lunes, 10 de agosto de 2020

Levantamiento guerrillero en Chiapas V

El Subcomandante Marcos tuvo especial interés en hacer pública la versión del combate militar por parte del EZLN durante la entrevista que le hiciera La Jornada los días primeros de febrero. Parte de su orgullo guerrillero lo impulsó a ser reconocido como estratega. Es por su vanidad que ya es verdad publicada que para los miembros del EZLN hubieron, por lo menos, 180 bajas en las filas del Ejército.
Calificando como "maravilla militar" a sus acciones de los primeros días de enero, el Subcomandante Marcos insiste en tener reconocimiento en ese aspecto, asegura no haber "copiado la ofensiva del 89 en San Salvador", y otorga elementos invaluables para juzgar la conducta de los militares, del general Riviello y del general Godínez, que tanto insistieron ante el Primer Mandatario para combatir a la guerrilla cuando descubrieron el campamento de Corralchém: "...ya estábamos esperando. El Ejército cometió un error al retirarse, si ya estaban allí. Nosotros estábamos a punto de activar la ofensiva que estaba planeada para fin de año... si no en mayo hubiera tronado".
Con verdadera fascinación, la que curiosamente no he encontrado entre los militares de diversos grados con quienes conviví durante las jornadas armadas, Marcos acepta: "no se quién estaba al mando de Rancho Nuevo... pero el que estuvo hizo bien, se defendió bien. Nosotros fingimos atacar por el flanco derecho para atacar por los dos lados, pero ellos se defendieron por los dos lados, también. Entonces cuando mandamos a una patrulla a chocar se da el choque, hay muertos de los dos lados... nos desbarataron la ofensiva, pues. Estábamos todavía aprendiendo. Estamos aprendiendo".
Cuando entra a hablar de Ocosingo ya no es tan claro el seguimiento, no se refiere a las batallas con igual entusiasmo. Y sí hace hincapié en que los guerrilleros se sacrificaron, ofrecieron sus vidas para defender a la población civil.
Es obvio que la discusión histórica, que la referencia obligada será Ocosingo.
"Nuestros militares tiraron desde una posición fija, cosa que es suicida para cualquier francotirador, que tiene que cambiar de posiciones, pero lo hicieron por sacar a los civiles... perdimos en el peor de los casos 40 compañeros" afirma el jefe guerrillero.
Quizás lo más interesante de sus declaraciones sea, en total acuerdo con la desaprobación de los altos jefes militares que se enfurecieron ante la prematura orden de cese al fuego: "...y de pronto me dicen alto al fuego. Chin. Párate, algo pasó. Se supone que esto deba pasar cuando ya tengamos meses peleando... nosotros estábamos corriendo, no estábamos afrontando con nuestros heroicos pechos las balas del enemigo..."
***
Los miembros del autollamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional recogieron a la mayoría de sus muertos y de sus heridos. Como parte de su estrategia guerrillera para no aceptar derrotas frente al enemigo, no dejar rastros o permitir la identificación de sus miembros.
No es tan claro el motivo de las fuerzas armadas para negar el número y el nombre de sus muertos. O la razón del gobierno para hacerlo.
Oficialmente se ha dicho, ya terminada la guerra -cuando continúa la tregua, el periodo de no agresión- que sus bajas fueron 14, incluidos dos capitanes. Sin embargo en esta lista, que se ha mantenido discretamente fuera del alcance de los medios de comunicación, no aparece el teniente coronel que estaba como segundo comandante del 24°. Regimiento de Caballería, ni los 30 militares muertos en El Corralito, ni tampoco los 14 emboscados al llegar a Rancho Nuevo. Y aquellos que se van conociendo entre los militares, poco a poco.
Los enterados en el ámbito castrense, hablan de un mínimo de 300, y aceptan que haya habido cerca de 400 muertes entre "zapatistas" y la población civil. No los 40 aceptados por "Marcos".
Quienes están cerca del poder civil aumentan esta cifra, contando las bajas de los tres sectores, a un mínimo de mil. El silencio oficial al respecto es poco lógico.
Cualquiera podría creer que morir por la patria es algo que debe llenar de orgullo a familiares, a compañeros, a jefes, a la institución que conocemos como Ejército mexicano. Quizás estén obligados a guardar silencio. Es más fácil, al menos para el Presidente Salinas, evitar la responsabilidad histórica de haber ordenado su muerte. O sea más conveniente para la propaganda en el exterior que se hable de unos cuantos, apenas más de una centena, muertos en una pequeñita revuelta, que no revolución, que tuvo lugar en unos cuantos, pocos, municipios del estado de Chiapas, uno de los muchos que conforman a la República Mexicana.
Cada cual juega al olvido como mejor le conviene. Al menos sexenalmente.
Lo cierto es que ninguno de los generales, jefes de las operaciones armadas en Chiapas, quiere admitir un muerto más de las cifras oficiales, de los 14 que existen en una lista. Así se les demuestre con una operación matemática elemental que esto no puede ser verdad.
El cálculo, para expertos en cuestiones de guerra, para documentar la contabilidad por fuera, es de aproximadamente dos heridos por cada muerto, dentro de cada grupo armado participante. Es decir, alrededor de 600 heridos en el Ejército, no los 44 que se admiten.

(Tomado de: Arvide, Isabel - Crónica de una guerra anunciada. Grupo Editorial Siete, S.A. de C.V. México, 1994)

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