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viernes, 11 de octubre de 2024

Viento negro (1964)

 



Viento negro 

México, 1964 

Marco Villa | Historiador 

Filmada en el desierto de Altar, esta cinta recrea la trágica historia de una quinteta de trabajadores enviados ahí en 1937 para rectificar el trazo de la línea por la que correría el tren que comunicará a Mexicali con el resto del país. 


"Tengo tres razones para vivir: mi hijo, partir este maldito desierto y tu amistad", le responde el capataz Manuel Iglesias a Lorenzo Montes, luego de que este intentara agredirlo mientras le reclamaba por los golpes que dio a su propio hijo, así como por su rudo carácter para con sus subordinados. Cierto es que los une una gran amistad, pero Montes, envalentonado por la ebriedad, no repara en calificarlo de "ogro malencarado". Y es que además de su incansable tesón en el trabajo, al temerario Manuel lo distingue el inflexible trato que da a los rieleros, quienes se fajan de sol a sol para cumplir con la encomienda de montar las vías del ferrocarril Sonora-Baja California que atravesará el gran desierto de Altar. 

Es la década de 1930. Los años del esfuerzo cardenista por dar a México renovadas señales de progreso, como extender la red ferroviaria. A decir de la mesa directiva de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP), la empresa luce imposible y solo un hombre de la talla de Manuel (interpretado por David Reynoso) podría intentar sacarla adelante. Para los funcionarios, el inclemente clima, las limitaciones técnicas y de recursos podrían poner en riesgo la misión, pero la prestigiosa dirección del Mayor les significa una gran esperanza y por ello lo ha nombrado primer jefe de cuadrilla de la División del Sur. 

Manuel sabe que la vida no está exenta del caos y la angustia cuando se pasan largas temporadas en el desierto, "un tigre dormido que en cualquier momento puede despertar". Por si fuera poco, la súbita presencia del viento negro (tormenta de arena que acarrea con fuerza las cenizas y el polvo de roca volcánica negra del Pinacate) realza el drama y la posibilidad de la muerte cuando, en una misión de exploración, su hijo (Enrique Lizalde) se extravía junto con don Lorenzo (José Elías Moreno) y otros tres trabajadores. El hijo de Iglesias, ingeniero del IPN, tendrá que sacar lo mejor de sí para no sucumbir e incluso es quien anota las anheladas coordenadas que serán la referencia más importante para partir el desierto en dos, como tanto quería el Mayor. 

Esta película rememora los trabajos avalados por la administración de Lázaro Cárdenas, a través de la SCOP, para realizar el trazo y tendido de las vías férreas que conectarán la península bajacaliforniana con Sonora y otros territorios. La tarea, que supuso un gran reto para el gobierno, logró cumplirse al cabo de varios años contra todo pronóstico y pese a la tragedia de los desaparecidos contada en el filme y otras vicisitudes. Aparte, cuando por fin corrió el tren, comenzó una inmigración masiva hacia Mexicali, que pasó de ser una localidad de menor población e infraestructura a una importante ciudad del norte mexicano. Se ha dicho, además, que esta importante obra de las comunicaciones evitó que la península de Baja California terminara anexada a Estados Unidos. 

Con argumento de Mario Martini, el cineasta Servando González Hernández (1923-2008) no solo presenta una visión introspectiva de la industria del riel en los años treinta del siglo pasado, sino también una sensible descripción social y antropológica de los personajes.


(Tomado de: Villa, Marco. Viento negro. Relatos e historias en México. Año XII, número 137. Ciudad de México, 2020)

jueves, 19 de septiembre de 2024

Habrá zonas industriales, 1940



Habrá zonas industriales


*Porciones de la ciudad de México en que se establecerán las fábricas. *Ahorro de molestias para los moradores de la capital. 


(16 de noviembre de 1940)


Oficialmente se nos comunica lo siguiente: 


“La Comisión de Planificación del Distrito Federal acaba de aprobar importantes proyectos presentados por la Oficina del Plano Regulador de la ciudad de México, referentes a determinar las zonas industriales, así como las de carga y pasajeros, dentro del propio Distrito.

La terminal de carga de la ciudad quedará comprendida sobre la vía del Ferrocarril Central, entre los ríos Consulado y Tlalnepantla, y la de pasajeros comprenderá el actual predio de la Estación de Buenavista, con las porciones que tienen los Ferrocarriles Nacionales, el Mexicano y la Compañía de Luz.

En cuanto a las unificación industrial, quedó dividida en once porciones, siendo la primera la de Atlampa, como zona industrial de carácter general; la del Rastro, destinada preferentemente a las industrias e elaboración y transformación de productos animales; la de San Lázaro y la Viga, para industrias que no exijan predios de gran superficie; dos zonas en la colonia Anáhuac, para industrias que no produzcan olores molestos, ruidos sensibles fuera de sus locales, emanaciones gaseosas o desechos líquidos nocivos; las Lomas de Becerra y las de Santo Domingo, para industrias relacionadas con el cemento, cal y yeso; al oriente de Villa Madero, industrias relacionadas con plantas análogas a la Ford, en esa región establecida, así como a las que produzcan emanaciones gaseosas y desechos líquidos nocivos; el este de la delegación de Azcapotzalco será destinado a industrias en general, con excepción de las comprendidas en el punto anterior, y finalmente en el resto de la ciudad se permitirá la explotación de industrias de carácter doméstico. 

Todo el plan anterior tiende, como puede verse, a localizar industrias y actividades, con vistas al ahorro de molestias para los pobladores de la capital y delegaciones”.



(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

jueves, 18 de julio de 2024

Acuerdo para la Nacionalización de los Ferrocarriles Nacionales, 1937

 


Nacionalización completa de los ferrocarriles nacionales

*Acuerdo dictado por el ejecutivo

*El Estado tendrá el dominio absoluto

*Razones de alta conveniencia obligan al Gobierno a dar este paso, imprimiendo al sistema una franca orientación de servicio público

(24 de junio de 1937)

Por conducto del Departamento Autónomo de Publicidad y Propaganda, la Presidencia de la República da a conocer a la nación, el siguiente importantísimo documento:

"ACUERDO A LA SECRETARIAS DE COMUNICACIONES Y OBRAS PÚBLICAS Y DE HACIENDA Y CRÉDITO PÚBLICO.

CONSIDERANDO: Que la mejor organización y eficaz funcionamiento de las empresas ferroviarias deben constituir honda preocupación para el Poder Público, ya que tal sistema de comunicaciones es factor de la más alta importancia para el progreso económico y social de un país, al grado que su nivel de eficiencia puede tomarse como índice para apreciar el estado general de adelanto de una nación; que además la estabilidad política interna y la defensa exterior en gran parte dependen de la eficacia de las líneas férreas.

CONSIDERANDO: Que en nuestro país la negociación denominada Ferrocarriles Nacionales de México, S.A., que controla las líneas más importantes de la red ferroviaria, está organizada como una empresa de tipo capitalista, es decir, con propósitos predominantemente lucrativos, aunque por razones bien conocidas del público, desde hace mucho tiempo viene operando en forma que no corresponde a su naturaleza, y sí se han venido creando y arraigando vicios y deficiencias en el manejo del sistema, que son ya endémicos y que han retrasado el ritmo de progreso técnico de las líneas, con perjuicio para la economía del país y para cada uno de los usuarios del servicio; que la misma naturaleza de la compañía ha impedido orientar su actuación en el sentido de procurar primordialmente el beneficio social, y por igual razón el Gobierno Federal, no obstante su carácter de principal accionista, ha tenido que considerar a la empresa como entidad privada para el efecto de exigirle el estricto cumplimiento de las disposiciones legales.

CONSIDERANDO: que el Ejecutivo de mi cargo estima que no debe descuidarse por más tiempo asunto tan trascendental para la vida y desarrollo del país y que es preciso adoptar medidas para su pronta solución, a efecto de organizar convenientemente el manejo de las líneas férreas propiedad de los Ferrocarriles Nacionales de México S.A., no sólo con el objeto de que la red de comunicaciones existentes preste los mejores servicios, sino con el propósito de procurar que a la brevedad posible se integre el sistema ferroviario de la República mediante la construcción de las vías que con mayor urgencia reclama el anhelo nacional de progreso y que la Compañía Ferrocarriles Nacionales de México S.A., no ha podido emprender durante el largo periodo de funcionamiento.

CONSIDERANDO: que en esta virtud y teniendo en cuenta que no existen en los Ferrocarriles Nacionales de México S.A., intereses particulares diversos de los que corresponden a los acreedores de las negociación en el extranjero, ya que el monto de estos créditos evidentemente absorbe el valor de los bienes que integran el sistema ferroviario de que se trata, y por otra parte, que la mayoría de las acciones de la sociedad pertenecen al Gobierno Federal, este Ejecutivo ha llegado a la conclusión de que el paso más conveniente para realizar los enunciados propósitos consiste en que todos los bienes que actualmente corresponden a la compañía mencionada se transmitan a la Nación, llevándose a cabo la expropiación respectiva en la que se cumplan estrictamente todos los requisitos legales.

CONSIDERANDO: que la medida no ocasionará perjuicio alguno a los acreedores de la empresa, pues el Gobierno Federal habrá de cubrirles sus créditos, dentro del límite que corresponda al valor real de los bienes que pasen a propiedad del Estado.

CONSIDERANDO: que realizada la expropiación el Ejecutivo Federal se propone crear un organismo de Estado que tenga a su cargo el manejo del sistema ferroviario perteneciente en la actualidad a los Ferrocarriles Nacionales de México, así como las líneas construidas o en construcción que actualmente son propiedad de empresas semioficiales, debiendo tener el organismo que se cree el carácter de dependencia directa del Ejecutivo Federal, regido por normas de Derecho Público, aunque con la autonomía patrimonial indispensable para su funcionamiento. Estima el Ejecutivo de la Unión que el procedimiento indicado permitirá imprimir a nuestro sistema ferroviario fundamental una franca orientación de servicio público, suprimiendo todo propósito lucrativo y logrando qu, compenetrados de esta alta mira tanto los directores como el personal de trabajadores, proporcionen una eficaz colaboración para suprimir las deficiencias que tradicionalmente han existido en los Ferrocarriles Nacionales de México S.A., y que ha sido obstáculo para su desarrollo técnico y equilibrio financiero.

Y considerando finalmente que la medida que se dicta será respaldada con firmeza y patriotismo por todos los elementos nacionales, de trabajo, de producción y de comercio, que directa o indirectamente están vinculados con la existencia y prosperidad del sistema ferroviario de que se habla, así como por la opinión general del país, ya que la medida que se dicta constituye un evidente paso para integrar nuestra emancipación social, y sólo contando con dicho respaldo y decidida cooperación podrá el Gobierno salir avante en este propósito y quedar posibilitado para atacar con éxito la rehabilitación de las citadas líneas, el mejoramiento de las mismas y la construcción de otras muy importantes y necesarias para poner en acción regiones fértiles que han estado fuera de la unidad económica nacional y carentes del beneficio de la cultura.

Con apoyo en las consideraciones expuestas y, además, en los artículos 1o., fracción I y IX, 2o., 3o., 10 y 19 de la Ley de Expropiación de 23 de noviembre de 1936, he tenido a bien acordar:

PRIMERO.- Por causa de utilidad pública se expropian en beneficio de la Nación, los bienes pertenecientes a la empresa Ferrocarriles Nacionales de México, S.A.

SEGUNDO.- La presente declaratoria se publicará en el "Diario Oficial" de la Federación y se notificará personalmente a los representantes de la compañía afectada para el efecto que indica el artículo 5o. de la invocada ley.

TERCERO.- En su oportunidad y conforme al artículo 7o. de la citada Ley de Expropiación, se tomará posesión de los bienes expropiados y con intervención de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas y de Hacienda y Crédito Público se entregarán al organismo especial que se establece.

CUARTO.- La Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas procederá como corresponda a efecto de que en los términos previstos por la Ley de Expropiación y con la intervención de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público quede fijado el importe de la indemnización que será a cargo del Gobierno Federal.

El Presidente de la República, LÁZARO CÁRDENAS (Rúbrica).

El Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, FRANCISCO J. MÚJICA (Rúbrica).- El Secretario de Hacienda y Crédito Público, licenciado EDUARDO SUÁREZ" (Rúbrica).


(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

jueves, 29 de junio de 2023

Mexicanos en Estados Unidos, historia de una minoría III Nuevo México


Mexicanos en Estados Unidos, historia de una minoría III


Nuevo México


El modelo texano de subordinación económica de los mexicanos se extendió hacia el oeste hasta la región granera y ganadera del este de Nuevo México, todavía conocida como "Pequeño Texas". Cuando los grandes ganaderos comenzaron a cercar sus tierras y alejar a los anglos y a los mexicanos que se dedicaban a la cría de ovejas, se generó suficiente fricción como para producir las famosas guerras del Condado de Lincoln de 1869 a 1881. Algunos mexicanos lograron retener sus propiedades, aunque el abuso del pastoreo en casi todas las zonas de Nuevo México había perjudicado esa forma de actividad económica mucho antes de 1900.


Nuevo México entró al período de colonización de los anglos, con su población mexicana concentrada en tres tipos de áreas habitadas: poblados militares y administrativos (como Santa Fe y Albuquerque), grandes ranchos y un número considerable de poblaciones pequeñas. Casi todas las poblaciones dependían en gran medida de la ganadería y de la agricultura. Debido al aislamiento y a las continuas guerras con los indios, la penetración de los anglos fue muy lenta; en 1848 vivían en este territorio 60,000 habitantes, prácticamente todos ellos mexicanos. La mayoría habitaba dentro de un radio de 80 kilómetros de Santa Fe o aguas arriba de los ríos Grande y Pecos. Los habitantes de habla española de Nuevo México, a diferencia de los de la frontera de Texas, tenían una amplia variación de estructuras sociales y un grupo gobernante bien establecido, hábil en todos aspectos, e interesado por retener la hegemonía. En esta forma la legislatura territorial estuvo dominada por "hispanoamericanos" (miembros de no más de 20 familias prominentes), desde su establecimiento, hasta que en 1912 Nuevo México se convirtió en estado. Durante 64 años se mantuvo una alianza entre los españoles acaudalados y algunos intereses anglos de la banca, la ganadería y los ferrocarriles, misma que controló eficazmente la vida política por medio del tristemente célebre Santa Fe Ring (Círculo de Santa Fe). [El Círculo de Santa Fe fue una alianza de intereses mexicanos y anglos que dominó la vida económica y política de Nuevo México durante un período posterior a la Guerra Civil].


La mayoría de los recién llegados residentes de Nuevo México vivía a distancia considerable de la frontera y no sufrió muchas molestias ni por la guerra casi permanente, ni por las invasiones armadas del sur de Texas. Hasta la llegada de los ferrocarriles, el movimiento a través del territorio no fue fácil en ninguna dirección y solo hasta 1886 fue relativamente fácil pasar de un lado a otro de la frontera, porque los invasores apaches controlaban grandes extensiones de esta área.


Sin embargo, los cambios económicos desintegraron rápidamente esta pequeña y extrañamente aislada sociedad mexicana. Para el año de 1900, el abuso de las tierras de pastoreo, la erosión, la integración de grandes ranchos, la continua división de tierras entre herederos y la asignación de tierras de pastoreo para uso federal (ferrocarriles, fundos de poblaciones y bosques nacionales) forzaron a muchos, quizás a todos los agricultores y ganaderos en pequeño, a convertirse en jornaleros. Al mismo tiempo, algo de inmigración procedente del oeste de Texas, aumentó la disponibilidad de mano de obra e hizo que bajaran los salarios. En esta forma, antes de la vuelta del siglo, el habitante de los pueblos de Nuevo México estaba esforzado en una lenta lucha, sin esperanza, contra la indigencia. No se llegaría a sentir todo el efecto de estos fenómenos durante algunas generaciones, pero la decadencia de la cría de ovejas era obvia; esta primera y tradicional actividad de los mexicanos de Nuevo México estaba desapareciendo y, con ella, una forma muy antigua de organización social.


Nuevo México desarrolló muy lentamente la discriminación y el aislamiento de la minoría mexicana. Como escribe Nancie González: "Los casamientos entre hombres anglos y mujeres mexicanas eran bastante frecuentes y no estaban restringidos a ninguna clase social. Ocurrían a menudo fusiones de negocios y comercios entre anglos y mexicanos; en la política, las coaliciones de anglos y mexicanos actuaban juntas en los partidos políticos importantes." Pero hay evidencia de que este espíritu tolerante empezó a cambiar en 1900, cuando llegaron más pobladores norteamericanos, e importantes intereses ganaderos, mineros y de transporte. En 1881, las nuevas líneas férreas que con gran eficacia abrieron el territorio, permitieron que docenas de poblaciones aisladas establecidas por empresas privadas, explotaran los cuantiosos recursos mineros de Nuevo México con mano de obra mexicana. Los nuevos mercados de lana, carne y cueros, abiertos por los ferrocarriles, aceleraron la consolidación de ranchos más grandes y eficientes. El proceso de cercar las propiedades acabó lentamente con los criadores de ovejas y los ganaderos en pequeño. Las mismas fuerzas que entrañaban oportunidad económica para las grandes empresas de los anglos, estaban llevando a una porción considerable de mexicanos a la condición de minoría dependiente.


I Introducción 

II Texas

III Nuevo México 


(Tomado de: W. Moore, Joan - Mexicanos en Estados Unidos (historia de una minoría). Cuadernos Mexicanos, año II, número 92. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)

jueves, 25 de mayo de 2023

Mexicanos en Estados Unidos, historia de una minoría II Texas


Mexicanos en Estados Unidos, historia de una minoría II

Texas

La frontera original de los pobladores mexicanos en Texas no se extendía más allá del Río Nueces; al norte y al este de este río los hostiles comanches impedían que se avanzara más. Había bastantes poblaciones mexicanas, hasta en la peligrosa zona situada entre el Río Grande y el Río Nueces, pero la mayoría de los mexicanos (probablemente el 80%) habitaba en el valle del bajo Río Grande y en las ciudades ribereñas, y El Paso era la ciudad importante ubicada más al oeste. En las hoy ciudades texanas como Starr, Zapata, Cameron e Hidalgo vivieron estos primeros pobladores por millares. En el oeste y el sur de Texas, la población aumentó rápidamente de 8,500 en 1850 a 50,000 en 1880 y 100,000 en 1910, a pesar del temor y el dislocamiento causado por las muchas guerras, pequeñas y grandes. Durante un episodio de la guerra Cortina, en 1859, una franja de la parte baja de Texas, de 240 km de largo por 80 a 120 de ancho, fue invadida y devastada por jinetes mexicanos. Texas también fue la única porción de la zona fronteriza que estuvo seriamente comprometida en la Guerra Civil.

La economía de la región dependía del gran rancho ganadero, pero con una modalidad primitiva, común en los estados fronterizos, basada en la propiedad del ganado, más que de la tierra. Después de la anexión de Texas, los anglos asumieron fácilmente su papel de terratenientes (entre 1840 y 1859 todas las concesiones mexicanas, con la excepción de una en el condado de Nueces, pasaron a manos de los pobladores anglos (anglosajones). Había peones mexicanos dispuestos a trabajar en estos ranchos. Mientras tanto, surgió una serie de poblaciones mercantiles a lo largo del Río Grande: Brownsville, Dolores, Laredo, Río Grande City, Roma) para manejar las necesidades comerciales del área. Aunque estas poblaciones ribereñas tenían residentes anglos y europeos, la mayoría estaba formada por mexicanos. Aquí aparecieron elementos mexicanos de clase media que iban a tener importancia en el futuro, cuando empezó a anglicanizarse más el Río Grande. El cambio tuvo lugar con mucha lentitud; en 1903, Brownsville tenía únicamente... 7,000 habitantes, mexicanos en su mayoría. En esa época, Corpus Christi todavía no era puerto de altura y tenía únicamente 4,500 habitantes. En mayor grado todavía, predominaban numéricamente los mexicanos en el Valle del Río Grande y en las poblaciones ribereñas.

Sin embargo, los grandes ranchos de ganado bovino y ovino del sur y del este de Texas, se cercaron poco después de la invención del alambre de púas, en 1875. Cercar una propiedad tenía mucha importancia, porque el fraccionamiento de los ranchos, antes casi irrestrictos, alejaba a un gran número de pequeños y medianos hacendados, tanto mexicanos como anglos, que poseían ganado, pero no tierras. Pocos años después, el cultivo del algodón se trasladó lentamente del este al sur de Texas, al continuar un movimiento hacia el oeste, donde había las tierras baratas que desde antes caracterizaban a las zonas algodoneras. En vista de que el algodón requiere mucha mano de obra y entonces ya no había esclavos negros que siguieran las nuevas plantaciones hacia el oeste, la consecuente demanda de jornaleros o arrendatarios para cultivar algodón fue tan grande que fijó, casi como en su forma moderna, el destino económico del inmigrante mexicano y del antiguo poblador mexicano de Texas. Unos cuantos mexicanos lograron adquirir la propiedad de la tierra que trabajaban, pero no fueron muchos.

En 1890 el cultivo del algodón en el corazón del sur de Los Estados Unidos estaba bien establecido en el condado de Nueces. Los atractivos precios para adquirir buenas tierras algodoneras, las utilidades altas, logradas al desmontar y cultivar las antiguas tierras de pastoreo, y la disponibilidad de mano de obra barata procedente del otro lado de la frontera, en pocos años llevó a la ruina a casi todos los viejos ranchos ganaderos del sur de Texas. Para el año de 1900 ya se había definido al trabajador mexicano, en los medios rurales y urbanos de Texas, como un ser inferior, miembro de una raza distinta, sin derecho a igualdad social, educativa ni política. Los vestigios de la igualdad del mexicano sobrevivieron en forma limitada solo en algunas poblaciones comerciales del Valle del Río Grande donde prevalecía una mayoría de mexicanos.


I Introducción 

II Texas

III Nuevo México 


(Tomado de: W. Moore, Joan - Mexicanos en Estados Unidos (historia de una minoría). Cuadernos Mexicanos, año II, número 92. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)

lunes, 6 de septiembre de 2021

Tratado de la Mesilla 1853

 


En 1853, en el último gobierno de Santa Anna, James Gadsen, enviado norteamericano a México, consiguió comprar para su gobierno el territorio de La Mesilla. Con él se define la frontera entre los dos países.


Artículo I

La República Mexicana conviene en señalar para lo sucesivo como verdaderos límites con los Estados Unidos los siguientes: Subsistiendo la misma línea divisoria entre las dos Californias, tal cual está ya definida y marcada conforme al Art. V del Tratado de Guadalupe Hidalgo, los límites entre las dos Repúblicas serán los que siguen: comenzando en el Golfo de México, a tres leguas de distancia de la costa, frente a la desembocadura del Río Grande, como se estipuló en el Art. V del Tratado de Guadalupe Hidalgo; de allí, según se fija en dicho Artículo, hasta la mitad del aquel río, al punto donde la paralela del 31°47' de latitud Norte atraviesa el mismo río; de allí cien millas en línea recta al Oeste; de allí al Sur a la paralela del 31°20' de latitud Norte; de allí, siguiendo la dicha paralela del 31°20' hasta el 111° del Meridiano de longitud Oeste de Greenwich; de allí en línea recta a un punto en el Río Colorado, 20 millas abajo de la unión de los Ríos Gila y Colorado, río arriba, hasta donde se encuentra la actual línea divisoria entre los Estados Unidos y México. Para la ejecución de esta parte del Tratado, cada uno de los dos Gobiernos nombrará un Comisario, a fin de que por común acuerdo de los dos así nombrados, que se reunirán en la ciudad de Paso del Norte, tres meses después del canje de ratificaciones de este Tratado, procedan a recorrer y demarcar sobre el terreno la línea divisoria estipulada por este Artículo, en lo que no estuviere ya reconocida y establecida por por la Comisión Mixta, según el Tratado de Guadalupe, llevando al efecto diarios de sus procedimientos y levantando los planos convenientes. A este efecto, si lo juzgaren necesario las Partes Contratantes, podrán añadir a su respectivo Comisario alguno o algunos auxiliares, bien facultativos o no, como agrimensores, astrónomos, etc.; pero sin que por esto su concurrencia se considere necesaria para la fijación y ratificación como la línea divisoria entre ambas Repúblicas, pues dicha línea sólo será establecida por lo que convengan los Comisarios, reputándose su conformidad en este punto como decisiva y parte integrante de este Tratado, sin necesidad de ulterior ratificación o aprobación y sin lugar a interpretación de ningún género por cualquiera de las dos Partes Contratantes.

La línea divisoria establecida de este modo será en todo tiempo fielmente respetada por los dos Gobiernos, sin permitirse ninguna variación en ella, si no es de expreso y libre consentimiento de los dos, otorgando de conformidad con los principios del Derecho de Gentes y con arreglo a la Constitución de cada país respectivamente. En consecuencia, lo estipulado en el Artículo V del Tratado de Guadalupe, sobre la línea divisoria en él descrita, queda sin valor en lo que repugne con la establecida aquí; dándose, por lo mismo, por derogada y anulada dicha línea, en la parte en que no es, conforme con la presente, así como permanecerá en todo su vigor en la parte en que tuviere dicha conformidad con ella.

Artículo II 

El Gobierno de México, por este Artículo, exime al de los Estados Unidos de las obligaciones del Art. XI del tratado de Guadalupe Hidalgo; y dicho artículo y el 33 del tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, y concluido en México el día 5 de abril de 1831, quedan por éste derogados.

Artículo III 

En consideración a las anteriores estipulaciones, el Gobierno de los Estados Unidos conviene en pagar al Gobierno de México, en la ciudad de Nueva York, la suma de diez millones de pesos, de los cuales, siete millones se pagarán luego que se verifique el canje de las ratificaciones de este Tratado, y los tres millones restantes tan pronto como se reconozca, marque y fije la línea divisoria.

Artículo IV

Habiéndose hecho en su mayor parte nugatorias las estipulaciones de los Artículos VI y VII del Tratado de Guadalupe Hidalgo, por la cesión de territorio hecha en el Artículo I de este Tratado, aquellos dichos Artículos quedan por éste derogados y anulados, y las estipulaciones que a continuación se expresan substituidas en lugar de aquéllas. Los buques y ciudadanos de los Estados Unidos tendrán en todo tiempo libre y no interrumpido tránsito por el Golfo de California para sus posesiones y desde sus posesiones sitas al Norte de la línea divisoria de los dos países; entendiéndose que ese tránsito se ha de hacer navegando por el Golfo de California y por el Río Colorado, y no por tierra, sin expreso consentimiento del Gobierno Mexicano. Y precisamente y bajo todos respectos, las mismas disposiciones, estipulaciones y restricciones quedan convenidas y adoptadas por este Artículo, y serán escropulosamente observadas y hechas efectivas por los dos Gobiernos Contratantes, con referencia al Río Colorado, por la distancia y en tanto que la medianía de ese río queda como su línea divisoria común por el Art. I de ese Tratado. Las diversas disposiciones, estipulaciones y restricciones contenidas en el Art. VII del Tratado de Guadalupe Hidalgo sólo permanecerán en vigor en lo relativo del Río Bravo del Norte, abajo del punto inicial de dicho límite estipulado en el Art. I de este Tratado; es decir, abajo de la intersección del paralelo de 30°47'30" de latitud con la línea divisoria establecida por el reciente Tratado, que divide dicho río desde su desembocadura arriba, de conformidad con el Artículo V del Tratado de Guadalupe.

Artículo VI

No se considerarán válidas ni se reconocerán por los Estados Unidos ningunas concesiones de tierras en el territorio cedido por el Artículo I de este Tratado, de fecha subsecuente al día 25 de septiembre, en que el Ministro y signatario de este Tratado, por parte de los Estados Unidos, propuso al Gobierno de México dirimir la cuestión de límites; ni tampoco se respetarán ni considerarán como obligatorias ningunas concesiones hechas con anterioridad, que no hayan sido inscritas y debidamente registradas en los archivos de México.

Artículo VII

Si en lo futuro (que Dios no permita) se suscitase algún desacuerdo entre las dos naciones, que pudiera llevarlas a un rompimiento en sus relaciones y paz recíproca, se comprometen asimismo a procurar, por todos los medios posibles, el allanamiento de cualquiera diferencia; y si aun de esta manera no se consiguiere, jamás se llegará a una declaración de guerra sin haber observado previamente cuanto en el Artículo XXI del Tratado de Guadalupe quedó establecido para semejantes casos, y cuyo Artículo se da por reafirmado en este Tratado, así como el XXII.

Artículo VIII

Habiendo autorizado el Gobierno Mexicano, en 5 de febrero de 1853, la pronta construcción de un camino de madera y de un ferrocarril en el Istmo de Tehuantepec, para asegurar de una manera estable los beneficios de dicha vía de comunicación a las personas y mercancías de los ciudadanos de México y de los Estados Unidos, se estipula que ninguno de los dos Gobiernos pondrá obstáculo alguno al tránsito de personas y mercancías de ambas naciones y que, en ningún tiempo, se impondrán cargas por el tránsito de personas y propiedades de ciudadanos de los Estados Unidos, mayores que las que se impongan a las personas y propiedades de otras naciones extranjeras, ni ningún interés en dicha vía de comunicación o en sus productos se transferirá a un Gobierno extranjero.

Los Estados Unidos tendrán derecho de transportar por el Istmo, por medio de sus agentes y en valijas cerradas, las malas de los Estados Unidos que no han de distribuirse en la extensión de la línea de comunicación; y también los efectos del Gobierno de los Estados Unidos y sus ciudadanos, que sólo vayan de tránsito y no para distribuirse en el Istmo, estarán libres de los derechos de Aduana u otros impuestos por el Gobierno Mexicano. No se exigirá a las personas que atraviesen el Istmo, y no permanezcan en el país, pasaportes ni cartas de seguridad.

Cuando se concluya la construcción del ferrocarril, el Gobierno Mexicano conviene en abrir un puerto de entrada además del de Veracruz, en donde termine dicho ferrocarril en el Golfo de México, o cerca de ese punto.

Los dos Gobiernos celebrarán un arreglo para el pronto tránsito de tropas y municiones de los Estados Unidos, que este Gobierno tenga ocasión de enviar de una parte de su territorio a otra, situadas en lados opuestos del Continente.

Habiendo convenido el Gobierno Mexicano en proteger con todo su poder la construcción, conservación y seguridad de la obra, los Estados Unidos de su parte podrán impartirle su protección, siempre que fuere apoyado y arreglado al Derecho de Gentes.


(Tomado de: Matute, Álvaro - Antología. México en el siglo XIX. Fuentes e interpretaciones históricas. Lecturas Universitarias #12. Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1981)




lunes, 25 de enero de 2021

José Vasconcelos y ciudad de México, 1895



NOSTALGIA

Nostalgia anticipada me desgarraba y mantenía en trance de llanto. No sospechaba la alegría que con los años se aprende, alegría de desechar, desdeñar etapas enteras de nuestra modalidad, no sólo la imagen exterior de las cosas queridas que luego se vuelven indiferentes. Tan atada tenía el alma a mi ambiente, que me dolía poco dejar a las gentes y mucho más separarme de la visión exterior cotidiana. El viaje me permitía presentarme ufano ante los conocidos como uno que se va a la capital en busca de su destino glorioso. Pero ¿quién me devolvería jamás la realidad de la pequeña urbe y la huella de mi sensibilidad sobre sus cosas? Con los del pueblo no sería ingrato; mis ojos iban a ver por todos ellos el esplendor de las tierras patrias. La conciencia misma del pueblo iba conmigo para ensancharse y retornar alguna ocasión a devolver, en experiencia y servicio, la deuda de amor que nos ligaba. Nunca había querido a mi ciudad como en el instante de dejarla.
Una extraña saudade me invadía al echar las últimas miradas de adiós a mi mi escuela de Eagle Pass. La gratitud y el afecto me ablandaban el ánimo. Imposible consumar el recuento de lo que debía al plantel; y una cierta acidez se mezclaba a mi añoranza, por la huella de los conflictos raciales patrióticos que allí había padecido. Los campos devastados de nuestros juegos y peleas me harían menos falta que los salones de clase donde la curiosidad robó tesoros. Sin embargo, advertía que me iba después de haber sacado todo el fruto posible de aquellos años ingenuos. Por delante se hallaba una serie de épocas fecundas; la vida entera se me aparecía como tarea explotable con miras de eternidad.
Al concluir las clases, una tarde, me llamó el director de la escuela, gringo alto, correcto, grave y bondadoso. Caminando a pie lo seguí varias cuadras rumbo a su casa.
-Es sensible que te vayas -decía-, dejando interrumpida tu carrera entre nosotros. Si tú padre quisiera dejarte al cuidado de alguna familia... Tienes ahora trece años... al cumplir los catorce, concluido el curso primario, podría obtenerse para ti una beca en la Universidad del Estado, en Austin. Háblale a tu padre; si está conforme, dile que me vea. Será fácil arreglarlo.
Mi padre se ofendió primero; después comprendió que la desinteresada oferta merecía una negativa cortés, agradecida, y fue a darla. Mi madre no necesitó intervenir pero tampoco hubiera consentido entregarme con personas excelentes, mas de otra religión. En la frontera se nos había acentuado el prejuicio y el sentido de raza; por combatida y amenazada, por débil y vencida, yo me debía a ella. En suma: dejé pasar la oportunidad de convertirme en filósofo yanqui. ¿Un Santayana de México y Texas?
Los Estados Unidos eran entonces país abierto al esfuerzo de todas las gentes. The land of the free. ¿Los años maduros me hubieran visto de profesor de Universidad enseñando filosofías?
No estaba entonces por los destinos modestos. El futuro me sonreía ilimitado de dichas y éxitos. Tan intenso lo soñaba, que a menudo la cabeza me ardía de esperanza y anticipadas certidumbres. Horas de exaltación desmedida, que alternaban con estados de anulación y pesimismo, claudicaciones del albedrío.
Entre los de Las mil y una noches, el episodio que me obsesionaba era el de los compañeros que se reparten por los cuatro rumbos del horizonte, tomando camino según el viento que sopla. Lo urgente era caminar, tomar rumbo, trasponer horizontes. ¿No era yo un alma caída al mundo? Pues urgía lanzarse a explorar toda la extensión de la temporal morada.
Por fin, una mañana, desde la ventanilla del tren, dijimos adiós a la pradera de la Villita, y con el pecho sobresaltado nos internamos luego en el arenal sobre los rieles y entre las nubes de tierra.
Periódicamente, en el llano, los remolinos del aire cavan el suelo, levantan el polvo y lo bailan en espirales, dispersándolo en la altura.
Las estaciones, muy distantes unas de otras, constan apenas de un tejadillo que abriga la sala de boletos y el telégrafo. Al lado, la choza de adobe de algún pastor, unas cuantas gallinas desmedradas, ni una brizna de hierba y en torno leguas y leguas de páramo. Sólo al día siguiente, por la Laguna, vimos los primeros pastos reverdecidos, bajo el sol caliente. Luego, al atardecer, la tierra empezó a ponerse roja, y muy altas montañas dibujaron estupendos perfiles. Los valles empezaron a poblarse de rebaños. Un sol encendido iluminó un ocaso bermejo, como metal de fundición. En los riscos, sobre la montaña, se adivinaba también el cobre, el oro, en bruto, el óxido de plata.
Un airecillo frío y una sordera parcial advierten la entrada en el altiplano. Y los valles se ensanchan circundados de serranías. La vía férrea corre a la falda de los montes y serpea en las gargantas. Es famosa la cuesta que conduce a Zacatecas. Trepa jadeante la locomotora por una serie de curvas que periódicamente ocasionan descarrilamientos. El viajero desde un vagón se asoma a la noche y de pronto descubre un enjambre de luces que aparecen y desaparecen al fondo de un abismo. Aproximándose, adviértese el trazo irregular de la ciudad cuyo nombre evoca historias de mineros enriquecidos o fracasados. Al detenernos en la parada subieron al convoy damas y caballeros de porte distinguido. Empezaba el México de los refinamientos castizos. Al deseo de habernos quedado un día para conocer Zacatecas se mezclaba la impaciencia de ver pronto las maravillas del interior de la patria. Sobre camas improvisadas con mantas nos fue cogiendo el sueño al ritmo del acero en fuga estrepitosa.
Amanecimos más allá de Aguascalientes. El paisaje había cambiado; pero sólo después de León, por Irapuato y Celaya, comienza el deslumbramiento de los campos verdes de alfalfa y los trigales que la brisa agita en la distancia. Bajo un cielo azul diáfano y en el marco de montañas violeta, aparece el milagro de ciudades de ocre y blanco y rosa. Cúpulas de vidriado amarillo, que fingen el esplendor del oro, y campanarios de cantería en tonos claros, se levantan como aleluya perenne. Los caminos, arbolados, conducen a quintas de recreo y a santuarios con leyendas piadosas. Todo engendraba dichoso contraste con los páramos de nuestra frontera.
En cada parada consumábamos pequeñas compras. Abundaba la tentación en forma de golosinas y frutas. Varas de limas y cestos de fresas o de higos y aguacates de pulpa aceitosa; cajetas de leche en Celaya; camotes en Querétaro y turrones de espuma blanca y azucarada; deshilados en linos y mantas o sarapes de colorido detonante; manufacturas de cerda que recuerdan la paciencia china; por ejemplo: cestitos de colores, trenzados, que embonan en orden descendente o sombreritos minúsculos; pequeñas cajas de secreto, incrustadas; sobre papel negro docenas de ópalos de llama o de celaje claro. No alcanzaba el tiempo ni el dinero para elegir. Los vendedores de comestibles ofrecen también a gritos tacos de aguacate, pollo con arroz, enchiladas de mole, fríjoles, cerveza y café. Y del seno de la algarabía, tímidamente y, sin embargo, permeándola toda, la voz del ciego ambulante, que improvisa corridos, tañe la guitarra y recoge limosnas.
Docenas de chiquillos descalzos, trigueños, piden: "Un centavito, niño; un centavito, jefe."
Con el cuerpo fuera de la ventanilla, todo lo vemos, deseándolo; adquirimos baratijas y dulces, repartimos cobres. Mucho he viajado después, pero nunca he visto en las paradas de ningún ferrocarril semejante animación abigarrada y fascinante. En México mismo, las gentes visten cada día con más uniformidad; las artes menores decaen, el estilo de comer se americanista, el traje se vuelve uniforme y el viajero ya no asoma la cabeza a la ventana; la hunde en la partida de póker o, por excepción, en la revista recién entintada. El prejuicio sanitario veda el gusto de los platos populares y el comercio ambulante decae.
Corría el tren por las comarcas feraces del Bajío; la frescura del campo nos penetraba en todas las fibras, nos colmaba la sed orgánica de los años pasados en sitios resecos. Propiamente, veíamos campo por primera vez. Unas cuantas vacas enterradas en el pasto bastaban a darnos sensación de plenitud agrícola. Las nubes adoptan allá no sé qué distinción barroca, muy blancas y bien recortadas en el azul. Ya al oscurecer pasamos a la orilla de un río, quizá el Lerma. Sus aguas cristalinas corrían entre arboledas, se perdían en el cauce pedregoso. Lápiz en mano, intenté fijar en mí cuaderno siquiera algunas de las impresiones tumultuosas del día. No me guiaba la vanidad, sino el deseo de guardar de algún modo la emoción venturosa del viaje. Pero me estorbaban los adjetivos. En vez de apuntar las cosas, me empeñaba en calificarlas. Cada montaña tenía que ser alta; las ciudades me merecían el mismo epíteto de bonitas y cada paisaje resultaba encantador. Con plena conciencia de que traicionaba mi sentir, escribía y acusaba al lenguaje de llevarnos por caminos trillados, pese a la virginidad de la percepción. El caso es que mi ensayo me dejaba triste. No correspondía al intenso vivir. ¿Qué iba a ser de mi en la capital sabía? Recordaba las narraciones amenas de un libro de viajes alrededor del mundo, que en Piedras Negras leyera, y me sentía apocado. Era yo el grano de arena que se pierde en la sabana, brizna de muchedumbre. Así de humilde penetré al carricoche que nos condujo al hotel. La iluminación suntuosa de las avenidas producía estupor. Los cascos de docenas de caballos de tiro repercutían en la atmósfera urbana, ornada de piedra, esplendor y paz. 

EN LA CAPITAL

Vagos son los recuerdos de esta mi primera estancia consciente en la metrópoli mexicana. Buscando en las aguas profundas y oscurecidas de mi pasado, extraigo: un doble corredor de columnas esbeltas en torno a un patio con palmeras pequeñas, sillones de mimbre y un comedor extenso con mesas blancas y cristalería. ¿Fue el Hotel Bazar? Luego, como si el tapete maravilloso nos hubiese transportado allí, veo una vivienda en la calle del Indio Triste. Farol de vidrio sobre una escalera angosta de piedra con barandal de hierro. Llega de afuera el olor de alquitrán sobre el asfalto nuevo. Mil circunstancias se pierden igual que si meses enteros y aun años de nuestro vivir muriesen antes que nosotros, sin que logremos resucitarlas. Y me pregunto: ¿Qué hay de común entre el jovenzuelo que se quedaba absorto ante las fachadas de los palacios citadinos y éste que soy ahora incapaz de reconstruirme en lo que fui? Los mismos afectos que parecen determinar modalidades perennes se descargan de su vehemencia y fluyen con lo que pasó.
Me es más fácil rememorar lo que era mi madre entonces, que lo que fui yo mismo. ¿Acaso porque era persona ella y yo todavía un conato? Sin embargo, en vano imagino lo que haya sido como persona social y sólo la concibo como una especie de divinidad que cumplía conmigo una tarea misteriosa. ¿Qué queda, pues, de cada uno?; ¿qué queda del todo? La única respuesta que da mi experiencia es que la pregunta conmueve, preocupa nada más en la juventud. Más tarde se alcanza la indiferencia dulce que nos acerca casi con agrado a la muerte común. Cama bien tendida del hospedaje que nos abriga tras la jornada penosa. Buena cama la muerte si en ella despertamos a mejor ventura que estás otras pequeñeces que se nos deshacen en la atención, aunque nos duela perderlas.
Vivía, y por el hecho de vivir me estaba muriendo a diario; pero no me acongojaba, ni siquiera lo advertía. Muy distante aún, la muerte física no me preocupaba. Ímpetus tensos aguzaban mis sentidos y los saciaba de belleza urbana. Con sólo asomarse al balcón, en la acera de enfrente nos embobaba un palacio de piedra blanca, persianas verdes, zaguán con arco, entresuelo proporcionado y principal con balcones regios. De la noble mansión salía todas las tardes un carruaje flamante tirado por caballos magníficos. Asombrados lo mirábamos torcer por la calle de la Moneda. En ésta, el Museo Arqueológico al costado de Palacio, la Escuela de Bellas Artes y la cúpula de Santa Inés al fondo y la saliente de la Catedral en el otro extremo componen la más hermosa y singular perspectiva del México castizo. A menudo atravesábamos la Moneda con rumbo a Jesús María, de estilo neoclásico y columnas de acantos revestidas de oro. Todas las tardes rezábamos allí el rosario y cada mañana la misa en el altar del Perdón de la Catedral; "la mejor Catedral de América", recalcaba mi padre, mirándola. Y con doble placer de artista y de patriota nos paseaba delante de la cortina oriental del Sagrario churrigueresco. Tallas y encajes de piedra caliza entre dos tableros de rojo tezontle volcánico. Encima, una cornisa de curvas que recuerdan la gracia de un manto. Al lado, la Catedral majestuosa con su par de torres robustas que encuadran la fachada neoclásica de Tolsá, sobria y proporcionada. Nunca hubo construcción más severa y grandiosa.
Entrando por el Sagrario, las naves se reparten espaciosas en torno a una cúpula circular. El ábside vertical levanta el empuje de las bóvedas. A la izquierda, una magnífica nave liga las curvas redondeadas de las naves y columnas de la Catedral. En los costados de ésta hay capillas con enrejado de maderas olorosas; lujosa talla de bronce circunda en barandal el coro adornado de estatuas, candelabros y tubos de órgano. Al centro, el altar mayor bajo un cimborrio atrevido. Detrás, en el ábside, uno de los mejores retablos del barroco del mundo: el altar de los Reyes, todo de oro, imágenes damasquinas, columnas salomónicas, marcos suntuosos y óleos oscurecidos por el incienso. El corazón saltaba primero, se sobrecogía después y se sumaba al coro de las celestes alabanzas.
El atrio enverjado del costado poniente dejaba ver un jardín lateral con el mercado de flores, anexo sobre la calle de las Escalerillas. Ramos de claveles, manojos de rosas recién abiertas, refrescadas con finas gotas de agua que semejan el rocío; gardenias de carne blanca y aroma intenso, violetas fragantes, amapolas como llamas, lirios de rojo y gualda o de azul violáceo, begonias en macetas, tulipanes vistosos, pensamientos aterciopelados, dalias cárdenas, crisantemos y azucenas; flora de todos los climas gracias a la meseta sin estaciones y a la inexhausta fecundidad de la costa inmediata.
Apartándose de los puestos de los vendedores, se prolonga el jardín. Andadores irregulares de cemento en cuadros afirman el borde metálico de camellones de césped y plantas. Al centro de una fuente circular y asentada en planta de piedra, una mujer de mármol vierte una jarra de agua cristalina que en su caer incesante le ha desgastado un pie de blancura lustrosa. Serena la cabeza griega, finos los hombros, firmes las maternales pomas bajo la tela simulada de mármol y el talle opulento, la divinidad anónima se inclina alargando los muslos castos bajo los pliegues de la piedra y sonríe a los niños que juegan en torno. Encima, el ramaje siempre verde difunde fragancias, serena la alegría del cambio en la inmutable perennidad.


(Tomado de: Vasconcelos, José – Ulises criollo. Primera parte. Lecturas Mexicanas #11; 1a serie. Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1983)

lunes, 20 de julio de 2020

Porfirio Díaz Mori III 1867-1915 2a parte


Fuera de dos amagos de guerra con Guatemala, el primero por las pretensiones de ese país sobre el Soconusco y el segundo por el asesinato en México de un presidente guatemalteco derrocado, la política internacional de Porfirio Díaz fue pacífica y amigable con todas las naciones, inclusive con Francia, con cuyo gobierno firmó la paz. A propuesta de Estados Unidos, la capital mexicana fue sede de la Segunda Conferencia Internacional Americana, reunida en el Palacio Nacional del 23 de octubre de 1901 al 31 de enero de 1902, sin resultados importantes, excepto la firma de un tratado por el cual las naciones del continente se sujetaban en sus controversias al arbitraje. Inmediatamente después, Estados Unidos, como representante de la Iglesia Católica de California, reclamó a México el pago de los intereses vencidos del fondo piadoso de las Californias; el asunto se sometió a arbitraje y México fue condenado a pagar $1.420,682 y una anualidad perpetua. En 1902 las fuerzas norteamericanas que habían peleado en Cuba contra España abandonaron la isla, ésta se constituyó en nación soberana y México estableció relaciones con la nueva república. En 1903 el gobierno norteamericano, con el propósito de obtener el dominio sobre el canal interoceánico que pensaba abrir en el Istmo de Panamá, provocó la segregación de este departamento, que lo era de Colombia; el gobierno de Díaz tardó en reconocer la independencia de Panamá, pero al fin lo hizo el 1° de marzo de 1904. En ocasión del conflicto bélico de Guatemala contra El Salvador y Honduras, Estados Unidos y México actuaron como árbitros y lograron armonizar a los contendientes en julio de 1906. A poco estalló otra contienda entre Honduras y Nicaragua; México fue nuevamente invitado por Estados Unidos como socio en el arbitraje, pero como el presidente Teodoro Roosevelt deseaba que el fallo fuera apoyado con la fuerza de las armas, Porfirio Díaz se rehusó. Sin embargo, en una reunión de los estados centroamericanos celebrada en Washington y convocada por los gobiernos de Estados Unidos y México, se llegó a un tratado de paz entre ambas naciones. A principios del siglo XX ocurrieron varios hechos que incomodaron al gobierno de Washington: la Suprema Corte de Justicia mexicana falló contra los reclamantes norteamericanos de la empresa de Tlahualillo; el gobierno mexicano solicitó la devolución de las tierras de El Chamizal, incorporadas a Estados Unidos por desviación del río Bravo; México dio asilo al presidente de Nicaragua, José Santos Zelaya, derrocado por una revuelta apoyada por Estados Unidos, cuyo gobierno pretendía que el exmandatario fuera enviado a Washington para ser juzgado por la muerte de dos filibusteros norteamericanos; el gobierno de Díaz contrató con la casa inglesa de Pearson la administración del ferrocarril de Tehuantepec, artilló el istmo defensivamente y, por último, se negó a prorrogar el arrendamiento de la Bahía Magdalena.
La obra educativa del régimen porfirista fue modesta en relación con el tiempo en que se realizó, pero apreciable en cuanto a sus logros. En 1887 se fundaron escuelas normales de maestros en Jalapa y en México. En 1891 se creó el Consejo Superior de Instrucción Pública, elevado en 1905 al rango de Secretaría. Justo Sierra, su primer titular, reunió las escuelas de especialidades (medicina, leyes, minería y otras) y en 1910 las organizó en una Universidad Nacional, con lo cual restauró la antigua Real y Pontificia, suprimida en 1833 por Valentín Gómez Farías. En 1878 había 4,498 escuelas primarias oficiales y 696 particulares. Treinta años después, las del gobierno se habían duplicado (9,541) y las privadas, triplicado (2,527), dando un total de 12,068. Sin embargo, se carecía de maestros, pues era un oficio mal remunerado.
La obra principal del porfirismo fue el impulso económico, basado en el capitalismo liberal. Desde su primer período presidencial, Díaz fomentó los transportes por ferrocarril. Ante la mezquindad de los inversionistas mexicanos, recurrió a los extranjeros, a quienes otorgó ventajosas concesiones para construir vías férreas. Los contratos más importantes se firmaron con compañías norteamericanas: James, Sullivan, Symons y Camacho y David Ferguson. Se concedieron subvenciones de $6,500 (México-Laredo) a $9,500 (México-El Paso) por kilómetro. En 1897 se habían tendido 13,584 kilómetros de vía, en comparación con los 578 que existían cuando Díaz asumió el poder. México era entonces el primer país de Latinoamérica en comunicaciones ferroviarias. En 1898, a instancias del ministro de Hacienda, José Ives Limantour, se pensó nacionalizar los ferrocarriles, cesaron las concesiones y el gobierno procuró adquirir el mayor número de acciones de las compañías. El 28 de febrero de 1908 se consolidaron las propiedades ferrocarrileras en una sola empresa constituida y ubicada en el país y 3 meses después se crearon los Ferrocarriles Nacionales de México, con participación preponderante del Estado. Al término del porfirismo (mayo de 1911) había en la República 50 líneas de vía ancha y 49 de vía angosta, con un total de 19,748 kilómetros de jurisdicción federal aparte otros 4,840 de líneas estatales y particulares. La minería (no el petróleo, que apenas comenzaba a explotarse en el mundo) era la principal fuente de riqueza de México. Gracias a las vías férreas, las compañías fundidoras norteamericanas se establecieron en México e introdujeron técnicas modernas para el tratamiento de los metales. Contribuyó a acelerar este fenómeno la energía eléctrica y la mayor producción de cobre.
De las 1,030 compañías mineras que operaban en el país en 1910, 840 eran norteamericanas; 148, mexicanas; y el resto, inglesas o francesas. En 1877 Porfirio Díaz llegó a la Presidencia en una situación financiera de completa bancarrota. La paz impuesta dio seguridades al capital extranjero. El prestamista más pródigo fue Inglaterra, cuya moneda era la más fuerte en aquel tiempo. En las postrimerías del porfirismo la deuda exterior ascendía a 22.700,000 libras esterlinas, pero el país tenía una capacidad de pago muy superior a esa cifra. El ministro de Hacienda más notable que tuvo el presidente Díaz fue José Ives Limantour, hijo de francesa, pero mexicano por nacimiento. Para superar el presupuesto deficitario, agregó a los impuestos ya existentes gravámenes sobre bebidas alcohólicas, tabaco y herencias; rebajó los sueldos de los empleados públicos y redujo el número de plazas; y suprimió los derechos que imponían al comercio los estados.
Con estas medidas el presupuesto gubernamental de 1895 tuvo ya un supéravit de $2 millones, que llegó a 10 en 1897. Con tales excedentes se emprendieron obras en toda la República y particularmente en la Ciudad de México, como el gran canal del desagüe y el Hospital General. El Teatro Nacional (hoy Palacio de las Bellas Artes), el Palacio de Correos y el Ministerio de Comunicaciones. Se inició la construcción de un Palacio Legislativo, a imitación del Capitolio de Washington, parte de cuya estructura se convirtió posteriormente en el Monumento a la Revolución. Con apoyo en la inversión extranjera, se introdujo la energía eléctrica. Cuando se terminó la presa de Necaxa, era la más grande del mundo. Primero en los estados y luego en la capital, se estableció el servicio de tranvías eléctricos. El alumbrado público se renovó para utilizar la nueva energía. La Ciudad de México rivalizaba con las mejores de Europa.
Las principales leyes porfiristas en materia de propiedad territorial fueron las de Colonización (1883), de Aprovechamiento de aguas (1888), y de Enajenación y Ocupación de Terrenos Baldíos (1894), todas las cuales contribuyeron a incrementar el latifundismo. A este fenómeno estuvieron vinculadas las compañías deslindadoras, que recibían en pago de su trabajo una tercera parte de las superficies mesuradas. Hacia 1890, cuando ya se habían deslindado 32 millones de hectáreas, 28 de ellos (14% de la superficie total de la República) estaban en poder de 27 compañías. Este proceso de concentración de la propiedad en el campo llegó a su máximo en 1910, cuando las haciendas, en manos de 830 terratenientes, comprendían el 97% de la superficie rural; el 2% correspondía a los pequeños propietarios y el 1% a los pueblos.
La producción de maíz siempre fue deficitaria; se obtuvieron, en cambio, grandes excedentes de azúcar. Los peones agrícolas ganaban de 8 a 25 centavos diarios, lo mismo que en 1810, y se les proveía de lo indispensable en las tiendas de raya, mediante un sistema de crédito que los mantenía sujetos al amo hasta la redención de las deudas, que nunca podían pagar. Esta situación propició las rebeliones agrarias. Los obreros, a su vez, percibían salarios irrisorios a cambio de jornadas de 16 horas, sin disponer de un día de descanso en todo el año. Esto dio motivo a que fructificaran las prédicas socialistas y a que apareciera el sindicalismo en las circunstancias más adversas. En ocasiones desesperadas los trabajadores recurrieron a la huelga, considerada entonces como un delito, según ocurrió en Cananea (1° de junio de 1906) y Río Blanco (1907), movimientos que fueron reprimidos con crueldad.
En 1903, cuando Porfirio Díaz contaba ya con 73 años de edad, se reformó la Constitución para alargar a 6 años el periodo presidencial. Al año siguiente Díaz fue reelegido por sexta vez. En 1908 concedió una entrevista al periodista norteamericano James Creelman, que fue publicada en el Pearson's Magazine, en el cual anunció sus deseos de retirarse del poder y el agrado con que vería la formación de partidos políticos que contendieran en las elecciones de 1910. Estás declaraciones estimularon a la juventud ansiosa de entrar en política, pero estaba ya tan consagrada la figura de Díaz, que los partidos se conformaron con disputarse la vicepresidencia. El Reeleccionista sostenía la fórmula Díaz-Corral; el Nacional Democrático, la planilla Díaz-Bernardo Reyes, hasta que éste manifestó su decisión de apoyar el binomio propuesto por los reeleccionistas; y el Antireeleccionista, que acabó postulando a Madero  y Emilio Vázquez Gómez. 
Mientras tanto, se celebró con gran pompa el primer centenario de la Independencia nacional. El 27 de septiembre de 1910 el Congreso declaró reelectos a Porfirio Díaz y Ramón Corral, y el 1° de diciembre tomaron posesión de su cargo para el siguiente sexenio. El descontento era ya general y los barruntos de revolución, evidentes. Madero expidió el Plan de San Luis el 5 de octubre de 1910, por el cual desconocía al gobierno e invitaba a la rebelión para el día 20 de noviembre. La revolución iniciada en Chihuahua, cundió rápidamente por todo el país. Ciudad Juárez se rindió a los revolucionarios el 10 de mayo de 1911; Colima, el 20; Acapulco y Chilpancingo, el 21; Tehuacán, Torreón y Cuernavaca, el 22. El 21 de mayo se firmó un convenio de paz por el cual Porfirio Díaz y Corral renunciarían a sus puestos. El primero tardó en hacerlo y el pueblo n la Ciudad de México se amotinó ante la casa del caudillo tuxtepecano. El 31 de mayo Díaz embarcó rumbo a Europa en el vapor alemán Ipiranga, acompañado de su familia y otras personas. Había cumplido 80 años y 30 de haber gobernado con poderes absolutos. Residió en París, Francia, donde murió el 2 de julio de 1915, a los 84 años cumplidos.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

viernes, 11 de mayo de 2018

Jesús García, el Héroe de Nacozari


 
 
Corrido de Jesús García
 
(Anónimo)

Voy a cantarles, señores,
lo que en Nacozari pasó,
el día siete de noviembre,
cuando la pólvora ardió.
 
Como a las dos de las tardes,
como a esas horas serían
cuando murió el héroe:
el héroe Jesús García.
 
¡Ay! señores, que desgracia,
en Nacozari pasó,
el día siete de noviembre,
la dinamita explotó.
 
Le dice José Romero:
"Jesús, vámonos apeando,
mira que ya el primer carro,
ya se nos viene quemando".
 
Y le contesta Jesús:
"Yo pienso muy diferente,
voy a perder mi vida,
para salvar tanta gente".
 
Concédeme, Virgen querida,
de llegar a Puertecitas,
más que yo pierda la vida,
que se salve Placeritos.
 
Se encontró el cuerpo en pedazos,
con la cara ennegrecida,
tenía completos los brazos
y la palanca cogida.
 
Douglas le dice al cadáver:
"Eres un héroe Jesús,
tuviste muerte de apóstol,
llevaste al hombro la cruz".
 
Pasan de doce los muertos
y más de diez los heridos,
que, en el camino del Seis,
pudieron ser recogidos.
 
Del Porvenir a Pilares
salían en compañía,
sólo por venir a ver
al héroe Jesús García.
 
Su bóveda ha de ser de oro
Y de brillantes su cruz;
toda la gente le dice:
"Eres un héroe Jesús".
 
 

Jesús García Corona, nació el 2 de diciembre de 1881, en la ciudad de Hermosillo, Sonora. Cuando Jesús García era niño, su familia se trasladó al mineral de Placeritos en Nacozari, Sonora, y de ahí, Jesús García, comenzó a trabajar para el ferrocarril, de vía angosta, propiedad de la compañía The Moctezuma Cooper Co.

Jesús García se inició como fogonero de fija, laborando después como fogonero y llegó a ser maquinista, cubriendo el tramo de vía de Pilares a Nacozari, Sonora.


El 7 de noviembre de 1907, Jesús García, junto con algunos compañeros de trabajo, se encontraba en los patios de la estación de Nacozari, cuando se incendió un furgón de pastura seca, que se encontraba cerca de dos furgones cargados de dinamita.


Jesús García, percatándose del peligro, se metió en la cabina de su máquina, la hizo retroceder y enganchó los carros, dirigiendo el tren fuera de la ciudad, mientras que sus compañeros huían para ponerse a salvo de la inminente explosión. Poco después de salir de la última línea de casas, a la altura del kilómetro seis de la vía de Nacozari al mineral de Pilares, se produjo la terrible explosión y todos los carros quedaron destruidos. En el percance murieron trece personas pero se salvaron los cinco mil pobladores de Nacozari.


Como héroe civil, Jesús García, El Héroe de Nacozari, ha sido objeto de múltiples homenajes; en su honor, la ciudad de Nacozari se llama Nacozari de García; el Siete de Noviembre es el día de los ferrocarrileros mexicanos; existen varios monumentos con su estatua y no son pocas las calles, escuelas y poblaciones que, con orgullo, llevan su nombre. De los corridos sobre Jesús García, el más conocido es Máquina 501, que se hizo famoso en la interpretación de Francisco "Charro" Avitia.




(Tomado de: Antonio Avitia Hernández- Corrido Histórico mexicano (1810-1910) Tomo I)