jueves, 10 de enero de 2019

Manuel Rodríguez Lozano

 

 
(1896-1971) Estudió en la escuela Nacional de Bellas Artes. De 1914 a 1921 vivió en París, donde estudió “todos los movimientos de la pintura europea, todas sus inquietudes, que se habían verificado a partir de Ingres hasta llegar al cubismo”. De regreso a México inicia una trayectoria artística cuyas inquietudes se expresan en este párrafo del propio autor: “En el año veintiuno regresamos a México. Diego Rivera, Roberto Montenegro, Adolfo Best Maugard y yo; sin estar en contacto, llegamos todos a la idea de intentar por primera vez un arte que no fuera tributario, que no fuera colonial, sino real y formalmente mexicano. Algunos pintores, con gran ingenuidad, pretenden únicamente, exclusivamente ser mexicanos; ¡Como si un mexicano pudiera dejar de serlo! ¿Qué otro punto de vista puede tener un mexicano que ser mexicano?... Si se es mexicano no hay por qué preocuparse por serlo, basta ser auténtico”. De esta manera, vemos cómo sus intenciones de crear un arte mexicano eran comunes con la de los demás pintores, sobre todo, los muralistas. En 1928 funda con Antonieta Rivas Mercado y el grupo de intelectuales “Contemporáneos”, el primer Teatro Experimental de México, llamado Ulises.

Realizó en 1933, en la casa del Sr. Francisco Sergio Iturbide, dieciséis tableros, con el tema de la muerte, donde la mujer es una poderosa imagen lírica y su personaje principal. Nos encontramos en estos tableros con escenas dramáticas de acción grande y terrorífica. Ahí, sin seguir la antigua tradición en el arte mexicano, de la calavera y el esqueleto, el pintor muestra a la muerte con figura femenina. Aunque sus cuadros están relacionados con los retablos y exvotos religiosos, ésta no es directa, ni tiene que ver su contenido. En Rodríguez Lozano hay una alusión alegórica con sentido metafísico. Símbolo de muerte y vida. La mujer representa el principio y el fin.
 
 

De 1936 a 1940 fue Director de la Escuela Nacional de Bellas Artes Plásticas. En su taller se formaron destacados artistas; entre ellos, Julio Castellanos, Abraham Ángel, Francisco Zúñiga, etc. En una de sus estancias en Europa, ilustró libros de Alberti y García Lorca. En el mural que pintó en la cárcel de Lecumberri en 1942, expresa algo que pronunció el artista respecto al país: “México, país de geometría, de precisión: luminosos y claro hasta la crueldad”… Se trata de un solo tablero cuyo tema es La piedad en el desierto. En él, una madre sostiene entre sus piernas los brazos en cruz del hijo desnudo y desfallecido que son símbolos de la piedad humana; la composición es de una clara geometría; se sirvió de la estructura del triángulo, con su eje central, diagonales, y líneas horizontales y verticales. El pintor logró con esta obra, introducir en el muralismo mexicano el sacrificio del hombre visto desde un ángulo espiritual y filosófico.
 
 

En 1945 repitió en el mural del Hotel Jardín (antigua casa de los condes de Miravalle), una nueva versión de la Piedad y el Sacrificio. Tiene por nombre Holocausto y decora el cubo de la escalera principal. En la composición, la figura central es la de un hombre sacrificado, desnudo, que adopta la forma de un gran arco pintado sobre la ventana de medio punto que se abre en el descanso de la escalinata; a los lados de ese hombre aparecen monumentales figuras de mujeres exasperadas y retorcidas, en actitud de angustia y de impotencia. Estos dos murales reflejan una constante fundamental en la pintura de Rodríguez Lozano: una visión dramática de la existencia humana a través de la composición (su geometría) los colores y los temas.
 
(Tomado de: Delmari Romero Keith – Otras figuras del muralismo. Historia del arte mexicano, fasc. #100, Arte de la afirmación nacional; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V., México, D.F., 1982)




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