sábado, 26 de mayo de 2018

El Nevero

El Nevero



Este era el profesor de historia sagrada. Una vez preguntó a sus alumnos: -¿A qué vino Jesús al mundo?

Y un vozarrón se metió entre los barrotes de la ventana del salón contestando:

-¡A tomar nieve!

Era, ¿lo recuerda usted?, el cuento inocente de abuelito; cuando abuelita, tan piadosa, se enfurruñaba, apostrofándolo: -¡Mídete esa boca, hereje!

Era el nevero, un amigo jurado de este calor que ya no se aguanta. Y del bochorno.

El vendedor equilibrista con su chongo de trapo sobre la cabeza, sobre el chongo el cubo de madera; dentro del cubo, entre hielo y sal gruesa, de cocina, el bote de nieve.

"¡De limón la nieve!"...

Porque la nieve clásica es la que cae del cielo, por diciembre, cuando Jesús nació entre los humildes. Después la de limón; después la de piña, después la de mango, después... porque, dígase lo que se diga, las nieves maravillosas, talismanes del sosiego refrescante, son las "de agua".

Chente aguarda al nevero que trae su cubo y bote con la nieve, junto con los barquillos, los vasos y conos de papel, sobre un carrito con ruedas de patines. Pero también le compra, a la entrada del mercado de Independencia, al tradicional nevero de los "cartuchos" de vainilla, que todavía anda por ahí.

Marcela, en cambio, apenas es mediodía y ya tiene el oído prendido en los tendederos del aire, esperando las campanitas del carro moderno de los helados. En cuanto lo oye, corre y me dice: -¡Dame veinte centavos para un helado de campanitas! -¿De campanitas? Ya caímos. Es por eso que nos parece, a veces, que Marcela tiene la música por dentro.

(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo (Texto) y Alberto Beltrán (Dibujo) – Los Mexicanos se pintan solos)



 

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