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viernes, 22 de abril de 2022

Maximino Ávila Camacho


 101

En Puebla el mando lo tenía el gobernador del estado, general de división Maximino Ávila Camacho, digo el mando y no el gobierno, porque mandaba en la zona militar, en la jefatura de Hacienda, en los telégrafos, en el correo, en la superintendencia de los ferrocarriles y en el episcopado.

Gonzalo N. Santos

Maximino, el extravagante, ambicioso y soberbio hermano mayor de Manuel Ávila Camacho, se destacó en el movimiento revolucionario por su crueldad; militó en el constitucionalismo, pero en 1920 secundó la rebelión de Agua Prieta y en 1924 combatió en Morelia a las fuerzas delahuertistas. En contraste con el ánimo conciliador de su hermano Manuel durante la guerra cristera, Maximino combatió a los católicos con ferocidad y en 1930 estuvo involucrado en las torturas de los vasconcelistas que fueron asesinados en Topilejo.

Como gobernador de Puebla, cargo al que ascendió en 1937, reprimió y censuró los movimientos obreros, y acumuló una cuantiosa fortuna que provenía de la corrupción que acostumbraba el hermano del mandatario. Furiosamente antizquierdista, mantuvo al estado fuera de las transformaciones cardenistas y fundó un grupo político que mantuvo el poder en la entidad hasta 1975.

Cárdenas designó candidato oficial a la presidencia en 1939 a Manuel Ávila Camacho, quien resultó electo ante la furia de su hermano. Resignado, Maximino esperaba un puesto en el gabinete, pero Manuel lo instó a seguir al frente del gobierno poblano hasta que concluyera su mandato, dos meses después. La oportunidad de cumplir su capricho le llegó en 1941, cuando el general de la Garza, presentó su renuncia a la Secretaría de Comunicaciones "por motivos de enfermedad". Maximino tomó su lugar.

Al poco tiempo de haber tomado el cargo, quedó de manifiesto para todos que la intención del hermano del mandatario era usar el puesto como peldaño para la presidencia y para obstaculizar la candidatura presidencial de Miguel Alemán Valdés, a quien llamó facineroso y amenazó de muerte.

El 17 de febrero de 1945, durante la inauguración del Centro de Asistencia destinado a la Confederación Regional Obrera, en Atlixco, Maximino Ávila Camacho pronunció su último discurso: "Si la reacción presenta un candidato contrario a los postulados de la Revolución, militaré en las filas de la Revolución para defender los postulados de 1910". Poco después fue invitado a un banquete que las autoridades municipales de Atlixco ofrecían en su honor, pero sintiéndose indispuesto fue necesario trasladarlo a Puebla, donde murió pocos minutos más tarde a consecuencia de un síncope cardiaco. Así, la sucesión presidencial en 1946 quedó allanada para Miguel Alemán.


(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)




lunes, 12 de julio de 2021

Gonzalo N. Santos


 98

Sí, declaro que un pinche muerto

más o menos no me va a quitar el

sueño, que no me voy a rajar de un

hecho que yo haya cometido o mandado

cometer, ni aquí en la tierra ni en el

cielo, a donde seguramente tendré que

ir a rendir declaración de mi paso por

la tierra; o tal vez al infierno, pero como

soy de tierra tan caliente no me va a

afectar la temperatura.

Gonzalo N. Santos

Gonzalo N. Santos (1897-1978) fue un cacique violento, corrupto y arbitrario, miembro fundador del Partido Nacional Revolucionario (PNR), cinco veces consecutivas diputado federal y senador, y gobernador de San Luis Potosí de 1943 a 1949.

Modificó la Carta Magna para promover la reelección de Obregón y se opuso a la no reelección de las Cámaras, que dio por resultado -según sus propias palabras- "el aborregamiento del poder legislativo, borregada que continúa produciendo abundante lana hasta la fecha".

En marzo de 1929, recién fundado el PNR, Gonzalo Escobar encabezó un movimiento contra Emilio Portes Gil que fue sofocado al poco tiempo, pero que sirvió de pretexto para que Gonzalo N. Santos lanzara un discurso en el que, además de amenazar a los opositores, auguraba el fracaso democrático del país:

"Camaradas de la Revolución, ¡a la guerra como a la guerra! Allá vamos a contestarles, en el terreno en que nos han citado. Quisimos demostrar ante el mundo entero que no queríamos una gota más de sangre en nuestra patria; que este ensayo cívico de este PNR resolviera las funciones cívicas del futuro; que el partido que se sienta más fuerte que nosotros y dueño de la razón, se nos enfrentase en el terreno del civismo, pero no quiere eso la reacción clerical."

Si estas palabras no lo hubieran hecho célebre, le habría dado fama la más conocida de sus frases: "La moral es un árbol que da moras o sirve para una chingada", la cual siguió al pie de la letra; como ejemplo, en 1929, durante la campaña electoral, amedrentó, ametralladora Thompson en mano, a los partidarios de José Vasconcelos.

Pero también lo distinguió su servilismo: la tarde del domingo 7 de julio de 1940, día de elecciones presidenciales, el candidato oficial Manuel Ávila Camacho recibió, como obsequio de Santos, una gran cantidad de insignias violentamente arrancadas por el cacique a los ciudadanos que vigilaban la casilla donde el presidente Cárdenas emitió su voto. Opositor a Almazán, esa mañana la había pasado aterrorizando a los seguidores del candidato.

Durante el período presidencial de Manuel Ávila Camacho, Santos preparó la iniciativa de ley para ampliar el periodo de los gobernadores de cuatro a seis años; aprobada esta ley, gobernó el estado de San Luis Potosí de 1943 a 1949, periodo durante el cual controló las fuerzas políticas del estado, incluyendo la prensa. Terminado su periodo, continuó manejando a su antojo a quienes lo sucedieron hasta que en 1957, ante la proximidad de las elecciones federales y las locales en San Luis Potosí, varios grupos de oposición intentaron desmantelar su cacicazgo.

Tras intensas y violentas movilizaciones sociales, en una de las cuales un agente disparó e hirió de muerte a un niño, el gobierno de Adolfo López Mateos negoció con los opositores al régimen de Santos el nombramiento de un gobernador interino en 1959. Después, durante las elecciones locales de 1961, el gobierno federal le dio la espalda a Santos. En 1978, el presidente López Portillo aprobó un decreto que expropiaba gran parte de las propiedades del cacique, quien murió el 17 de octubre de 1978 en la ciudad de México.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)


lunes, 31 de mayo de 2021

Tomás Garrido Canabal


 97

Existe en México un estado denominado Tabasco,

 y al cual la naturaleza colmó de tantos dones que

 un día los dioses se pusieron celosos... allí el árbol

 del bien y del mal apenas producía el primero, y

 los dioses hicieron que el árbol echara el segundo

 fruto, y como primer espécimen de la cosecha soltó

 a un bípedo humano... se decía llamar Garrido

 Canabal. Y el bípedo, por la ley de la cachiporra,

 del colmillo más fuerte y del zarpazo que mayor

 cantidad de sangre derrama, se encaramó sobre el

pavor de todas aquellas gentes buenas y sencillas,

 y se hizo Gobernador del Estado.

Luis C. Sepúlveda, El Informador,

13 de noviembre de 1931.

Tomás Garrido Canabal (1890-1943) fue Gobernador de Tabasco de 1919 a 1934 en periodos interrumpidos. Durante su gobierno mantuvo un cacicazgo de corte militar y tintes fascistas; promovió la persecución religiosa solapada por Plutarco Elías Calles; creó ligas de resistencia; "compartió" el poder con su familia; proscribió la libertad de prensa y de reunión; cambió la educación laica por la educación racionalista con libros de texto socialistas, y promulgó una serie de leyes absurdas en las que fueron sesgadas las libertades esenciales.

La persecución del mandatario local contra los católicos incluyó el asesinato de sacerdotes, o su obligación de casarse; el cierre de todas las iglesias y la destrucción de altares; además, orilló al pueblo a comer carne los días de vigilia, suprimió la Navidad, prohibió símbolos religiosos en las tumbas y proscribió la palabra "dios" y todas las que lo aludieran, como "adiós". El pasatiempo de los empleados públicos bajo su gobierno era formar en las calles filas de imágenes de santos y "fusilarlas".

Pero no sólo imágenes religiosas fueron pasadas por las armas: en noviembre de 1931, El Informador denunció en sus páginas la barbarie ejecutada por Garrido: "Confirmese la noticia de que el gobernador Garrido Canabal ordenó que fueran ahorcados ochenta y cinco campesinos de Villa Guerrero porque éstos en acción de justicia colectiva lincharon al alcalde Chables de ese pueblo, por haber estuprado y dado muerte a una niña de pocos años. Chables era uno de los secuaces mimados de Garrido Canabal [...] En salsas fuertes nadie puede superar al Garrido caníbal de Tabasco".

En 1933, el gobernador creó el Bloque de Jóvenes Revolucionarios conocido como los Camisas Rojas, "un grupo de choque que allanaba domicilios, destruía imágenes religiosas, humillaba a los bebedores y apaleaba a los políticos antigarridistas". Posteriormente, convertido en secretario de Agricultura durante la presidencia de Cárdenas, se trasladó a la ciudad de México.

El 30 de diciembre de 1934, al momento que los feligreses católicos salían de misa en la parroquia de Coyoacán, un grupo numeroso de Camisas Rojas atacó a los fieles. Fallecieron seis. Después de esta matanza, el presidente Cárdenas le pidió la renuncia y Tomás Garrido Canabal marchó al exilio a Costa Rica. Murió en Los Ángeles, California, en 1943.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008).



jueves, 17 de septiembre de 2020

Claudio Fox


93

Claudio Fox 1886-¿?

Los asesinatos monstruosos de la carretera de
Cuernavaca constituyeron una de las páginas 
 más patéticas y sombrías de nuestra turbulenta
 Historia Patria.

Miguel Alessio Robles

Claudio Fox fue Jefe de operaciones del estado de Guerrero, lugar donde consumó diversos actos criminales que le valieron la baja durante el mandato de Emilio Portes Gil. Pero su carácter sanguinario vio su clímax cuando perpetró el asesinato del candidato a la presidencia Francisco R. Serrano y trece acompañantes en Huitzilac, Morelos, el 3 de octubre de 1927.
Ya a fines de septiembre de ese año Serrano sabía que no tenía posibilidad de ganar las elecciones contra Álvaro Obregón, así que se alió al general Arnulfo R. Gómez, decididos ambos a evitar la reelección del general por medio de las armas si era preciso; su intención era aprehender a Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Joaquín Amaro el 2 de octubre, durante una exhibición de maniobras militares en los llanos de Balbuena. Consumado el golpe, designarían a un presidente interino y convocarían a elecciones. Confiado, Gómez salió con destino a Veracruz para movilizar tripas en caso de que el golpe en la ciudad de México fallara, y Serrano informó a la prensa que iría a Cuernavaca a festejar su santo.
El 2 de octubre, Serrano esperaba ansioso en la ciudad morelense las noticias de lo acontecido en el Distrito Federal. Al inicio del día siguiente se enteró de que el golpe había fracasado y, unas horas más tarde, él y sus acompañantes fueron aprehendidos. Joaquín Amaro había desarticulado rápidamente el intento de golpe mientras, en el Castillo de Chapultepec, Calles y Obregón decidían el destino de los prisioneros.
"¿Para qué traerlos a México, si de todos modos se ha de acabar con ellos? Es preferible ejecutarlos en el camino" expresó Obregón; Calles y Amaro consintieron. Joaquín Amaro mandó llamar a Claudio Fox, quien se presentó en el castillo de Chapultepec y recibió la orden por escrito:
"Sírvase marchar inmediatamente a Cuernavaca acompañado de una escolta de 50 hombres para recibir a los rebeldes Francisco R. Serrano y personas que lo acompañan, quienes deberán ser pasados por las armas sobre el propio camino a esta capital por el delito de rebelión contra el gobierno constitucional de la República". La orden estaba firmada por el presidente Plutarco Elías Calles y llevaba la bendición de Álvaro Obregón.
A Cuernavaca llegó  el mandato de trasladar a los prisioneros a Tres Marías, donde debían ser entregados al general Claudio Fox. Serrano y sus acompañantes fueron obligados a subir a los automóviles con las manos atadas con alambre de púas. La carretera fue cerrada entre Tres Marías y Huitzilac, donde los presos descendieron de los automóviles y fueron obligados a caminar a orillas de la carretera.
Serrano estaba acompañado por los generales Carlos A. Vidal, Miguel A. Peralta y Daniel Peralta; por los licenciados Rafael Martínez de Escobar -ex diputado constituyente- y Otilio González, el ex general Carlos V. Araiza y los señores Alonso Capetillo, Augusto Peña, Antonio Jáuregui, Ernesto Noriega Méndez, Octavio Almada, José Villa Arce y Enrique Monteverde. Fox ordenó su ejecución al coronel Marroquín, quien con una pistola en una mano, una ametralladora en la otra y la boca colmada de insultos no dejó a ninguno de los prisioneros con vida. 
Los cuerpos fueron trasladados al Castillo de Chapultepec, donde Álvaro Obregón, al llegar frente al cadáver de Serrano, dijo: "Pobre Panchito, mira cómo te dejaron", y señaló: "a esa rebelión ya se la llevó la chingada". Al día siguiente los diarios publicaron la versión oficial de los hechos: "El general Francisco R. Serrano, uno de los autores de la sublevación, fue capturado en el estado de Morelos con un grupo de sus acompañantes por las fuerzas leales que guarnecen aquella entidad y que son a las órdenes del general de brigada Juan Domínguez. Se les formó un consejo de guerra y fueron pasados por las armas. Los cadáveres se encuentran en el Hospital Militar de está capital".
Serrano fue sepultado en el Panteón Francés; tiempo después, casi de manera clandestina, catorce cruces fueron colocadas a un costado de la carretera vieja a Cuernavaca que dan testimonio, hasta nuestros días, del lugar donde Claudio Fox ejecutó la matanza de Huitzilac.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)

miércoles, 3 de junio de 2020

Juvencio Robles

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Juvencio Robles ¿?-1920

Dios te perdone Juvencio Robles
tanta barbarie, tanta maldad
tanta ignominia, tantos horrores
que has cometido en nuestra entidad.

De un pueblo inerme los hombres corren
muy después de eso vas a incendiar
qué culpa tienen sus moradores
que tú no puedas al fin triunfar.

Corrido popular.

Para 1912, el estado de Morelos era un polvorín debido a la lentitud del gobierno maderista para la restitución de tierras. Los zapatistas respondían con violencia a la violencia del gobierno, que los llamaba "bandidos feroces y contumaces asesinos". Al general Juvencio Robles, quien antes había combatido a las tribus apaches en la frontera norte del país, se le encargó restablecer la paz en la entidad.
"Todo Morelos, según tengo entendido, es zapatista y no hay un solo habitante que no crea en las falsas doctrinas del bandolero Emiliano Zapata. En un lapso de tiempo relativamente corto reduciré a esa falange de bandoleros que actualmente asolan el estado de Morelos con sus crímenes y robos dignos de salvajes", comentó el general, y para ello empleó el método de la "recolonización": evacuaba los pueblos, encerraba a la gente en campos de concentración e incendiaba el lugar.
Durante varios meses, Robles quemó pueblos enteros, reconcentró a sus habitantes, realizó fusilamientos en masa y permitió la rapiña de sus hombres. Los excesos llegaron a su cumbre el 15 de febrero de 1912, cuando "recolonizó" el pueblo de Naxpa: las tropas federales lo saquearon, asesinaron a los habitantes y prendieron fuego al lugar, cuya población era apenas de ciento treinta y un niños y mujeres y cinco hombres.
En los primeros días de agosto, al enterarse Madero de estos horrores, removió a Robles y puso en su lugar al general Felipe Ángeles, quien vio con repugnancia los excesos cometidos por su antecesor: "¿Tiene derecho la sociedad que permite el asesinato, por los jefes militares, de los humildes indios, víctimas de bajas y viles intrigas? [...] No tiene derecho [...] Es justificada la actitud de los zapatistas".
Tras la caída de Madero, Robles volvió a Morelos y continuó aplicando sus violentos métodos antizapatistas: depuso al gobernador, disolvió la legislatura local, encarceló a sus integrantes. Cómo premio, fue designado por Huerta gobernador provisional. Cuando la revolución constitucionalista triunfó, huyó al exilió.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)

miércoles, 8 de abril de 2020

José Yves Limantour


Sostengo que con el prestigio inconmensurable del general Díaz, el crédito del país no lo funda Limantour, pues lo único que ha  hecho es explotarlo.

Teodoro Dehesa

José Yves Limantour [1854-1935], amigo y compadre de Porfirio Díaz, ocupó durante dieciocho años ininterrumpidos la secretaría de Hacienda; dirigía a Los Científicos; fue enemigo político de Bernardo Reyes y Teodoro Dehesa y, tras las negociaciones de paz que efectuó con los revolucionarios en Ciudad Juárez, fue acusado de traición a Díaz y de precipitar su caída.
Estaba de moda entonces la filosofía positivista, la cual apoyaba, pero su empeño por una administración práctica y planificada tuvo como costo la falta de una cultura política y de desarrollo social. Secundó la política represiva del dictador pero, al mismo tiempo, fue el gran artífice de la estabilidad y del crecimiento económico que vivió el país durante el porfiriato, y el responsable del primer superávit alcanzado por las finanzas públicas en la historia de nuestro país, que contó entonces con altas dosis de inversión extranjera.
Aunque era un hombre de finanzas, en lo político dio apoyo total a Díaz en todas sus reelecciones; se encargó de remover a quienes le estorbaban, como Reyes y Dehesa, y en 1904 logró impulsar a uno de sus incondicionales, Ramón Corral, como vicepresidente de la República. Pero seis años más tarde su relación con el presidente estaba desgastada, a tal punto que prefirió estar en París que en las fiestas del Centenario de la Independencia. Díaz tomó su ausencia como un desaire personal.
Limantour recibió en la capital francesa noticias del inicio de la revolución y regresó a México con la intención de mediar entre el gobierno y los revolucionarios. Incluso sugirió al presidente, en 1911, adoptar reformas políticas que satisficieran las demandas revolucionarias. El dictador aceptó y, como primera medida, pidió la renuncia a todo su gabinete. Los Científicos, que controlaban importantes capitales nacionales y extranjeros, se vieron de pronto sin en apoyo de Limantour.
El ministro de Hacienda se reunió en varias ocasiones con Madero y sus colaboradores para negociar la paz, que sólo llegó en mayo de 1911 con el triunfo de la revolución maderista y la firma de los tratados de Ciudad Juárez, en los cuales se establecía, como condición para la paz, la renuncia de Porfirio Díaz. A Limantour estas negociaciones le costaron que le llamaran traidor, aunque nunca aceptó ninguno de los cargos que le ofrecieron tanto Madero como Francisco León de la Barra. Su vida política terminó con la caída de la dictadura. Sólo le quedó el exilio.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)

martes, 18 de febrero de 2020

Achille Bazaine


Encargo a usted que haga saber a las tropas que están bajo sus órdenes, que no admito que se hagan prisioneros: todo individuo, cualquiera que sea, cogido con las armas en la mano, será fusilado. No habrá canje de prisioneros en lo sucesivo.

Aquiles Bazaine (1811-1888)

Aquiles Bazaine fue enviado a México en 1863 por el emperador Napoleón III, junto con el mariscal Forey, para relevar del mando de las tropas francesas al conde de Lorencez, luego de su humillante derrota en Puebla, el 5 de mayo de 1862. Los hombres al mando de Bazaine, más de 40 mil, iniciaron su marcha al interior del país en noviembre del mismo año.
Como jefe del cuerpo expedicionario, Bazaine llevaba órdenes de establecer un gobierno provisional una vez que las tropas francesas ocuparan la ciudad de México -lo cual ocurrió en junio de 1863- y de no devolver a la Iglesia, bajo ningún motivo, los bienes nacionalizados mediante las Leyes de Reforma.
Fue durante la Regencia cuando Bazaine comenzó a tener dificultades con los conservadores mexicanos; especialmente con Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, arzobispo de la ciudad de México. Decidido a respetar las Leyes de Reforma, Bazaine no regresó los bienes a la Iglesia a pesar de que el arzobio insistió en que la decisión le correspondía al nuevo emperador. El clero cerró las puertas de los tremplos en señal de protesta, y Bazaine amenazó con abrirlas a cañonazos, pero prefirió ignorar al arzobispo y disolver el Tribunal de Justicia, institución que se negaba a hacer válidos los pagarés de los bienes de la Iglesia emitidos por el gobierno de Juárez.
 En vísperas de la llegada de Maximiliano a Mexico, en mayo de 1864, la lucha entre las tropas juaristas y los invasores franceses parecía no tener fin. Pese a una serie de importantes victorias, Bazaine nunca pudo dispersar por completo a las fuerzas republicanas por más que permitió excesos, autorizó la violencia desmedida contra las guerrillas mexicanas y ordenó fusilamientos. "Es menester que sepan bien nuestros soldados -escribió- que no deben rendir las armas a semejantes adversarios. Esta es una guerra a muerte; una lucha sin cuartel que se empeña hoy entre la barbarie y la civilización; es menester, por ambas partes, matar o hacerse matar."
Instalado ya el Segundo Imperio, Maximiliano siempre fue desinformado y manipulado por Aquiles Bazaine. Bajo su influencia, el emperador expidió la ley del 3 de octubre de 1865, que condenaba fuerte, sin juicio, a todo aquel que fuera sorprendido con armas en mano o que prestara cualquier apoyo a los republicanos. Bajo esta ley murió fusilado el general José María Arteaga.
Bazaine se opuso siempre a la organización de un ejército imperial mexicano y, par deshacerse de rivales que pusieran en peligro su cargo, manipuló a Maximiliano para que enviara a Miramón a Berlín, a estudiar ciencia militar, y a Márquez a Constantinopla, con ministro plenipotenciario.
Pero la precaria situación económica del Segundo Imperio provocó dificultades entre Bazaine y el emperador, quien lo responsabilizó por los excesivos gastos de un ejército incapaz de sofocar la resistencia de los republicanos; a su vez, Bazaine culpaba a Maximiliano de no ser capaz de organizar la Hacienda pública y de gastar en la construcción de teatros y palacios.
Finalmente, en 1866, Napoleón III suspendió el apoyo económico al imperio mexicano y ordenó a Bazaine el retiro de las tropas francesas. El súbdito acató las órdenes: el embarque de tropas francesas se realizó del 13 de febrero al 12 de marzo de 1867. El mariscal Bazaine fue el último en abandonar el suelo mexicano.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)

domingo, 25 de noviembre de 2018

Félix Díaz Mori

Ha costado alguna sangre que es inevitable en la guerra, pero se ha destruido el centro del vandalismo donde no se ha conocido mas ley que la del fuerte y se ha asegurado la paz por muchos años.

Félix Díaz Mori


1833-1872. A diferencia de su hermano Porfirio, Félix Díaz Mori tenía un carácter explosivo; era arrebatado, temerario e irreflexivo. Quizá debido a su formación militar inicialmente se acercó a los conservadores, pero con el tiempo se sumó a las filas de su hermano y combatió a su lado contra la intervención y el Imperio.

Luego del triunfo de la República, en diciembre de 1867, fue electo gobernador de Oaxaca. Durante su gestión condecoró e indemnizó a quienes habían participado en la lucha contra la Intervención y el Imperio, inauguró una línea telegráfica entre Tehuacán y Oaxaca, fundó un Montepío, inició los trabajos de construcción de un camino entre Oaxaca y Tehuantepec y estableció juzgados de la primera instancia en todos los distritos del estado. Pero también es cierto que fue un gobernador violento, autoritario y caprichoso.

Díaz gobernó como liberal radical y jacobino, limitó los actos de culto religiosos y ridiculizó a todos los miembros del clero. En uno de sus muchos excesos autorizó la destrucción de catorce retablos del templo de Santo Domingo, en la capital oaxaqueña, y esto a su vez propició el saqueo y la destrucción de un sinnúmero de obras de arte. Su falta de respeto a la fe católica le valió, además, el repudio popular.

En 1870, un año antes de concluir su gobierno, los juchitecos atacaron un contingente oficial para protestar por los abusos cometidos en el Itsmo por el ejército. El gobernador marchó personalmente hasta Juchitán. Después de tres días de combates, las fuerzas del Estado ocuparon el pueblo, al que Félix Díaz ordenó prender fuego. Los sublevados que salieron despavoridos de sus casas fueron exterminados.

Por si esto fuera poco, Díaz entró al templo del pueblo montado en su caballo, lazó a su santo patrono, San Vicente Ferrer y, ante la mirada atónita de los juchitecos, lo arrastró por las calles. Abandonó el pueblo con estas palabras: “…considerando que multitud de familias inofensivas han quedado en la orfandad, vagando por los campos, sin esperanza de ninguna especie, y el pueblo privado de gran parte de sus brazos para atender a su engrandecimiento y felicidad, [el gobierno de Oaxaca] no puede menos que dirigirles la palabra, en cumplimiento de los deberes que tiene de conservar la sociedad, y ofrecerles el indulto y olvido de sus pasajeros descarríos, a condición de que se presenten ante este gobierno, haciendo entrega de las armas que existan en su poder”.

Tan pronto el presidente Juárez se enteró de los hechos, ordenó a Félix Díaz que devolviera a los juchitecos su santo patrono. El mandatario local obedeció, pero como el santo no cabía en la caja donde había de enviarlo, decidió cortarle los pies, los brazos y la cabeza, la cual quedó en poder de su suegro. Los habitantes del pueblo no perdonaron la ofensa.

Durante la rebelión de la Noria contra Benito Juárez, Félix Díaz fue tomado prisionero en el Cerro del Perico, el 21 de enero de 1872. Cayó en manos de juchitecos, quienes lo atormentaron durante dos días y el 23 de enero lo mataron utilizando los mismos métodos que él empleó contra San Vicente Ferrer. Su cuerpo quedó irreconocible.


(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)


***

Nació en la ciudad de Oaxaca en 1833; murió fusilado en Chacalapa, Oax., en 1872. Estudió en el Seminario y en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado y más tarde en el Colegio Militar. Combatió contra los liberales durante la revolución de Ayutla y la Guerra de Tres Años, pero en agosto de 1860 ya aparece en la toma de Oaxaca al lado de su hermano, el entonces coronel Porfirio Díaz. En esa ocasión persiguió al jefe conservador Cobos hasta Las Sedas, donde le arrebató 10 cañones y le hizo 400 prisioneros. Participó en la batalla de Calpulalpan, en la recuperación de la plaza de México (1° de enero de 1861), en el primer combate contra los franceses (19 de abril de 1862) y en la defensa (5 de mayo) y caída de Puebla (17 de mayo de 1863). Al cabo de varias acciones contra los invasores, en 1866 levantó en Ixtepeji un batallón de serranos para incursionar en los valles centrales de Oaxaca; en septiembre se reunió con su hermano en Nochistlán, el día 6 contribuyó a la toma de la capital del Estado y el 18 asistió a la batalla de la Carbonera. El 23 de febrero de 1867 fue nombrado comandante militar de Oaxaca y el 1° de diciembre, gobernador. En noviembre de 1871 se sublevó en apoyo del Plan de la Noria, pero derrotados los porfiristas en San Mateo Xindihui (22 de diciembre), él cayó prisionero en el Cerro del Perico (21 de enero de 1872) y fue fusilado por los juchitecos en Chacalapa.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)


martes, 20 de noviembre de 2018

Juan José Baz

 
 
 
Nació en Guadalajara, Jal., en 1820; murió en la Ciudad de México en 1887. Estudió en la Escuela Lancasteriana de su ciudad natal y en el Seminario Conciliar de la capital de la República, donde se recibió de abogado. En 1838 se alistó para combatir a los franceses y en 1841 empuñó las armas contra López de Santa Anna. En 1843 participó en la fundación del Ateneo Mexicano. En 1844 luchó al lado de José Joaquín Herrera contra los centralistas y en 1846 se opuso a las pretensiones monárquicas de Paredes y Arrillaga. En 1847 el presidente Gómez Farías lo nombró gobernador del Distrito Federal y puso en vigor la Ley de desamortización de bienes eclesiásticos.

Asistió a las batallas de Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec. Después de la guerra fue diputado por Veracruz y regidor de la Ciudad de México. Destituido y desterrado por Santa Anna, vivió en Europa hasta el triunfo de la revolución de Ayutla.

A su regreso fue juez gobernador del Distrito Federal por segunda vez (1855-1857) y diputado al Congreso Constituyente. Distanciado del presidente Comonfort, se radicó en Morelia, donde en compañía de Gabino Ortiz fundó el periódico La Bandera Roja. En 1859 el general Degollado lo nombró asesor del Ejército Constitucional. En 1861 volvió al Congreso de la Unión y al gobierno del Distrito Federal, hasta 1863, en que habiendo caído la capital en manos de los franceses, abandonó el país por Acapulco y marchó a Nueva York, de donde regresó al triunfo de la República. En 1867 el presidente Juárez lo nombró jefe político y más tarde gobernador, por cuarta vez, del Distrito Federal. Fue posteriormente senador, ministro de Gobernación del presidente Lerdo de Tejada (del 21 de agosto al 20 de noviembre de 1876) y diputado federal por Hidalgo. Publicó: Manifiesto (Morelia, 1858), Defensa del C.. (Morelia, 1858), Ley que nacionalizó los bienes llamados eclesiásticos, Manifiesto del gobierno constitucional a la nación y circular del Ministerio de Justicia. Ley de cementerios. Circulares aclaratorias de la ley y diversos (Morelia, 1859), Artículos diversos de La Bandera Roja de Morelia, escritos en 1859 (1861) y Discursos pronunciados en el Congreso General... (1875). En 1856 tradujo y dio a las prensas la Disertación sobre los bienes eclesiásticos de M. Viennet.
 
(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen II, Bajos-Colima)
 
 
 
 
 
Juan José Baz 1820-1887
 
Impulsivo, tozudo, delirante de acción; lírico del jacobinismo, insolente y hasta obsceno cuando le ganaba la exaltación; gustaba de las exhibiciones de su valor, de su valor, siempre lleno de ardores y de penachos y se hacía llamar el inmaculado.

Enrique Fernández Ledesma
 
Juan José Baz y Palafox provenía de una familia distinguida y aristócrata. Participó en la Guerra de los Pasteles y combatió contra la invasión estadounidense de 1847 en Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec. Fue diputado constituyente y defensor de la República desde el exterior.

Célebre por haber ocupado cuatro veces la gubernatura del Distrito Federal, se hizo famoso también por su postura liberal, jacobina y anticlerical. Era tal su ímpetu contra los símbolos del conservadurismo que se convirtió en una amenaza contra la arquitectura religiosa del país.

Baz destruyó importantes obras edificadas durante los siglos del México virreinal, como los conventos de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, San Fernando, La Merced, La Concepción, y Santa Isabel, y se quedó con ganas de convertir en polvo la catedral de la ciudad de México. Se dice que cuando pasaba frente a la majestuosa Catedral se imaginaba cuántas escuelas, edificios y centros de arte podrían construirse en aquel terreno y lo bien que se podría usar ese espacio para cosas de provecho.

Para derribar esas construcciones, concebidas en su mayoría como fortalezas, Baz utilizó un método que fue perfeccionando por insistencia: "Untar de brea grandes vigas para atorarlas entre piso y techo y posteriormente prenderles fuego para que el edificio se derribara". Si esto no funcionaba, siempre cabía la posibilidad de utilizar un buen cañón. Juan José Baz se convirtió así en el ejemplo más claro de "la piqueta de la Reforma" y en un villano de nuestra historia.

En 1867, luego de la caída del Imperio, el cadáver de Maximiliano fue trasladado a la ciudad de México y fue embalsamado por segunda vez en el templo de San Andrés. Para evitar que la iglesia se convirtiera en un bastión moral, en un símbolo para los imperialistas derrotados, en una sola noche, con sus propias manos y con la ayuda de una cuadrilla de trabajadores, Juan José Baz la demolió por completo para abrir la calle de Xicoténcatl.
 
 
(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México)

viernes, 26 de octubre de 2018

Laurent Graff (Lorencillo)


 

 

La horda de piratas que cayó sobre Campeche era formada de franceses e ingleses capitaneada por el filibustero flamenco Laurent Graff y por su teniente Agramont, cuya ferocidad e implacable saña hicieron de ellos el azote de nuestros mares.

Manuel A. Lanz

 

Mientras España, Francia, Inglaterra y Holanda celebraban diversos tratados de paz para poner orden en Europa, en la segunda mitad del siglo XVII los piratas devastaban las costas y atacaban las flotas imperiales que transportaban al viejo continente grandes riquezas extraídas de las colonias en América.

Sus ataques representaban terribles pérdidas para la Corona española. Importantes sumas de dinero invertidas en la armada de Barlovento –creada ex profeso para combatir la piratería- fueron infructuosas. Las tranquilas aguas novohispanas eran continuamente hostilizadas y asoladas.

El lunes 17 de mayo de 1683, aparecieron en el horizonte un par de navíos a dos leguas de Veracruz. Doscientos hombres comandados por Laurent Graff –pirata de origen holandés conocido como Lorencillo- desembarcaron y llegaron a la plaza de armas de la ciudad. A la medianoche, seiscientos hombres más asaltaron y tomaron el puerto.

Los piratas se dividieron en grupos para saquear la ciudad; los habitantes, sin distinción de sexo o edad, fueron llevados a la catedral, donde permanecieron encerrados hasta el 22 de mayo. Sus atacantes colocaron un barril de pólvora en la puerta del templo y amenazaron con hacerlo estallar si los prisioneros no entregaban los supuestos tesoros que tenían.

La mañana del sábado 22 de mayo, Graff sacó de la catedral a los prisioneros para trasladarlos a la Isla de los Sacrificios. A los funcionarios los tomó como rehenes y el resto, a punta de palos, fue obligado a cargar el cuantioso botín, empresa que tomó hasta el 30 de mayo. El 1 de junio Lorencillo levó anclas, desplegó velas y se hizo a la mar, dejando a su paso cuatrocientos muertos, miseria y desolación.

Dos años después, en 1685, el pirata volvió a hacer de las suyas: se apoderó de Campeche, ciudad que sufrió la misma suerte que Veracruz. Ante la apatía de la Corona para tomar medidas eficaces contra el asedio de los bandidos, el gobernador de Yucatán, don Antonio de Iseca –temeroso de que Lorencillo invadiera Mérida- salió con un grupo de soldados hacia Campeche para enfrentarlo. El tristemente célebre pirata resultó ileso y, aunque se embarcó precipitadamente, se llevó consigo un rico botín.

Ningún esfuerzo parecía suficiente para que Lorencillo y sus filibusteros se retiraran de la península. Los vecinos de Campeche, hartos de los graves perjuicios que habían sufrido a causa de los piratas, comenzaron en 1686 la construcción de murallas defensivas para la ciudad. En los siguientes años se levantaron dos kilómetros de muralla y ocho baluartes. La obra fue terminada ya muy entrado el siglo XVIII, cuando la piratería había menguado considerablemente y la historia de Lorencillo era sólo un recuerdo.

 
(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México)
 
 
 

 

jueves, 18 de octubre de 2018

Agustín de Iturbide

Agustín de Iturbide 1783-1824



El hecho de haber consumado la independencia es indestructible, y el nombre de quien la realizó bajo los más felices auspicios, no merece quedar en la historia como un criminal, sino como el de una persona ilustre que hizo bien a su patria y a quien sus conciudadanos deben un recuerdo constante de justa gratitud.

Enrique Olavarría y Ferrari


Agustín de Iturbide ingresó a la milicia como alférez del regimiento provincial de Valladolid. Al ocurrir la escandalosa conspiración contra el virrey Iturrigaray prestó sus servicios para acabar con el motín de Yermo, aunque no tuvo éxito. En 1809 participo en la represión contra los conspiradores Michelena y García Obeso en Valladolid, de cuyo grupo había formado parte antes de denunciarlos.


Alguna vez escribió –en su Manifiesto de Liorna- que Miguel Hidalgo le ofreció el grado de general en las filas insurgentes, cargo que rechazó por parecerle que el plan del sacerdote estaba tan mal trazado que sólo produciría desorden, derramamiento de sangre y destrucción. En cambio, enlistado en las huestes realistas Iturbide combatió con ferocidad a los insurrectos, contra quienes llevó a cabo un desmedido número de ejecuciones, dejando a su paso un torrente de sangre.



Su dureza no sólo era evidente en los campos de batalla o con los prisioneros de guerra: también con los pacíficos pobladores que simpatizaban con la causa de la Independencia. “No es fácil calcular el número de los miserables excomulgados que de resultas de la acción descendieron ayer a los abismos”, escribió luego de enviar a mejor vida a varios de sus enemigos.



Como comandante del Bajío, en 1815 fue acusado de comercio abusivo, especulación y monopolio de granos. Estas imputaciones llegaron a oídos del virrey Calleja, quien en 1816 se vio obligado a remover a uno de sus jefes más estimados. Aunque absuelto, su reputación se vio seriamente dañada, por lo que Iturbide se retiró a la ciudad de México por algún tiempo.



En 1820 se restableció la constitución española de Cádiz, que no fue bien acogida en México. Los peninsulares residentes en la Nueva España, partidarios del absolutismo, se reunieron para intentar independizarse de la Corona –en lo que se conoció como la conspiración de La Profesa- y para ello consideraron necesario terminar con la guerrilla de Vicente Guerrero.



El virrey Apodaca puso al frente de las tropas del sur al comandante Agustín de Iturbide, quien el 16 de noviembre de 1820 salió de la capital, instaló su cuartel en Tololoapan y, después de varios reveses propinados por guerrero, prefirió elaborar un plan distinto al de La Profesa. El 10 de enero de 1821, Iturbide escribió una carta al insurgente en la que lo invitaba a terminar con la guerra. Guerrero aceptó que unieran sus fuerzas si con ello se lograba la Independencia.



El 24 de febrero de 1821 se proclamó el Plan de Iguala e Iturbide se convirtió en jefe del Ejército Trigarante. De inmediato logró la adhesión de casi todos los mandos y las tropas realistas e insurgentes. El 24 de agosto, don Juan de O’Donojú –el último gobernante que envió España- firmó con Iturbide los tratados de Córdoba, reconociendo la Independencia de México. El 27 de septiembre de 1821, en medio de gran algarabía, el libertador, al frente del Ejército Trigarante, hizo su entrada triunfal a la capital mexicana, donde se vio consumada la Independencia de la nación.



Iturbide tomó a su cargo la dirección de los asuntos públicos. Entre sus primeros actos, nombró una junta de gobierno, que a ojos de todos pareció sospechosa, para redactar el Acta de Independencia y organizar un Congreso; la junta lo designó su presidente, y después fue nombrado presidente de la Regencia y, convenientemente, la regencia decretó para él un sueldo de 120 mil pesos anuales retroactivos al 24 de febrero de 1821, fecha en que promulgó el Plan de Iguala. Además, excluyó a los veteranos de la insurgencia, a quienes Iturbide veía con desprecio.



El libertador movilizó a sus partidarios para que su ascenso al trono pareciera una exigencia popular. El 18 de mayo de 1822, el sargento Pío Marcha lo proclamó emperador y, acompañado por una gran multitud, fue hasta su casa para de ahí llevarlo en andas al Congreso. Un par de meses después, el 21 de julio, Iturbide fue coronado.



El imperio de Agustín I fue hostilizado por republicanos y liberales. Las dificultades se hicieron evidentes en el Congreso; Iturbide lo disolvió y aprehendió a muchos de sus miembros, pero no logró restablecer la estabilidad política de su gobierno. Reinstaló el Congreso, y entonces no supo defender fehacientemente su corona: los rebeldes le ganaron terreno y lograron que abdicara. Iturbide salió de la ciudad de México con su familia y marchó a Veracruz para embarcarse a Europa.



Instalado en Londres, le llegaron noticias de que la independencia de México peligraba. Instado por algunos de sus partidarios –quienes le aseguraban que en México la opinión pública estaba a su favor- se embarcó de regreso. Desconocía que el Congreso lo había declarado traidor y que se le consideraba fuera de la ley.



Después de sesenta y nueve días de viaje, desembarcó en Soto la Marina, Tamaulipas, donde fue descubierto. Ser el consumador de la Independencia no fue suficiente para salvarle la vida: el gobierno había puesto precio a su cabeza y se ensañó con el libertador, quien fue fusilado en Padilla, Tamaulipas, el 19 de julio de 1824.



Casi inmediatamente después de muerto, el gobierno decidió desterrar a Iturbide del recuerdo de sus conciudadanos y negarle sus méritos como libertador. Aún hoy es considerado uno de los más grandes villanos de la historia mexicana.


(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)



Agustín Primero

Una figura torva recorrió durante una década el Bajío, dejando a su paso la huella imborrable de su acérrima enemistad hacia los insurgentes y su causa, a los que persiguió con saña y crueldad. Conoció a Hidalgo en Valladolid y le prometió seguirlo en su lucha para independizar a la patria en formación y faltó a su palabra. A tal grado llegaron sus desmanes, que los propios jefes realistas tuvieron que aplicarle medidas correctivas. Criollo terrateniente, desbocó su ambición, pues carecía de grandeza, como lo probó en el triunfo y en la derrota; no tuvo escrúpulo alguno, y si lo tuvo, lo acalló siempre; introdujo el cuartelazo en el sistema político mexicano, para nuestra desgracia y, con todos esos antecedentes, un día se hizo llamar nuestro libertador. Hasta que cayó bajo las balas republicanas en Padilla, Tamaulipas, hasta entonces, decimos, respondió al nombre de Agustín de Iturbide.


En 1809 estuvo inmiscuido en la conspiración de Michelena para proclamar la Independencia, pero huyó cuando el cura hidalgo se acercaba a Valladolid después de haber dado el Grito de Dolores y rehusó el grado de capitán que le ofreció el auténtico y verdadero Libertador; Iturbide ordenó fusilar a María Tomasa Estevez, la seductora insurgenta. Su biógrafo José Olmedo y Lama dice de nuestro primer Emperador: “En una ocasión interceptó una carta dirigida a un jefe insurgente por don Mariano Noriega, vecino distinguido de Guanajuato y con sólo esto, dio orden desde su cuartel de Irapuato para que Noriega fuese inmediatamente fusilado, como se verificó, sin que siquiera se le dijese el motivo; cuyo crimen llenó de horror a los habitantes de Guanajuato. Otra vez fue hecho prisionero el padre Luna, su condiscípulo en el colegio y que había tomado partido por la insurrección. Presentado a Iturbide, éste le recibió como quien recibe a un amigo antiguo, mandó que le sirvieran chocolate y luego ordenó que lo fusilasen. Entre las innumerables ejecuciones que dispuso, se recuerda todavía con horror en Pátzcuaro la de don Bernardo Abarca, vecino pacífico y distinguido, quien no tenía más delito que haber admitido, a instancias del doctor Cos, un empleo en un regimiento de dragones que intentó levantar allí para resguardo de la población.”



Gracias al desprendimiento sin precedente de don Vicente Guerrero, a su hombría de bien sin límites y a su buena fe tan grande como su generosidad, Iturbide pudo engañarlo escamoteando a la insurgencia sus ideales y liquidando la lucha armada para burlar las esperanzas de los irredentos sojuzgados, que con estupor y asombro, vieron cómo los que ayer los combatían ahora pisoteaban sus banderas en verdad, bajo la apariencia de empuñarlas.



Cuando Iturbide envió al virrey una comunicación para darle cuenta del Plan de Iguala, afirmó con enorme sorpresa de los insurgentes: “La revolución que tuvo principio la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, entre las sombras del horror, con un sistema (si así puede llamarse) cruel, bárbaro, sanguinario, grosero e injusto, no obstante lo cual, aun subsistían sus efectos en el año de 1821, y no sólo subsistían, sino que se volvía  a encender el fuego de la discordia, con mayor riesgo de arrebatarlo todo”. Antes de morir, escribió en sus “Memorias”: “La voz de insurrección no significaba independencia, libertad justa, ni era el objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir sus posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta las de la religión: las partes beligerantes se hicieron la guerra a muerte: el desorden precedía a las operaciones de americanos y europeos; pero es preciso confesar que los primeros fueron culpables, no sólo por los males que causaron, sino porque dieron margen a los segundos, para que practicaran las mismas atrocidades que veían en sus enemigos”.



Y por si fuera poco, en su Manifiesto de Liorna estampó: “El Congreso Mexicano trató de erigir estatuas a los jefes de la Insurrección y de hacer honores fúnebres a sus cenizas. A estos mismos jefes yo los había perseguido y volvería a perseguirlos si retrogradásemos a aquellos tiempos, para que pueda decirse quién tiene razón, si el Congreso o yo. Es necesario no olvidar que la insurrección no significaba Independencia, Libertad y Justicia, ni era su objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta las de la religión. ¿Si tales hombres merecen estatuas, qué se reserva para los que no se separaron de la senda de la virtud?”, se pregunta Iturbide. Y el 19 de julio de 1824 encontró la respuesta, quien se colocó asimismo primero y por encima de su partido y de su patria. No tendrá nunca un lugar junto a sus libertadores. Jamás lo mereció.



(Tomado de: Florencio Zamarripa M. – Anecdotario de la Insurgencia. Editorial Futuro, México, D.F., 1960)

viernes, 16 de marzo de 2018

Ahuízotl



Octavo tlatoani mexica; sucedió a su hermano Tizoc en 1486 y murió en 1503. Terminó el gran templo de Tenochtitlan, a cuya inauguración asistieran más de 20 mil invitados de todo el imperio mexica y de otros señoríos independientes. Todos estos asistentes sin duda se sacaron sangre de las orejas y otras partes carnosas del cuerpo, en cumplimiento del ritual del autosacrificio. A partir de esta circunstancia derivó la mala interpretación de que fueron sacrificados 20 mil hombres, lo que resulta lógicamente imposible, sobre todo si se tiene en cuenta que el sacrificio humano era un acto muy solemne apegado a la reverencia ritual, y que constituía un mensaje simbólico a los dioses, que era ofrenda y eucaristía. Terminado el sacrificio, parte de la carne de la víctima ya deificada se comía con el significado con que los católicos toman la comunión. Las campañas militares de Ahuízotl se extendieron, por el sur, hasta Guatemala, y hasta la Huasteca veracruzana por el norte. Amigo de la ostentación, era al mismo tiempo fuerte y aguerrido. Hubo de sofocar constantes rebeldías, especialmente en la región de Puebla y Tlaxcala. Según el Códice Mendocinoconquistó 45 pueblos, fue muy valiente y alcanzó el título de tlacatécatl”. Durán (Historia I, 325-421) describe varios episodios de su reinado.

 Ahuízotl hermoseó la ciudad con bellos edificios y dio organización a las expediciones de los pochtecas (comerciantes a la vez que espías). Bajo su reinado se produjo una inundación grave, a consecuencia de la canalización de las aguas de Acuecuechco, manantial en las cercanías de Coyoacán. Recibió en las obras una herida en la cabeza y murió a consecuencia de ella. Su sobrino Moctezuma Xocoyotzin heredó el trono y su hijo Cuauhtémoc fue el último paladín de los aztecas.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen I, A - Bajío)


(Lápida de Ahuízotl MNAH)


Ahuízotl

1467-1502

Para hacer con mayor aparato tan horribles sacrificios ordenaron las víctimas en dos hileras... y según iban llegando eran prontamente sacrificados.

Francisco Javier Clavijero

Fue Ahuízotl el octavo gobernante de Tenochtitlan entre 1486 y 1502, famoso por ser enérgico, feroz y sanguinario, y por haber peleado contra mazhuas y otomíes para consolidar su poder. bajo su reinado el imperio azteca llegó a su mayor expansión y poderío, aunque el impulso que dio a la vida económica de la ciudad se debió en gran parte a su control sobre los traficantes o pochtecas, a quienes utilizaba como espías.

Durante su mandato se concluyó la edificación del Templo Mayor. cuando inauguró la última etapa de la construcción, con el fin de honrar a Huitzilopochti ordenó el sacrificio de miles de prisioneros durante tres días: él mismo, con un cuchillo de obsidiana, extrajo los corazones de varios hombres. refieren las crónicas que el número de sacrificados llegó a ochenta mil.

Ahuízotl, cuyo nombre en náhuatl significa "perro de agua", murió durante una inundación provocada por su propia necedad. El tlatoani había ordenado al señor de Coyoacán -tributario de los aztecas- que abriera las fuentes para el acueducto llevara más agua a Tenochtitlán; aceptó, pero advirtió también que "de cuando en cuando aquellas aguas se derramaban... y anegarían la ciudad de México". El gobernante tenochca consideró su advertencia como un desafío y lo mandó matar. así, se abrieron las fuentes y un torrente de agua inundó la ciudad con tal fuerza que fue necesario abandonar el palacio real. Ahuízotl intentó escapar, pero se golpeó la cabeza y murió días después.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)