La horda de piratas
que cayó sobre Campeche era formada de franceses e ingleses capitaneada por el
filibustero flamenco Laurent Graff y por su teniente Agramont, cuya ferocidad e
implacable saña hicieron de ellos el azote de nuestros mares.
Manuel A. Lanz
Mientras España, Francia, Inglaterra y Holanda celebraban
diversos tratados de paz para poner orden en Europa, en la segunda mitad del
siglo XVII los piratas devastaban las costas y atacaban las flotas imperiales
que transportaban al viejo continente grandes riquezas extraídas de las
colonias en América.
Sus ataques representaban terribles pérdidas para la Corona
española. Importantes sumas de dinero invertidas en la armada de Barlovento
–creada ex profeso para combatir la piratería- fueron infructuosas. Las
tranquilas aguas novohispanas eran continuamente hostilizadas y asoladas.
El lunes 17 de mayo de 1683, aparecieron en el horizonte un
par de navíos a dos leguas de Veracruz. Doscientos hombres comandados por
Laurent Graff –pirata de origen holandés conocido como Lorencillo- desembarcaron
y llegaron a la plaza de armas de la ciudad. A la medianoche, seiscientos
hombres más asaltaron y tomaron el puerto.
Los piratas se dividieron en grupos para saquear la ciudad;
los habitantes, sin distinción de sexo o edad, fueron llevados a la catedral,
donde permanecieron encerrados hasta el 22 de mayo. Sus atacantes colocaron un
barril de pólvora en la puerta del templo y amenazaron con hacerlo estallar si
los prisioneros no entregaban los supuestos tesoros que tenían.
La mañana del sábado 22 de mayo, Graff sacó de la catedral a
los prisioneros para trasladarlos a la Isla de los Sacrificios. A los
funcionarios los tomó como rehenes y el resto, a punta de palos, fue obligado a
cargar el cuantioso botín, empresa que tomó hasta el 30 de mayo. El 1 de junio
Lorencillo levó anclas, desplegó velas y se hizo a la mar, dejando a su paso
cuatrocientos muertos, miseria y desolación.
Dos años después, en 1685, el pirata volvió a hacer de las
suyas: se apoderó de Campeche, ciudad que sufrió la misma suerte que Veracruz.
Ante la apatía de la Corona para tomar medidas eficaces contra el asedio de los
bandidos, el gobernador de Yucatán, don Antonio de Iseca –temeroso de que
Lorencillo invadiera Mérida- salió con un grupo de soldados hacia Campeche para
enfrentarlo. El tristemente célebre pirata resultó ileso y, aunque se embarcó
precipitadamente, se llevó consigo un rico botín.
Ningún esfuerzo parecía suficiente para que Lorencillo y sus
filibusteros se retiraran de la península. Los vecinos de Campeche, hartos de
los graves perjuicios que habían sufrido a causa de los piratas, comenzaron en
1686 la construcción de murallas defensivas para la ciudad. En los siguientes
años se levantaron dos kilómetros de muralla y ocho baluartes. La obra fue
terminada ya muy entrado el siglo XVIII, cuando la piratería había menguado
considerablemente y la historia de Lorencillo era sólo un recuerdo.
(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de
México)
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