(Heberto Castillo)
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Consta a todo el mundo, en publicaciones de la época, en revistas y libros, que todos los actos de la Coalición de Maestros, del Consejo Nacional de Huelga, fueron apegados a la ley; que las manifestaciones en que tomamos parte fueron ordenadas en extremo. Si algo hubo fueron insultos a las autoridades y al señor Díaz Ordaz. Que para la forma en que reprimió a los mexicanos que participamos en el Movimiento Estudiantil Popular, extraña que sólo ésa haya sido la respuesta de los jóvenes. Y la respuesta que dieron algunos muchachos agredidos por las policías, por los agentes extranjeros de la CIA infiltrados en la policía mexicana y por el ejército, fue la respuesta del que se siente impotente para detener la agresión que habrá de matarle. Es lo que se conoce por legítima defensa. La Masacre que las autoridades perpetraron en tanto ciudadano pacífico es un crimen que la Historia y nuestro pueblo no perdonarán jamás.
Afirmo entonces señor juez que usted Eduardo Ferrer McGregor me cerró la posibilidad de anexar al expediente, en su tiempo, todas mis declaraciones y textos de los artículos y discursos escritos y dichos durante el Movimiento Estudiantil Popular, mismos que dan fe de que siempre actué de acuerdo a mis convicciones expresadas y contenidas en el programa del Movimiento de Liberación Nacional. Y afirmo también que usted me sentenció sin oírme, sin juicio. Por ello ahora, en este documento he venido a expresar al pueblo, que no a usted, los puntos programáticos que he defendido durante toda mi vida. Es por eso que transcribo a continuación el texto del discurso que pronuncié en la Plaza de la Constitución el 27 de agosto de 1968 y que dio lugar a que el Ministerio Público, al requerir mi aprehensión me “acusara” de “incitar al pueblo a que hiciera respetar la Constitución de la República” (!) Que deja a las claras la intención real del gobierno de Díaz Ordaz: Seguir violando la Constitución sin mayores protestas. Este es el texto del discurso:
Discurso en 27 de agosto
“Nos encontramos aquí, en la Plaza de la Constitución, después de pasear nuestras convicciones por las calles de México.
Hemos venido con el pueblo, estudiantes y maestros, para expresar en esta magna asamblea nuestra voluntad de que el Gobierno de la República escuche la voz del pueblo. Para que se percate de que el diálogo público, en el que tanto hemos insistido desde un principio, sólo puede reportar beneficios a la Nación, en fin, que es inevitable reconocer la suprema autoridad del pueblo, ahora y siempre.
Hemos llegado aquí para reivindicar a la Constitución General de la República, sistemáticamente violada. Ese pequeño gran documento que se había convertido en el “Libro olvidado”. Ese documento es el que ha servido de bandera a la juventud estudiosa de México, y a nosotros sus maestros.
Bandera que enarbolamos con pasión, con vehemencia, en la medida en que entendemos que su estricto cumplimiento abre caminos de libertades democráticas para que el pueblo trabajador se libere de la opresión secular que pesa sobre sus hombros y que no le ofrece otra perspectiva que seguir siendo mercancía-hombre. Nosotros buscamos otros horizontes. Y para ello acudimos a la Carta Magna. Esa es nuestra bandera.
Estamos aquí para devolver, por segunda vez en unos cuantos días, la dignidad que había perdido la Plaza de la Constitución en las concentraciones multitudinarias de los últimos veinticinco años.
Cuántas veces contemplamos con dolor cómo los peores enemigos del pueblo trabajador, sus líderes venales y traidores a su clase, le obligan -a ese pueblo- a participar en festivales de indignidad, en concursos de abyección, año tras año.
La Plaza de la Constitución recibe ahora el calor, el amor, de más de doscientas mil voces que proclaman la necesidad de que la dignidad, el decoro, la valentía y la razón conduzcan las manifestaciones populares de México.
Esta Plaza recibe ahora a esta asamblea que exige que México reoriente sus caminos, que exige que la voz del pueblo se escuche. Y lo que es más definitivo aún: que exige que la voz del pueblo se acate.
Las autoridades han aceptado que nuestros problemas, los planteados en el pliego de los seis puntos, para ser resueltos, deben tratarse con quienes representan, inequívocamente, a los estudiantes, en este conflicto.
Y quienes han dicho que los estudiantes carecían de banderas propias, deben aceptar que la defensa de las garantías individuales se hace desde la tribuna de la juventud, porque quienes debieran velar por su cabal cumplimiento no lo han hecho.
¿Qué deseaban esos cultos hombres de México que contemplan el problema estudiantil desde la cómoda poltrona de sus intereses?... ¿Que los estudiantes siguieran su ejemplo, quizás?
Olvidaron que cuando en un país determinado abundan los hombres sin decoro, hay siempre unos pocos hombres que representan el decoro de los demás.
Y esto, justamente, han hecho los estudiantes todos de México.
Quienes pretenden constreñir los alcances de este movimiento a los ámbitos propios de la alta cultura en México, quienes desean limitar el marco de acción de los estudiantes a la lucha por la solución de problemas puramente escolares, son los mismos que desean encadenar las ideas que surgen de los centros de educación superior al estrecho campo material de los recintos escolares.
Los centros de alta cultura, son, deben ser, fermento, levadura, para que surjan las banderas que encabecen la lucha de nuestro pueblo por su redención definitiva.
Por ello nuestro movimiento debe ser un instrumento del pueblo trabajador. Un instrumento que le abra cauces democráticos al pueblo, para que llegue a tener una efectiva representación en los puestos de mando de la Nación.
Debemos entender muy claramente que la operancia de las leyes radica: no en el hecho de que están o no escritas, sino, fundamentalmente, en que estén o no apoyadas por el pueblo.
Arropemos, como hasta ahora, nuestras demandas con el apoyo popular.
Seamos instrumento de conciencia de nuestro pueblo.
Y para lograrlo debemos ser intransigentes con nuestra táctica de lucha.
No demos un solo paso que siembre la desconfianza en el pueblo.
El movimiento estudiantil, nuestro movimiento, ha conquistado ya grandes triunfos.
El hecho mismo de que estemos ahora aquí, reunidos pacíficamente, es uno de ellos.
Ha roto los diques de la ignominia que la prensa, la radio y la televisión habían levantado para evitar que las voces más conscientes de nuestro pueblo llegaran a éste y le despertaran de su letargo de tantos años.
Ha surgido la nueva prensa; la prensa de los volantes, la prensa de los camiones. La radio y la televisión han sido reemplazados por los cientos y cientos de brigadas de estudiantes y maestros que han ido al diálogo abierto con el pueblo.
El Movimiento estudiantil ha logrado que la UNAM se pronunciara en apoyo a sus demandas. Y lo ha hecho en base a sus razones esgrimidas y fundamentalmente en base a la unidad de los sectores estudiantiles en torno a esas demandas.
Ha logrado este magno movimiento que en México, por vez primera en muchos años, se respeten los derechos de expresión, de reunión, de manifestación y tantos otros que se habían convertido en letra muerta en la República Mexicana.
Pero en mi opinión, en la opinión de la Coalición de Maestros de Enseñanza Media y Superior Pro Libertades Democráticas, uno de los triunfos más grandes ha sido la incorporación activa de grandes sectores del pueblo a la lucha estudiantil. Es, sin lugar a dudas, la conquista más grande de este movimiento.
Porque es la victoria que, de consolidarse el triunfo, permitirá a nuestro pueblo seguir adelante en la conquista de su soberanía.
Por estos avances reales, innegables, conquistados ya, es que tenemos una grave responsabilidad histórica.
Quienes con su trabajo crean la riqueza en México, tanto en las fábricas como en los campos de labor, han visto cómo la fuerza popular organizada, en este caso estudiantil, es capaz de hacer a un lado a los falsos representantes que han medrado a sus anchas en el clima de corrupción que priva en la República. Las falsas organizaciones estudiantiles y sus líderes “charros” ya no podrán jinetear más con los derechos de quienes dicen representar.
Debemos enseñar a nuestro pueblo que se puede triunfar y sobrevivir.
Amargas experiencias anteriores hicieron cundir el escepticismo en la población.
Se llegó incluso a considerar imposible la existencia de dirigentes honestos en libertad.
Y esto fue posible en virtud de que todos los grandes movimientos que obtenían grandes victorias parciales, culminaron siempre con una gran derrota.
Las fuerzas negativas de México salieron ganando siempre al final.
Es necesario que aprovechemos esas amargas experiencias.
Estamos claros de que para enseñar a nuestro pueblo que se puede triunfar y sobrevivir, es necesario que triunfemos y sobrevivamos, LUCHANDO.
Con el triunfo de este movimiento nos encontramos en posibilidad de iniciar la lucha popular por las libertades democráticas.
Mantengamos viva la confianza del pueblo, no sólo en los estudiantes, sino también en las posibilidades del triunfo.
Y esa confianza, qué duda cabe, se reafirmará con la consumación del triunfo.
Ahora bien, ¿qué entendemos por triunfo?... Pues la aceptación de las autoridades al pliego petitorio de los seis puntos. Demanda que ya no es sólo estudiantil. Demanda que es eminentemente popular, como lo demuestra esta Gran Asamblea del Pueblo.
Si logramos esta aceptación, habremos mostrado al pueblo el valor que tiene su fuerza y la fuerza que tiene su valor.
Acabemos todos por entender que no son abstracciones la fuerza del pueblo y los intereses del pueblo.
Entenderemos todos nosotros que no basta tener la razón. Que no es suficiente hacer planteamientos justos. Que se requiere, que es indispensable que el pueblo trabajador de México haga suyas estas demandas. Y que las defienda en consecuencia.
Por ello, para triunfar, para sobrevivir, es indispensable obtener un triunfo inmediato; la aceptación del pliego petitorio de los seis puntos.
Y para ello necesitamos iniciar el diálogo público, en condiciones tales que se garantice el que los estudiantes nombrados en las diversas comisiones no puedan verse envueltos en la menor sospecha de traición; a la vez que se aseguren las condiciones operantes de trabajo, que permitan llegar en el menor tiempo posible a una solución favorable para nosotros.
NO CERREMOS CON INTRANSIGENCIAS DE MÉTODO EL CAMINO PARA QUE NUESTRAS INTRANSIGENCIAS DE PRINCIPIO SE RESPETEN CABALMENTE.
A nosotros estudiantes y maestros, nos preocupa resolver el problema a la brevedad posible. Jamás hemos planteado la necesidad de prolongar este conflicto. Todo lo contrario. Sabemos que las autoridades podrían terminar de inmediato con todos los problemas aceptando nuestro pliego petitorio que ha sido aprobado por aclamación en la Magna Asamblea del 13 de agosto, y que ratifica esta segunda Asamblea Libre y Soberana del Pueblo, esta noche del 27 de AGOSTO DE 1968.
Todos regresaríamos jubilosos al trabajo.
Todos tenemos gran ansiedad por seguir trabajando en beneficio de nuestro pueblo.
Y debemos decirlo con franqueza: tenemos mucha prisa.
Somos conscientes de que debemos dar por terminada cuanto antes esta primera etapa en la lucha por las libertades a que tiene derecho el pueblo de México. Sabemos que el camino de su liberación definitiva es largo y queremos recorrerlo en el menor tiempo posible.
Debemos decirle al pueblo de México que avanzando en esta lucha hemos contado con su apoyo.
Siempre han existido hombres que defienden los intereses populares. Sin embargo, las más de las veces han estado actuando solos, apoyados exclusivamente por sus convicciones y esgrimiendo sólo el arma de su razón.
Las cárceles del país están llenas de tales mexicanos ejemplares.
Por ello nuestro pueblo debe saber que para que sigamos defendiendo con buen éxito sus intereses, necesitamos seguir contando con su apoyo.
En el momento en que el pueblo no cubra con su manto protector a los hombres más conscientes de sus responsabilidades ciudadanas, la Constitución que ahora hemos hecho vigente en muchos de sus artículos volverá a ser olvidada. Y nosotros, estudiantes y maestros seremos víctimas de las represiones más violentas.
Ahora el pueblo de México acude a proteger a sus hombres limpios, encarcelados por ser limpios.
Ahora el pueblo comandado por los estudiantes vuelve a imponer su autoridad, su voluntad. Y esta voluntad podemos expresarla ahora en un punto fundamental de nuestro pliego petitorio.
LIBERTAD PARA LOS PRESOS POLÍTICOS
Yo pregunto a esta Magna Asamblea: ¿Estamos por la libertad de todos los presos políticos?
¿Hay alguien en esta Asamblea que se oponga?...
Bien. El pueblo, una vez más, ha expresado en esta noche su decisión. Debe quedar, entonces, claro, que este gran movimiento abre perspectivas de libertades democráticas a nuestro pueblo porque ha defendido la justicia, la razón, la libertad. Porque este movimiento lo han llevado adelante los verdaderos estudiantes y los verdaderos maestros. Porque hemos sabido hacer a un lado a las organizaciones tradicionales y hemos sabido incorporar al pueblo.
¡Sigamos con las manos limpias!
¡Con las conciencias limpias!
¡¡ADELANTE, PUEBLO DE MÉXICO!!”
* * *
Al día siguiente de haber pronunciado este discurso fui atacado a las puertas de mi casa y seriamente lesionado por agentes policiacos que, sin orden de aprehensión, pretendían llevarme con el general Mendiolea (subjefe de la policía en el Distrito Federal). Pude escapar y llegar penosamente a la Ciudad Universitaria, recorriendo aproximadamente un kilómetro entre las rocas. Cuando el licenciado Armando Castillejos Ortiz, compañero de lucha en el MLN, solicitó un amparo a mi favor, le fue negado. Entretanto las autoridades afirmaban que no tenían nada que ver con el atentado.
Con esa agresión y las que siguieron, quedó en evidencia un hecho importante a destacar y que debe servir de experiencia a los mexicanos que desean un México mejor, más justo, más digno, más libre: se pueden defender ideas y principio progresistas en la oficina, en la cátedra, desde una tribuna periodística (siempre y cuando sobreviva a la falta de publicidad) y hasta desde un grupúsculo cualquiera. ¿Bajo qué condiciones? Siempre y cuando no se despierte la simpatía popular peligrosamente, siempre y cuando no haya respuesta que al gobierno parezca peligrosa. Y en este sentido el único autorizado a juzgar de la peligrosidad de un individuo o grupo de individuos es el gobierno. Y en nuestro México, el Poder Ejecutivo. Nosotros defendimos los principios que he dejado consignados en este alegato desde el MLN [Movimiento de Liberación Nacional] durante siete años. Y lo hicimos con entusiasmo como lo hicieron gallardamente otros compañeros míos. Al vincularme al Movimiento Estudiantil Popular como era mi obligación debido a mi calidad de maestro de la Universidad y del Politécnico desde 1951 y 1954, respectivamente, al recibir el Movimiento el apoyo masivo de la población, y al señalárseme como uno de sus dirigentes -lo que nunca fui- en virtud de mi comparecencia en la TV, la represión en mi contra se hizo implacable. Y no fui muerto gracias a que logré escapar esa noche del 28 de agosto de 1968. Y más tarde logré huir también cuando la Ciudad Universitaria fue tomada por el ejército el 18 de septiembre, cuando a mi casa se lanzó un automóvil lleno de latas de gasolina que ardió hasta consumirse sin causar el daño deseado.
[...]
(Tomado de: Castillo, Heberto - Libertad bajo palabra. Historia de un proceso, México, 1973. Colección Pensamiento Actual #12, Federación Editorial Mexicana. 1973)
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