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sábado, 21 de diciembre de 2019

El comercio de Nuevo México, 1821-1823


Apertura del comercio

El año de 1821, la consumación de la independencia tuvo como consecuencia la apertura de la frontera. Los comerciantes norteamericanos habían estado aguardando ese momento, y se apresuraron a entrar aprovechando lo que Manning, en su historia de la diplomacia entre las dos naciones, llama una “relajación de las leyes aduanales”, y que Bancroft considera completamente abolidas. En realidad no habían sido del todo abolidas ni el orden se relajó; simplemente no existían. Bork, en su estudio sobre el comercio de Santa Fe, relata que al llegar los comerciantes norteamericanos a Nuevo México no había aduana debido a que en 1805 el virrey había decretado que todos los efectos cambiados en la feria anual quedasen libres de impuestos. Después de un estudio de las listas de los derechos de entrada sobre artículos extranjeros, Bork concluye que esos derechos no empezaron a cobrarse en la subcomisaría de Santa Fe sino en 1823, cuando más remoto. Sin que importe mucho esa diferencia de opiniones meramente legales, lo cierto es que gracias a la iniciativa de William Becknell dio comienzo el comercio terrestre entre las dos naciones vecinas. Josiah Gregg, en su afamada obra acerca del comercio de Santa Fe, nos da una deliciosa descripción de la entrada de una caravana a esta población. Al son de los gritos “los americanos”, “los carros”, “la entrada de la caravana”, los comerciantes llegaban en medio de un espíritu de fiesta. En varios de los diarios de estos comerciantes podemos advertir su gran emoción al verse admirados por toda una población; depositaban sus vagones en la aduana, y comenzaban su estancia en Santa Fe con la asistencia a un fandango organizado en su honor. Los primeros años del comercio se caracterizaron por una sincera y mutua simpatía. Gregg anota que incluso el inspector aduanal abría sólo algunos paquetes, por simpatía hacia los comerciantes y por el deseo de ayudar al incremento del comercio. El gobernador Facundo Melgares recibió muy bien al comerciante norteamericano que llegó a Santa Fe después de la independencia de México, y expresó su deseo de que los norteamericanos continuasen el intercambio; incluso se refirió a que, en caso de que desearan emigrar a Nuevo México, gustosamente les ofrecería facilidades.
El 23 de diciembre de 1821 el dictamen presentado por la comisión de Relaciones Exteriores a la soberana junta gubernativa del imperio pedía que se impulsara la colonización de las regiones norteñas. El dictamen se basaba en las leyes aprobadas por España durante la última legislatura de las cortes que, según criterio de la junta, contenían “máximas muy liberales… que harían la felicidad de las provincias de Tejas, Coahuila y Nuevo México”.
Las excelentes ganancias, la libertad concedida a los comerciantes arrestados y la calurosa bienvenida a los que vinieron después de la consumación de la independencia hicieron que el llamado comercio de Santa Fe creciera con rapidez. Para 1825, a sólo cuatro años de haberse iniciado el comercio, los comerciantes norteamericanos comprobaron que los mercados de Santa Fe habían sido explotados al máximo, por lo que comenzaron la marcha a Chihuahua. Fue esa ciudad la que eventualmente se convirtió en el emporio del comercio por tierra ya que sus minas y gran cantidad de especies redujeron gradualmente a Santa Fe a un mero puerto de entrada hacia los mercados interiores. Para 1830 se llevaban doscientos vagones con mercancías con mercancía por valor de 200 mil pesos. Al comienzo de la guerra entre México y los Estados Unidos el valor de los bienes que llegaban por Santa Fe a Chihuahua era de 3 a 5 millones de pesos al año, sin considerar el contrabando.
El comercio entre las dos naciones se había desarrollado mucho, pero… ¿estaba satisfecho el gobierno mexicano con ese comercio? El 23 de diciembre de 1821 la comisión de Relaciones Exteriores presentó a la junta gubernativa un informe que hablaba de las tendencias expansionistas de los Estados Unidos y del peligro que corrían las regiones norteñas de México. En el dictamen se habló de que los Estados Unidos estaban interesados en el comercio con México porque sus bajos precios les daban ventajas sobre el mexicano, lo que podría resultar “en la ruina de la agricultura, industria y comercio exterior del país”. Poco tiempo bastó a nuestro gobierno para recordar las advertencias del conde de Aranda acerca de la ambición norteamericana.
Antes de la consumación de la independencia, James Smith Wilcocks se encontraba en México como agente norteamericano. Fue él quien entregó al secretario de Estado John Quincy Adams la primera comunicación diplomática de México a los Estados Unidos, en la que le notificaba del triunfo de la independencia y pedía su reconocimiento. Adams contestó el 23 de abril de 1822 prometiendo el nombramiento de un ministro. Sin embargo sólo mandó enviados especiales. Wilcocks fue nombrado cónsul en la ciudad de México. William Becknell, el comerciante que había entablado el comercio con Santa Fe, fue comisionado en esa ciudad, y el agente comercial en Veracruz fue reconocido como funcionario consular. Por su parte, el 24 de septiembre de 1822, el imperio mexicano nombró como primer enviado extraordinario y ministro plenipotenciario a José Manuel Zozaya, quien fue recibido por el presidente de los Estados Unidos el 20 de diciembre de 1822; a las dos semanas fue reconocido oficialmente por el gobierno de los Estados Unidos, aunque el reconocimiento formal no se hizo sino hasta el 27 de enero de 1823.Manning, en su Early Diplomatic Relations between the U.S. and Mexico, informa que para 1823, a sólo un año del comienzo del comercio, el encargado de negocios del gobierno mexicano en Washington había aconsejado “prohibir o regular este comercio”. Desde su primer informe Manuel Zozaya había recomendado dejar pasar el tiempo suficiente para estudiar la propuesta de un tratado de comercio, pues temía que redundara sólo en beneficio de los Estados Unidos. En cuanto al problema de fronteras recomendaba dejarlas como en el tratado Onís-Adams de 1819. Zozaya escribía que recelaba de la política norteamericana “ya que la soberbia de los norteamericanos no les permitía considerar a los mexicanos como iguales, sino como inferiores”.
Mientras tanto, el representante de Misuri ante el Congreso, el senador Charles Bent, presentaba ante el senado de los Estados Unidos un proyecto de nueva ley. Pedía que se establecieran tratados con los indígenas para proteger las caravanas de comerciantes entre Misuri y Santa Fe, cónsules para vigilar el cumplimiento de las estipulaciones aduanales y la construcción de un camino entre Franklin, Misuri, y Santa Fe, Nuevo México. En sus Memorias el senador relató su búsqueda de razones y acontecimientos en que fundamentar su petición para una legislación extraordinaria. Citó las experiencias de un tal Augusto Storr, de Franklin, Misuri, que había conducido una expedición a Santa Fe el verano de 1824.
Entre los precedentes citados por Bent para obtener la aprobación de la petición se encontraba el del camino construido a través de los dominios de los creek y los territorios españoles para llegar a Nueva Orleáns, recién adquirida de los franceses. Lo que no dijo, pero los otros senadores comprendieron, fue que ese territorio había terminado por pertenecerles. El discurso del senador Bent es de gran interés para la historia de México por ser el primero que, pretendiendo basarse en hechos, presentó la situación de la frontera mexicana al congreso norteamericano. Como hemos visto, la actitud de superioridad anglosajona es evidente: “la consolidación de las instituciones republicanas, la mejoría de su condición moral y social, la restauración de sus artes perdidas, son sólo algunos de los efectos que la filantropía espera de ese comercio”. Como veremos, todas las relaciones con México serían justificadas por tales conceptos. 

(Tomado de: Moyano Pahissa, Ángela - El comercio de Santa Fe y la guerra del 47. Colección SepSetentas, #283. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1976)

lunes, 9 de septiembre de 2019

El comercio de Nuevo México, antes de 1821


Antecedentes del comercio de Santa Fe

[...]
Como las leyes coloniales prohibían todo comercio con el extranjero, el comercio entre Luisiana y Nuevo México que existía desde finales del siglo XVII se hacía a través de los pieles rojas. El derecho de asiento concedido a los ingleses empezó en 1713 con el tratado de Utrecht, y fue entonces cuando los franceses de la Luisiana establecieron el fuerte de Natchitoches, en el Misisipí. Un par de años después, en 1717, Louis Juchereau de St. Denis, que trataba de establecer comercio directo entre Luisiana y Nuevo México, fue apresado en territorio de Nuevo México y enviado a la capital. Sus guías, los pieles rojas, pudieron seguir acudiendo a las ferias anuales de Santa Fe y Taos, a las que llamaban cambalaches, y donde llevaban pieles de cíbola y tasajo para cambiar por cuchillos, pucheros, ollas de cobre.
Cuando en 1803 Luisiana pasó a manos de los Estados Unidos, los mercaderes franceses y los angloamericanos intercambiaron información, lo que habría de despertar el interés de la frontera norteamericana por un probable comercio con Santa Fe cuando esas notas fueron suficientemente conocidas.
A principios del siglo XIX Zabulon Montgomery Pike, en su estudio de las provincias fronterizas de la Nueva España, nombró a William Morrison, de Kaskasia, Illinois, como el primer norteamericano que organizó una aventura comercial hacia Nuevo México, doce años después de la apertura del Camino Real. Morrison había enviado a Batista Lalande a comerciar a Santa Fe, pero éste se quedó a vivir ahí, guardándose el producto de la mercancía. Pike, enviado a reconocer el territorio cercano a Nuevo México, pasó por Kaskasia, y Morrison le pidió que presentara una demanda contra Batista Lalande. La lectura del diario de Pike resulta de interés. Pike se valió de la demanda como pretexto para enviar a uno de sus acompañantes, el doctor Robinson, a explorar el territorio cercano a Santa Fe, en un intento por estudiar las perspectivas de comercio, fuerzas militares y conocimiento del país en general.
Pike relata el establecimiento de dos ciudadanos norteamericanos en Santa Fe: Lalande y un tal James Parsley, llegados en 1802. El permiso de residencia de ambos tal vez lo obtuvo don Pedro Bautista Pino, delegado de Nuevo México a las cortes de Cádiz, quien había recomendado al virrey la apertura de Santa Fe con el propósito de equilibrar su balanza comercial, puesto que el gobierno de Nuevo México tenía un déficit anual de 52 mil pesos debido a que sus importaciones ascendían a 112 mil pesos al año mientras que sus exportaciones sólo llegaban a 60 mil.
El teniente Zabulon Montgomery Pike había sido enviado por el gobierno estadounidense a reconocer y explorar el territorio desde San Luis Misuri hasta las fuentes del Misisipí, y de ahí a la Luisiana. Resulta curioso que en el momento de ser arrestado haya consignado en su diario que había tenido intención de penetrar en territorio español: “Nuestra mira era la de conseguir el conocimiento del país en cuanto a prospectos para el comercio, su fuerza, etcétera”.
Cleve Hallenbeck, en su Land of Conquistors, opina que los historiadores contemporáneos concuerdan en que Pike debe haber tenido instrucciones que nunca se hicieron públicas. No hay duda de que el viaje había sido organizado con algo de misterio; el mismo Pike se quejó de que muchos de sus compatriotas lo acusaban de haber sido parte de un siniestro proyecto organizado por el general Wilkinson. Años más tarde Josiah Gregg, en su importante estudio del comercio de Santa Fe, relató cómo muchos de sus contemporáneos creían que la expedición de Pike había tenido relación con el famoso proyecto de Aaron Burr, vicepresidente de los Estados Unidos, quien fue acusado de querer formar un imperio posiblemente con la Luisiana, Texas y México. Aunque su actuación es aún fuente de controversia, sabemos que dijo a Andrew Jackson que planeaba invadir la Nueva España. Sea como fuere, Hallenbeck insiste en que la reiterada aseveración de Pike de que no sabía que se encontraba en el Río Bravo era falsa, ya que para entonces había mapas españoles en los Estados Unidos y el general Wilkinson seguramente poseía alguno.
Esa fue la época en que la nación norteamericana discutía con España la extensión del recién adquirido territorio de la Luisiana. [...]
En ese marco histórico de desarrolló la expedición del teniente Zabulon Pike. Según Beck, en su Historia de Nuevo México, el más reciente estudio de la conspiración de Aaron Burr prueba que “la entrada del teniente Pike en Nuevo México fue un efecto secundario de la conspiración, y constituyó un probable intento de preparar el camino para un atentado filibustero”. Beck llama a Pike “cómplice involuntario del traidor general Wilkinson”, quien por haber perdido la confianza de Burr estaba listo para delatarlo. Considera que el doctor Robinson, acompañante de Pike, era probablemente un agente de Wilkinson que revelaría a los españoles los proyectos de Burr relativos a la posibilidad de invadir el norte de la Nueva España. En cuanto al pretexto de cobrar la deuda que Lalande, el comerciante prófugo, tenía con Morrison, fue un invento para proteger a Pike en caso de que la proyectada guerra con España comenzara durante su largo viaje. Pike construyó un fuerte en el Río Bravo, hacho que Beck interpreta como la creación de una excusa para poder reclamar ese territorio en caso de guerra con España. El análisis de la expedición de Pike lo lleva a afirmar que los papeles en poder de Pike convencieron a los españoles de que su finalidad era reclamar todo el territorio bañado por los tributarios del Misisipí, y controlar las tribus indígenas del área. [...]
En cuanto al proyectado reconocimiento de las provincias fronterizas de la Nueva España, Pike parece haberlo llevado a cabo extensamente, aunque no con profundidad. Además de escribir con detalle lo observado en el trayecto de Santa Fe a Chihuahua, Pike incluyó un extenso apéndice en el que proporcionaba infinidad de datos geográficos, políticos y económicos acerca de las provincias de la Nueva Vizcaya, Sonora, Sinaloa, Coahuila, Durango y hasta Guanajuato. Su relato es digno de leerse por ser el primero de una lista de relatos-diarios de norteamericanos que viajaron a Nuevo México y a otras provincias fronterizas en la época que precedió a la guerra con México. sus prejuicios encabezaron la lista de aquellos a quienes su fanatismo racial y religioso impidió ver algún valor en las costumbre hispanomexicanas.
Por medio de Pike sabemos cómo era Santa Fe entonces: un típico pueblo novohispano de la frontera, con su aspecto de aldea miserable, a excepción de sus iglesias. Santa Fe comerciaba con el resto de la Nueva España a través de Vizcaya, Sonora y Sinaloa, vendiendo 30 mil borregos al año, tabaco, pieles de venados, cabrito y búfalo, sal y estaño. Recibía productos manufacturados, armas, azúcar, hierro, municiones y vinos. De Sonora a Sinaloa llegaba oro, plata y queso. Durante su viaje Pike cayó en los prejuicios del tiempo y la tradicional leyenda negra, tan arraigada ya en las mentes estadounidenses: el atraso científico de los novohispanos, su degradación moral, la frivolidad de sus mujeres, el fanatismo y la superstición religiosa, su actitud servil ante las autoridades, no eran más que el fruto normal de su herencia española, y esto a pesar de que en su prólogo Pike dice haber suprimido muchas observaciones sobre las costumbres novohispanas por gratitud a aquellos que lo habían ayudado. Entre sus reflexiones anota que en “hospitalidad, generosidad y sobriedad la gente de la Nueva España destaca en el mundo, pero en patriotismo, energía de carácter e independencia de alma se encuentra entre lo más bajo”. Esto no dejaba de ser contradictorio. Una cosa era la realidad y otra los estereotipos.
Por el gran número de observaciones culturales y geográficas la lectura de la relación de Pike vale la pena. Además no hay que olvidar que fue el primer viajero estadounidense en nuestras provincias fronterizas. Su libro termina con la relación del viaje de regreso, durante el cual le fue prohibido hacer observaciones astronómicas o tomar cualquier nota. Los prisioneros fueron llevados por los caminos más desconocidos para que Pike no pudiese tomar nota mental, según él interpretó, por miedo de una invasión. No sabía que su sarcasmo anotaba lo que sería muy verdadero: Pickney, ministro de Estados Unidos en España, la amenazaría con una guerra si no vendía Florida oriental a su país. Como consecuencia de lo visto y oído, Pike terminó su libro pidiendo veinte mil voluntarios para ayudar a la Nueva España a obtener su independencia. Los Estados Unidos se beneficiarían si ayudaban a la emancipación ya que se podrían hacer cargo del comercio de un país rico que, en opinión de Pike, nunca sería una nación de marinos.
La influencia de la relación de Pike en la nación norteamericana fue grande, pues enfatizaba el contraste entre las baratísimas materias primas de los estados fronterizos de México y los exorbitantes precios que pagaban por los productos manufacturados provenientes del centro del país, por lo que no es raro que pensara que los norteamericanos podrían terminar el desequilibrio comercial con los productos de su país, sin duda más baratos.
Interesado por el relato de Pike, y quizá con la idea de que la revolución de Hidalgo habría terminado con las restricciones comerciales, en el verano de 1812 Robert McKnight llegó a Santa Fe con una expedición, pero fue arrestado y estuvo en la cárcel de Chihuahua hasta 1822. Durante esos diez años el senador Benton, representante de Misuri ante el congreso de los Estados Unidos, trató inútilmente de que el secretario de Estado lo liberara. En 1815 Auguste Choteau y su expedición recibieron permiso del gobernador de Nuevo México, Alberto Mainez, para acampar al este del río Rojo y desde ahí comerciar con San Fernando de Taos y Santa Fe. Dos años después el nuevo gobernador, Pedro María de Allende, les retiró el permiso y los mandó arrestar. Un batallón de doscientos hombres fue enviado a buscar un fuerte estadounidense que se decía existía en el río de las Ánimas. No encontraron el fuerte pero Choteau y sus hombres, además de ser arrestados, fueron despojados de todos sus bienes. Como éstos ascendían a 30,338 pesos, Choteau y sus acompañantes se dirigieron a San Luis Misuri a pedir protección y ayuda a su gobierno. Esa demanda por confiscación de bienes parece haber sido la primera demanda comercial hecha al gobierno virreinal en relación con el comercio de Santa Fe. El caso de Choteau tiene una gran importancia histórica porque fue el típico de lo que sucedería a través de la historia de este comercio: Las autoridades de Nuevo México, nativas de esa región, estarían siempre dispuestas a conceder privilegios, a lo que las autoridades llegadas de la capital del país se opondrían. El gobernador Mainez, nacido en Nuevo México, trató de desarrollar un comercio para levantar la situación económica de la región. Por eso dio la concesión a Choteau; en cambio, el gobernador Allende, enviado de la capital, estaba empeñado en hacer efectivos los mandatos de la misma. Desde tiempos de la colonia la política del gobierno mexicano pareció haber confundido el bien de la nación con el de la capital. En la capital se veía claro el problema de la soberanía, que no lo era tanto en la provincia.


(Tomado de: Moyano Pahissa, Ángela - El comercio de Santa Fe y la guerra del 47. Colección SepSetentas, #283. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1976)