martes, 15 de enero de 2019

Fantasmas Mayas

Manuel Orozco y Berra recogió en el T. II de Apéndice al Diccionario Universal de Historia y de Geografía (México, 1856), la siguiente relación de fantasmas en cuya existencia creían a mediados del siglo XIX los indígenas de Yucatán:
Balam. Los indios temen y respetan a un ser que llaman con este nombre; dicen que es el señor del campo, y que no pueden labrarse sin peligro de la vida, si no se le hacen ciertas ofrendas, como son la horchata de maíz, sacá, un guiso que se hace con maíz y pavo llamado kool, la tortillla con frijol, buli-huah, el vino hecho con miel, agua y la corteza de un árbol que llaman balché, y el humo del copal en lugar de incienso; de suerte que puede decirse que le adoran como a un dios, pero siempre cautelándose de los blancos, sin duda por el temor de ser mirados como idólatras. Dicen también que Balam no sólo castiga con las enfermedades que manda a los que tocan los campos si antes no le hacen sus ofrendas, sino que también aterroriza a los habitantes del campo apareciéndoseles en figura de un viejo muy barbado, y tan horrible que es capaz de dar miedo al más valeroso; atribúyenle igualmente la circunstancia de pasearse por el aire, desde donde prorrumpe en prolongados silbidos, que lo hacen más respetable y temible. Profieren los indios su nombre con veneración, y muchas veces le llaman Yum Balam, esto es, padre y señor.

Alux. Nombre que se da a unos fantasmas en quienes generalmente creen los indios y aun los que no lo son, que hay en las ruinas y los cerros. Cuentan que desde que oscurece empiezan a pasearse alrededor de las casas, tiran piedras, silban a los perros y algunas veces les dan de latigazos, de cuya estropeada queda con tos y mueren; cuentan que corren más que un hombre, y con la particularidad de ser tan violentos en la carrera, así de frente como de espaldas; no causan terror a quienes los miran; no temen a la luz; suelen entrar en las casa y cargar a los que están acostados en sus hamacas, de modo que no los dejan dormir; en los ranchos de caña, cuando está armado el trapiche, le dan vueltas, y si los torcedores dejan al caballo, le echan y azotan para poner en movimiento la máquina; dicen que son del tamaño de un indito de cuatro o cinco años, desnudo y con un sombrerito en la cabeza. Es incalculable el perjuicio que ésta fatal preocupación causa a los anticuarios, y la razón es que se cree comúnmente que las figuras de barro que se hallan siempre en los cerros y los subterráneos, son las que por la noche se animan y salen a pasear, y no es otro el motivo que tienen para despedazar sin piedad cualquier figura que encuentran, aun ofreciéndose pagársela bien. Atribuyen al Alux el origen de las enfermedades que se padecen en el campo, porque dicen que su contacto es maligno, y que cuando hallan a alguno durmiendo y le pasan tan suavemente la mano en la cara que no lo siente, indudablemente le da una calentura que lo arrulla por mucho tiempo.

Xbolonthoroch. Este es el fantasma casero que no hace mal, espanta nomás a los que se desvelan, sin embargo no es visible; tiene, como el eco, la propiedad de volver los sonidos, y los ruidos que se han hecho en el día los repite por la noche; en las casa en que se hila, que es en todas las de los indígenas, ser oye sonar el huso como si se estuviera hilando, y este ruido hecho por el  Xbolonthoroch, les causa inexplicable terror.

Bokolhahoch. Se dice que en algunos lugares se oye un ruido debajo de la tierra, semejante al que se hace con el batidor cuando se bate el chocolate; y como este ruido dicen que lo oyen siempre de noche, lo atribuyen al diablo, a quien dan el nombre que queda dicho, y que en figura de zorro hace aquel ruido por sólo el placer de espantar a quienes lo escuchan.

Xtabai. En los lugares más solitarios de las poblaciones, refieren muchos que han visto a una mujer vestida de mestiza, peinando su bella cabellera con la fruta de una planta que llaman xaché xtabai, muy conocida de los naturales, y que huye luego que se le acerca alguno, pero aligerando o retardando el paso, o desaparece o se deja alcanzar; y como el que comúnmente la sigue es algún enamorado. Luego la abraza, da con un bulto lleno de espinas, y con los pies tan delgados como los de un pavo. Del gran terror que ocasiona tan inesperada transformación, resultan privaciones y calenturas con delirio.

Huahuapach. Es un gigante que se suele ver en el silencio de la media noche en ciertas calles; es tan elevado, que un hombre apenas le llega a las rodillas, y lo que hace para impedir el tránsito es abrir las piernas, colocando un pie en cada lado de la calle; y si alguno sin advertir en este fantasma, intenta pasar debajo, junta prontamente las piernas y aprieta con ellas la garganta hasta ahogar al infeliz paseante.

Prudencio Moscoso Pastrana, en su ensayo El complejo ladino en los Altos de Chiapas (Boletín 194 de la Memoria de la Academia Nacional de Historia y Geografía, 1963), aportó los siguientes datos sobre las visiones quiméricas más comunes en el área de San Cristóbal:

La Yegualcíhuatl es una mujer muy bella, vestida de blanco y con muchas alhajas de oro. Tiene la facultad de aparecer a los ojos del hombre que la mira con el tipo y aspecto de la mujer que a éste le agrada o de quien se encuentra enamorado. Únicamente atrae a los hombres, de conducirlos hasta hacerlos llegar a pantanos en los que siempre perecen. Los atrae llamándolos y haciéndoles señas de que se acerquen a ella, pero siempre ocurre que, cuando el hombre trata de caminar hacia la Yegualcíhuatl, ésta se aleja insistiendo en sus llamadas hasta conducirlo a Ciénegas. En algunas ocasiones ha ofrecido parte de sus alhajas a su probable víctima. Se considera que uno de sus lugares predilectos es la Laguna de Chapultepec, que se encuentra en las inmediaciones de San Cristóbal.

El Negro es un ser pequeño; le suponen una estatura de aproximadamente 40 centímetros; muchas veces jinetea a las cabalgaduras que encuentra en el campo: tal cosa se conoce por las carreras de caballos que se oyen en altas horas de la noche. Este ser imaginario va montado en el pescuezo del corcel y, como no usa montura, utiliza las crines del animal, formando con ellas sus estribos al enredar dichas crines o bien al unirlas desordenadamente por medio de semillas erizadas de pequeñas puntas, que se conocen con el nombre de “mosate”, Cenchrus echinatus. El Negro, durante la noche, saca las mulas de los potreros cercanos a san Cristóbal y las extravía en los montes y lugares apartados.

El Cadejo es un animal parecido a un perro, pero de mayor tamaño. Tiene crines como caballo y de los ojos y la boca le salen chispas. Este ser maligno busca exclusivamente a los borrachos y a personas que no son verdaderamente católicas. Se les presenta con ese aspecto terrífico que le dan su cuerpo y las chispas que arroja, hasta hoy, ninguno de los que ha tenido en su presencia este ser ha sobrevivido, pues se le considera como la encarnación del diablo.

El Duende es un ser con apariencia humana y que lo mismo hace su aparición en el día que en la noche. Su traje es como el de un indígena y consiste en pantalón y camisa de manta, un pequeño cotón y un sombrero de petate. Tiene la particularidad de que se presenta únicamente en las casa de prostitución o donde hay libros de magia negra. Nunca penetra en las casa de las personas que llevan vida cristiana, al entrar en una casa se dirige inmediatamente a la cocina y se mea en los trastos donde se está guisando, para en seguida arrojarlos al suelo. La forma de ahuyentarlo es cantar con voz fuerte y por tres veces seguidas el Ave María.

El Sombrerón vive en la cueva de un cerro inmediato al pueblecillo de San Felipe, a 5 kilómetros al S.O. de San Cristóbal. Comparte su morada con otros seres maléficos, en especial naguales. Es creencia generalizada que El Sombrerón sale a secuestrar a los ebrios que no han pagado sus deudas, los toma por la cintura, los carga y junto con su víctima va a la cueva y se precipita en un pozo que al parecer no tiene fondo.

Los “Yalám-Bequet” siempre vagan por las noches y son mujeres desprovistas de su envoltura carnal; es decir, son esqueletos de cuerpos femeninos que, haciendo un ruido de huesos que chocan, vuelan por las noches, produciendo el consiguiente asombro y temor a los humanos. Yalam bequet significa en lengua tzotzil: baja carne. Estos seres, según la opinión popular, tienen la particularidad de una vida limitada, equivalente a los años que les habrían correspondido en la tierra.
(Tomado de: Enciclopedia de México, Tomo IV, Familia - Futbol)


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