La ocupación de Veracruz
Justino Palomares
A las once y veinte minutos de la mañana del memorable día 21 de abril, las alarmantes noticias que desde días atrás venían circulando en la ciudad de Veracruz, respecto a la intervención armada de los Estados Unidos de Norteamérica, cristalizando en un formal desembarco de fuerzas de dicha nación en el puerto.
En efecto, a la hora indicada los habitantes que pululaban por los diversos muelles pudieron advertir que del cañonero Praire descendían con gran rapidez soldados de infantería yanqui, ocupando once espaciosos botes de gasolina, los cuales fueron remolcados inmediatamente rumbo al muelle Porfirio Díaz, donde desembarcaron.
Habían transcurrido unos cuantos minutos, cuando una porción de botes tripulados por la marinería del Florida y del Utah arribaron al propio muelle, efectuando el desembarque respectivo. El pánico que se apoderó de la pacífica muchedumbre expectante hízose desde luego indescriptible. Con rostros pálidos, nerviosos, locuaces otros, pronto se eliminaron los curiosos del lugar invadido.
Tras un breve preparativo, el contingente de la fuerza yanqui inició su marcha hacia la población y en derechura a la calle de Montesinos. Un pelotón de sesenta hombres del Florida se desprendió del grupo, dirigiéndose al edificio de correos y telégrafos, del que tomaron posesión sin encontrar resistencia e instalando un servicio de vigilancia en el exterior e interior del edificio.
El resto de la fuerza invasora, fragmentada en grupos de cincuenta hombres se colocó formando ángulo en las bocacalles siguientes: Morelos y Benito Juárez, Morelos y Emparan, Morelos y Pastora, Montesinos e Independencia, Montesinos y Cortés, Montesinos y Bravo, y Montesinos e Hidalgo.
Al presentarse la fuerza invasora en la esquina de Morelos y Emparan fue recibida por la descarga de un pequeño grupo de voluntarios comandados por el teniente coronel Manuel Contreras, los que pecho a tierra esperaban a la fuerza enemiga en la esquina de Independencia y Emparan. Desde ese momento los invasores rompieron el fuego cubriendo con sus disparos de fusilería y ametralladoras toda la trayectoria de las calles que dominaban, y aunque de manera muy débil e intermitente, por falta de jefes y oficiales federales, el fuego continuó incesante.
Como a las tres de la tarde fue desembarcada una pieza de artillería de montaña de medio calibre, la que fue colocada en batería, haciendo sus primeros disparos sobre la torre del antiguo faro Benito Juárez al que causaron terribles desperfectos, habiéndolo tomado como blanco por haber notado el incesante fuego que desde aquel lugar hacían algunos voluntarios...
Cerca de las cinco de la tarde una fuerza del Utah avanzó sobre la aduana acribillando a balazos el caserío comprendido entre el Hotel México y el Hotel Oriente, desde donde algunos individuos vestidos de paisanos... denodadamente trataban de detener su avance, disparándoles con rifles y pistolas... Tras de una media hora de fuego mortífero, la fuerza yanqui no se no se posesionó del edificio de la aduana... sino de la esquina de Lerdo y Morelos, que, desgraciadamente para los heroicos veracruzanos, les sirvió para tirotear con éxito a los voluntarios y contados federales que hacían resistencia desde las alturas y columnas de los portales Diligencias, Universal y Águila de Oro. Esta fuerza fue sin duda la que causó mayor número de muertos entre los combatientes pacíficos que se hallaban con los federales, cosa fácilmente explicable, dado que dirigían sus fuegos sobre el lugar de la población donde la rapidez del conflicto había aglomerado mayor número de personas.
Tenida por los principales jefes de la fuerza invasora, la idea de hacer en las bocacalles trincheras, procedió el pelotón destacado en la esquina de Emparán y Morelos a destruir la puerta de la bodega del comerciante Barquín, de nacionalidad española, de donde tomaron en abundancia sacos de maíz, café y frijol, con los cuales formaron las trincheras que se habían propuesto construir provisionalmente. En esta misma bodega los invasores paladearon varias clases de comestibles y escanciaron de los diversos licores hasta embriagarse.
De las seis de la tarde en adelante, el fuego se hizo menos intenso, disparándose, sin embargo, tiros de fusil y de ametralladoras sobre los sospechosos que atravesaban las calles vigiladas por los invasores.
Los yanquis establecieron un servicio sanitario en la estación terminal y vivaquearon en sus posiciones, no dejando con vida a los transeúntes que por su presencia pasaban.
El cañonero Praire, que fue el primero en proporcionar fuerzas, durante la tarde efectuó disparos sobre la gente pacífica, que huyendo de la irrupción invasora se dirigía rumbo a los Médanos.
Todos los norteamericanos de la ciudad, a quienes les sorprendió (?) la invasión en el puerto, se refugiaron en el Consulado, desde donde, bien armados y municionados, hacían fuego a los mexicanos que transitaban por la acera.
La ciudad heroica sostenía el empuje del bárbado enemigo con un valor espartano, mientras que el general Gustavo Adolfo Maas, comandante militar del puerto, con inmenso júbilo acataba las órdenes de retirarse a lugar seguro, por "no contar con suficiente fuerza, ni estar la ciudad preparada para resistir el ataque."
Tenida por los principales jefes de la fuerza invasora, la idea de hacer en las bocacalles trincheras, procedió el pelotón destacado en la esquina de Emparán y Morelos a destruir la puerta de la bodega del comerciante Barquín, de nacionalidad española, de donde tomaron en abundancia sacos de maíz, café y frijol, con los cuales formaron las trincheras que se habían propuesto construir provisionalmente. En esta misma bodega los invasores paladearon varias clases de comestibles y escanciaron de los diversos licores hasta embriagarse.
De las seis de la tarde en adelante, el fuego se hizo menos intenso, disparándose, sin embargo, tiros de fusil y de ametralladoras sobre los sospechosos que atravesaban las calles vigiladas por los invasores.
Los yanquis establecieron un servicio sanitario en la estación terminal y vivaquearon en sus posiciones, no dejando con vida a los transeúntes que por su presencia pasaban.
El cañonero Praire, que fue el primero en proporcionar fuerzas, durante la tarde efectuó disparos sobre la gente pacífica, que huyendo de la irrupción invasora se dirigía rumbo a los Médanos.
Todos los norteamericanos de la ciudad, a quienes les sorprendió (?) la invasión en el puerto, se refugiaron en el Consulado, desde donde, bien armados y municionados, hacían fuego a los mexicanos que transitaban por la acera.
La ciudad heroica sostenía el empuje del bárbado enemigo con un valor espartano, mientras que el general Gustavo Adolfo Maas, comandante militar del puerto, con inmenso júbilo acataba las órdenes de retirarse a lugar seguro, por "no contar con suficiente fuerza, ni estar la ciudad preparada para resistir el ataque."
(Tomado de: Contreras, Mario, y Jesús Tamayo - Antología. México en el siglo XX, 1913-1920, textos y documentos. Tomo 2. Lecturas Universitarias #22. Dirección General de Publicaciones UNAM, 1983)
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