Arenga de Iturbide
Al instalar el Congreso el 24 de febrero de 1822
[Alabanza a la Independencia.]
Agustín de Iturbide
Señor:
Bien puede gloriarse el pueblo mexicano de que puesto en posesión de sus derechos, es árbitro para fijar la suerte y los destinos de ocho millones de habitantes y de sus innumerables futuras generaciones. Esta gloria, digna de una nación virtuosa e ilustrada, fue justamente uno de los motivos sublimes que me decidieron a formar el plan de independencia, que firmé hoy hace un año en Iguala, y dirigí al Virrey, y a todos los jefes y corporaciones de esta América; que el 2 de Marzo proclamé y juré sostener con el Ejército Trigarante y que ratificado en Córdoba el 24 de Agosto recibe por último todo el lleno en la feliz y deseada instalación de V.M.
Confieso ingenuamente que si jamás me arredraron las grandes dificultades que de suyo presentaba la empresa, tampoco estuvo en mi previsión el colmo de los felices acontecimientos que apresuraron y siguieron el éxito, que creo no acaban aún de desenvolverse, y han de formar un cuadro que vean con asombro nuestros nietos. ¡Lejos de mí la vana presunción de arrogarme el pomposo título de libertador de la patria! Soy el primero que tributo la más sincera gratitud a los esforzados ciudadanos que con su valor, su celo, su ilustración y desinterés cooperaron a mi designio para llevarlo felizmente al último término.
Empero, tengo las dulce satisfacción de haber colocado a V.M. augusta en el sitio donde deben dictarle las mejores leyes, en total quietud, sin enemigos exteriores ni en la vastísima extensión del Imperio, pues que no pueden considerarse como tales, por su nulidad, trescientos españoles imprudentes que existen en el castillo de San Juan de Ulúa, ni los poquísimos mexicanos que por equivocados conceptos o por ambición propia, pudieran intentar nuestro mal. La dominación que sufrimos trescientos años fue sacudida casi sin tiempo, sin sangre, sin hacienda, de un modo maravilloso. El país está enteramente tranquilo y bien dispuesto: el Dios de la Sabiduría y de los Ejércitos, así como protegió visiblemente al trigarante mexicano, se digne por su infinita misericordia ilustrar y sostener a V.M.
En efecto, me lisonjeo de haber llegado al término de mis ardientes votos, y miro con placer levantarse el apoyo de las esperanzas más halagüeñas, porque nuestra felicidad verdadera ha de ser el fruto de los desvelos, de las virtudes y de la sabiduría de V.M. Señor, aún no hemos concluido la grande obra, y no faltan peligros que amenazan nuestra tranquilidad; no más que amenazan.
Por fortuna está uniformado el espíritu de nuestras provincias; ellas espontáneamente han sancionado por sí mismas las bases de la regeneración, únicas capaces de hacer nuestra felicidad, y ya dan por concluida, conforme a sus votos, la constitución del sistema benéfico que ha de poner el sello a nuestra prosperidad; no faltan, con todo, genios turbulentos que arrebatados del furor de sus pasiones, trabajan activamente por dividir los ánimos e interrumpir la marcha tranquila y majestuosa de nuestra libertad. ¿Quién hay que pueda ni se atreva a renovar el sistema de la dominación absoluta, ni en un hombre solo, ni en muchos, ni en todos? ¿Quién será el temerario que pretenda reconciliarnos con las máximas aborrecidas de la superstición?
Se habla, no obstante, se escribe, se declama contra el servilismo, bajo el concepto más odioso; se señalan con el dedo partidario de él; se cuenta su excesivo número; se exagera su poder, y tal vez se añade, por un audaz de mala intención, que el gobierno le favorece. Por el contrario, ¡qué de invectivas contra el liberalismo exaltado! Se persigue, se ataca, se desacredita, como si estuviéramos envueltos en los funestos horrores de una tumultuosa democracia, o como si no hubiese más ley que las voces desconcertadas de un pueblo ciego y enfurecido. Se cree minado el sodio augusto de la Religión y entronizada la impiedad. ¡Qué delirio! así se siembra el descontento, se provoca la desunión, se enciende la tea de la discordia, se preparan las animosidades, se fomentan las facciones y se buscan las trágicas escenas de la anarquía. Estas son puntualmente las miras atroces de unos pocos perturbadores de la dulce paz. ¡Seres miserables que vinculan su suerte en la disolución del Estado, que en las convulsiones y trastornos se prometen ocupar puestos que en el orden no pueden obtener, porque carecen de las virtudes necesarias para llegar a ellos; que a pretexto de salvar a los oprimidos, meditan alzarse con la tiranía más desenfrenada; que a fuer de protectores de la humanidad, precipitan su ruina y desolación! ¡Ah! líbrenos el cielo de los espantosos desastres que se nos han pronosticado por algunos espíritus débiles y por otros dañados para los momentos críticos en que vamos a constituirnos. Las naciones extranjeras nos observan cuidadosamente, esperando que se desmientan o verifiquen tan ominosos anuncios, para respetar nuestra cordura o para aprovecharse de nuestra ineptitud.
Pero V.M., superior a las instigaciones y tentativas de los malvados, sabrá consolidar, entre todos los habitantes de ese imperio el bien precioso de la unión, sin el cual no pueden existir las sociedades; establecerá la igualdad delante de la ley justa; conciliará los deseos e intereses de las diversas clases, encaminándolas todas al común. V.M. será el antemural de nuestra independencia, que se aventuraría, manifiestamente destruida la unidad de sentimientos; será el protector de nuestros derechos, señalando los límites que la justicia y la razón prescriben a la libertad, para que ni quede expuesta a sucumbir al despotismo, ni degenere en licencia que comprometa a cada instante la pública seguridad. Bajo los auspicios de V.M. reinará la justicia, brillarán el mérito y la virtud; la agricultura, el comercio y la industria, recibirán nueva vida; florecerán las artes y las ciencias; en fin, el Imperio vendrá a ser la región de las delicias, el suelo de la abundancia, la patria de los cristianos, el apoyo de los buenos, el país de los racionales, la admiración del mundo y monumento eterno de las glorias del Primer Congreso Mexicano.
Desde ahora me anticipo, Señor, a celebrarlas, y tan satisfecho del acierto en las deliberaciones del Congreso, como decidido a sostener su autoridad, porque ha de cerrar las puertas a la impiedad y a la superstición, al despotismo y a la licencia, al capricho y a la discordia, me atrevo a ofrecerle esta pequeña muestra de los sentimientos íntimos e inequívocos de mi corazón y de la veneración más profunda.
(Tomado de: Briseño Senosiain, Lillian; Ma. Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre (investigación y compilación) - La independencia de México: Textos de su historia. Tomo III El constitucionalismo: un logro. Coedición SEP/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, D.F., 1985)
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