domingo, 15 de junio de 2025

Escándalo en la casa Tornell

 


[Manuel Álvarez Bravo - La buena fama durmiendo]


Escándalo en la casa Tornell


Era insuficiente el tiempo destinado al estudio del desnudo en la escuela de arte de San Carlos. Unas horas semanarias frente al prodigio de la mujer no podían bastar. ¿Por qué es tan hermoso, plásticamente hablando, el cuerpo femenino? ¿Cuál es el secreto de su equilibrio, de su gracia? ¿Había que buscar en la ordenada función de cada una de sus partes el origen de la armonía? ¿Nace la emoción estética de la adecuada relación entre el órgano y su razón de ser? 

¿Cómo explicarse coincidencias casi universales en la estética, a la vez que divergencias profundas de un hombre a otro? ¿Se oculta en el alma individual el concepto de lo bello? ¿Varía conforme a esa luz, a ese viento, a esa sombra que no otra cosa es cada vida? ¿Todo se reduce a ecuación tan simple como la de que ambientes similares condicionan nociones afines? El genio, entonces, ¿dónde queda? 

Mis compañeros de clase me comisionaron para que buscara un sitio, fuera de San Carlos, donde pudiéramos prolongar nuestras prácticas de desnudo. Estábamos convencidos de la necesidad de profundizar nuestros conocimientos acerca de la mujer, milagrosa como el sol y cuyo misterio empieza en el calor que irradia. 

Yo era amigo de Carlos Tornell, miembro de una familia de abolengo porfiriano, hijo de padres millonarios. En su casa, en la calle de Las Artes, tenía un taller de pintura que consumía largos ocios. A cambio de su usufructo le ofrecía una estatua de yeso de la Venus de Milo. 

Sellamos el compromiso, pero me advirtió que tuviéramos buen cuidado de tocar en la puerta de la cochera y preguntar por el mayordomo.

Con bastidores y caballetes a cuestas, con estuches de lápices, pinturas y carboncillos, al día siguiente nos dirigimos al taller. En el centro del grupo de quince estudiantes caminaba oronda La Chatita, nuestra modelo.

Parecíamos excursionistas excéntricos y así como el niño alucinado vislumbra en una feria todos los goces posibles, nosotros anticipábamos los más grandes triunfos en el arte de la pintura. Quizá hasta igualaríamos a los clásicos y entre nosotros se encontraban, todavía desconocidos dos o tres Miguel Ángeles, un par de Leonardos”.

En tropel desnudaron a La Chatita. Quién se ocupa de sus zapatos, quién de las medias, quiénes de las prendas más íntimas. Ella aspiraba el aire como si estuviera en el campo y paseaba su mirada por el estudio, amplio y lleno de luz. Cuán distinto era el salón de San Carlos. "Aquí -decía con su sonrisa- floreceremos todos". Y posaba. 

-Así no Chatita, con el busto erguido. Piensa en tu hombre y llámalo con el cuerpo.

-Pero cierra las piernas.

Empezaron a trabajar. De vez en cuando cambiaban comentarios. Estaban construyendo su propia vida de artistas.

Una llamada enérgica en la puerta, que habían cerrado con llave, introdujo el sobresalto.

-¿Quién es?

-El mayordomo. Ordena la señora que me permitan entrar para sacar un libro. 

-Dígame qué libro es. Yo se lo doy.

Larga pausa.

-Ordena la señora que tengan la bondad de abrir inmediatamente y me dejen entrar para sacar yo mismo el libro.

Siqueiros insistió:

-Dígame cuál es. Yo se lo doy con mucho gusto.

-¡Que abran, dispone la señora!

Balbuceo David:

-No podemos, porque se velan. 

Sentí la mirada interrogante de mis compañeros: ¿por qué diría algo tan extraño, si los dibujos al carboncillo no se velan?

Pero ahora la propia señora descargaba su ira contra la puerta. 

-¿Qué están haciendo en mi casa? ¡Abran, miserables!

Aturdido, sólo tenía una respuesta:

-Se velan, señora, se velan, comprenda usted.

-Si están marchando esta casa santa. ¡Abran! ¡Abran!

El estrépito que escuchamos a partir de ese momento nos indicó que el mayordomo, auxiliado por otros sirvientes, se proponía derribar la puerta. Vestimos a La Chatita con toda la rapidez posible. Alguien acercaba una media, otro le ponía la liga, algunos le ajustaba el corpiño. 

-Vagos asquerosos. Revuélquense con prostitutas en los burdeles, pero no en esta casa -nos despidió una voz aguda, a punto de disolverse en llanto. 

El escándalo había trascendido hasta la calle. No sé cuántas personas, pero sin duda muchas vieron salir de la cochera a una muchacha a medio vestir rodeada de jóvenes que arrastraban extraños aparatos de madera, los caballetes y bastidores. 

-Se trata de un secuestro y una violación oí decir.

-Sí, pero qué raro que haya sido aquí.

-¿Y tantos? ¡Qué horror!

Una viejecita dio su propia opinión:

-Y lo peor es que son pornográficos, ¿verdad?”


(Tomado de: Scherer García, Julio – Siqueiros, la piel y la entraña. Ediciones Era, S.A. México, D.F., 1974)

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