Hermenegildo Galeana
Alejandro Villaseñor
Digno teniente de un general como Morelos, fue Galeana, el cual ha sido calificado por algún escritor de Aquiles de la revolución mexicana. Y en verdad que si por aquél se siente respeto, éste inspira admiración.
Vio la primera luz en el pueblo de Tecpan, perteneciente al actual estado de Guerrero y entonces a la provincia de Michoacán, el 13 de abril de 1762. respecto de sus progenitores, se sabe por tradición, que era descendiente de un marino inglés que con otros compatriotas había naufragado en la Costa Grande (al sur de Acapulco), habiendo ocurrido tal acontecimiento a principios del siglo XVIII; mucho tiempo tardó en aparecer otro buque enviado por el gobierno inglés en busca de los náufragos, quienes por haberse ya aclimatado en la tierra, enlazándose con las hijas del país, y haberse dedicado a cultivar algodón en los terrenos feraces que para su residencia eligieron, rehusaron regresar a su antigua patria. De uno de esos colonos, cuyo nombre no conserva la tradición, nacieron don Hermenegildo y don José Antonio Galeana, siendo hijos de éste último, don Pablo, don Hermenegildo, don Antonio, don Fermín y doña Juana, de los que el primero y el último no tomaron las armas contra el gobierno virreinal. Parece que el apellido inglés del progenitor fue cambiado por el de Galeana, españolizado por los hijos del país.
Se ignoran los pormenores de la infancia de don Hermenegildo, aunque no es difícil adivinarlos, dada la población pequeña y tranquila en que residía, y únicamente se sabe que a esa corta edad fue objeto de persecuciones, ignoramos por qué causa, de parte de los españoles don Toribio de la Torre y don Francisco Palacios; para evitarlos lo llevó a su lado su primo hermano don Juan José Galeana, propietario de la Hacienda del Zanjón, dedicándolo a las faenas agrícolas para las que mostró afición; allí permaneció algunos años y contrajo matrimonio, pero habiendo quedado viudo a los 6 meses no quiso volverse a casar, y cuando estalló la revolución de Dolores era un labrador acomodado, en la fuerza de su edad, que vivía descansadamente en Tecpan en compañía de sus hermanos, primos y sobrinos.
Morelos llegó a Tecpan por noviembre de 1810 con un corto ejército mal armado, sin artillería ni caballería, pero medio disciplinado y animoso; los Galeana se le presentaron ofreciéndole sus servicios, y aunque el caudillo los recibió con alguna frialdad, pues ignoraba quiénes eran, los admitió en sus filas así como el donativo de algunas armas y de un pequeño cañón, llamado “El Niño”, primero que tuvo Morelos y que, habiéndolo comprado a un buque inglés que llegó por aquella costa, les servía para hacer salvas en las funciones religiosas. Los que se adhirieron a la revolución fueron don Juan José Galeana, su hijo don Pablo y los primos de aquél, don Hermenegildo y don Antonio; el otro, don Pablo, por su edad no se creyó apto para tomar las armas y don Fermín quedó al cuidado de los intereses de la familia. Nuestro héroe, además de su persona, llevó al incipiente ejército un valioso contingente de soldados que por simpatía a él se dieron de alta; sobre ellos ejercía don Hermenegildo, al que llamaban “Tata Gildo”, verdadero ascendiente por el buen trato que les daba. El 7 de noviembre se incorporaron los Galeana y muy pocos días después tuvo ocasión Morelos de apreciar lo que valían sus nuevos auxiliares, pues ya el 13 se batían valientemente en el Veladero contra el comandante Calatayud, y “El Niño” hacía estragos en las filas realistas.
El 8 de diciembre se distinguió don Hermenegildo en el Llano Grande y el 13 en la Sabana, a las órdenes de Ávila, pero cuando Morelos pudo apreciar bien a Galeana, fue el 29 de marzo de 1811 en el campo de los Coyotes, donde por la enfermedad del caudillo mandaba a los insurgentes el coronel Hernández que la víspera de la acción huyó vergonzosamente del lugar de la batalla: los soldados en el momento del conflicto eligieron por jefe a Galeana, que sin atrojarse empezó a dar órdenes como si fuera un jefe consumado y obtuvo la victoria; seis días después rompió el sitio y rechazó a Cosío, y desde entonces dejó de ser un oficial obscuro para convertirse en un jefe que cada día era más conocido. Morelos lo llevó a su lado cuando se dirigió a Chilpancingo, dándole el mando de la vanguardia; en Chichihualco se hizo de víveres y trató de decidir a los dueños de la hacienda a que se decidiesen por la revolución, para lo que no tuvo que emplear mucha elocuencia, pues los Bravo eran partidarios de ella y bastó la presencia de Morelos para que se resolviesen. Allí dio descanso a su tropa que se echó al río para bañarse cuando se presentaron inopinadamente los realistas; no obstante tal circunstancia “los negros no teniendo tiempo de vestirse pelearon desnudos y parecían demonios”; consiguiendo al fin dispersar las fuerzas del comandante Garrote que dejó cien fusiles y otros tanto prisioneros. En Tixtla, no teniendo ya parque sus soldados, hizo Galeana repicar las campanas para hacer creer que Morelos llegaba en su auxilio y consiguió así infundir ánimo en los suyos y desaliento en los enemigos, que al fin abandonaron el pueblo, dejando ocho cañones, doscientos fusiles y seiscientos prisioneros; ese día fue el primero que los realistas experimentaron el valor del famoso machete suriano, pues Galeana y los suyos, empuñando esa arma, cargaron decididamente sobre aquéllos a pesar del vivísimo fuego que se les hacía.
Estuvo en la acción de Chilapa mandando un ala, pues ya Morelos tácitamente lo consideraba como su segundo; destinado a obrar por su propia cuenta fue enviado a Taxco de cuya población se apoderó después de vencer una obstinada resistencia y habiendo pacificado la comarca esperó a Morelos que tenía el proyecto de subir a los valles altos de la Mesa Central. Habiendo solicitado auxilio los insurgentes de Toluca, Morelos fue a llevárselo enviando por delante a don Hermenegildo que resistió valientemente en Tecualoya y libró al ejército de una derrota total, que sin su arrojo le hubieran dado los arrojados marinos que mandaban Porlier, Michelena y Toro; retirados los realistas a Toluca, Galeana con la vanguardia penetró a Cuernavaca y Cuautla y destacó algunas partidas que penetraron al Valle de México hasta Juchi, Ameca y Chalco. Resuelto Morelos a esperar a Calleja en Cuautla, hizo fortificar la plaza, acopiar provisiones y dictó las medidas necesarias para que sus propósitos se cumplieran; y cuando el general español se presentó el 18 de febrero [de 1812], dio el mando del punto de Santo Domingo, que era el más peligroso de todos, a Galeana, que estuvo muy oportuno en auxiliar a su general cuando éste con su escolta pretendió inquietar la retaguardia realista, movimiento en el que por poco cae prisionero. Al día siguiente fue el ataque general de la plaza, los granaderos realistas atacaron con gran ímpetu el punto de San Diego y llegaron hasta los parapetos, pero Galeana saltando la trinchera los rechazó, matando con su propia mano al capitán Sagarra; dos nuevas columnas vuelven a la carga y por un momento se creen dueñas del punto, pero a su turno son rechazadas a machetazos y Calleja por primera vez en toda su campaña se ve obligado a retroceder. Al formalizarse el sitio, Galeana fue de opinión que se atacase a los realistas en su campo antes de que recibiesen refuerzos, pero Morelos se negó a ello temeroso de perder las ventajas adquiridas. Durante aquél tuvo el mando efectivo del ejército don Hermenegildo, y aunque hizo varias vigorosas salidas, las más notables fueron las emprendidas con el fin de recobrar el agua que los realistas habían cortado; el dos de abril en la madrugada se verificó la primera y consiguió introducir agua a Cuautla; pero Llano, reforzado, la volvió a cortar; entonces Galeana decidió hacer el esfuerzo que relata Calleja en su informe de 4 de abril. “Al amanecer de ayer, quedó cortada el agua de Juchitengo que entraba en Cuautla, y terraplenada sesenta varas la zanja que la conducía con orden al señor Llano, por hallarse próximo a su campo, de que destinase el batallón de Lobera con su comandante, a sólo el objeto de impedir que el enemigo rompiese la toma; pero a pesar de todas mis prevenciones y en el medio del día permitió por descuido que no sólo la soltase el enemigo, sino que construyera sobre la misma presa un caballero o torreón cuadrado y cerrado, y además un espaldón que comunica al bosque con el terreno, para cuyas obras cargó gran número de trabajadores, sostenidos desde el bosque. A pesar de su ventajosa situación, dispuse que el mismo batallón de Lobera, ciento cincuenta patriotas de San Luis y cien granaderos, todo al cargo del señor coronel don José Antonio Andrade, atacase el torreón y parapeto a las once de la noche, lo que verificó sin efecto, y tuvimos cuatro heridos y un muerto”. La construcción de este fortín, levantado en momentos, a la vista y bajo el fuego de los realistas, y artillado con tres piezas, hizo a los independientes dueños del agua, durante todo el tiempo que aún duró el sitio.
La noche del 30 de marzo intentó Galeana apoderarse del reducto del Calvario y aunque consiguió que algunos de sus soldados entrasen a él, no pudo conservarlo por haber cargado sobre él numerosas fuerzas realistas; el 21 de abril favoreció la salida de Perdiz y Matamoros con objeto de introducir un convoy, operación que se frustró, y cuando se decidió a romper el sitio, don Hermenegildo recibió el mando de la vanguardia y consiguió durante buen rato detener a los realistas que cargaban sobre la muchedumbre inerme que acompañaba al ejército. En Chiautla se reunieron los dispersos y apenas había descansado algunos días, Galeana salió contra Añorve, que se había hecho fuerte en Chilapa, lo derrotó fácilmente el 4 de junio y limpió de realistas toda esa parte de la comarca hasta la costa; en seguida siguió a Morelos a Huajuápam donde Trujano estaba estrechamente sitiado, y levantado el sitio, estuvo en la acción del Palmar donde el gobierno español perdió un gran convoy, y en el ataque de Orizaba se situó en el cerro del Cacalote desde donde rechazó a Andrade, facilitando con esta ventaja la entrada de Morelos. En la reñida acción de las Cumbres donde el general hizo funcionar la artillería como el más hábil técnico, Galeana se vio en gravísimo riesgo de caer prisionero, pues hubo un momento en que se encontró solo y con su caballo muerto; se salvó gracias a que pudo esconderse en el hueco de un tronco de alcornoque; el realista Águila le dio por muerto y Morelos también dudaba de que se hubiese salvado, hasta que al día siguiente lo vio llegar cuando ya había salido personalmente en busca de él o de su cadáver.
También concurrió Galeana a la toma de Oaxaca y al sitio del castillo de Acapulco, para rendir el cual se situó en el cerro de la Iguana; ocupada la ciudad faltaba apoderarse de la fortaleza; don Hermenegildo encargó a su sobrino don Pablo que se apoderase de la isla de la Roqueta mientras él rodeaba el castillo; operación ésta peligrosísima, pues tenía que hacerse bajo los fuegos enemigos y en un terreno muy escabroso donde la menor imprudencia podía causar la muerte en aquellos profundos voladeros; ambas operaciones se llevaron a cabo con felicidad y el castellano de san Diego, falto de víveres y de auxilios, capituló (octubre de 1813). Cuando el segundo de Morelos creía que iba a descansar unos días cerca de su familia, recibió orden de dirigirse a expedicionar a la Costa Chica, operación que realizó prontamente y sólo muy pocos días permaneció ocioso mientras se organizaba la expedición sobre Valladolid.
No podía faltar en esa función de armas, así es que estuvo presente y recibió el encargo de atacar la garita del Zapote por donde debían presentarse Llano e Iturbide; penetró a una parte de la ciudad y encontró a Llano, que lo atacó con tal brío que Galeana temiendo un desastre, mandó decir a Morelos que, o lo reforzaba inmediatamente, o mandaba que Matamoros atacase por San Pedro y Núñez por Santa Catalina, pues él iba a verse atacado por frente y espalda; Morelos comprendió el peligro y en el acto envió a Matamoros en su socorro, pero ya los realistas habían cargado demasiado recio, y lo único que Galeana pudo hacer fue reunirse a las fuerzas de Bravo. Al día siguiente Galeana se retiró en buen orden por el camino de Itúcuaro y acudió a Puruarán designado punto de reunión, donde contra su opinión y la de los demás generales, Morelos dio orden que se diese la batalla. Derrotados completamente los insurgentes, siguió Galeana escoltando al general por Zirándaro y Coyuca.
Ya en el sur, mientras Morelos se unía al Congreso, Galeana quedó mandando en el punto del Veladero, donde lo atacó Armijo con fuerzas superiores. Consiguió rechazar varios ataques; pero sabiendo que Morelos era perseguido y viéndose sin recursos, rompió fácilmente el sitio y tuvo que refugiarse en su hacienda del Zanjón; la desgracia lo perseguía y aun allí fue a buscarlo Avilés, que quedó derrotado la primera vez, pero reforzado el realista no pudo esperarlo Galeana que se refugió en el Tomatal. El Congreso lo puso a las órdenes de Rosains, ignorante en asuntos de milicia, con lo que ambos y los Bravo fueron derrotados en Chichihualco; disgustado por estas circunstancias quiso dejar las armas y aun habló de ello a Morelos, pero éste lleno de fe, todavía trató de disuadirlo. Sin embargó, volvió a su hacienda del Zanjón con ánimo de mezclarse poco en la contienda armada, pero para ello necesitaba limpiar de realistas las cercanías y todavía le sonrió la fortuna algunas veces.
Derrotó en Azayac al capitán Barrientos quitándole todo su armamento, rechazó otros ataques de Murga y Avilés y partió para Coyuca. Al pasar el río hizo replegar las avanzadas enemigas y se lanzó decididamente en su persecución, pero atacado por fuerzas superiores, se parapetó tras de unas parotas (árboles de grueso tronco) y auxiliado por don José María Ávila, empezó a defenderse; desmoralizada su gente tuvo que batirse en retirada: una partida realista guiada por un tal Oliva a quien Galeana había hecho algunos beneficios en Zanjón y en Tecpan, comenzó a llamar a Galeana por su nombre y a avanzar sobre él con su partida; ya casi lo alcanzaba cuando don Hermenegildo picando recio a su caballo que tenía el defecto de dar de brincos, al pasar debajo de un árbol que tenía una gruesa rama en posición horizontal, recibió de ella un fuerte golpe que lo desarzonó; otro golpe lo hizo caer en tierra, arrojando sangre por boca y narices. Inmediatamente lo rodearon catorce dragones enemigos que sin embargo no osaban acercársele por el respeto que inspiraba; algo repuesto del golpe intentó defenderse cuando el soldado Joaquín León desde su caballo le tiró un balazo de carabina que le atravesó el pecho; en vano Galeana quiso sacar su espada para defenderse; el mismo León se apeó entonces y le cortó la cabeza, que puso en la punta de una lanza; los realistas sin ocuparse de perseguir a Ávila y a los fugitivos, regresaron a Coyuca. El tronco quedó tirado y cuando su sobrino Pablo quiso recogerlo ya Avilés había destacado una partida que impidió la maniobra.
El comandante realista mandó fijar la cabeza en un alto palo en la plaza de Coyuca, y al ver los denuestos y befa que de aquel despojo hicieron dos mujerzuelas de la tropa las reprendió severamente añadiendo: “Esta es la cabeza de un hombre honrado y valiente” la quitó del palo haciendo que se colocara sobre la puerta de la iglesia, y poco después la hizo enterrar en la misma.
La muerte de Galeana ocurrió el 27 de junio de 1814 en el puente llamado El Salitral al lado poniente de Coyuca, a unas dos leguas de la población. Dos de sus soldados enterraron después su cuerpo, pero como algún tiempo después fueron fusilados no se ha podido descubrir el sepulcro por más pesquisas que oficialmente se hicieron, pues el monte ha tomado diversa forma, llenándose de bosque que crece prodigiosamente en aquellos feraces parajes. La valentía de don Hermenegildo rayaba en la temeridad, y en los combates parecía un verdadero león; su nombre solo bastaba para infundir terror entre los realistas y pocos eran los que le resistían cuando se presentaba empuñando su espada que manejaba como si fuera machete. Jamás atacó personalmente a un enemigo por la espalda y no derramó sangre fuera del campo de batalla, y aun cuando se le diese orden, se resistía a fusilar a alguien. Amó con verdadera veneración a Morelos y lo respetaba tanto que siempre le habló con mucho comedimiento y esperaba a que lo interrogase para dirigirle la palabra. Cuando éste supo la muerte de Galeana se abatió mucho y exclamó lleno de tristeza: “¡Se acabaron mis brazos!... ¡ya no soy nada!...” En efecto, a Matamoros por su inteligencia lo consideraba como su brazo derecho y a don Hermenegildo, por su valor, su brazo izquierdo; de haber recibido alguna instrucción (pues no sabía ni escribir) habría superado al mismo Morelos en aptitudes militares.
El estado de Guerrero le dedicó una estatua en el paseo de la Reforma, obra del malogrado escultor Jesús Contreras, que fue descubierta el 5 de mayo de 1898; pero en Tecpan o en Cuautla, que es donde más la merece, aún no perpetúa el bronce sus hazañas, las que por otra parte no necesitan de ella, pues en el Sur son relatadas con fidelidad por los padres a sus hijos y en el resto del país son también bastante conocidas.
(Tomado de: Villaseñor, Alejandro - Caudillos de la Independencia . Cuadernos Mexicanos, año II, número 60. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)
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