¿A dónde iría usted a meditar -nos preguntaron- durante la próxima Pascua? De hacerlo, probablemente sería un lugar donde Cristo se llama “Quanamoa”, “nuestro Redentor”, y los hombres pasan por una auténtica penitencia voluntaria, pero cruel, durante tres días. Un lugar cerca de la más bella y alta laguna esmeralda que hayamos visto, entre barrancas y sierras nubladas, tan oculto y diminuto que en conquistador hispano tardó doscientos años antes de poder llegar ahí.
Es un reino cora, es decir, un pueblo en extinción. Lástima. Su pureza en el concepto de la vida podría hacer escuela en el mundo si se diera a conocer.
Aquí todavía se ven cuerpos pintados, de pies a cabeza, y los hombres, para poder ser bautizados deben ser “judíos” durante un par de semanas (y como tales tratados por los demás). Se está en medio de una civilización virtualmente extinguida pero tan lúcida que su mezcla de paganismo y cristianismo parece ser la perfecta transacción espiritual que satisface a todos por igual.
El lugar se llama Santa Teresa, Nay., al este de Acaponeta, y lo bastante remontado en la Sierra Madre como para desanimar al turista ocasional. La Semana Santa aquí se observa con carnavales y con ayuno, agotantes penitencias y un baño colectivo, al amanecer, en las heladas aguas del río que baja de la montaña helada.
Y la laguna esmeralda, su laguna sagrada, es un cuenco o cráter volcánico, sin peces pero con tortugas; “es todo lo que quedó después de la inundación que ahogó a todo el mundo”, aseguran los coras. Y en realidad, desde el paisaje hasta los héroes que lo habitan, todo hace pensar y meditar...
(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)
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