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jueves, 19 de agosto de 2021

¿Qué opinaba Fernández de Lizardi acerca de la independencia?

 

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¿Qué opinión tuvo Fernández de Lizardi acerca de la Independencia?

José Joaquín Fernández de Lizardi, autor de El periquillo sarniento, la primera novela hispanoamericana, reprobó desde siempre la corrupción de las autoridades coloniales. En su periódico El Pensador Mexicano atacó ferozmente al gobierno virreinal de Venegas. En un artículo felicitó al virrey por su cumpleaños y le sugirió modificar una orden recién emitida. El virrey lo mandó encarcelar y prácticamente por él se suspendió la libertad de prensa.

Para el escritor, quien fue una de las figuras políticas y literarias más importante de la época, la insurrección de 1810 había sido una improvisación sin resultados sustanciales, aunque eso no quiere decir que rechazara las ideas del cura Hidalgo. Por el contrario, Fernández de Lizardi era partidario de la independencia y alababa la lucha de José María Morelos y Pavón. Esto se puede constatar en su artículo "Aviso patriótico a los insurgentes de la sordina". Dio su apoyo a las ideas proindependentistas de los representantes americanos que fueron a Cádiz. Al restaurarse la Constitución de 1812, analizó en detalle el documento político en otro de sus periódicos, El Conductor Eléctrico.

En 1821 el ejército español había logrado capturar a todos los insurgentes, con excepción de la guerrilla de Vicente Guerrero. Ese mismo año, en su panfleto Chamorro y Dominguín, publicó "Diálogo jocoserio sobre la Independencia de América", en donde dijo que el ejército realista era tan débil que la independencia se daría casi por sí misma.

Es muy conocida su novela El periquillo sarniento, producto precisamente de la censura, pues al no poder redactar sus notas periodísticas, su máxima especialidad, decidió volcarse en la narrativa. Nunca perdió la oportunidad de educar, pues estaba convencido de la extrema importancia que esto tenía para las personas y desde luego para forjar a la nueva nación en vísperas de emerger. Por eso su estilo adopta un estilo de sermón. Su principal preocupación no era hacer literatura, sino corregir los abusos que existían en esa época en la sociedad. Sin embargo, ninguna causa le preocupó más que la educación infantil, una herencia de José María Barquera, editor del primer periódico mexicano: El Diario de México.

Fernández de Lizardi terminó por unirse al partido de Agustín de Iturbide en esta lucha por la búsqueda de la independencia. En Tepotzotlán, donde creció, era director del periódico que leían las tropas del Ejército Trigarante. Antes de que Iturbide fuera coronado emperador, Fernández de Lizardi se proclamó a favor de un sistema republicano. Después prefirió adoptar la monarquía con un emperador local, pues de acuerdo con los Tratados de Córdoba existía la posibilidad de que un Borbón viniera a gobernar México. Aunque intentó influir en las decisiones de Iturbide para lograr la institución de la monarquía constitucional, no lo logró y tiempo después le rogó abdicar. Tras la muerte del emperador disculpó sus peripecias en una obra titulada "Unipersonal de don Agustín de Iturbide, emperador que fue de México".

En 1823, en su periódico El Hermano del Perico que Cantaba Victoria, Fernández de Lizardi advirtió que existía la posibilidad de una nueva conquista española. Entre los ideales reformistas de Fernández de Lizardi sobresale su creencia en la igualdad ante la ley, por supuesto en la libertad de prensa, en la elección directa de los legisladores y en la importación de tecnología con miras a acumular el capital en México.

(Tomado de: Pacheco, Cecilia - 101 preguntas sobre la independencia de México. Grijalbo Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2009)


viernes, 2 de agosto de 2019

José Joaquín Fernández de Lizardi


(1776-1827) Publica entre 1812 y 1827 nueve periódicos, todos ellos de vida corta. El primero fue El Pensador Mexicano, cuyo título adopta como seudónimo. Complementan su labor periodística cerca de trescientos folletos, más colaboraciones aisladas en otras publicaciones periódicas. 
El propósito declarado de El Pensador Mexicano (1812-1813), sugiere Jacobo Chencinsky, es exaltar la Libertad de Imprenta y la Constitución y exponer las ventajas que éstas traen consigo. Las exalta, evidentemente, para que se pongan en práctica, y de paso denunciar los males prevalecientes después de trescientos años de coloniaje: las trabas a la agricultura, la industria y el comercio, el opresivo exceso de impuestos, la exclusión de los nacionales de ciertos empleos y los privilegios que, en cambio, gozaban los peninsulares y los criollos, causas que señala como origen de la insurrección que tenía asolado al país. cierta invocación poco afortunada al virrey lo conduce a la cárcel durante siete meses. al salir se propone ser más cauto.
En los nuevos periódicos Las sombras de Heráclito y Demócrito (1813), del que sólo se imprime un número, Alacena de Frioleras y Cajoncitos de Alacena (ambos de 1815 a 1816), Lizardi no está dispuesto a correr riesgos. Dedica los artículos, chuscos o serios, en prosa o en verso, a inocuos motivos de crítica social, costumbrista y moralizante: las corridas de toros, los malos amigos, el comportamiento en las iglesias, la educación, las formas de vestir, la mendicidad, la situación de los leprosos y los riesgos del juego. Destacan algunos diálogos satíricos y costumbristas por la gracias y maestría con que maneja el lenguaje popular.
De 1816 a 1820, Lizardi renuncia al periodismo por las trabas que le imponen las autoridades y se dedica a escribir sus cuatro novelas y su libro de fábulas. A partir de 1821, Lizardi cambia de tono al redactar sus periódicos: desaparecen los titubeos. Las amenazas de perjuicios y represalias lo hacen tambalearse, pero no consiguen desviarlo de su trayectoria. La fertilidad de estos años, de 1821 a 1827, es notable: seis periódicos, cerca de doscientos folletos, cinco obras de teatro y tres calendarios, además de colaboraciones en otros periódicos. La relación entre folletos y periódicos es muy estrecha. En general, en los folletos se plantean problemas particulares y parciales, en tanto que en los periódicos éstos aparecen dentro de una secuencia más amplia e hilvanada.
La obra más importante de esta etapa son las Conversaciones del Payo y el Sacristán, que aparecieron dos veces por semana a lo largo de 1824 y 1825. en ellas vuelve sobre sus temas de siempre, ahora afrontados y expuestos descarnadamente, sin tapujos y tratados desde el punto de vista del nuevo régimen, que había creado nuevas circunstancias y, en ciertos asuntos, la posibilidad de nuevas soluciones. junto con la descripción crítica de los eternos problemas (el descuido de la ciudad, la falta de honradez de los funcionarios públicos, los frecuentes crímenes y robos, los monopolios y la escasez de artículos de primera necesidad, la situación miserable de los indios, el bajo rendimiento de la agricultura y la industria), en función de las condiciones graves por las que atraviesa el país, dos nuevos grandes problemas forman el eje de las Conversaciones: el eclesiástico y el político-militar. Sus ataques al estado eclesiástico abarcan todos los ángulos: los intereses temporales y el afán de dominio de la Iglesia, la pompa religiosa, la falta de reglamentación en ls nombramientos de los curas, las supercherías y supersticiones, la imposición forzada de los votos conventuales, la irracionalidad del celibato, el absolutismo papal. Simultáneamente le preocupa la inconsistencia militar, por lo cual plantea una serie de reformas al ejército, temeroso de una posible invasión por parte de España.
Sus proposiciones para el mejoramiento de la agricultura, remata Chencinsky, guardan puntos de contacto con las de Morelos, en cuanto exigen una reforma agraria. Establece la nacionalización y una redistribución más equilibrada de las tierras, un sistema de ayuda al campesino y la prohibición de los latifundios. En cuanto a reformas eclesiásticas, pide que la religión se desnude de ostentaciones, que los clérigos abandonen toda pretensión temporal y se concentren a dirigir espiritualmente al pueblo, alejándolo de milagrerías y supersticiones; que los sueldos de los altos prelados no excedan los de cualquier persona de nivel medio; que se conduzcan los servicios en español para hacerlos comprensibles; que se estimule la tolerancia religiosa; que no se sangre al pueblo con diezmos; que se limiten al mínimo las fiestas religiosas. Anticipa, si no de hecho sí de intención, muchas reformas religiosas. La crítica es feroz y no escatima los epítetos sardónicos. Su censura no se confina a la Iglesia mexicana. En los últimos números, ataca al Papa y reta su poder porque favorece los intereses de la Santa Alianza e instiga a México a someterse nuevamente a España.


(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S.A. de C.V., México, D.F., 2010)