viernes, 2 de agosto de 2019

José Joaquín Fernández de Lizardi


(1776-1827) Publica entre 1812 y 1827 nueve periódicos, todos ellos de vida corta. El primero fue El Pensador Mexicano, cuyo título adopta como seudónimo. Complementan su labor periodística cerca de trescientos folletos, más colaboraciones aisladas en otras publicaciones periódicas. 
El propósito declarado de El Pensador Mexicano (1812-1813), sugiere Jacobo Chencinsky, es exaltar la Libertad de Imprenta y la Constitución y exponer las ventajas que éstas traen consigo. Las exalta, evidentemente, para que se pongan en práctica, y de paso denunciar los males prevalecientes después de trescientos años de coloniaje: las trabas a la agricultura, la industria y el comercio, el opresivo exceso de impuestos, la exclusión de los nacionales de ciertos empleos y los privilegios que, en cambio, gozaban los peninsulares y los criollos, causas que señala como origen de la insurrección que tenía asolado al país. cierta invocación poco afortunada al virrey lo conduce a la cárcel durante siete meses. al salir se propone ser más cauto.
En los nuevos periódicos Las sombras de Heráclito y Demócrito (1813), del que sólo se imprime un número, Alacena de Frioleras y Cajoncitos de Alacena (ambos de 1815 a 1816), Lizardi no está dispuesto a correr riesgos. Dedica los artículos, chuscos o serios, en prosa o en verso, a inocuos motivos de crítica social, costumbrista y moralizante: las corridas de toros, los malos amigos, el comportamiento en las iglesias, la educación, las formas de vestir, la mendicidad, la situación de los leprosos y los riesgos del juego. Destacan algunos diálogos satíricos y costumbristas por la gracias y maestría con que maneja el lenguaje popular.
De 1816 a 1820, Lizardi renuncia al periodismo por las trabas que le imponen las autoridades y se dedica a escribir sus cuatro novelas y su libro de fábulas. A partir de 1821, Lizardi cambia de tono al redactar sus periódicos: desaparecen los titubeos. Las amenazas de perjuicios y represalias lo hacen tambalearse, pero no consiguen desviarlo de su trayectoria. La fertilidad de estos años, de 1821 a 1827, es notable: seis periódicos, cerca de doscientos folletos, cinco obras de teatro y tres calendarios, además de colaboraciones en otros periódicos. La relación entre folletos y periódicos es muy estrecha. En general, en los folletos se plantean problemas particulares y parciales, en tanto que en los periódicos éstos aparecen dentro de una secuencia más amplia e hilvanada.
La obra más importante de esta etapa son las Conversaciones del Payo y el Sacristán, que aparecieron dos veces por semana a lo largo de 1824 y 1825. en ellas vuelve sobre sus temas de siempre, ahora afrontados y expuestos descarnadamente, sin tapujos y tratados desde el punto de vista del nuevo régimen, que había creado nuevas circunstancias y, en ciertos asuntos, la posibilidad de nuevas soluciones. junto con la descripción crítica de los eternos problemas (el descuido de la ciudad, la falta de honradez de los funcionarios públicos, los frecuentes crímenes y robos, los monopolios y la escasez de artículos de primera necesidad, la situación miserable de los indios, el bajo rendimiento de la agricultura y la industria), en función de las condiciones graves por las que atraviesa el país, dos nuevos grandes problemas forman el eje de las Conversaciones: el eclesiástico y el político-militar. Sus ataques al estado eclesiástico abarcan todos los ángulos: los intereses temporales y el afán de dominio de la Iglesia, la pompa religiosa, la falta de reglamentación en ls nombramientos de los curas, las supercherías y supersticiones, la imposición forzada de los votos conventuales, la irracionalidad del celibato, el absolutismo papal. Simultáneamente le preocupa la inconsistencia militar, por lo cual plantea una serie de reformas al ejército, temeroso de una posible invasión por parte de España.
Sus proposiciones para el mejoramiento de la agricultura, remata Chencinsky, guardan puntos de contacto con las de Morelos, en cuanto exigen una reforma agraria. Establece la nacionalización y una redistribución más equilibrada de las tierras, un sistema de ayuda al campesino y la prohibición de los latifundios. En cuanto a reformas eclesiásticas, pide que la religión se desnude de ostentaciones, que los clérigos abandonen toda pretensión temporal y se concentren a dirigir espiritualmente al pueblo, alejándolo de milagrerías y supersticiones; que los sueldos de los altos prelados no excedan los de cualquier persona de nivel medio; que se conduzcan los servicios en español para hacerlos comprensibles; que se estimule la tolerancia religiosa; que no se sangre al pueblo con diezmos; que se limiten al mínimo las fiestas religiosas. Anticipa, si no de hecho sí de intención, muchas reformas religiosas. La crítica es feroz y no escatima los epítetos sardónicos. Su censura no se confina a la Iglesia mexicana. En los últimos números, ataca al Papa y reta su poder porque favorece los intereses de la Santa Alianza e instiga a México a someterse nuevamente a España.


(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S.A. de C.V., México, D.F., 2010)

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