martes, 15 de mayo de 2018

El Cilindrero

El Cilindrero



No se explica cómo ha sobrevivido en este México que se va tragando a sí mismo. Un buen día, entre los malos del tiempo de don Porfirio, aparecieron por las calles de México estas cajas sonoras, llegadas de la ultramar Alemania. Todavía nadie ha dicho a quien las toca que se vaya con su música a otra parte.

El chiste no es tocar el cilindro, sino cargarlo. Allí quisiéramos ver al más pintado, caminando de esquina a esquina, de pulquería a pulquería, con el estorbo a cuestas, el sudor a la gota gorda. El cilindrero lo hace con abnegación de artista. Sin importarle que la espalda cruja, como que sabe lo que son sus sones.


Viste como le da la gana, pues aún no se les ha ocurrido ponerle uniforme. Se da el caso de que no vista. Llega a las puertas de Mi Oficina, bar de vasta parroquia, y él sabe que ha de tocar Club Verde o Alejandra. Frente al expendio de pulques finos que se nombra El Gran Tigre, los dramáticos sucesos de La Cama de Piedra y Juan Charrasqueado. A las criaditas, sus clientes invariables, les gusta Valentina, pero también Cachito, Échame a mí la culpa y Te me Olvidas.


Hay que verlo cuando para frente a estos sitios de abigarrada concurrencia; planta luego el largo bastón que le sirve de apoyo y escudo, en su punta el tirante del cilindro, y toca y toca. Luego entra al local con la llave o manivela del instrumento en la mano, para mostrar su identidad, y va recogiendo centavos. Los idiotas musicales se los niegan, a él todo un director de banda popular.


Yo creo que avanzada la noche, rendido de cansancio, se mete en su cilindro y allí duerme como un bendito.


(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo y Alberto Beltrán – Los Mexicanos se pintan solos)



No hay comentarios.:

Publicar un comentario