miércoles, 18 de septiembre de 2019

Manuel "Pulgarcito" Ramos

La gloria a 20 segundos, Ramos vs Frazier


El periódico de los deportistas, como pomposamente se autonombraba Esto, anunciaba en una de sus páginas interiores, no se sabe si con inocencia, con dolo o ignorancia: “¡Nacerá un nuevo campeón y será mexicano!” Una línea aérea nacional, que quiso guardar el anonimato, anunciaba que si “Pulgarcito” Ramos ganaba, pondría a su disposición un jet particular para su regreso. Esos eran los únicos augurios favorables para Manuel “Pulgarcito” Ramos en su intento por arrebatarle el título mundial de los pesos completos al norteamericano Joe Frazier.
La oportunidad surgió, como el propio Ramos, de la nada. Rara avis en el ambiente del boxeo mexicano -un peso pesado entre aguerridos pesos pequeños-, destacó por ello mismo. No lo pensó mucho; si se quedaba aquí, no cumpliría la meta que lo había empujado al boxeo: “Ganar dinero y vivir de mis rentas”, y partió para Estados Unidos. Allá derrotó a peleadores que estaban en declive. Poseía la combatividad de los pequeños peleadores mexicanos y el peso de dos de ellos juntos, así como un excelente gancho al hígado. Las sucesivas y fáciles victorias le dieron fama como para aspirar al campeonato que poseía el norteamericano Joe Frazier. Pero nuestro “Pulgarcito” sólo era un ídolo de cuentos de hadas.
La corona de Frazier era motivo de controversia. Medallista de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, Joe encontró, por casualidad, el lugar vacante; se lo habían arrebatado a Cassius Clay. Le querían dar una lección a ese negro insolente que había rehusado presentarse al servicio militar para no ir a Vietnam. Naufragando y con un campeón en entredicho, la Asociación Mundial de Boxeo le propuso a George Parnassus enfrentarlo a la supuesta maravilla mexicana de los pesados, Manuel “Pulgarcito” Ramos. Se programó el combate para el 24 de junio de 1968. 
Las cosas empezaron a salir mal. El Esto seguía paso a paso las aventuras del gigante tlacoyero: que “Pulgarcito” sufría porque Pancho Rosales, su manager, no lo dejaba ir a ver a los Tijuana Brass; que se veía desmejorado por la falta de alimento; que en los entrenamientos era dominado por sus sparrings; que sufría con el mal del “jamaicón”; en fin, que no calentaba a la prensa, la cual seguía considerándolo un desconocido y fácil pichón, aun para el descolorido campeón. 
La televisión, que en un principio había mostrado poco interés en la transmisión, accedió y nos trajo los pormenores desde el Madison Square Garden, donde se efectuó el combate. Los comentarios se centraban en los diez centímetros que le sacaba Ramos al negro norteamericano, como si en eso se fincara la deseada victoria.
Inició la pelea; apenas había pasado un minuto cuando Frazier descargó un gancho de izquierda a la cara y lo remató con un golpe al cuerpo. El mexicano se amarró a la cintura del negro. Ramos contraatacó con un fuerte derechazo a la cabeza, Frazier se tambaleó. Los comentaristas mexicanos gritaron: “¡Está noqueado, está noqueado!” Pero “Pulgarcito” se quedó pasmado, inexplicablemente no lo siguió. El norteamericano, en plena huída, soltó un derechazo a la cabeza y Ramos se estremeció. La campana sonó y la mirada fija de “Pulgarcito” ofrecía malos augurios.
Para el segundo round, Frazier salió decidido a terminar el combate. Cuatro golpes al rostro arrojaron a Ramos a la lona. Se incorporó lentamente a la cuenta de ocho. El norteamericano estaba incontenible y ya no obtenía respuesta. Una izquierda a la nariz detuvo el combate. Ramos se había quedado a 20 segundos de la gloria…


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

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