Se conoce con esta denominación a la almendra de la nuez de coco, utilizada en México desde la época virreinal para producir jabón. Heriberto García Ricas, en su obra Dádivas de México al mundo, refiere al respecto: "Con el empleo de los aceites mexicanos de coco en la elaboración de jabón se obtuvo un producto de calidad superior a los jabones franceses entonces en auge, pues tales jabones, que se llamaron de Castilla por ser hechos en España, eran suavizantes de las pieles ásperas, naturalmente olorosos y en parte neutro. Muy pronto se popularizaron los jabones españoles en Europa y en el mundo entero, y durante mucho tiempo España guardó en secreto la fórmula de su elaboración, que consistía solamente en haber sustituido las grasas animales por los aceites de coco mexicanos". Poco tiempo después se concedieron facilidades para el establecimiento de una fábrica de jabones en la Nueva España. Durante el período independiente se desarrolló su uso, de modo que se extendió su explotación en las regiones donde el clima permitía el cultivo de la palma de coco, que requiere una temperatura mínima de 20°, alturas próximas al nivel del mar y precipitaciones pluviales entre 1 y 2 metros al año. Según José María Pérez Hernández, en 1872 el valor de la producción ascendía a $378,379, con los cuales "pueden sostenerse 1680 familias labradoras; es decir, que este ramo puede mantener 8,400 individuos". Se calculaba que existían 223,702 cocoteros, que producían 22.324,490 cocos. Los principales estados productores eran, en su orden, Veracruz, Oaxaca, Campeche, Guerrero y Tamaulipas, y la producción se dividía casi por mitad entre las costas del Golfo y el Pacífico. Según los datos incluidos en el Anuario Estadístico de Antonio Peñafiel, en 1893 el valor de la producción de coco ascendió a $2.3 millones. Los mayores productores eran entonces Yucatán, Tabasco y Oaxaca.
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(Tomado de: Enciclopedia de México, S. A. México, D.F., 1977, volumen III, Colima - Familia)
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