Guadalajara parecía predestinada a convertirse en una gran
urbe: el conquistador de sus tierras, Nuño de Guzmán, enemigo jurado de Hernán
Cortés, logró separarla de los confines de la Nueva España y convertirla en
capital del reino de Nueva Galicia. Guadalajara tuvo Audiencia propia,
independiente de la de México, pero el reino era pobretón y la ciudad capital
apenas contó durante el virreinato.
Fundada definitivamente en 1540 en un territorio en el que
habían vivido unos indígenas tan primitivos que ni siquiera dejaron huellas de
su paso, Guadalajara sobrevivió trabajosamente a las continuas incursiones de
chichimecas empeñados en expulsar a los intrusos. Hacia 1700 apenas albergaba
quinientos españoles, quinientos negros y otros tantos indios y mestizos. Sólo
existían casitas de adobe y no había jardines; el drenaje, a cielo abierto,
daba origen a mortíferas enfermedades.
Apenas a mediados del siglo XVIII fueron construidos los
portales de la plaza principal. La catedral con sus torres de “alcatraces al
revés” no fue concluida sino hasta 1854, y las bóvedas del imponente Hospicio
Cabañas acababan de ser cerradas en 1810, cuando el edificio fue destinado a
servir de cuartel para los soldados que libraban la guerra de Independencia.
Paradójicamente, al revés de Guanajuato, la guerra atrajo a Guadalajara muchos
miles de individuos que huían de la violencia desatada en sus comarcas, y con
esto la ciudad empezó a crecer aceleradamente. Hacia 1820 ya tenía unos 30,000
habitantes. Medio siglo antes se había comenzado a producir en sus alrededores
el aguardiente de tequila a escala industrial.
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido.
México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial
Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)
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