miércoles, 11 de julio de 2018

Sor Juana Inés de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz




Juana de Asbaje, poetisa mexicana nacida en 1651, en San Miguel Nepantla, al pie de los volcanes que dominan el valle de México, desde muy pequeña se reveló poseedora de singular talento; siendo aún de pocos años figuró en la corte de los Marqueses de Mancera como dama de la Virreina, donde fue admirada por hermosa y erudita. Muy joven todavía, ingresó como religiosa al convento de Jerónimas de la Capital de Nueva España, y allí continuó dedicada al estudio de las ciencias y al cultivo de las bellas artes, particularmente de la poesía. En 1695, durante una epidemia que asoló la colonia, murió después de haber atendido heroicamente a sus hermanas de religión atacadas por la peste.

La poetisa escribió sonetos, liras, silvas y composiciones menores como letrillas, villancicos, redondillas y otras más, aparte de varias obras dramáticas de singular importancia.

La cultura de Sor Juana Inés de la Cruz es un producto auténtico del coloniaje; en su obra se muestran de modo ostensible las influencias de la península, unidas a condiciones peculiares del medio novohispano en que se producen. Muy a menudo sigue Sor Juana las huellas de los poetas culteranos y en ocasiones no escasas, las de los conceptistas.






En que satisfaga un recelo


Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.
Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
 
 
 
Procura desmentir los elogios

Éste que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido:
es un vano artificio del cuidado;
es una flor al viento delicada;
es un resguardo inútil para el hado;
es una necia diligencia errada;
es un afán caduco, y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.


Sor Juana ocupa lugar distinguido como autora de obra teatral importante. Si la relacionamos con Juan Ruiz de Alarcón, debemos recordar que el nacimiento de la que había de ser llamada la Décima Musa, ocurrió a solo doce años de distancia de la muerte del que, mexicano como ella, produjo obra notable en el período más luminoso del teatro del Siglo de Oro.

La monja jerónima no salió nunca de la capital de la Nueva España y en el claustro produjo su obra dramática. Dentro de ella, la producción más celebrada es Los Empeños de una Casa, en la que Leonor, la protagonista, cuenta su propia vida que a muchos ha parecido ser precisamente evocadora de la que en la corte vivió Juana de Asbaje.

En Los Empeños de una Casa hay escenas que, por su fluidez, gracia y travesura, recuerdan algunas de las admiradas en el teatro de Lope de Vega. Por la forma de sus conceptos, castiza y sentenciosa, ofrece también parecido con la de Ruiz de Alarcón.

Aunque la obra mencionada se desenvuelve en España, de modo visible muestra la autora su mexicanidad, especialmente en el tipo del gracioso –Castaño, el criado del caballero que enamora a Leonor- al que pinta como nacido en las Indias y devoto de Martín Garatuza, el famoso truhán que por sus fechorías irreverentes y hasta sacrílegas fue condenad por la Inquisición.

El gracioso de Los Empeños de una Casa es un tipo verdaderamente cómico, que actúa en situaciones en las que Sor Juana se burla de los enredos de la corte virreinal que ella conoció y, con perspicacia delicadísima y perfecto equilibrio moral, pinta a los hombres y a las mujeres que en aquel ambiente se movían.

A través de Castaño expresa Sor Juana los más regocijados juicios reveladores de la frescura de espíritu de tan excepcional mujer.



(Tomado de: Soledad Anaya Solórzano – Literatura española. Editorial Porrúa, S.A. México, D.F. 1971)




 
Sor Juana Inés de la Cruz
 
 
Juana de Asbaje, más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz o la Décima Musa, no necesita presentación alguna. Su nombre, junto con el de Ruiz de Alarcón, es indudablemente el más esclarecido de las letras mexicanas, y su obra, según el consenso de la crítica, la más divulgada.

Nacida en San Miguel Nepantla en 1651 y fallecida en 1695 en la Ciudad de México, en sus 44 años de vida logró edificar un monumento literario que le ha ganado un sitio entre los inmortales de nuestro idioma.

Fue Sor Juana, por lo demás, un espíritu vasto y prolífico que lo mismo labró joyas imperecederas de la poesía erótica y mística, del teatro y de la prosa, que se detuvo, mexicana al fin. A ensayar en la artesanía literaria de insoslayable corte popular.

Antes de ingresar al convento, Sor Juana distraía sus ocios cortesanos, y los de sus protectores virreinales, con juegos literarios en los que refleja, por más que sus críticos no lo adviertan con frecuencia, la sonrisa del pueblo.

De cómo manejaba la Décima Musa el epigrama, gusanillo al que ni siquiera los espíritus más refinados se conservan inmunes, son los siguientes ejemplos:



A una fea, presumida de hermosa:
 
Que te dan en la hermosura
la palma, dices, Leonor;
la de virgen es mejor,
¡que tu cara la asegura!
No te precies con descoco
que a todos robas el alma,
que si te han dado la palma,
es, Leonor, porque eres coco.

A un capitán:
 
Capitán es ya don Juan,
mas quisiera mi cuidado
hallarle lo reformado
antes de lo capitán.
Porque cierto que me inquieta,
en acción tan atrevida,
ver que no sepa la brida
y se atreva a la jineta.
 

A un borrachín linajudo:
 
Porque tu sangre se sepa,
cuentas a todos, Alfeo,
que eres De Reyes; yo creo
que eres de muy buena Zepa.
Y que, pues a cuantos topas
con esos Reyes enfadas,
tus Reyes, más que de Espadas,
debieron de ser de Copas.


Y por último, estos villancicos en los que la voz de Sor Juana se confunde con la del pueblo:

El Alcalde de Belén,
en la Noche Buena, viendo
que se puso el azul, raso
como un negro terciopelo,
hasta ver nacer el Sol,
de faroles llena el pueblo…

Una voz:
Con farol encendido, iba un ciego
diciendo, con gracia:
¿Dónde está la Palabra nacida,
que no veo palabra?
 
Otra voz:
Sin farol venía una dueña,
guardando el semblante,
porque dicen que es muy conocida
por sus navidades.
 
Otra voz:
Un poeta salió sin linterna,
por no tener blanca;
que aunque puede salir a encenderla,
no sale a pagarla.
 
Una voz más:
Del doctor el farol apagóse,
al ir visitando;
por más señas, que no es el primero
que muere en sus manos.
 
 

(Tomado de: Elmer Homero (Rodolfo Coronado) – El despiporre intelectual, Antología de lo impublicable)




 
 
 
 
 

 

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