(Vista desde el Mirador, Guanajuato)
El desarrollo de Guanajuato fue similar al de Zacatecas. Hacia 1557 se difundió la noticia de que se habían descubierto ricos yacimientos de plata y se volcaron en sus terrenos multitud de españoles atraídos por la posibilidad de enriquecerse, cosa que rara vez lograban. Espontáneamente se creó en el sitio un desordenado caserío y sólo en 1557 se fundó oficialmente lo que con el tiempo llegaría a ser la joya urbana de la Nueva España.
Durante 1558 fue descubierta la famosa veta madre, que con sus treinta kilómetros de extensión constituye una de las más ricas del mundo. Pero todavía a fines del siglo XVI la futura ciudad era un poblacho insalubre y violento, cuya “plebe minera, de condición indomable y altiva, promovía frecuentemente y por las más leves causas, alborotos y tumultos terribles”, según escribieron al virrey los notables del poblado. Para colmo de males, en 1599 “se emborrascó” la mina principal: el hambre y el desempleo cundieron y la población de la localidad se redujo a escasos cuatro mil habitantes.
En 1610 se concluyeron los primeros edificios públicos y se inició la construcción de algunos templos; apenas en 1671 se comenzó a levantar la actual parroquia. Pero la actividad minera mejoró en grado modesto y para fines del siglo XVII Guanajuato ya contaba 16,000 habitantes diseminados a lo largo de la cañada donde se asienta la población. Salvo algunas casonas que se alzaban en los alrededores del convento de San Diego y otros templos, la mayor parte de las casas eran de adobe y entre ellas abundaban las chozas de paja. Las únicas placitas eran las de La Paz, la de San Diego y la de San Roque.
En el siglo XVIII hubo cambio de dinastía, los nuevos reyes borbones sumieron a España en la miseria y la abyección, pero decidieron promover la actividad económica en las colonias, para así poder cobrarles más impuestos, y como reordenaron hábilmente la restrictiva política fiscal, Guanajuato tuvo un nuevo despegue espectacular. En los primeros años del siglo se construyeron varios edificios públicos, las calles principales fueron realineadas y empedradas y en 1749 se terminó de construir la presa de la Olla, que resolvió el problema de abastecimiento de agua potable. Sobre todo, en 1760 se descubrió la potencialidad de la fabulosa mina de La Valenciana y a partir de entonces Guanajuato ascendió a la cúspide. Las calles principales fueron adoquinadas y los magnates como Antonio Obregón y Alcocer, el marqués de Rayas, el conde de Pérez Gálvez y Diego Rul mandaron construir sus fastuosas residencias.
(Mina El Nopal, Guanajuato)
Guanajuato ascendió al rango de intendencia. En 1792 llegó a ella como intendente el general Juan Antonio de Riaño y Bárcenas, un hombre extraordinariamente dinámico que desde el momento de su toma de posesión empezó a embellecer las “casas reales” (edificios públicos), trazó nuevas y coquetas plazuelas, dotó de magnífico atrio a la parroquia, no dejó calle sin empedrar o adoquinar y en 1798 colocó la primera piedra de la alhóndiga, un imponente edificio que, más que almacén de granos, parecía un suntuoso palacio. Fue terminado en 1809, apenas a tiempo para servir de escenario a uno de los episodios más importantes de la historia de México.
(Alhóndiga de Granaditas, Guanajuato)
Al iniciarse el siglo XIX se asignaba a Guanajuato una población de 68,000 habitantes, o sea que rivalizaba con Puebla. Los mineros de la localidad ganaban los salarios más altos del virreinato y quizá del mundo y los gastaban en constantes fiestas y borracheras. Luego en septiembre de 1810 resonó el Grito de Dolores y Guanajuato fue tomada por los insurgentes. En el caos resultante las minas fueron abandonadas y sus instalaciones destruidas o descuidadas, por lo que la gente huyó en masa de la ciudad, hasta que sólo quedaron en ella unos 6,000 habitantes. La maleza cubrió las calles y hasta las mejores casas se ofrecían gratis a quien quisiera cuidarlas.
De Guanajuato y sus alrededores partió el gentío llegado a San Luis Potosí a partir de 1592, cuando fueron descubiertas otras minas en esa comarca. En 1608 se hundieron las minas y el caserío surgido a raíz del auge casi se despobló, pero a mediados del siglo XVII se descubrieron nuevos yacimientos y la actividad retornó. En el siglo XVIII fueron construidos los principales edificios de la ciudad que en vísperas de la independencia contaba 11,000 habitantes. Luego partieron de San Luis y sus cercanías los pobladores de Real de Catorce, otro centro minero que conoció la opulencia durante algunos años y al cabo decayó, reducida a pueblo fantasma.
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)
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