lunes, 28 de enero de 2019

Fernando Leal

(1896-1964) Desde los días en que por iniciativa de Vasconcelos renació la decoración de edificios públicos, Leal ocupó un puesto importante. Nació en la ciudad de México; estudió en San Carlos y en la Escuela al Aire Libre de Coyoacán, de la que después fue director. Fue iniciador de la pintura mural y ensayó diversas técnicas. Sus temas fueron, básicamente, tradiciones populares y escenas con personajes del pasado bíblico. Entre su obra mural podemos mencionar: Los Danzantes de Chalma, a la encáustica, en la Escuela Nacional Preparatoria en 1922; La epopeya bolivariana (1930-1933), fresco de nueve tableros en el Anfiteatro Bolívar de la Universidad, siete de los cuales representan a los libertadores de América y otros dos simbolizan la ideología antiimperialista. Realiza, en 1935 Neptuno encadenado, fresco que se encontraba en el aula máxima del Instituto Nacional de Panamá, hoy destruido. En 1943, en la estación de ferrocarriles de San Luis Potosí, trabajó en el tema El triunfo de la locomotora y la edad de la máquina. En 1947 realiza al fresco para la Basílica de Guadalupe los siguientes tableros: La predicación de los franciscanos en Santa cruz Tlatelolco; Orquesta de Ángeles; La primera aparición; Juan Diego ante Zumárraga; La curación de San Bernardino; El Milagro de las rosas; La Cuarta aparición. En 1958, hace la Danza de Xochiquetzalli, Representación de la Celestina; Una pastorela a fines de la Colina; La gorda y el flaco en una carpa en mosaicos en vidrio en el teatro de La Paz, en San Luis Potosí.
(El triunfo de la locomotora y la edad de la máquina)

Leal tiene, junto a los otros fresquistas mexicanos, una preocupación por la composición lógica, que ha llevado hasta sus últimas consecuencias. En cuanto al colorido, la lección del maestro muestra una graduación sutil de las tonalidades que le permite alcanzar al mismo tiempo brillo y riqueza. Elimina los tonos sombríos; tiene en sus pinceles un registro muy amplio de color. Merecen algunos renglones los temas de características religiosas, campo al que se dedicó con verdadero acierto, como en La visión de Santo Domingo (1944-1947), en el arco del ábside de la iglesia de Santo Domingo, en San Luis Potosí. Se observa ahí el propósito de no hacer pintura alegórica ni simbólica, sino una pintura con un contenido nacional; en sus indios, sus mestizos, sus criollos, las escultóricas cabezas de los negros, están presentes los problemas sociales  que los hombres resuelven en su trabajo diario, y a través del cual, el pintor pretende mostrar la existencia de lazos providenciales, el milagro que envuelve nuestra diaria existencia y aun alcanza un sentido de nacionalidad; se trata en esta pintura religiosa de un nuevo humanismo nacionalista abierto a lo sobrenatural.

(Tomado de: Delmari Romero Keith – Otras figuras del muralismo, fasc. #100, Arte de la afirmación nacional; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V., México, D.F., 1982)

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