lunes, 19 de noviembre de 2018

Nota Roja en el Porfiriato


(Grabados, por José Guadalupe Posada)
 
Los primeros cultivadores de la nota roja son los autores de corridos y los grabadores. En el porfiriato, José Guadalupe Posada (1868-1913) convierte los crímenes más notorios en expresión artística y presenta los hechos de sangre como los cuentos de hadas de las mayorías. No la viejecita que vivía en un zapato ni el gato con botas, sino El horrorosísimo crimen del horrorosísimo hijo que mato a su horrorisísima madre o Una mujer que se divide en dos mitades, convirtiéndose en bola de fuego. En La Gaceta Callejera, Posada transforma hechos de la naturaleza social en “sensaciones”, en aquello “tan real” que es inverosímil, tan cercano a nosotros que sólo si el arte o el escándalo lo transfiguran, advertimos su definitiva lejanía. Así, el horrible asesinato de María Rodríguez que mató a su compadre de diez puñaladas porque él no quiso acceder a sus deseos, o el Tigre de Santa Julia, bandido famoso, o la Bejarano, asesina por antonomasia, o los robachicos que secuestran para vender.




Los títulos son una medida exacta del morbo: Drama sangriento en la Plazuela de Tarasquillo, Asesinato de la Mañagueña/El asesinato de Leandra Martínez por su hermano Manuel (1891)/ “Horribilísimo y espantosísimo acontecimiento! Un hijo infame envenena a sus padres y a una criatura en Pachuca (1906) / El ahorcado de la calle de Las Rejas de Balvanera. Horrible suicidio del lunes 9 de enero de 1892.

La Gaceta Callejera de Vanegas Arroyo publica a diario corridos –novelas comprimidas en verso- que Posada complementa con ilustraciones. Allí la ciudad suprimida oficialmente halla un representante flexible y ecléctico, que será, por separado y en conjunto, anticlerical y supersticioso, misógino y devoto de la Virgen, creyente en el diablo y en las infinitas apariciones de la Guadalupana. No hay contradicción: no es asunto de Posada si los criminales son ídolos populares y si los danzantes del Señor de Chalma practican el otro culto a la razón; él se concibe como medio expresivo, un relato visual donde no hay distinciones entre lo que pasa y lo que debería pasar.



En Posada, el fervor deriva de pasiones gritadas o vividas a voz en cuello en los que encarnan caprichosamente el sentido de justicia y el sentido de libertad. En el tránsito metafórico, los crímenes dejan de ser sacudimientos colectivos y devienen leyendas hogareñas. Olvidadas las víctimas, desvanecido el escalofrío inicial, queda el estupor complacido ante un relato que fija el grabado y rehace una cultura oral que es, masivamente, la que importa durante el porfiriato, y la que preserva en la ciudad leyendas y relatos de milagros.



El público (el pueblo) localiza en la nota roja a una de las prolongaciones del Catecismo. Idénticos los juegos entre fantasía y realidad (demonios y llamas voladoras visitan asesinos y pecadores en trance de muerte); idénticas las conclusiones morales: La Tierra se traga a José Sánchez por dar muerte a sus hijos y a sus padres, o los grabados sobre Los 41 maricones encontrados en un baile de la calle de la Paz el 20 de noviembre de 1901. Posada es fidedigno y es creativo: así ve el pueblo o así ve él mismo, todo pueblo, el espacio donde la Pasión y la justicia rectifican en lo que pueden los crímenes de la vida misma.

(Tomado de: Carlos Monsiváis – Los mil y un velorios (Crónica de la Nota Roja). Alianza Editorial y CNCA, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, D.F., 1994)

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