jueves, 4 de julio de 2024

La muerte a través del cine mexicano

 


La muerte a través del cine 

Por César Aguilera 

El misterio que rodea a la muerte ha inspirado a diversos cineastas para tratarla en sus historias, algunas con respeto y otros con irreverencia. 


La muerte, misteriosa como estremecedora, es el pasaje más dramático para todo ser humano y por ende, ha sido tema a tratar por el cine en diversas facetas, además de dar lugar a terroríficas aventuras de fantasmas, momias, vampiros y muertos vivientes, sin olvidar a la célebre Llorona, de legendario relatos. 

Julián Soler en su filme de 1934, Los muertos hablan, plasmó tenebrosos relatos, igual que Fernando Méndez -quien había llevado a la pantalla el vampirismo- hizo de la muerte toda una apología en películas como Misterios de ultratumba (Fernando Méndez, 1958). En tanto, Roberto Gavaldón con Doña Macabra (Roberto Gavaldón, 1971) recreó lúgubre ambiente para un texto de Hugo Argüelles, con actuaciones de Marga López y Carmen Montejo. También el humor macabro se hizo presente en El esqueleto de la señora Morales (Rogelio A. González, 1959), con Arturo de Córdoba y Amparo Rivelles. 

En 1968, Juan Ibáñez en coproducción con Estados Unidos presentó en thriller La cámara del terror, en cuatro episodios con Boris Karloff y Julissa, el cual revitalizó el género de horror. 


Día de muertos 

El 1 y 2 de noviembre días en que se recuerda a los muertos -niños y adultos, respectivamente- se ha convertido en una alegoría con olor a incienso, donde los panteones son escenarios de verbenas populares decoradas con papel picado, flores amarillas, pan de muerto, calaveras de azúcar y cirios que han hecho del poblado de Mixquic un atractivo turístico fotografiado en documentales.

Respecto a estas festividades, el cineasta soviético Sergei M. Eisenstein en su filme de 1931, ¡Que viva México!, muestra la esencia del simbolismo popular, en colaboración con el fotógrafo Eduard Tisse, quienes influirían años después en la mancuerna Emilio Fernández-Gabriel Figueroa. Apasionado por estas costumbres, el creador de El acorazado Potemkin, al llegar a México comentó: "de niño, en una revista alemana, vi el esqueleto de un revolucionario montado sobre la osamenta de un caballo, mientras las calaveras de una pareja bailaban; era fotografías del Día de muertos, entonces me dije: "qué país es ese que puede divertirse de manera semejante! Ahora vengo a filmar una película en México, de cuyo pueblo y arte soy gran admirador”.

Macario (Roberto Gavaldón, 1959) impactante obra en la que la muerte adquiere identidad, caracterizada por Enrique Lucero, al cual en tiempos del virreinato del siglo XVII, se le aparece a un paupérrimo leñador (Ignacio López Tarso), quien desesperado por la miseria, hace tratos con la parca. La historia está basada en un texto de Bruno Traven (1890-1969).


Picardía con la muerte 

La última película del director Luis Alcoriza fue Día de difuntos en 1986, rodada en el panteón del Cerro de la Estrella en Iztapalapa, comedia de picardía populachera que exhibe típicos individuos como un peluquero (Sergio Ramos "El Comanche"), "El Flaco" Ibáñez (zapatero) y un plomero (Pedro Weber "Chatanuga"), quienes al visitar año con año las tumbas de sus finados, se las ingenian para emborracharse y acabar bailando con las viudas sobre las tumbas hasta que la policía los corre. 


En defensa de la tradición 

En 1989 se estrenó Calacán, primer largometraje de Luis Kelly, egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), quien escribió el relato sobre Calacán, pueblo michoacano habitado por calaveras, amenazado ante la invasión de calabazas de plástico del Halloween y otras modas que intentan acabar con las tradiciones.


(Tomado de: Aguilera, César - Somos Uno, especial de colección, Las rumberas del cine mexicano. La muerte a través del cine. Año 10, núm. 189. Editorial Televisa, S.A. de C.V., México, D.F., 1999)

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