(Chihuahua,
1899; Ciudad de México, 1972) Escribe antes que nadie unas Memorias de Pancho Villa (1923) a las que sigue El feroz cabecilla, en 1928; pero
publicará sus libros más importantes en la década siguiente: Vámonos con Pancho Villa y Se llevaron el cañón para Bachimba
(1931) y Si me han de matar mañana… (1934).
Obras incompletas, dispersas o rechazadas,
con notas del mismo autor, publicado en 1968.
Fue el más
“reporteril” de todos, pero se engañarían los que creyeran que su literatura
estaba hecha para el periódico, llamado a desaparecer con el de la fecha
siguiente. Rafael F. Muñoz, como todos los narradores de esta época, relata lo
cierto pero lo amalgama con lo que deberá haber sido. Baste como ejemplo su
cuento de la muerte de Rodolfo Fierro, el lugarteniente de Villa –del de La
feria de las balas, de Martín Luis Guzmán. Efectivamente, Fierro murió en un
tremedal, pero no como lo cuenta Muñoz. Ahora bien, para la historia la verdad
será la del novelista.
En nadie como
en él –como no sea en Gregorio López y Fuentes, que carece de su garra de
narrador, y se irá por los linderos del “indigenismo”- se deja constancia de
ese machihembrar de realidad e imaginación, sin tomar partido, como no sea
adverso, para elevar un monumento de admiración precisamente a lo que no se
quiere admirar, tan propio del género.
Se puede
encontrar en sus relatos, y en los de López y Fuentes, si no las primeras –son
de genealogía española- algunas manifestaciones de lo que ha venido a ser el
famoso “machismo” mexicano, por ejemplo: ese campesino cuya mujer e hijas son
asesinadas por Villa, frente a él, y que luego es capaz de morir por el
caudillo aguantando impertérrito las torturas más refinadas, callando lo que
sabe.
Rafael F.
Muñoz prefirió el hecho al dicho. Su estilo es puro, desnudo, sin cuidados
femeniles. Escribió lo que tenía a pecho, luego calló, dedicándose a jugar al
dominó.
(Tomado de: Max
Aub – Guía de narradores de la Revolución Mexicana)
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