Sal(vador) Sánchez el héroe trágico
A principios de los años ochenta, las cabezas de los campeones mexicanos de la década anterior habían rodado por el suelo. Después del fulminante nocaut propinado por Thomas Hearns a Pipino Cuevas, la lista de destronados incluía a Alfonso Zamora, Guti Espadas, Miguel Canto y Carlos Zárate.
Dos nombres, sólo dos, continuaban asociados a los títulos: Lupe Pintor y Salvador Sánchez. Por la forma en que Pintor se quedó con el título de Zárate, Sánchez era considerado el más sólido de nuestros campeones.
Pero, a decir verdad, los inicios de la carrera boxística de Sal Sánchez, originario de Santiago Tianguistenco, Estado de México, no fue atendida con tanto entusiasmo ni siquiera cuando se anunció su pelea ante Danny "Coloradito" López por el campeonato mundial pluma para el 2 de febrero de 1980.
Se le tenía como un peleador joven con ansias de conseguir el cetro y, a pesar de su potente pegada, los triunfos que había hilvanado eran considerados "nada del otro mundo". En 1977 fracasó en su intento por obtener el título nacional de la división de los gallos ante Antonio Becerra, quien además le quitó lo invicto.
Danny López era un rival de cuidado. Ante Sánchez expondría por novena vez su corona. La juventud y la dinamita estaban del lado de Salvador, sólo era cuestión -se decía- de aguantarle los toletazos al "Coloradito".
La pelea no fue nada fácil para Sánchez. Pero había estado estudiando a su oponente, quien no pudo conectar su dinamita sobre el cuerpo de Salvador. El mexicano dominó la pelea desde el principio. Se mostró impetuoso y combativo. Para el round número 13 aquello era una carnicería. Sánchez golpeaba casi a placer a López. El réferi detuvo la pelea. El de Santiago Tianguistenco era campeón del mundo y apenas contaba 21 años.
Sánchez se convirtió en el hijo predilecto del boxeo mexicano. Su personalidad introvertida permitía que su sonrisa descubriera un rostro casi infantil. Jovial, sencillo y de vida tranquila, Sal Sánchez se convirtió rápidamente en modelo del deportista y de la juventud.
Su estilo y su poderío -aún cuando su esmirriada figura lo ocultase- pronto lo colocaron como uno de los mejores boxeadores del mundo, al lado de Sugar Ray Leonard, Larry Holmes y Wilfrido Benítez.
Una de las mayores satisfacciones para Sal Sánchez y de seguro para todos los mexicanos, fue el nocaut que le propinó a Wilfrido Benítez cuando este osó disputarle la corona. El puertorriqueño llegó como favorito. Se le consideraba uno de los mejores boxeadores kilo por kilo. O Sánchez no lo sabía o no le importó.
Desde el primer round el campeón impuso condiciones, administró su pelea, parecía que su propósito era castigar lo más posible al verdugo de los mexicanos. Benítez no encontró tregua. En el octavo asalto, el boricua cayó a la lona completamente destrozado. El nativo de Santiago Tianguistenco salió victorioso de una de las batallas más difíciles y decisivas de su meteórica carrera.
Cuando se preparaba para su siguiente defensa, que sería la décima Sal Sánchez encontró la muerte en la carretera durante las primeras horas del 12 de agosto de 1982. Su Porsche alcanzó un camión y el impacto le quitó la vida. En la cúspide de su carrera, moría uno de los boxeadores más disciplinados, inteligentes y sólidos que ha conocido el pugilismo mexicano.
(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)
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