Por todo el tiempo en tanto que México tenga memoria, la esclavitud de ahora estará acoplada con el nombre del demonio que hace posible su existencia. Su nombre es Porfirio Díaz. Y la más bestial de sus obras es el Valle Nacional.
Ciudadanos mexicanos: tomen nota de que sólo hay dos modos de llevar inocentes a ese purgatorio. Uno es vía jefe político, que opera directamente; el otro, mediante un enganchador (un sedicente agente de trabajo). Éste opera en alegre cooperación con un jefe político. El último, como ustedes lo saben para su pena, es nombrado por el gobernador de su estado. Responsable para con nadie, excepto el gobernador, a quien paga tributo anual, nunca se le pide cuenta de sus actos.
Observen lo que ocurre cuando este chacal de jefe político trabaja solo. No manda ladrones y otros delincuentes a la cárcel, los vende como esclavos al Valle Nacional. En muchos casos el jefe es de un carácter impaciente. Quiere hacerse rico prontamente. Así, no se contenta con vender puramente delincuentes.
¡Allí está el despreciable jefe político de Pachuca, por ejemplo!
Coge a cualquiera que le parece, en las calles. Lo conduce a la cárcel. Lo acusa de un delito imaginario, pero las víctimas nunca son juzgadas. Cuando el bribón tiene una cárcel completa, los manda al Valle Nacional. Naturalmente que después que se le ha pagado tiene el gusto de dar una parte de este ensangrentado dinero a su distinguido patrón, su excelencia don Pedro A. Rodríguez, gobernador del estado de Hidalgo.
Conciudadanos: ustedes pueden saber de un amigo que no fue enviado al Valle Nacional directamente por su jefe político. Así es, pues la mayoría trabaja mediante enganchadores. ¿Por qué? Porque el traficar con seres humanos es ilegal. Los encogedizos principales usan a los enganchadores como fachada. Estos últimos desarrollan su negocio bajo la égida de los primeros. Así se ríen ante la idea de ser perseguidos.
¿Cómo teje su tela el araña enganchador? Anuncia solicitando trabajadores. Recibirán altos salarios, tres pesos por día, buena alimentación, alojamiento en buenas casas, sin pago de rentas. El pobre obrero, que recibe tal vez cincuenta centavos por día, cae en la ratonera. Firma contrato. Recibe un adelanto de cinco pesos que se le anima a gastar. Pocos días después, en rebaño juntamente con otros crédulos como él, llega a Valle Nacional. Allí, él y sus compañeros de infortunio son vendidos a los dueños de la plantación de tabaco.
¿Y cómo, conciudadanos, racionalizan los funcionarios del gobierno su participación en el comercio de esclavos? “¿Qué –claman indignados- no recibió el individuo un adelanto de cinco pesos? Es un adeudo que justamente debe ser pagado…” estos venales hipócritas alzan los hombros ante los derechos constitucionales del obrero. Pero, ¿cuándo, bajo Porfirio Díaz, han disfrutado las multitudes de sus derechos constitucionales?
¿Y qué hay de los propietarios de la plantación? Cínicamente protestan que su sistema no es de esclavitud. De ningún modo. Es puramente un arreglo por contrato. Sí, señor, el trabajador firmó un contrato. Por lo mismo, está ligado a sus condiciones… lo que los rectos dueños de la plantación no dicen es que en vez de tres pesos diarios prometidos por el enganchador, las condiciones de salario del contrato, que el analfabeto obrero firmó con una X, fueron llenadas más tarde por el enganchador o el dueño de la plantación. El salario se fija de costumbre a cincuenta centavos diarios.
Fíjense ahora, conciudadanos, lo que ocurre:
Al obrero atrapado, rara vez se le paga en dinero. Recibe crédito en la tienda del dueño de la plantación. Sus precios por ropa y otras cosas necesarias son hasta diez veces más altos que en los pueblos fuera del Valle Nacional. Pero esto no es todo. El esclavo debe restituir el precio de su compra. Es imposible que trabaje hasta liquidar su adeudo.
Muere esclavo, ¡generalmente dentro de un año!
¿Por qué, preguntarán ustedes quizás horrorizados de admiración, muere un hombre sano a los ocho o diez meses en el valle Nacional? Porque la infeliz criatura es obligada a trabajar desde antes del alba, a través de las largas, crueles, húmedas horas del día bajo el ardiente sol, y después de que el sol se pone porque se hunde bajo continuas, despiadadas golpizas del cabo, que lo obliga a esforzarse hasta el límite de su resistencia; porque la mala alimentación y las inmundas condiciones de alojamiento lo convierten en fácil presa de la malaria u otras enfermedades de tierra caliente…
¡Y por el aterrador conocimiento de que nunca podrá recuperar su libertad!
Pero pueden ustedes decir: “Díaz mismo no aprovecha directamente de este horrible comercio.” Muy bien. Concedámosle el beneficio de la duda. Pero ¿qué de los gobernadores de Veracruz, Oaxaca, Hidalgo –y sus serviles- que se aprovechan de ello? ¿Quién nombró a estos gobernadores? Porfirio Díaz. Ellos en turno designan sus satélites. Si Díaz quisiera, podría barrer con la esclavitud mañana. Y no sólo en Valle Nacional sino en las plantaciones de henequén de Yucatán; en las industrias de madera y fruta de Tabasco y Chiapas; las plantaciones de café, caña de azúcar y fruta de Veracruz, Oaxaca, Morelos, y casi la mitad de los estados de México.
¿Por qué no lo hace? Porque necesita a estas hienas humanas. Pálidas semejanzas de él mismo, las necesita para sostener su poder autoritario. Pero el día de la liberación se acerca. ¡Prepárense para él, conciudadanos!
Enrique Flores Magón
Regeneración, 1904
(Tomado de: Armando Bartra (Selección) - Ricardo Flores Magón, et al: Regeneración, 1900-1918. Secretaría de Educación Pública, Lecturas Mexicanas #88, Segunda Serie, México, D.F., 1987)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario