(Grabado por José Guadalupe Posada)
Francisco Guerrero llenó las páginas de la nota roja en México durante tres décadas. Más conocido como el Chalequero, este personaje era un violador, asesino de mujeres y degollador, que actuaba por los rumbos del barrio de Peralvillo, cerca del Río Consulado.
Existen dos versiones en torno al apodo. La primera se refería a los chalecos que portaba el criminal; la segunda, a decir de Hernán Robleto, provenía de que mataba y violaba "a chaleco", es decir, a fuerza, a las mujeres que enamoraba.
Durante siete años, el Chalequero actuó sin que nadie le echara el guante, a pesar de que durante todo este tiempo, continuamente, por el rumbo del Río Consulado, había aparecido una buena cantidad de mujeres degolladas y violadas. Se trataba de humildes prostitutas, cuya lista crecía diariamente, ante la impotencia de la policía por capturar al criminal.
Este hecho acrecentó la leyenda y la imagen del Chalequero se fue mitificando, provocando el temor de todas las mujeres del barrio.
En una hoja volante, publicada por Vanegas Arroyo, ridiculizaba a la policía:
La gente decía que tales elegantes ropajes no le costaban un centavo, pues era sostenido por una de sus amantes, conocida como la Burra Panda; además, se contaba, Francisco Guerrero era mantenido por un grupo de mujerzuelas.
Hacia 1888, la lista de mujeres que aparecieron degolladas en los márgenes del Río Consulado había crecido escandalosamente: Francisca, Emilia, Luisa, Candelaria, María de Jesús, Refugio, Lorenza, Soledad, Margarita, Josefa, Camila y Nicolasa, eran los nombres de las humildes prostitutas que habían caído en sus garras.
La policía no descansó hasta el momento en que logró capturar al matador tras su última fechoría: Murcia Gallardo retó al Chalequero a que se hicieran "bolas" en la calzada de Guadalupe. Tras su desaparición, un vecino lo denunció y con el testimonio de varias mujeres fue atrapado y se le pudo enjuiciar y condenar a muerte.
Alberto del Castillo, de quien hemos tomado varios de los datos señalados en este texto, recoge el testimonio de un par de mujeres que se salvaron de las garras del Chalequero.
Lorenza Urrutia declaró que lo conoció una mañana cuando iba para la Villa de Guadalupe. El hombre le pidió lumbre para encender un cigarro y luego comenzó a platicarle que las mujeres del rumbo no lo podían ver y le habían puesto el apodo de Antonio, el Chaleco. Al escucharlo, y conociendo los antecedentes, Lorenza se aterró, mientras el hombre sacó dos armas grandes e invitó a la mujer a sentarse. Ella le rogó que le permitiese llegar a la Villa, ofreciéndole volver, a lo que accedió el hombre. Lejos de hacerlo, la Urrutia volvió a México y se salvó.
El otro testimonio es el de Clara González, de setenta años, propietaria de un tendajón, que declaró conocer la mala fama de Antonio el Chaleco y deseó conocerlo. Algunas mujeres se lo enseñaron y desde entonces pudo notar que pasaba por la calzada en varias ocasiones y al verlo, las mujeres se escondían.
El Chalequero fue condenado a muerte en 1888. Más tarde, su sentencia fue permutada por una pena de veinte años en San Juan de Ulúa.
Sin embargo, reapareció en 1908 después de otro homicidio por los mismos rumbos, haciendo eco del viejo adagio: el asesino siempre vuelve al lugar del crimen.
El 28 de abril apareció el cadáver de una anciana degollada en los márgenes del Río Consulado. Vestía humildemente y uno de los vecinos dijo haberla visto varias veces en una pulquería conocida como Las Tres Piedras, acompañada de otro anciano.
El reportero de El Imparcial concluyó que las huellas del cuchillo que presentaba el cadáver correspondían a "la cuchillada de borrego" y exactamente al estilo del Chalequero. Esta información llenó de pavor a la población.
Con este dato, la policía investigó en torno al paradero de Guerrero y descubrió que había abandonado la prisión de San Juan de Ulúa dos años atrás, sin conocerse su paradero. El reportero indagó que Guerrero había regresado a vivir con una mujer llamada Antonia Gómez y que ambos trabajaban de porteros en una casa de la calle de San José de Gracia. Al entrevistar a Antonia, averiguó que la pareja se había disgustado y el criminal había abandonado la casa.
Más tarde, Antonia se enteró por una amiga que había visto a Guerrero con una anciana de pelo blanco y enaguas negras por el rumbo de Río Consulado.
El Chalequero fue descubierto y reaprehendido dos a semanas después. Confesó que había conocido a su víctima en la cantina El Morito, donde se tomaron unas copas y salieron a caminar por el río. Como en una película, el Chalequero volvió su vista veinte años atrás y terminó de matarla como a las otras mujeres.
Durante el juicio, seguido de cerca por cientos de personas, fue condenado a la pena capital. Empero, por segunda ocasión, se salvó del patíbulo. A los poca días de ser sentenciado, su cadáver fue encontrado en su celda de la cárcel de Belén; una fuerte tuberculosis terminó con su existencia.
Su entierro fue desairado y su cadáver fue a la fosa común.
Este hecho acrecentó la leyenda y la imagen del Chalequero se fue mitificando, provocando el temor de todas las mujeres del barrio.
En una hoja volante, publicada por Vanegas Arroyo, ridiculizaba a la policía:
El famoso Chalequero
eclipsó a Miguel Cabrera
porque el matador de Trono
no caerá en la ratonera...
El multiasesino era descrito como "guapo, elegante, galán y pendenciero". Vestía con pantalón de casimir gris, chaqueta negra, sombrero ancho y zapatos negros. Gozaba de una colección de pantalones estrechísimos y por supuesto chalecos, con agujetas y chaquetas charras, con vivos de cuero.La gente decía que tales elegantes ropajes no le costaban un centavo, pues era sostenido por una de sus amantes, conocida como la Burra Panda; además, se contaba, Francisco Guerrero era mantenido por un grupo de mujerzuelas.
Hacia 1888, la lista de mujeres que aparecieron degolladas en los márgenes del Río Consulado había crecido escandalosamente: Francisca, Emilia, Luisa, Candelaria, María de Jesús, Refugio, Lorenza, Soledad, Margarita, Josefa, Camila y Nicolasa, eran los nombres de las humildes prostitutas que habían caído en sus garras.
La policía no descansó hasta el momento en que logró capturar al matador tras su última fechoría: Murcia Gallardo retó al Chalequero a que se hicieran "bolas" en la calzada de Guadalupe. Tras su desaparición, un vecino lo denunció y con el testimonio de varias mujeres fue atrapado y se le pudo enjuiciar y condenar a muerte.
Alberto del Castillo, de quien hemos tomado varios de los datos señalados en este texto, recoge el testimonio de un par de mujeres que se salvaron de las garras del Chalequero.
Lorenza Urrutia declaró que lo conoció una mañana cuando iba para la Villa de Guadalupe. El hombre le pidió lumbre para encender un cigarro y luego comenzó a platicarle que las mujeres del rumbo no lo podían ver y le habían puesto el apodo de Antonio, el Chaleco. Al escucharlo, y conociendo los antecedentes, Lorenza se aterró, mientras el hombre sacó dos armas grandes e invitó a la mujer a sentarse. Ella le rogó que le permitiese llegar a la Villa, ofreciéndole volver, a lo que accedió el hombre. Lejos de hacerlo, la Urrutia volvió a México y se salvó.
El otro testimonio es el de Clara González, de setenta años, propietaria de un tendajón, que declaró conocer la mala fama de Antonio el Chaleco y deseó conocerlo. Algunas mujeres se lo enseñaron y desde entonces pudo notar que pasaba por la calzada en varias ocasiones y al verlo, las mujeres se escondían.
El Chalequero fue condenado a muerte en 1888. Más tarde, su sentencia fue permutada por una pena de veinte años en San Juan de Ulúa.
Sin embargo, reapareció en 1908 después de otro homicidio por los mismos rumbos, haciendo eco del viejo adagio: el asesino siempre vuelve al lugar del crimen.
El 28 de abril apareció el cadáver de una anciana degollada en los márgenes del Río Consulado. Vestía humildemente y uno de los vecinos dijo haberla visto varias veces en una pulquería conocida como Las Tres Piedras, acompañada de otro anciano.
El reportero de El Imparcial concluyó que las huellas del cuchillo que presentaba el cadáver correspondían a "la cuchillada de borrego" y exactamente al estilo del Chalequero. Esta información llenó de pavor a la población.
Con este dato, la policía investigó en torno al paradero de Guerrero y descubrió que había abandonado la prisión de San Juan de Ulúa dos años atrás, sin conocerse su paradero. El reportero indagó que Guerrero había regresado a vivir con una mujer llamada Antonia Gómez y que ambos trabajaban de porteros en una casa de la calle de San José de Gracia. Al entrevistar a Antonia, averiguó que la pareja se había disgustado y el criminal había abandonado la casa.
Más tarde, Antonia se enteró por una amiga que había visto a Guerrero con una anciana de pelo blanco y enaguas negras por el rumbo de Río Consulado.
El Chalequero fue descubierto y reaprehendido dos a semanas después. Confesó que había conocido a su víctima en la cantina El Morito, donde se tomaron unas copas y salieron a caminar por el río. Como en una película, el Chalequero volvió su vista veinte años atrás y terminó de matarla como a las otras mujeres.
Durante el juicio, seguido de cerca por cientos de personas, fue condenado a la pena capital. Empero, por segunda ocasión, se salvó del patíbulo. A los poca días de ser sentenciado, su cadáver fue encontrado en su celda de la cárcel de Belén; una fuerte tuberculosis terminó con su existencia.
Su entierro fue desairado y su cadáver fue a la fosa común.
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