jueves, 7 de noviembre de 2019

Xicoténcatl


Vamos a hablar de Xicoténcatl, el joven general tlaxcalteca, hijo del que llevó el mismo nombre y el mismo grado militar, y que era ya anciano al pisar Cortés el territorio mexicano.
Xicoténcatl aparece en la historia adornado por una parte de excelentes cualidades, y por otra, débil, transigiendo por algún tiempo con los enemigos de su patria. Sin embargo, su nombre y sus hazañas han pasado a la posteridad, y su gloria es mayor que la falta por él cometida.
Era ya general el joven tlaxcalteca cuando Cortés se presentó en Tlaxcala, y cuando la señoría discutió si debía o no concederse al jefe español el permiso que solicitaba para llegar a la capital. 
Xicoténcatl se adhirió a la opinión de su anciano padre, pronunciada por la guerra. En el primer encuentro con los españoles rechazó con gran energía las proposiciones de paz que se le hicieron, con la singular circunstancia, única en la historia, de haber proporcionado al enemigo víveres para que recobrase sus fuerzas antes de entrar a la lucha, a fin de que no atribuyese el éxito de la batalla a otra causa que no fuese el valor de los tlaxcaltecas. Xicoténcatl batió a Cortés con sólo dos mil hombres, forzó las trincheras, y peleó cuerpo a cuerpo.
La divergencia de opiniones, la conducta de la señoría, y las influencias de Maxixcatzin, frustraron las patrióticas miras del joven general y de los demás jefes que como él querían defender la patria. Entonces fue cuando Xicoténcatl apareció al lado de los conquistadores y figuró en sus filas para sojuzgar a los mexicanos, irreconciliables enemigos de los tlaxcaltecas, como es bien sabido.
Xicoténcatl, más tarde, abandonó las filas del invasor, de quien nunca llegó a ser un fiel aliado, como lo demuestra la altivez con que siempre le trató, y sobre todo, el hecho de no haber desplegado en su servicio el heroico brío y las grandes cualidades militares que ostentara al combatirlo. Mandóle perseguir Cortés, y Ojeda, que le aprehendió en Texcoco, y le ahorcó allí mismo. No satisfecho Cortés, embargó los bienes del guerrero y de su familia para adjudicarlos al rey de España.
No referimos las acciones de guerra en que Xicoténcatl tomó parte, porque sería prolija nuestra narración. Daremos, sí, una idea de lo que fue el valiente general, por medio del testimonio de una autoridad respetable en materia de historia.
Esta noble figura -dice el sabio Orozco y Berra- en su eruditísima Historia Antigua y de la Conquista de México-, maltratada en la pluma de algunos escritores, merece de toda justicia detenerse un poco en su presencia. Él sólo en todo su pueblo, se mostró patriota:manteniéndose firme contra los invasores, logró con su valor detener por algunos días la carrera victoriosa de los blancos, y cesó de combatir cuando no tuvo quien le acompañara al combate. Derrotado de continuo, no conoció el desaliento, volviendo a la pelea con doblado entusiasmo. Heroicos eran los civilizados acometiendo la inmensa muchedumbre que les rodeaba; pero mayor y de mejor temple era la heroicidad del bárbaro luchando contra la fortuna, la debilidad de sus compatriotas, contra los dioses invencibles y sus abrasadores rayos. Libre de las preocupaciones vulgares, leyó en el porvenir las desgracias que a su patria amagaban, y quiso conjurarlas; loables y meritorios fueron sus inútiles esfuerzos; si la fama no los ha pregonado cual debiera, es que la complaciente deidad sólo alaba a los triunfadores.”
El mismo historiador acabado de citar, refiere como sigue la muerte dada a Xicoténcatl por orden de Cortés: “En la ciudad (Texcoco) estaba preparada una horca muy alta, en la cual fue suspendido el guerrero, mientras un pregonero en recias voces decía la causa de su muerte. Así murió aquel bravo caudillo, el solo hombre patriota y previsor de Tlaxcala, que pudo leer en el porvenir la suerte preparada a su patria y a la señoría. Después de muerto, los guerreros se repartieron los fragmentos de la capa y del maxtlátl, teniéndose por dichoso el que podía alcanzar las reliquias del mártir. Herrera asegura que aunque orgulloso y valiente, murió con poco ánimo.
“se comprende: el guerrero indio no temía dejar la vida; titubeó ante la horca, suplicio infamante de los blancos, indigno de su nobleza y de su condición guerrera. Cortés guardaba absoluto silencio acerca del hecho. A Solís parece imposible que el jefe indio fuese ahorcado en Texcoco. Los acolhua ni algún otro de los aliados tenían simpatía alguna por el tlaxcaltecatl; la señoría dio su permiso para acto semejante; el ejército tlaxcaltecatl estaba dividido y a la sazón mandado por Chichimecatecuhtli, enemigo de Xicoténcatl: éste no tenía esperanza de salud por ningún lado. Por eso aquella ejecución, que pudo ser causa de un serio alboroto entre los aliados, pasó sentida en secreto por los buenos y difundió un profundo terror en la multitud.”
Oigamos ahora una brillante defensa del guerrero, hecha por el señor González en la obra intitulada Hombres ilustres mexicanos:
Hay muchas circunstancias -dice- que disminuyen el valor de la falta cometida por Xicoténcatl en sus últimos días; falta que ante el severo juicio de la historia amengua en algo la gloria del héroe. Pero nosotros observamos la conducta de otros personajes históricos a quienes venera el mundo, y nos inclinamos naturalmente a encontrar razones para disculpar a Xicoténcatl. Sucumbió éste a las manifestaciones del Senado y de la opinión de su país; participó del odio general en Tlaxcallan contra los mexicanos; pasó los límites de la obediencia debida a la autoridad y a la ley, y acompañó, aunque sin distinguirse en ningún combate, a sus antes enemigos y después aliados; conoció su falta; sintió el peso de la esclavitud, y abandonó el campo de éstos para ir al patíbulo, no por cierto, como traidor a su patria, sino como reo del delito de infidelidad a los conquistadores. Todo esto, que constituye la falta a que hacemos referencia, por grave que sea, es menor que la de otros héroes que el mundo venera a pesar de sus pasiones y de sus debilidades. Menos culpable nos parece Xicoténcatl siguiendo unos días a Cortes, que Temístocles ofreciendo los recursos de su valor y de su influencia a Xerjes, enemigo de toda Grecia; menos que Alcibiades, que instó a los espartanos para que fuesen a hacer la guerra y a destruir a Atenas su patria; mucho menos que Coriolano (Cayo Marcio) llevando una guerra desoladora a Roma y poniéndose al frente de los enemigos de la ciudad de Rómulo y de Numa. Pero para que se olvide la debilidad de Xicoténcatl, para que se le disculpe, le faltó nacer en Roma o en Grecia; le faltó un Píndaro que eternizase sus hazañas; le faltaron enemigos tan célebres como Artaxerjes y Agis; le faltó una esposa como Columbia, y una mujer como Virginia que le demostrase que obraba mal, y -permítasenos decirlo-, le falta algo la indulgencia de sus compatriotas.”
Como podría objetarse que la anterior defensa ha sido escrita por un mexicano, citaremos, en elogio de Xicoténcatl, las palabras de Prescott, a quien no puede tacharse de parcial. Dice, al concluir el capítulo tercero del primer tomo de su Historia de la Conquista de México:
La conducta de Xicoténcatl es calificada por los escritores españoles de bárbara y feroz. Es muy natural que ellos juzguen de esta suerte; pero los que están exentos de la preocupación nacional deben verlo de una manera muy diversa. Mucho hay que admirar en aquella alma elevada e indómita que como una magnífica columna se levanta sola y llena de majestad y grandeza sobre los fragmentos y las ruinas que la circuían por todas partes. Él dio muestras de perspicacia y sagacidad, puesto que, rompiendo el transparente velo de la insidiosa amistad ofrecida por los españoles, y penetrando el porvenir, entrevió las miserias en que iba a ser envuelta su patria y desplegó el noble patriotismo de quien intentaba salvarla a cualquier precio, y en medio del abatimiento universal, procura difundir en toda la nación el intrépido valor que a él le anima y alentarla a un último esfuerzo por conservar la independencia.”
Terminaremos diciendo que el sacrificio de Xicoténcatl se consumó en mayo de 1521.


(Tomado de: Sosa, Francisco - Biografías de mexicanos distinguidos. Colección “Sepan cuantos…” #472. Editorial Porrúa, México, 1998)

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