miércoles, 22 de enero de 2020

Payaso multado por ser ovacionado, 1883


(Basado en: José L. Cossío, Guía retrospectiva de la Ciudad de México, 1248-249.)

El circo es una de las costumbres populares más arraigadas entre los capitalinos. El pueblo concurre gustoso a muchos de ellos, como el de Orrín, el Chiarini o El Nacional.
En el primero, actuaba Ricardo Bellini, quien salía al escenario vestido de blanco, al estilo de Pierrot, Con la cara enharinada, pintada de colores y el copete terminado en punta; usaba largos bolsillos en el pantalón de donde sacaba todo tipo de instrumentos musicales excéntricos: botellas, cascabeles, campanas y, sobre todo, su cafetera.
Bellini era la delicia de todos los concurrentes. Nacido en Londres, en 1859, llegó a México a los diez años de edad por primera vez, para luego volver a radicar aquí, formando su propio circo. Cada actuación suya resultaba inolvidable, pues cada vez que salía a la pista, dice Luis G. Turbina, "sale el sol en los cielos de la inocencia."
Pero a veces la inocencia se convertía en una crítica al gobierno. Un cronista recuerda que al expedirse la Ley del Timbre, por parte del primer gobierno porfirista, Bell se presentó con su traje de payaso cubierto con estampillas a granel. El chiste le costó una multa de cincuenta pesos.
El pueblo acudía con gran placer a divertirse al Orrín, cuya capacidad, dos mil butacas, era abarrotada semana a semana. Uno de los momentos más gratos, le costó a Ricardo Bell una multa de cincuenta pesos por un chiste que tenía una historia tragicómica.
Resulta que el gobierno de Manuel González, con el decreto de 16 de diciembre de 1881, creó una moneda de uno, dos y cinco centavos con liga de setenta y cinco a ochenta por ciento de cobre y de veinte a veinticinco de níquel, estableciendo que la emisión no podía ser de más de cuatro millones de pesos.
El valor del níquel era de ocho pesos el kilo y del cobre de sesenta y cinco centavos, así que acuñación dejaba grandes utilidades, por lo que se acuñó más moneda de la que se necesitaba. Fue tanto el descrédito que se excluyó del mercado a todas las demás monedas y se vendía por peso y con menor valor que el legal.
Dos años después del decreto, en vísperas de la Navidad, la población no aguantó más. Hubo una sublevación de las placeras de los mercados de El Volador y de La Merced, quienes, enardecidas se dirigieron hasta Palacio Nacional, al que apedrearon, gritando contra el gobierno y rompiendo vidrios y faroles. A los guardias les arrojaban puños de monedas.
Cuando la multitud se encontraba más enardecida, apareció el general Manuel González, sin ninguna escolta, por la calle de Seminario. Al ser reconocido fue apedreado. El presidente abrió la portezuela, se bajó del coche y la muchedumbre, impresionada por este acto de valor, le abrió el paso hasta la puerta Mariana, por donde entró a Palacio.
La guardia hizo una descarga al aire y salieron patrullas para desalojar la plaza. Todo el día recorrieron la ciudad piquetes de tropa, por lo que los actos de protesta debieron suspenderse.
La prensa oficial al dar la noticia dijo que al llegar el presidente Manuel González a Palacio Nacional, el pueblo lo había recibido entre aplausos y vítores.
Y aquí es donde Ricardo Bell entra en esta historia. Durante su actuación dominical en el Circo Orrín, apareció en el redondel dando vueltas a toda carrera y, tras él, el director corría dándole de chicotazos, mientras Bell gritaba a voz en cuello:
-¡Ya no más ovaciones, Mister Orrín!
La multa que debió pagar el célebre payaso fue de cincuenta pesos.


(Tomado de: Sánchez González, Agustín - Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la ciudad de México en el siglo XIX. Ediciones B, S.A. de C.V., México, D.F., 2006)

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