miércoles, 20 de noviembre de 2019

Las fuerzas armadas abrieron fuego contra los manifestantes de México 1968


Las fuerzas armadas abrieron deliberadamente fuego en contra de los manifestantes de México

Le Monde, 5 de octubre de 1968
Claude Kiejmann, corresponsal

México, 4 de octubre.- Es una masacre: no existe otro término para describir lo que ocurrió durante el mitin organizado por el comité estudiantil de huelga en la Plaza de las tres Culturas, en el centro del barrio de Tlatelolco, inmenso centro urbano de concreto y cristal, que de ahora en adelante será tristemente célebre en la historia de la represión.
El lugar es el más adecuado para una emboscada, si emboscada hubo, como algunos aquí se muestran dispuestos a afirmarlo. En las últimas semanas ya se habían producido varias “batallas” en Tlatelolco, pero la del pasado miércoles fue de lejos la más dura.
El objetivo de ese mitin, que empezó a las 5 de la tarde, eras reclamar la salida de la tropa que todavía ocupa el Instituto Politécnico, ubicado a varios centenares de metros de la plaza. Se acababa inclusive de cancelar la consigna de marchar hasta el “Poli”. Varios oradores, hombres y mujeres integrantes del comité de huelga, ya habían tomado la palabra. Uno de ellos se encontraba en el tercer piso del edificio Chihuahua, en la galería abierta que sirve de descansillo y permite el acceso a los departamentos. Rodeado por unas 50 personas, estaba afirmando que era indispensable “continuar la lucha” y seguir exigiendo “un diálogo público con el gobierno para defender la Constitución y el derecho”. Hombres, mujeres y niños, muchos de ellos sentados en el suelo, escuchaban. Estudiantes caminaban entre los grupos y repartían volantes. En las grandes avenidas contiguas, el tráfico era normal. Las unidades del ejército se habían parapetado alrededor del Politécnico. En el cielo, el helicóptero de la policía del Distrito Federal vigilaba la ciudad. En el jardín del conjunto habitacional había niños que nadaban en la piscina. Los padres de familia regresaban a sus casas leyendo el periódico. Cinco minutos más tarde apareció un segundo helicóptero y a las 6 y 20 minutos vimos arriba de la iglesia Santiago-Tlatelolco una doble luz verde, una luz de bengala, Se oyeron unos gritos: “¡No pierdan la calma! ¡No corran!”.
Ya está oscureciendo y nadie entiende la razón de ese tumulto. El orador reitera las consignas de calma, pero bruscamente, uno de sus vecinos lo ataca y neutraliza, al tiempo que todos los que están en la tribuna intentan escaparse. Los atrapan agentes vestidos de civil que salen de los departamentos. En la explanada, antigua pirámide azteca rodeada por fosos, los manifestantes intentan huir sin entender claramente lo que está ocurriendo, pero se topan con militares, con la cabeza protegida por cascos, y metralletas y fusiles en las manos.
A la inversa de la versión dada por la mayoría de los diarios mexicanos, hasta ese momento no se disparó un solo tiro desde los edificios que rodean la plaza, bi tampoco de las azoteas. En cambio, entre la multitud se ven hombres vestidos de civil, llevando un guante blanco en la mano izquierda, que hacen señas a los militares. Después de esa señal, estos últimos abren un fuego nutrido contra la multitud. En ese momento empieza el horror. Saltamos de los terraplenes que tienen unos tres metros de altura. Es el pánico.
Los militares avanzan, obligándonos a replegarnos cerca de la iglesia. Desde el edificio, hombres vestidos de civil parecen dirigir el avance y los movimientos de los soldados haciéndoles grandes señas. Los soldados van llegando de todas las calles. Habrá más de cinco mil, se hablará de 300 tanques… Estos soldados matan. La mayoría de los estudiantes ayudan a las mujeres en su huída, las protegen. Ya cayó la noche. Nos inunda una lluvia torrencial. Los tanques se van acercando. Primero bloquean la entrada del edificio Chihuahua. Son las siete y quince de la noche, la balacera sigue. Tiros de bazuca incendian el edificio Chihuahua.
Las luces de los edificios están apagadas y ya no se ve a nadie. Más tarde nos enteraremos de que muchos departamentos están llenos de refugiados tendidos en el piso y en la oscuridad. Pasan detenidos, con las manos detrás de la nuca, empujados por soldados que los golpean. Otros han sido desvestidos y están mojados y desnudos en las azoteas de los edificios. En la Plaza de las Tres Culturas yacen muertos y heridos, entre ellos varios niños.
Se empuja a los detenidos, entre los cuales me encuentro, contra la iglesia. Tenemos los brazos en alto. Se ordena a los hombres tirar sus cinturones y a las mujeres sus paraguas. La balacera se paró a las ocho de la noche, quizás a las ocho y cuarto. El comportamiento de los detenidos llama la atención: una mezcla de valor y determinación, con mucho enojo también, y una gran calma. Para ellos hay un solo responsable: es Díaz Ordaz, ya que la Constitución mexicana únicamente autoriza al presidente de la República para dar a las Fuerzas Armadas la orden de disparar. Pero toda la gente que se encuentra aquí sabe de sobra que hace mucho tiempo que la Constitución no es más que un artificio.
Son las diez y media de la noche: la balacera vuelve a estallar. Esta vez se dispara en contra de los edificios ubicados del otro lado del barrio de Nonoalco, donde, según se dice, se esconden francotiradores. Esta segunda balacera se prolonga durante 20 minutos. Detrás de la iglesia se oyen golpes. Las mujeres suplican a los soldados que las dejen entrar al templo. Pero sólo se nos permitirá penetrar en el convento contiguo a la iglesia después de dos horas de espera. Ahí estaremos amontonadas 3,000 personas.
Todo el barrio está ocupado por tanques y soldados. A las cuatro de la mañana me liberan junto con una joven francesa que me acompañaba. En la ciudad se oyen los aullidos de las sirenas de las ambulancias.
El comité de huelga ha sido diezmado, pero todavía no se puede medir la amplitud del golpe que acaba de sufrir. Coraje, asombro, angustia y horror están en su punto culminante. Por lo que se dice, hay que remontarse a 1914, año del golpe de Estado del general Huerta contra el presidente Madero, para encontrar semejante carnicería en la capital mexicana. Mientras tanto, el secretario de la Defensa, el general Marcelino García Barragán, declara: “Yo soy el alto mando responsable. No se decretará el estado de sitio. México es un país en el que impera y seguirá imperando la libertad…”
Pero el editorialista del diario Excélsior, cuyos fotógrafos fueron heridos por el ejército, se pregunta cuál es la razón de esa masacre.

Tomado de: Rodríguez Castañeda, Rafael - Testimonios de Tlatelolco. PROCESO, Edición Especial. CISA Proceso Comunicación e Información SA de CV. México, 1988)

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