmó un tratado con los comisionados texanos que establecía la anexión de Texas a Estados Unidos en calidad de territorio, a cambio de lo cual Estados Unidos asumiría la deuda texana. No obstante, en los siguientes meses el Senado estadounidense rechazó el acuerdo por la oposición de los antiesclavistas. 

*

Otra circunstancia importante fue el lugar destacado que ocupó la anexión de Texas dentro de los temas de la campaña presidencial estadounidense de 1844. Martin van Buren perdió la nominación al partido demócrata por manifestarse en contra de la anexión, quedando como candidato a la presidencia James Polk, abiertamente anexionista. Enfrentándose a Henry Clay, el candidato whig que se oponía a la anexión inmediata de Texas. Polk resultó electo, con lo que la anexión fue prácticamente un hecho consumado. 

Sin embargo, por indicaciones de Tyler al Congreso, las condiciones de la anexión fueron establecidas el 28 de febrero de 1845 en una resolución conjunta de las cámaras antes de que Polk asumiera la presidencia. Los términos de la misma fueron los siguientes: Texas entraría a la Unión como un estado; Estados Unidos se encargaría de ajustar todas las cuestiones relativas a los límites internacionales; toda la propiedad pública texana, incluyendo la flota naval, puestos militares, fortificaciones y armamento, sería cedida al gobierno estadounidense; Texas retendría su public domain para pagar su deuda pública; con el consentimiento de Texas podrían constituirse hasta cuatro estados en su territorio; la esclavitud estaría prohibida en el estado formado al norte del paralelo 36° 30'; y el presidente podría vetar la resolución conjunta del Congreso y proponer otro tratado de anexión. 

Si bien Polk se manifestó de acuerdo con la resolución proporcionada por Tyler, los retrasos en su aprobación y firma a finales provinieron del presidente de Texas, Anson Jones, así como de los agentes de Inglaterra y Francia, Charles Elliot y el conde de Saligny respectivamente, quienes seguían tratando de impedir la anexión mediante el reconocimiento de la independencia texana por parte de México. No obstante, la presión de la opinión pública en favor de la anexión forzó el presidente Anson a convocar a las cámaras en Austin a principios del mes de julio. La convención estudió tanto la resolución como el tratado con México que Elliot había formulado, rechazando unánimemente este último y recomendando la aprobación de la propuesta hecha por Estados Unidos. Tras la votación en favor de la anexión y de la aprobación de una constitución tejana recién redactada, el 29 de diciembre de 1845 Polk firmó la incorporación oficial de Texas a la Unión, la cual se verificó en forma definitiva el 16 de febrero de 1846.


(Tomado de: Careaga Viliesid, Lorena - De llaves y cerrojos: Yucatán, Texas y Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, Distrito Federal, 2000)

lunes, 3 de junio de 2024

México ante la Segunda Guerra Mundial, 1940


La actitud de México ante el conflicto 

sigue siendo comentada con elogio en Estados Unidos: discurso en el Senado.


Por William H. Lander

Corresponsal de la United Press 


Washington, 14 de junio.- Ha sido objeto de favorables comentarios tanto en los círculos oficiales como en la prensa la determinación de México de ponerse al lado de Estados Unidos y de Francia. Una de las primeras repercusiones que la noticia de esa actitud ha tenido se manifestó hoy en el Senado, durante un discurso que pronunció el senador Downey, de California, recomendando que se mejoraran las relaciones entre Estados Unidos y México. 

Se recordará que Downey está considerado como uno de los mejores amigos de México, entre el elemento oficial de Estados Unidos, y que recientemente hizo una visita al vecino país del Sur. En unas declaraciones que hizo a la United Press el embajador de Francia, conde de Saint Quentin, este representante diplomático manifestó que ha sido muy satisfactorio el telegrama del general Cárdenas al presidente Lebrun; pero no hizo otro comentario. 

El senador Downey manifestó en su discurso que entre los medios que Estados Unidos podría adoptar para reforzar sus defensas se encuentra principalmente una mejoría inmediata en las relaciones con México, insistiendo en que esas relaciones deben colocarse sobre la misma base en que se encuentran las relaciones entre Estados Unidos y Canadá. 

Los observadores extraoficiales recuerdan que México, durante la guerra de Etiopía asumió distintamente y en forma decisiva una actitud contraria a los procedimientos seguidos por Italia.

Por otra parte, en los círculos británicos de esta capital se tiene entendido que Inglaterra siempre ha estado dispuesta a discutir las posibilidades de que se reanuden las relaciones diplomáticas con México, siendo muy explicable que los ingleses prefieran que México asuma la iniciativa puesto que fue México el primero en ordenar que su ministro se retirara de Londres. 

Todos esos factores, unidos al reciente arreglo con la Sinclair y las negociaciones que están sosteniéndose con las empresas independientes para dejar terminado el problema petrolero, han relegado ese problema que con anterioridad ha determinado circunstancias muy difíciles, a un plan decididamente muy secundario. 

Todo parece indicar que se dejará ese problema en paz por lo menos hasta después de las elecciones y posiblemente aun hasta después de que tome posesión el nuevo presidente. 

Se ha observado con máximo interés la mejoría registrada por el peso mexicano en el mercado de cambios; pero hasta ahora no ha sido objeto de comentario alguno. Se espera que un aumento del 20 por ciento más o menos en el valor internacional de la moneda mexicana será de mucha ayuda para su capacidad adquisitiva, especialmente en lo que respecta a la compra de productos extranjeros y sobre todo para los productos americanos.



(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

lunes, 27 de marzo de 2023

Florence Cassez

 


La chica francesa de 34 años trabajaba en México, pero su novio era parte de una banda de secuestradores. Aunque hubo víctimas que la asociaron con aquel funesto delito, su abogado alegaba que ella nada más había estado tanto en el lugar como en el momento equivocados.

El 8 de diciembre de 2005, policías adscritos a la Agencia Federal de Investigaciones entraron en el Rancho Las Chinitas, ubicado en el Estado de México, en el cual encontraron a tres víctimas de secuestro, quienes eran cautivos de la peligrosa banda de Los Zodiacos, cuyos miembros (incluida Florence Cassez), fueron detenidos. Sin embargo, debido a la necesidad urgente que tenían las autoridades por demostrar públicamente su eficacia, tomaron una de las decisiones más torpes de las que se tiene memoria en la historia de la policía. Al día siguiente recrearon la situación en el mismo lugar y con las mismas personas, aunque esta vez con un equipo profesional de televisión, fingiendo que todo aquello ocurría en vivo. Florence Cassez era parte del casting en las dos versiones. El circo mediático alrededor del mismo cumplió con sus funciones.

Aunque las víctimas señalaron a la francesa como miembro activo de Los Zodiacos, la defensa de Cassez argumentó que el montaje en el que había participado era con el fin de fabricarle pruebas y testimonios que la acusaran. Muy pronto su caso recibió notoriedad en su país y llegó a ser tema dentro de la agenda diplomática.

Condenada a 60 años de cárcel en 2009, una decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en enero de 2013 la absolvió y ordenó su liberación inmediata. Ahora, de regreso en Francia, espera que el gobierno mexicano la indemnice con poco más de 30 millones de dólares, mientras están en pláticas los derechos para llevar al cine su historia. El caso no mostró únicamente la falta de estrategia e incapacidad para combatir la delincuencia por parte de las autoridades, sino también los huecos legales que tienen los procesos y la indefensión de las víctimas.


(Tomado de: H. Jiménez, Pablo. Sensacional de crímenes. Florence Cassez. Muy Interesante. Crimen. Casos en México. Vol. VI. Editorial Znet Televisa, S.A. de C. V. Ciudad de México, 2019)

jueves, 3 de noviembre de 2022

Selección Nacional; Uruguay, una epopeya: El Mundial de 1930

 


El año de 1930 fue difícil para México. La lucha de poderes dentro de la Federación se hacía notar mientras nuestro país se preparaba para acudir, por invitación del embajador uruguayo, a la primera Copa del Mundo, que se iba a celebrar en Montevideo del 13 al 30 de julio de ese mismo año. Ante los malos resultados arrojados en la Olimpiada de Amsterdam, con aquel decepcionante 7-1 en contra y con la nula aceptación del futbol nacional, se optó por llamar a un seleccionador que decía conocer a la perfección las nuevas tácticas empleadas en Europa y en América del Sur y, ante todo, se decía motivador de jugadores. Su nombre: Juan Luqué de Serrallonga, un andaluz radicado desde hacía tiempo en nuestro país y que dirigía uno de los equipos de mayor renombre de la época, el Germania.

El cuadro mexicano que viajaría a Montevideo fue elegido por dos hombres pertenecientes a la FMF: Jesús Salgado, presidente del Atlante, y Luis Andrade Pradillo, representante del América. En aquellos años el seleccionador tenía poca o nula injerencia en la selección de los jugadores. Los convocados a esta primer experiencia mundialista fueron: Isidoro Sota y Óscar "Yori" Bonfiglio; "Récord", Manuel "Chaquetas" Rosas y Francisco Garza Gutiérrez; Felipe Rosas "El Diente", Alfredo Sánchez "El Viejo", Raimundo "El Mapache" Rodríguez y Efraín Amezcua; Hilario "El Moco" López, Roberto "La Pulga" Gayón, Dionisio "Nicho" Mejía, "El Trompito" Carreño, Luis "Pichojos" Pérez, José "Pepe" Ruiz, Felipe "La Marrana" Olivares y Jesús "El Chiquilín" Castro. Además, como primer árbitro internacional mexicano viajó Gaspar Vallejo. El jefe de la delegación encargado del hospedaje y los viáticos fue Ernesto Sota García, quien actuó como jugador en Amsterdam.

El viaje fue largo: partieron el 2 de junio rumbo a Veracruz, donde abordaron al día siguiente un vapor que los trasladó a Nueva York. Ahí tuvieron la oportunidad de adquirir balones ingleses de excelente calidad y de entrenar con un equipo local. Viajaron en barco a Sudamérica días después. Fue una travesía de 26 días, durante los cuales practicaron calistenia, brincaron la cuerda y trotaron por el barco. El balón fue tocado pocas veces, pues corría el peligro de salirse por la borda, por lo que se amarró uno al mástil y los jugadores intentaban cabecearlo o, alzando la pierna, puntearlo hacia arriba.

Llegaron a Río de Janeiro y realizaron prácticas durante dos días. Una vez en Montevideo, se hospedaron en Villa Lezica, un lugar alejado de los pecados mundanos en donde Luqué de Serrallonga creyó proteger a sus inquietos jugadores.

El día 13 de julio México tuvo la suerte de inaugurar el primer Campeonato Mundial. El partido se desarrolló en el Estadio Pocitos del Club Peñarol ante seis mil espectadores, porque el Estadio Centenario no estaba terminado aún. En el palco de honor se encontraba Jules Rimet, presidente de FIFA.

El resultado del partido fue un contundente 4-1 en favor de Francia. Los mexicanos, según las crónicas, salieron un tanto desconcertados y asustadizos. El segundo juego fue contra Chile el 16 de julio en el Parque Central, casa del Nacional, ante 12 mil aficionados. México cayó de nueva cuenta al son de tres goles a cero. El último encuentro disputado por los nuestros fue ante Argentina, a la postre subcampeón, y fue el mejor jugado, a pesar del 6-3 en contra. Este partido sí se llevó a cabo en el famoso estadio del Centenario el 19 de julio a las tres de la tarde, con asistencia de 60 mil personas.

En total, se anotaron cuatro goles y se recibieron 13. Juan "Trompito" Carreño, Manuel Rosas (dos veces) y Roberto "La Pulga" Gayón fueron los anotadores mexicanos. El seleccionado nacional concluía así su primera gesta mundialista y regresaba a tierra azteca ante la decepción de los aficionados, que esperaban más de su representativo. La serie de las enseñanzas proseguía.


(Tomado de: Calderón Cardoso, Carlos - La Selección Nacional. I. Con el orgullo a media cancha (1923-1970). Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 2000)

jueves, 15 de julio de 2021

¿Era fácil conseguir armamento para los insurgentes?

 


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¿Era fácil conseguir armamento para los rebeldes?

Conseguir los materiales de la guerra y el financiamiento era muy difícil, pues además de los riesgos que se corrían con ello había escasez de armamentos. Para conseguir las armas y las municiones era preciso recurrir al extranjero y entrar en contacto con las principales potencias por medio del contrabando. Las potencias que en aquel entonces podían auxiliar a los rebeldes eran Inglaterra, Francia, Austria, Estados Unidos, los estados alemanes y Rusia. Pero en ese tiempo Europa era un campo de batalla. Manuel Palacios Fajardo, un enviado venezolano, logró entrevistarse con Napoleón Bonaparte, quien hizo gestiones con el gobierno norteamericano en sentido favorable. Inesperadamente Napoleón cayó y la escena política modificó de nuevo su curso. El nuevo monarca de la Casa de los Borbones, Luis XVIII, buscaba afianzar la monarquía. Francia decidió apoyar a España para defender su colonia y hostilizar en todo lo posible a los rebeldes. A los patriotas mexicanos no se les ocurrió ir a Francia porque en México el sentimiento era antinapoleónico. La opción más viable, y por otra parte más cercana, era recurrir a los Estados Unidos, país que tenía una política compleja, pues establecía como principio mantener en todo lo posible la neutralidad con España por el asunto pendiente de la adquisición de la Florida y a la vez aplaudía la posible emancipación de las colonias norteamericanas.

Hidalgo, ya en Guadalajara,se dio cuenta de la necesidad de conseguir armamento. En 1810 nombró a don Pascual Ortiz Letona para que fuera a los Estados Unidos. Pero la carencia de un puerto dificultó la comunicación con el extranjero. Letona tuvo que ir a Veracruz, que era una ciudad realista, y en el camino fue detenido.

En marzo de 1811 Bernardo Gutiérrez de Lara se presentó en la Hacienda de Santa María quien expresó su entusiasmo sobre la Independencia y se prestaba a ir a los Estados Unidos con la misión de pedir refuerzos. Hidalgo le dio instrucciones verbales y Gutiérrez de Lara se encaminó a la nación estadounidense. En esa época el secretario de Relaciones Exteriores era James Monroe, autor de la inmortal frase "América para los americanos" y que tanto malestar han causado las variables infinitas de su significado.

Gutiérrez de Lara llegó a Natchitoches, en Luisiana, para entrevistarse con Monroe. Ante la petición, el secretario le dijo que apoyaría en todo a la independencia de las colonias españolas. Le daría armas y municiones, además de 27000 hombres, no sin antes establecer una "buena" constitución para establecer la felicidad de sus habitantes. La sugerencia del día fue adoptar la misma Constitución de los Estados Unidos para así formar una potencia norteamericana verdadera. El comisionado mexicano se levantó furioso de su silla. Pero su perseverancia era una de sus virtudes y envíó a un comisionado a Haití para pedir auxilio a su presidente. Sin embargo, Haití era neutral y no quería ayudar. Gutiérrez de Lara se dedicó a comprar municiones en el sur de los Estados Unidos ocupación muy difícil ante la extrema vigilancia del gobierno virreinal.


(Tomado de: Pacheco, Cecilia - 101 preguntas sobre la independencia de México. Grijalbo Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2009)

lunes, 9 de noviembre de 2020

Alfredo Augusto Dugés

Nació en Montpellier, Francia, en 1826; murió en la ciudad de Guanajuato en 1910. Médico, llegó al país en 1852 y en 1870 se radicó en Guanajuato. Escribió más de 100 trabajos sobre zoología, botánica y mineralogía, muchos de ellos ilustrados por él mismo. Entre sus obras, destacan: La fauna de Guanajuato (París, 1868) y Flora y fauna del Estado de Guanajuato (impresa en 1924 por el Gobierno del Estado). En ésta, las plantas silvestres quedaron clasificadas en 76 familias y los animales en 33. Acaso sea éste el único estudio de esa índole hecho en esa entidad federativa. Su hermano Eugenio Romain, también médico, se le unió en 1865; más tarde pasó a Morelia para dirigir el Departamento de Historia Natural del Museo Michoacano y se especializó en coleópteros, sobre los cuales escribió un estudio de 500 páginas que se conserva en el Instituto de Biología de la UNAM.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

miércoles, 1 de julio de 2020

Magda Donato

(Carmen Nelken Masberger), nació en Madrid, España, en 1902; murió en la Ciudad de México en 1966. Hija de alemán y francesa, se hizo famosa por sus reportajes, pues llegó a introducirse a la cárcel de mujeres y al manicomio para dar cuenta de la situación que ahí privaba. Escribió también cuentos e historietas infantiles, junto con su esposo el dibujante Salvador Bartolozzi. Se inició como actriz bajo la dirección de Azorín. En 1940 llegó a México, donde organizó un teatro para niños. Después, unida al grupo de la Maison de France, se dedicó a la escena, actuando en idioma francés. Tradujo al español, entre otras obras, Las sillas, de Ionesco, que representó, interpretando el papel de La Vieja, lo cual le valió ser designada la mejor actriz de 1960. Actuó también en la televisión. Poco antes de morir, instituyó el Premio Magda Donato con el que quiso estimular el quehacer artístico.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

jueves, 28 de noviembre de 2019

Jean Charlot

(Jean Charlot, fotografía por Tina Modotti)

Nació en París, Francia, en 1898; [murió en Hawaii en 1979] llegó a México en 1921. Fue uno de los iniciadores del movimiento muralista mexicano. Pintó un gran fresco en el cubo de la escalera monumental de la Escuela Nacional Preparatoria (1922-1923) y otros 3 en la Secretaría de Educación Pública. Durante su estancia en el país colaboró con el arqueólogo Sylvanus G. Morley en la reproducción de las pinturas mayas de Chichén Itzá. Inspirado en la obra de José Guadalupe Posada, contribuyó a consagrar el grabado como un arte independiente. Trabajó después algún tiempo en Estados Unidos y luego se radicó en Hawaii. Otras de sus pinturas murales se encuentran en la Universidad de Iowa (1939-1940); en el Black Mountain College, N.C. (1944); en el Colegio de Santa María, Notre Dame, Indiana (1955); en la Iglesia de San Francisco Javier, Naiserelangi, Provincia de Ra, Islas Fidji; en el First National Bank de Waikiki, Hawaii (1966); en la iglesia de San Apóstol en Mililani, Hawaii (1970); en el Hotel Ala Moana (1971), en el edificio de Trabajadores Públicos (1970-1973), este último en colaboración con E. Giddings. Ha ilustrado varios libros, entre ellos La Congregación de las hermanas de San José (Honolulu, 1958), Kittens, Cubs and Babies (Nueva York, 1959), Selections from Hawaiian Antiquities and Folk-lore (Honolulu, 1959), The Bridge of San Luis Rey (Nueva York, 1962), The timid Ghost (Nueva York, 1966) y Moanalua Petroglyphs (1973). Es autor de: Mowentihke Chalman (Honolulu, 1969), Artist on Art (Honolulu, 1972) y de un apéndice a José Clemente Orozco. El Artista en Nueva York

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen III, Colima - Familia)

(Jean Charlot: Hawaiian Drummers. 1950)

(Street sketches: disassembled sketchbooks, DS-40.  Jean Charlot.  1922–1923.  Paper and pencil.  Mexico)

(Street sketches: disassembled sketchbooks, DS-107.  Jean Charlot.  1922–1923.  Paper and pencil.  Mexico)

(Book jacket.  The Sun, the Moon and a Rabbit.  Amelia Martinez del Rio.  Illustrated by Jean Charlot.  New York: Sheed & Ward.  1935)


Más de Jean Charlot AQUI


martes, 29 de octubre de 2019

Muerte de Porfirio Díaz, 1915


TRÁNSITO SERENO DE PORFIRIO DÍAZ

Por abril o mayo de 1915 don Porfirio y Carmelita volvieron a París. Mejor dicho, volvió entonces a París todo el pequeño núcleo de la familia: ellos dos, los Elízaga, los Teresa, y Porfirito con su mujer y sus hijos. La explosión de la Guerra Mundial los había sorprendido mientras veraneaban en Biarritz y en San Juan de Luz, y a casi todos los había obligado a quedarse en las playas del sur de Francia el resto del año de 1914 y los cuatro primeros meses de 1915.
En París don Porfirio reanudó su vida de las primaveras anteriores. Fue a ocupar con Carmelita —y los Elízaga, como de costumbre— su departamento de la casa número 28 de la Avenida del Bosque.
Todas las mañanas, entre nueve y diez, salía a cumplir el rito de su ejercicio cotidiano, que era un paseo, largo y sin pausas, bajo los bellísimos árboles de la avenida. Generalmente lo acompañaba Porfirito; cuando no, Lila; cuando no, otro de los nietos o el hijo de Sofía. Su figura, severa en el traje y en el ademán, había acabado por ser a esa hora una de las imágenes características del paseo. Cuantos lo miraban advertían, más que el porte de distinción, el aire de dominio de aquel anciano que llevaba el bastón no para apoyarse, sino para aparecer más erguido. Porque siempre usaba su bastón de alma de hierro y puño de oro, tan pesado que los amigos solían sorprenderse de que lo llevara. “Es mi arma defensiva”, contestaba sonriente y un poco irónico.
Cada semana o cada quince días, Porfirito alquilaba caballos en la Pensión de la Faissanderie, próxima a la casa, y entonces, montados los dos, prolongaban el paseo hasta el interior del bosque. Aquellas caminatas, lo mismo que las otras, le sentaban muy bien: le vigorizaban su salud, ya bastante en declive, de hombre de ochenta y cinco años; le entonaban el cuerpo; le alegraban el espíritu.
Por las tardes, salvo que hubiera que corresponder alguna visita, se quedaba en casa. Era la hora de escuchar las noticias de los periódicos, que le leía el Chato, y de escribir o dictar cartas para los amigos que todavía no lo olvidaban. Porfirito llegaba a poco, y entonces era éste el encargado de la lectura, o, juntos los dos, o los tres —y a veces también con algún amigo—, estudiaban la marcha de la guerra y veían en unos mapas plantados de banderitas blancas y azules las posiciones de los ejércitos.
De la colosal contienda europea, a don Porfirio sólo le interesaba lo estrictamente militar, y esto en sus fases de carácter técnico. Sobre el posible resultado humano y político, ni una palabra. No tenía preferencias por unos ni por otros, o, si las tenía, las callaba, acaso por iguales sentimientos de gratitud hacia franceses, ingleses y alemanes, que lo habían recibido con análogos extremos de cordialidad. Francia lo acogió con los brazos abiertos; el Kaiser le pidió que viniera a sentarse a su lado; en el Cairo, lord Kitchener lo recibió oficialmente en nombre del gobierno inglés.
Un día a la semana su distracción eran los nietos, a quienes profesaba cariño profundo, si bien un poco reservado y estoico. Porfirito, que vivía en Neuilly llegaba con ellos desde por la mañana, para alargarles la estancia con el abuelo. Aunque Lila se mostraba siempre la más afectuosa, él prefería al primogénito, que era el tercer Porfirio.
Por las mañanas, o por las tardes —o a comer con él, con Carmelita y los Elízaga—, a menudo venía también María Luisa, la otra cuñada a quien acompañaba a veces su hijo José. Lo visitaban con asiduidad Eustaquio Escandón, Sebastián Mier, Fernando González, la señora Gavito. De cuando en cuando se presentaba algún otro mexicano de los que vivían en París o que por allí pasaban.
Carmelita lo acompañaba siempre, salvo en la hora del ejercicio matinal. Se desayunaban a las ocho, comían a la una, cenaban a las nueve, se acostaban a las diez. Como el departamento no era muy grande —se componía de un recibimiento, una sala, un comedor, dos baños, cuatro alcobas— aquella vida, sosegada y uniforme, transcurría en una atmósfera de constante intimidad y de un sabor netamente mexicano. Porque a toda hora se entretejía allí con la vida diaria, en lo importante y en lo minúsculo, la imagen de México, y aun había presencias accesorias y otras, mudas, que la evocaban. El cocinero, el criado, las recamareras eran los mismos que con don Porfirio habían salido al destierro desde la calle de Cadena. Algunos de los muebles habían estado en Chapultepec.
También las conversaciones giraban alrededor de México, pero no de México como entidad actual, sino de un México convertido en sustancia del recuerdo. Era Oaxaca, era la Noria, eran matices o anécdotas de la vida, ya lejana, y tan diferente, que se había quedado atrás. Sonriendo recordaba él al viejo Zivy asomado a la puerta de “La Esmeralda” y diciéndole a sus empleados: “Pongan el cronómetro a las ocho menos tres minutos: allí viene el coche de don Porfirio.” A veces comentaba alguna frase de don Matías Romero, o de Justo Sierra, o lo que en tal ocasión había tenido que hacer Berriozábal, o Riva Palacio. De lo del día, de la lucha regeneradora o asoladora —unos se lo insinuaban de un modo, otros de otro—, no había para qué hablar. En esto su juicio era terminante: “Será buen mexicano —decía— quienquiera que logre la prosperidad y la paz de México. Pero el peligro está en el yanqui, que nos acecha.” De allí no había quien lo sacara ni quien se saliera. Sólo un suceso le merecía juicios en voz alta: el crimen de Victoriano Huerta. Lacónico, lo declaraba execrable; y concluía luego, para no dar tiempo a más amplias opiniones: “¡Pobre Félix!
A mediados de junio empezó a sentirse mal. Le sobrevino la misma desazón de dos años antes en Biarritz, la misma fatiga, los mismos amagos de bronquitis y de resequedad en la garganta. Pero ahora lo acometían más fuertes mareos al mover súbitamente la cabeza y se le nublaba más lo que estaban viendo sus ojos. Le zumbaban los oídos al grado de ahuyentarle el sueño. Se le dormían los dedos de las manos y de los pies.
Por de pronto no hizo caso: su hábito le ordenaba no enfermarse. Luego, consciente de que su malestar se acentuaba, mandó llamar al doctor Gascheau, un médico del barrio, que ya lo había atendido de alguna otra dolencia, ésa más leve, y que le inspiraba confianza y simpatía.
A él Gascheau le dijo que aquello no era nada: el cansancio natural de los años; convenía evitar todo ejercicio, todo esfuerzo; debía descansar más. Pero a Carmelita y Porfirito el médico no les disimuló lo que ocurría: era la arteriosclerosis en forma ya bastante aguda. Como dos años antes en Biarritz, quizá el enfermo se sobrepusiera y se aliviara; pero había más probabilidades de que eso no sucediese.
Don Porfirio dejó de salir. Ahora se estaba sentado en una silla que le ponían junto a la ventana. Desde allí miraba los árboles de la avenida, que diariamente lo habían acompañado en sus paseos. Se entretenía en escribir, de su puño y letra, una que otra carta. Le contaba a Teodoro Dehesa los detalles de su mal. Cansado o absorto, volvía la vista hacia la ventana; contemplaba las puestas del sol.
Cerca de él siempre, Carmelita le conversaba para distraerlo. Procuraba que los temas, variando, lo interesaran. Esfuerzos inútiles; a poco de abordar ella cualquier asunto, el pensamiento de don Porfirio y sus palabras ya estaban en Oaxaca o en la Noria. “¡Cómo le gustaría volver!” “Allá le gustaría descansar y morir.
El cuidado por el enfermo aumentó las visitas pero se procuraba abreviarlas para que no lo fatigase. Él pedía que le trajeran a los nietos y que los tuvieran jugando allí: eso no lo cansaba. Llegaba Lila con sus halagos; venía el segundo Porfirito a dejarse querer. Había un recién nacido; Luisa, la nuera, se acercaba a la silla, le ponía en las piernas al niño, y entonces él se quedaba mirándolo en ratos de profunda contemplación.
Para ocultar un poco la inquietud —porque todos estaban inquietos y temían revelarlo— Porfirito y Lorenzo comentaban entre sí la guerra, o con Carmelita, o con Sofía, o con María Luisa, o con José. Don Porfirio atendía unos instantes y luego tornaba a su obsesión: “¿Que noticias había de Oaxaca?” “Otros años, por esa época, la caña de la Noria ya estaba así” —aseguraba levantando la mano—. Se detenía en el recuerdo de su madre y de su hermana Nicolasa, o evocaba conversaciones y escenas de tiempos ya muy remotos: “Borges, el segundo marido de Nicolasa, le había dicho una vez esto o aquello.
El 28 de junio tuvo que guardar cama, pero no porque algo le doliera o le quebrantara particularmente, sino porque su desazón, su fatiga eran tan grandes que apenas si le dejaban ánimos de hablar. El hormigueo de los brazos, la sensación de tener como de corcho los dedos de las manos y de los pies, le atacaban ahora más a menudo. Procuraba no mover bruscamente la cabeza para no desvanecerse.
Gascheau, que venía a mañana y tarde, le dijo que sólo eran trastornos de la circulación; que si se sentía mejor en la cama, le convenía no levantarse; acostado sentiría menos los desvanecimientos y no se le nublarían tanto los ojos. “ —comentaba él, con acento de quien todo lo sabe—: la circulación”, y paseaba la vista por sobre cada uno de los presentes, para quienes, en apariencia, todo seguía igual. Porque realmente sólo los accesos de tos, por la resequedad de la garganta, parecían ser algo mayores.
Cuando se iba el médico, don Porfirio decía, dirigiéndose a Carmelita, la cual no lo dejaba ya ni un instante: “Es la fatiga de ¡tantos años de trabajo!
El día 29, hablando a solas con Porfirito, Gascheau advirtió que el final podía producirse dentro de unos cuantos días o dentro de unas cuantas horas. El abatimiento físico, no el moral, empezaba a adueñarse de don Porfirio, que ya casi no se movía en su cama. Ahora tenía mareos continuos, y la resequedad de su garganta se había convertido en molestia permanente.
Esa mañana pidió que viniera un sacerdote. Por la tarde le trajeron uno, español —de la iglesia de Saint-Honoré l’Eylau—, al cual dijo que quería confesarse. Hizo confesión y en seguida se habilitaron altar y capilla para que comulgase. Además de aquel sacramento, recibió ese día la bendición apostólica, que le trajo el padre Carmelo Blay, un sacerdote mexicano del Colegio Pío Latino de Roma, a quien él conocía. Don Porfirio manifestó extraordinaria beatitud al verlo y puso visible atención a las sagradas palabras. El padre Carmelo Blay también lo ungió con los santos óleos.
A media mañana del 2 de julio la palabra se le fue acabando y el pensamiento haciéndosele más y más incoherente. Parecía decir algo de la Noria, de Oaxaca. Hablaba de su madre: “Mi madre me espera.” El nombre de Nicolasa lo repetía una y otra vez. A las dos de la tarde ya no pudo hablar. Era una como parálisis de la lengua y de los músculos de la boca. A señas, con la intención de la mirada, procuraba hacerse entender. Se dirigía casi exclusivamente a Carmelita. “¿Cómo?” “¿Qué decía?” “¡Ah, sí: la Noria!” “¿Oaxaca?” “Sí, sí: Oaxaca; que allá quería ir a morir y a descansar.
Se complació oyendo hablar de México: hizo que le dijeran que pronto se arreglarían allá todas las cosas, que todo iría bien. Poco a poco, hundiéndose en sí mismo, se iba quedando inmóvil. Todavía pudo, a señas, dar a entender que se le entumecía el cuerpo, que le dolía la cabeza. Estuvo un rato con los ojos entreabiertos e inexpresivos conforme la vida se le apagaba.
Perdió el conocimiento a las seis. Por la ventana entraba el sol, cuyos tonos crepusculares doraban afuera las copas de los castaños: los rayos, oblicuos, encendían los brazos y el asiento de la silla y casi atravesaban la estancia. Era el sol cálido de julio; pero él, vivo aún, tenía ya toda la frialdad de la muerte. Carmelita le acariciaba la cabeza y las manos; se le sentían heladas.
A las seis y media expiró, mientras a su lado el sol lo inundaba todo en luz. No había muerto en Oaxaca, pero sí entre los suyos. Rodeaban su cama Carmelita, Porfirito, Lorenzo, Luisa, Sofía, María Luisa, Pepe, Fernando González y los nietos mayores.
Se llenó la casa con funcionarios de la República Francesa y con delegados de la ciudad de París. Vino el jefe del cuarto militar del presidente Poincaré; se presentó el general Niox, que había recibido a don Porfirio a su llegada a Francia y le había puesto en las manos la espada de Napoleón; desfilaron comisiones de los ex combatientes. Acababa de morir algo más que una persona ilustre: el pueblo de Francia rendía homenaje al hombre que por treinta años había gobernado a otro pueblo; el ejército francés traía un saludo para el soldado que medio siglo antes había sabido combatirlo. Pero eso era el valor oficial: el duelo íntimo quedaba reservado para el país remoto y presente. Porque lo más de la colonia mexicana de París acudió en el acto trayendo su reverencia, y otros hijos de México, al conocer la noticia, llegaron desde Londres, desde España, desde Italia.
Quiso Carmelita que se hicieran honras fúnebres. El servicio religioso, a la vez solemne y modesto, se celebró en Saint-Honoré l'Eylau, y allí quedó depositado el cadáver en espera de su tumba definitiva. Año y medio después se sacaron los despojos para llevarlos al cementerio de Montparnasse. El sepulcro es una capilla pequeña, en cuyo interior, sobre una losa a modo de ara, se ve una urna de cristal que contiene un puño de tierra de Oaxaca. Por fuera, en lo alto, hay inscrita un águila mexicana, y debajo del águila un nombre compuesto de dos palabras.
Rugía en México la lucha entre Venustiano Carranza y Francisco Villa. El 2 de julio Carranza recibió en Veracruz un telegrama que lo apartó un momento de las preocupaciones de la contienda. El mensaje venía de Nueva York y, conciso, decía así:

Señor Venustiano Carranza, Veracruz: Prensa anuncia estos momentos hoy siete de la mañana murió en Biarritz el general Porfirio Díaz. —Salúdolo afectuosamente.— Juan T. Burns.”

México, septiembre de 1938.

(Tomado de: Guzmán Burgos, Francisco (Selección y notas) -Martín Luis Guzmán, Textos narrativos. Material de Lectura #49. Serie Cuento Contemporáneo. Dirección General de Difusión Cultural/UNAM. México, D.F., s/f)