lunes, 24 de junio de 2019

La montaña de vidrio



"Cuando hallemos las canteras negras donde se surte de pedernal el mexicano, le habremos puesto un nudo a sus terribles armas." en estos términos se refería Diego de Ordaz a la importancia de los yacimientos de obsidiana. Sus investigaciones, extensas y pacientes, pusieron en claro que la obsidiana no abundaba en este país, que no habían pequeñas vetas sino que debía localizarse una enorme "tepetizla" (montaña de vidrio) y a fuerza de no hallarla nunca se fue convirtiendo en una leyenda. Tiempo después, sometido ya el país, la búsqueda quedó extinguida.

Pero la montaña de vidrio existía, era tan real como hermosa.

Von Humboldt halló una pista en la Barranca de Iztla, en cuyo fondo un río arrastra brillantes trozos de obsidiana que después despule el roce contra otras rocas; pero el rastro parecía desvanecerse en el cerro Navajas, 20 kilómetros al sur de Huasca, Hidalgo. La limitación del tiempo impidió al sabio alemán añadir a su brillante trayectoria el descubrimiento de la mítica montaña.

Y fueron anónimos sus descubridores. Gentes de una época en que ¿para qué habría de servir el vidrio volcánico, tan frágil, difícil de trabajar y tan pesado? 

Acabamos de estar en la fantástica montaña. Los cerros y montes que la forman brillan al sol de la mañana. Resplandecen con un inmenso sembradío de cristales negros, y hay lugares en que hasta el camino mismo está revestido de obsidiana molida. Mojoneras, se llama uno de los lugares donde la obsidiana surge de entre la vegetación, y está a unos cinco kilómetros del entronque Zacualtipán, Tlahuelompa, rumbo a esta última población.

Examinada en una carta aérea, esta montaña resulta ser la misma que concluye su ubicación en el cerro Navajas; una línea recta trazada entre ambos puntos mide escasamente 30 kilómetros. ¡Si Humboldt lo hubiera sabido!

Y, en esta séptima década del siglo XX, de tecnologías inauditas, ¿de qué puede servir la obsidiana? Algún uso, utilitario u ornamental debe de tener aunque... ¿dónde están los geniales lapidarios que, como los antiguos mexicanos, tallarían en mil formas este caprichoso, quebradizo material, vidrio fabricado en las fraguas telúricas? Imaginamos que hoy día el precio de un espejo de obsidiana sería estratosférico, y quizá también lo fue en su época, como ese portentoso espejo de obsidiana, que nada envidia al mejor de la actualidad, hallado en las costas de Veracruz y que se exhibe como propiedad del Museo Americano de Historia Natural, en Nueva York.

En algo sí tuvieron razón los españoles a quienes tanto pavor infundían las macanas revestidas de obsidiana que atravesaba las corazas de hierro como si fueran de papel; no abundan los yacimientos de obsidiana, parecen ser exclusivos del centro de México, y, hasta la fecha, sólo se conocen el ya mencionado, otro menor en Tepayo, Otumba, Estado de México, y otro menor aún, en Zinapécuaro, Michoacán.

(Tomado de: Harry Möller - México Desconocido. Injuve, México, D. F., 1973)


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