lunes, 5 de noviembre de 2018

En la cabeza del Ángel

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En la cabeza del Ángel
 
 
(Cabeza original del Ángel de la Independencia. Casa Heras-Soto)

La tragedia es siempre el terreno más fértil para los rumores. Ante la desgracia se buscan culpables, héroes, destellos, asombros. En medio del dolor, el duelo y la conmoción nacen historias que deslumbran y emocionan. Así sucedió durante la negra noche del terremoto que, a las 2:45 de la mañana del 28 de julio de 1957, impactó a la ciudad de México, derribando edificios habitacionales, hoteles, centros de diversión nocturna y monumentos.

Era sábado y la gente se divertía. Los bares y los restaurantes de Polanco, Anzures, Condesa, y colonia Centro estaban llenos. También en las casas había fiestas y reuniones privadas. En el mítico Salón México la gente bailaba sin imaginar que aquella sería la última noche del recinto. Acaso los veladores del zoológico presintieron lo que estaba por suceder, pues al día siguiente dijeron a la prensa que los animales se volvieron locos minutos antes del terremoto. Por su parte, Salvador Novo celebraba con los actores de Separada del marido, que había inaugurado temporada en el teatro Iris.

Cuando el movimiento empezó -fue un terremoto de siete grados en la escala de Mercalli- los trasnochados y los fiesteros corrieron a las calles entre gritos y empujones, seguidos por los dueños de los locales que, aunque asustados por el temblor, temían la quiebra que sobrevendría con la salida de los clientes. Esa noche nadie pagaría sus cuentas. Los que dormían plácidamente despertaron entre gritos y susurros. Algunos lograron espabilarse a tiempo y salir de las enormes tumbas de concreto, pero muchos otros no, murieron enterrados sin saber qué había pasado.



Las calles se llenaron de gente asustada y sorprendida, como recuerdan las crónicas de la época. Familias enteras se abrazaban aterradas, sin saber qué hacer, sin saber a dónde dirigirse. Los más espantados eran los habitantes del Centro y sus alrededores. La Alameda Central estaba a reventar y la avenida Reforma era un río de personas. Fue en ésta donde sucedió uno de los eventos memorables, donde nació uno de los rumores más famosos de la época.

El primero que se percató de lo que había pasado fue Jaime Contreras, un obrero que se había quedado trabajando hasta tarde, pues así le exigía el horario de su turno. Ni él ni quienes se acercaron después dieron crédito a lo que sus ojos observaban. El Ángel de la Independencia se había derrumbado, haciéndose pedazos al caer contra el suelo. Un doctor que regresaba a su casa de la mano de su esposa, narró al día siguiente los hechos que sus ojos vieron a lo lejos: la estatua de bronce se despegó de la torre, golpeó la parte de piedra, destrozó el barandal y voló sin control hasta el piso. Por la mañana, un artículo de La Prensa describió los hechos de forma exacta: "Los bloques de bronce brillaban sobre el pasto, y aún en el pavimento, hacían esplendorosos a la vista de los fanales de los autos que se detenían en los contornos".



El médico no se acercó hasta el lugar en el que cayó la estatua, como sí hizo Jaime Contreras. Por eso no se enteró que, junto a las piezas destrozadas de la cabeza del ángel dorado, yacía un trozo de papel viejo y carcomido por el tiempo. Una carta que habría de convertirse en rumor. Ante la mirada sorprendida de quienes se acercaban temerosos, el obrero levantó el trozo de papel y con sumo cuidado lo desdobló. Imposible para él descifrar el contenido -Jaime Contreras no sabía leer-, pasó la hoja a un señor que había llegado hasta su lado. El hombre leyó en silencio las palabras deslavadas por el tiempo y sentenció: "Es una carta de amor".

Hacía muchos años, después de que el escultor terminara el boceto y después también de que el molde fuera acabado, el fundidor del Ángel de la Independencia había decidido meter en la cabeza de la inmensa estatua la carta que no se atrevió a darle a su amada, quien días antes lo había abandonado. Hubo de temblar en la ciudad, de caerse decenas de construcciones y de morir más de sesenta personas, para que la mujer, cuyo rostro cruzaban ya las arrugas de la vida, conociera las últimas palabras que le dedicara su más famoso enamorado. Hay quienes incluso dicen que la pareja, después de que el contenido de la carta se hiciera público, se reencontró.

(Tomado de: Marcelo Yarza - 101 Rumores y secretos en la historia de México, Editorial Grijalbo, México, D.F., 2008)

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