miércoles, 30 de enero de 2019

Frutos exóticos

El fruto más pulido, más comedido, más bien educado que yo conozco, es el aguacate. Viste un pellejo liso y negro como de hule fino. Tiene un solo hueso o semilla, casi tan grande como el total de su cuerpo. Y la carne es una mantequilla verdosa que no se adhiere al hueso. No tiene, pues, jugo que chorree, dureza que esquivar, acritud ni dulzura excesivas. Se le toma en el plato, se le hace una incisión en redondo, se tira de las medias cápsulas, dentro de una de las cuales queda el hueso, y se expulsa éste apretando un poco la media fruta que lo retuvo.

Lo más opuesto al aguacate es el mango, fruta chorrosa, sumamente rica en jugo y con una carne que apenas puede separarse del hueso. Las adherencias de su carne son tales que para poder darme cuenta de cómo era la semilla tuve que rasparla y dejarla secar. Entonces obtuve una especie de lengüeta peluda. Estos filamentos o nerviecillos del mango se notan al morderlo. Pero si no hincamos en su carne los dientes, sino el pincho especial, y le cortamos sus lomos con el cuchillo, gustaremos de una fruta fresca, blanda, jugosa, sabrosísima y de un color alegre, amarillo cálido.

La más exótica o extraña por su color es la fruta llamada zapote prieto. Bajo una lisa, delgada y verde vestidura, una carne negra que ha de batirse para servirla en los platos. La primera vez que le presentan a uno este riquísimo postre natural, se resiste a comerlo, porque los manjares negros no avivan el apetito a través de los ojos. Ocurre lo mismo con los calamares en su tinta, comida negra que luego gusta tanto. La pulpa negra del zapote prieto, una vez aceptada por la razón es, para el paladar, de una consistencia tan leve y espumosa como la del merengue.


Queda por ver cómo es el mamey. Oval y alargado como el mango, pero de corteza color de barro seco. Una vez que lo abrimos en canal, nos enseña un interior de color rojo llameante. Como bajo su corteza la Tierra, tiene el mamey fuego bajo la suya. Y esta carne no rezuma líquido libre; y es apelmazada, para ser extraída con cuchara.

Al pensar y escribir de estas cuatro magníficas frutas exóticas, padece la pluma una tentación: la de adentrarse en alguno de los ubérrimos mercados de México capital, especialmente en el de la Merced, que abastece a todos. Pero, a los mercados como a las ferias, a las verbenas y todo lo que sea barullo voy rara vez. Y bien sabe Dios que me gustaría poder describir aquí una de las más lindas pequeñeces que encierran:  la variedad de semillas para pasto, refrescos, infusiones, emplastos y demás, cuyas cantidades fascinan al pintor. Pero, después de las semillas reclamarían su lugar las yerbas medicinales o de simple recreo que aquí son muchas y para los más variados dolemas, según los indios. Y después tendría que ocuparme de los hechiceros, de la hechicería, que se sigue practicando. En los periódicos de hoy se puede leer en grandes letras: “Hechicero linchado en Ojinaga.”


Pero no es correcto patinar o dejarse ir en alas de las asociaciones emergentes en una nota como ésta. No pensemos en el mercado de la Merced. Evitemos el barullo y regresemos al frutero que teníamos delante con las cuatro frutas escogidas.


El aguacate nos hace pensar en una raza blanda, de muchas eles y tes, de pocas erres.


El mamey nos hace pensar en una raza cálida y concentrada.


El zapote prieto nos hace pensar en una raza oscura, leve y fina.

El mango, en una raza lujuriosa.


Con el aguacate se comprenden estas palabras: Popotla, Tlalnepantla.


Con el mamey se comprende la hoja diaria de los crímenes.


Con el zapote prieto se comprende la finura ingrávida de la indita.


Con el mango se comprenden la hamaca y los ojos brillantes.




Y con la papaya, ¿qué se comprende? “Te has olvidado de la fruta que tomas cada día en el desayuno”, me dijo la voz de la conciencia.

Cuidado con pedirla en Cuba con este nombre. En Cuba hay que llamarla fruta bomba.


Con la papaya se comprende la buena digestión. Su nombre parece compuesto por un chico o por una raza balbuciente. Es fruta que no seduce por el olfato, sino por el paladar. Con unas gotas de limón es exquisita. Se diría que es hermana del melón, pero es opuesta a él por la carencia de rico aroma y por su virtud estomacal. ¡Viajero! ¡Desayúnate con papaya!

(Tomado de: José Moreno Villa – Cornucopia de México y Nueva Cornucopia mexicana. Colección Popular #296, Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V., México, D.F., 1985)

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