viernes, 14 de agosto de 2020

Leyenda de la Plazuela de Santo Domingo


EL VIRREY EN LA INQUISICIÓN
Leyenda de la plazuela de Santo Domingo

En los más favorecidos
y más populosos centros
de la muy rica, famosa
y noble ciudad de México

corren ya de boca en boca
los más infundados cuentos
que a pisaverdes y ociosos
están de pasto sirviendo;

en los portales, de noche,
por la mañana en los templos
y por la tarde en las calles
del Refugio y de Plateros,

escúchanse las consejas,
las fábulas, los enredos
que componen y entretejen
al par los nobles y el pueblo.

Con razón a tales sitios,
la gente que tiene seso,
en toda ocasión les llama
corrales del Mentidero.

Gobierna con gran pericia,
de la Nueva España el reino,
un militar aguerrido,
inteligente y enérgico.

El marqués de Croix, famoso,
hombre de origen flamenco,
y que brilla y sobresale
por elegante y apuesto.

el año sesenta y seis,
del siglo anterior al nuestro,
tomó el veintitrés de agosto
en Otompan el gobierno.

Y con previsión y tacto
quiso imponer desde luego
la disciplina que entonces
faltaba tanto al ejército.

Enemigo de la leva,
pronto decretó el sorteo
y señaló los jornales
debidos a los mineros.

Oponiéndose a esas leyes
nuevos disturbios surgieron
y en Valladolid y Pátzcuaro
hubo motines muy serios.

Quejóse el virrey al trono
con humildad exponiendo,
que necesitaba tropas
para no mirarse en riesgo.

Ya en el Mineral del Monte
un alboroto tremendo
había orillado a la muerte
a don Pedro de Terreros.

A rico tan bondadoso,
tan filántropo y tan tierno,
que cifraba su ventura
en curar males ajenos,

salió don Ramón de Coca
a defenderle, y fue muerto,
causando luto a Pachuca
dónde era alcalde primero.

El Rey, sabedor de todo,
del Marqués cedió al deseo
y mandó en respuesta infantes
y dragones y artilleros.

Guadalajara y Castilla,
Granada y Zamora dieron
lo más útil de sus tropas
para guarnecer a México.

La expulsión de los jesuitas,
preparada en el misterio,
y en toda la Nueva España
hecha en un mismo momento,

inquietó todos los ánimos, 
encendió todos los pechos
y al Marqués le fue preciso
ser con todos muy discreto.

Al comentarse en el vulgo
tan alarmante suceso,
no faltó quien acusara 
de hereje a Carlos Tercero,

ni quien sin temor dijera
que por Dios, pedazos hecho,
iba a derrumbarse el trono
en que tanto ofendió al cielo.

Más nada pasó al monarca,
quedó en paz su vasto imperio
y al marqués de Croix ninguno
lo vio débil y con miedo.

Entretanto, de este modo
se hablaba en el mentidero
por los ricos y los pobres, 
los nobles y los plebeyos:

-Ya tiene muchos soldados
el desalmado extranjero.
-Quien no respeta a la iglesia,
no ha de respetar al pueblo.

-Dicen que su soberano
le tiene cariño inmenso.
-Como que ha de acompañarle
alguna vez al infierno.

-Eso es tan claro y seguro
cómo el sol
-Ya lo veremos
si no llama a los jesuitas
llegando a su último extremo.

-Pero señor, quién diría,
y todos lo estamos viendo,
que se mandara a un hereje
a gobernarnos en México.

-En San Luis y en Guanajuato
están las cosas ardiendo.
-Hubo un motín en Uruapam.
-Y en Valladolid no menos.
San Luis de la Paz ya tiene
sobre las armas...
-¡Silencio!
allí vienen dos esbirros
que también irán al fuego.

-Dicen que el marqués no gusta
de hacer visitas al templo.
-Con razón; se le aparece
en cada altar un espectro.

Ojalá lo trasladaran
a otra parte...
-No está lejos
el instante de ordenarle
que a alguno le deje el puesto.

-Un gran escándalo ha habido
en el palacio.
-Sabremos.
-Hoy, miércoles de ceniza
temprano al palacio fueron

dos canónigos llevando
a su excelencia el memento.
-Y bien...
-Los tuvo dos horas 
esperando...
-¿Será cierto?

-Dos horas lo han esperado
cómo si fueran dos legos.
-Algún asunto muy grave.
-¡Qué asunto ni niño muerto!

-¿No recibió la ceniza?
-De mal talante y mal gesto.
-Pero ya lo han castigado.
-¿Lo han castigado?
-Y bien presto.

-Ya lo citó el Santo Oficio.
Y hoy mismo allí lo veremos.
. . . . . . . . . . . 
Con semejantes rumores
de que el Virrey era un reo
que la Inquisición llamaba
como al más triste perchero,

acudió en masa la gente
llenando en muy poco tiempo
la plaza y calles vecinas
del edificio siniestro.

No se dejó esperar mucho
el Virrey; todos oyeron
los toques que eran anuncio
de su salida, y contentos

se dijeron en voz baja:
-"¡Ya viene! lo pondrán preso
o tal vez arda en la hoguera
de sus pecados en premio".

Llegó el marqués escoltado
por dragones y artilleros,
que abocaron los cañones
en determinados puestos;

y entró el de Croix al edificio,
alegre, altivo, sereno,
y subió a la oscura sala
do juzgaban a los reos.

Halló en torno de una mesa
a los oidores severos,
con dos velas frente a un Cristo
y todo entre paños negros.

-Señores, vengo a la cita
y no he de robaría tiempo,
pues bastarán diez minutos
para que todo arreglemos.

-Es que es largo...
-Nada importa;
diez minutos... ya he dispuesto
que si al pasar ese plazo
a mí palacio no he vuelto,

los cañones que he traído,
sobre está casa hagan fuego
hasta derribar los muros
y sepultarnos en ellos.

-Si Excelencia obró con juicio.
-¿Qué me queréis?
-Gran acierto
tiene en todo su Excelencia...
-Hablad...

-Os agradecemos 
que hayáis venido, y sois libre
de retirados...

-Yo tengo
que saber a qué me llaman.
---Pues... por el gusto de veros.

-Es decir,cqué ha terminado 
la audiencia...
-Desde el momento,
señor, en que habéis venido
con abogados tan buenos.

Les volvió el Marqués la espalda,
ganó la calle ligero
y se regresó a palacio
tranquilo, sano y risueño.

Cuentan que al subir al coche
encontró a sus artilleros
con las mechas preparadas
para comenzar el fuego.

Tanta burla al Santo Oficio
llenó de placer al pueblo,
que vio al Marqués desde entonces
con cariño y con respeto.

Y que más tarde su nombre
repitió con leal afecto,
pues el de Croix fue tan hábil
cómo honrado y como enérgico.

(Tomado de: Peza, Juan de Dios – Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México. Prólogo de Isabel Quiñonez. Editorial Porrúa, S.A. Colección “Sepan cuantos…”, #557, México, D.F., 2006)

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