jueves, 16 de mayo de 2024

El Veracruz legendario

 


El Veracruz legendario

El Veracruz logró un ascenso vertiginoso en el fútbol mexicano: el 2 de junio de 1946, sólo dos años después de su ingreso al máximo circuito, obtuvo el título de liga que hasta entonces había sido propiedad de equipos capitalinos.

En esa temporada los Tiburones alcanzaron varias marcas: mayor número de fechas consecutivas sin derrota (18), más goles anotados (105), menos recibidos (52) y récord de tantos marcados en un partido 14-0 al Monterrey).

Los dueños habían logrado formar un cuadro ganador al mando de un técnico profesional, Enrique Palomini. La nómina era imponente: el español Urquiaga en la portería; Velázquez y "El Negro" León en la saga; en la media, "Chito" García, el peruano Lecca y "El Pachuco" Durán (que a veces dejaba su sitio a Buenabad); y adelante, Lazcano, Valdivia "El Pelón" González, "Pirata" Fuente y el argentino Enrico.

Los tiburones se convirtieron en un cuadro con mística y empuje que alcanzó los lugares de honor: ganaron el Torneo de Copa en la temporada 1947-48 y repitieron en el de Liga durante la campaña 1949-50. Para entonces, la alineación había sufrido algunos cambios: "Ranchero" Torres en la puerta; Castañeda y Andrade en la defensa; "Pelón" Silva, Lecca y Buenabad en la media; Ortiz, Lupe Velázquez, Grimaldo, "Pirata" Fuente y Julio Ayllón, "Aparicio", en la delantera. Para lo que se ofreciera, en la banca estaban Arteaga, Quiñones y Paratore.

Inspirado en el legendario equipo, Félix Martínez redactó estos versos:


Yo vi a aquellos Tiburones 

vestidos de azul y rojo;

la jugaban a su antojo 

brindando mil emociones. 

Claro que fueron campeones, 

no jugaban al cerrojo:

Urquiaga con Negro León 

y Velázquez defendiendo,

 Lecca y Buenabad sirviendo 

balones para el Pelón, 

del Pirata el patadón, 

los servicios de Lazcano, 

contento el veracruzano 

con el toquecito fino 

de Enrico, aquel argentino 

que ya se volvió paisano.


En la temporada 1951-52, los problemas económicos dieron al traste con el trabajo realizado; el equipo cayó al último lugar y descendió a la Segunda División; y al finalizar la campaña siguiente dijo adiós al fútbol. Un retiro que duró varios años.


(Tomado de: Calderón Cardoso, Carlos - Por el amor a la camiseta. (1933-1950). Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1998)

lunes, 13 de mayo de 2024

Pulque, tesgüino y levaduras

 


Las levaduras 


Nodo Hidalgo-Tlaxcala, red temática del Patrimonio Biocultural (Conacyt)


En el México antiguo, así como en el México contemporáneo las bebidas fermentadas, especialmente las autóctonas (pulque, Centro; y tesgüino, Sierra Tarahumara) han sido uno de los ejes culturales (mágico-religioso, alimenticio e incluso medicinal) de los distintos grupos humanos que han habitado estos territorios: nahuas y rarámuris (Arqueología Mexicana, números 78 y 114). Una rica variedad de sustratos ha sido la fuente de azúcares y almidones, procedentes del maguey y del maíz, respectivamente, que han permitido el proceso de la fermentación por la actividad enzimática de hongos microscópicos (especialmente levaduras), además de bacterias y algunos otros hongos, también microscópicos. Aunque no visibles al ojo humano, han sido manejados durante siglos por grupos que los incorporaron a su cultura, y realizaron una selección y reproducción continua de las cepas que han permitido una gama determinada en la calidad de esas bebidas. Estas cepas de levaduras continúan presentes, pues visto objetivamente producir pulque o tesgüino, por ejemplo, es en realidad llevar a cabo un cultivo y propagación de levaduras en un rico medio glucosado líquido, el aguamiel. Las levaduras han sido cultivadas en estos medios naturales (aguamiel para el pulque y mosto de maíz para el tesgüino) durante muchos siglos, quizás milenios: por consiguiente, constituyen parte del patrimonio biocultural de los pueblos que han mantenido estas prácticas, basadas en conocimientos locales múltiples, sobre las plantas que producen los sustratos, sobre los procesos y variables que inciden en la fermentación, además de una serie de prácticas asociadas a este interesante e importante fenómeno biocultural.

Lamentablemente, en las recientes décadas, la preferencia por estas bebidas ha declinado de manera considerable, aunado al crecimiento vertiginoso de la producción y consumo de cerveza a partir de cebada y de la industria vitivinícola, mezcalera y tequilera en el país, lo que ha traído relevantes consecuencias negativas de carácter cultural, social, ambiental, biocultural y político. En el Estado de Hidalgo, por ejemplo (productor ejemplar de buen y abundante pulque en otros tiempos), la producción y la cultura pulqueras han sido eclipsadas y casi asfixiadas por una poderosa industria cervecera extranjera, al grado de reemplazar significativamente el cultivo de maguey por el de cebada, en regiones como Apan, otrora región importante de la industria pulguera. Por fortuna, no obstante, recientemente parece haber iniciado un paulatino interés por la recuperación de la producción del maguey y prácticas culturales asociadas, como la elaboración de pulque.

El proceso de elaboración de pulque dio inicio, probablemente, ante la necesidad de obtener alimento en zonas áridas en situaciones de emergencia, recurriendo a desprender el corazón del maguey (meyólotl) el cual es suave y carnoso, además de altamente nutritivo. El maguey era abandonado pero posiblemente tiempo después el primero que lo vio, o alguien más, volvía para rascar en el sitio donde se había extraído el corazón, descubriendo que manaba agua dulce de las paredes de la cavidad, la cual pudieron haber bebido como aguamiel; si este fluido se dejaba algunos días más, al visitarle después se descubría que ahora era viscoso y turbio, y que al beberlo provocaba una sensación agradable, con lo cual se descubrió el pulque, al que se le atribuyó una especie de bendición por parte de los dioses: parte de este regalo o bendición lo constituyeron las levaduras. A partir de entonces, en un sistema biocultural complejo, inició la producción de pulque y, con ello, el manejo y la selección indirecta de las levaduras a lo largo de varios siglos En el caso del tesgüino, el fenómeno de la fermentación y de la participación de levaduras ocurrió tal vez a partir de maíz accidentalmente germinado pero que, en una situación difícil, fue tostado y quebrado para comerlo, tal vez con agua. Al olvidar parte de esta especie de atole rústico y consumirlo días después, los rarámuris o sus ancestros descubrieron la magia del tesgüino.

Vemos así que las levaduras, minúsculos hongos, han sido utilizadas por distintas culturas. Se les relaciona con dos bebidas que, utilizadas con moderación, tienen múltiples beneficios para quienes las consumen. Sería deseable que las políticas públicas del país fomentaran con un buen marco regulatorio, desde luego, su consumo entre la población, tanto de forma natural como con un posible valor agregado. A este respecto, el medio científico, especialmente el biotecnológico, y el empresarial tendrían una participación importante y la bioculturalidad se vería fortalecida.



(Tomado de: Las levaduras. Arqueología Mexicana. Edición especial 87, Hongos de México. Editorial Raíces S. A. de C. V. Ciudad de México, 2019)

domingo, 12 de mayo de 2024

Historia cultural del cactus V Manufactura


 

Historia cultural del cactus


5. Manufactura


Y se apoderan del país con todo lo que repta por su suelo, vuela por su cielo y nada en sus aguas. Entre lo que reptaba por su suelo estaba la cochinilla, animal diminuto llamado a adquirir gran importancia. Cortés envió varias muestras a España, "simplemente por razones de ciencia", como hubo de manifestar disculpando el envío. Los españoles, que de primera intención desdeñaron como inútiles los granos de maíz y de cacao, el tomate y la vainilla y los trozos del jade más precioso, comprendieron inmediatamente el valor potencial de aquel colorante para la manufactura de tejidos de lana de Barcelona y la fabricación de telas de seda de Valencia.


Se plantaron a toda prisa las supuestas semillas, viendo con asombro que no retoñaban. Las autoridades en vista de ello pidieron a la Nueva España vástagos para plantar, tubérculos o raíces y les fueron enviados los de la Opuntia cochinellifera. De ellos surgieron en los territorios cálidos de la corona de España, en Argelia y en las Canarias, las chumberas, cuyas hojas se llenaron de bolitas diminutas, abarrotadas del ansiado colorante.


Ya existían grandes plantaciones de las que se obtenían ricas ganancias y aún no se había descubierto que las semillas vegetales no tenían nada de semillas vegetales. Cuando en 1703, Mynheer Ruyscher vio moverse a la cochinilla a través del microscopio que Leuwenhook acababa de inventar, todo el mundo meneó la cabeza escépticamente. ¿Un piojo? No era posible ¿Cómo iba a salir de un vulgar piojo un colorante tan precioso como éste?


Cuando preparaba en mi casa los apuntes para esta catedrática lección, abrí sobre la mesa un librote encuadernado en piel de cerdo que apenas me dejaba sitio libre para escribir. El título de esta obra, reducido a proporciones humanas, reza así: Museum Museorum o panorama de todas las materias y especias... desplegado ante la vista del doctor Michael B. Valentini; Francfort sobre el Mayn, Anno Domini MDCCXIV. (Largos años pasé por Europa buscando inútilmente esta obra alemana, que es, además de muchas otras cosas, una tecnología completa del período de la manufactura, para venir a dar con ella -¡oh milagros del exilio!- en la ciudad de México.) Todavía en 1714, el autor de este mamotreto lleno de erudición se resistía a dejarse convencer del todo por el microscopio:


Aún no está claro si la cochinilla debe considerarse como semilla o como otra cosa, y acerca de ello existen diversas opiniones -dice el infolio en su lenguaje arcaico-. Algunos la consideran como una semilla, razón por la cual la mayoría de los boticarios la clasifican entre las demás semillas y la incluyen en sus catálogos bajo el nombre de Sem. Coccinillae; otros, opinan que la cochinilla procede del coco, dándose ese nombre entre los españoles a un grano pequeño; otros, como Wilhelmus Piso en su Historia de las plantas brasileñas, describe minuciosamente una especie de higuera India en la que crecen, según ellos, las cochinillas.


Valentini enumera los muchos empleos que se dan a este diminuto y problemático cuerpo colorante en la manufactura de la época y apunta el hecho de que Italia debe a la cochinilla de la Nueva España la coloración roja de su vidrio.


(Continuará)


(Tomado de Kisch, Egon Erwin. Descubrimientos en México. Volumen 1. Prólogo de Elisabeth Siefer. Edición aumentada. Colección ideas, #62. EOSA, Editorial Offset, S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 1988)

lunes, 6 de mayo de 2024

Lo Mauricio no quita lo Garcés

 


Vida y milagros | Semblanzas 

Lo Mauricio no quita lo Garcés 

por Arturo Páramo Rojas y Carlos B. R.


¿Quién fue en realidad ese personaje cuya imagen continúa vigente en el imaginario colectivo a pesar del tiempo transcurrido desde su última actuación? ¿En verdad era tan mujeriego como se rumoraba? ¿Cuál era su auténtica pasión? Un poco de todo eso se pretende responder en esta semblanza sobre uno de los íconos populares más notables de México. 

En el ocaso, Mauricio Garcés definió así su vida de actor: "Sólo faltan dos minutos para que se acabe mi partido; y todo el tiempo estuve en off side" Era 1982 y ya le pesaban los problemas pulmonares, estaba virtualmente retirado, sólo se presentaba en palenques, daba entrevistas en las que se le apreciaba cansino, agotado... vivía de la fama, en su caso: la "mala fama". 

Seguir los datos biográficos de Garcés no es tan difícil, su profusa filmografía -69 cintas- está reseñada en varios portales, pero su influencia solo se puede aquilatar con el paso de los años. La imagen del galán otoñal, hombre maduro, más allá del cuarentón, con cabello entrecano -tirándole a blanco- imagen exitosa, seductor a toda prueba, sin compromisos, amante de la moda, con fortuna salida de quién sabe dónde -inventada, incluso- con la firme promesa de pasarla bien a toda costa; está de regreso. 

Si no, dé un vistazo a los actores más cotizados en la actualidad -agregue el nombre del de su preferencia-: las canas venden. Los veinteañeros son obsoletos; Mauricio, "el criado bien criado", está en boga. Basta caminar por los barrios más in de la capital: se ve a pequeños "mauricitos" en bares y terrazas de las colonias Condesa y Roma haciendo lo imposible por no verse chavitos, con aire de "a ésta la hago pedazos", con ínfulas de haber recorrido mundo. Pero Mauricio sólo habrá uno. 

Siempre se consideró a sí mismo una rara avis. La biografía de Garcés está ligada a la diáspora libanesa que se asentó en México, a su tío José que era fotógrafo y conocía a miembros de la farándula; él le consiguió su primer papel en La muerte enamorada (1950), a los 24 años de edad. 

Mauricio Galán 

Aquellos inicios fueron un tormento para este hombre -nacido en Tampico, Tamaulipas, en 1926- que paulatinamente ganaba terreno en el cine nacional: "En la lucha estéril de extra grababa hasta diez películas al año", afirmaba Garcés en sus años de superestrella, cuando batía récords de taquilla en México y era el actor que generaba más ganancias en la industria. 

Treinta y seis películas y dos series de televisión -telenovelas- debieron transcurrir para que Mauricio Garcés puliera, a base de ensayo y error, al personaje del que ya no pudo disociarse. 

Cuenta la historia que Angélica Ortiz -madre de Angélica María- le dio el protagónico de Don Juan 67: Mauricio Galán. Antes tuvieron que recapitular toda la saga de Mauricio, recortar el bigotillo, peinar perfectamente las canas, trabajar ese desenfado y apabullante seguridad, el tono de voz, la vestimenta a la medida, para dar con el alter ego: "Galán otoñal, elegante, mundano..." y con un gran sentido del humor. 

A partir de ahí Garcés se convirtió en el seductor más cotizado de latinoamérica. Filmaría en España, Ecuador, República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela. En Italia aseguraban que poseía el talento de Vittorio Gassman y desplegaba la personalidad de Marcello Mastroianni. 

Una máquina de hacer dinero 

Hacia 1968 Garcés estaba en la cima de la fama, sólo comparada con la altura que una década antes alcanzara Pedro Infante. Su ritmo de trabajo era tan intenso que durante el rodaje de Click, fotógrafo de modelos (1968), se desmayó por agotamiento en el plató. 

Fue llevado a la enfermería, se le aplicó un estimulante para el corazón y después de dormir un rato regresó a filmar. No había oportunidad de descanso. La máquina de hacer dinero no podía detenerse. 

En noviembre de 1969, al publicarse la lista de las películas más taquilleras, tres de sus filmes eran exhibidos simultáneamente y siete estaban aún a la espera de fecha de estreno. Según este reporte Olimpiada en México fue la más taquillera, seguida del melodrama Cuando los hijos se van, y en fila seguían sus cintas: El matrimonio es como el demonio (1967) Las fieras (1968), El criado malcriado (1968), 24 horas de placer (1969), y Modisto de señoras (1969). A Garcés le llovían papeles, mujeres, viajes, entrevistas, reconocimiento, cariño del público... y polémicas. 

Ave de tempestades 

A ese tampiqueño, estereotipo del Casanova moderno, con bata y gazné de seda, fumador, bebedor inquebrantable, sexualmente hiperactivo y querendón, le sobraban enfrentamientos con sus compañeros actores, con productores y directores: él mismo se sabía insoportable. 

Atizaba contra lo que se moviera. Contra el cine de charros, declaró: "Todavía el cine mexicano no ha superado el tema de las rancheras, las pistolas, las cantinas y se sigue pensando que la atracción es el cantante de moda. Creo que es el momento en que se vea al cantante como apoyo, no como atracción. Esto me va a costar por lo menos algunos contratos, pero no puedo negar lo que existe. Soy muy bravo por eso me temen los productores”.

En 1970, por una polémica con el director teatral español Álvaro Custodio, Garcés montó en cólera: "Ese señor no ha pagado el buen recibimiento que se le ha dado. Sobre que el presupuesto al teatro es mínimo, lo dijo para quedar bien". Y se siguió de filo contra los actores mexicanos y contra él mismo: "Dijo Custodio que a los mexicanos nos faltaba disciplina. Reconozco que los artistas españoles han adoptado la disciplina teatral para filmar, en México no somos tan puntuales ni disciplinados, siendo yo el primero”.

De la voracidad de los productores y la sobreexplotación de su imagen en las salas de cine también se quejó: "Siempre estoy jugando a policías y ladrones o a algo, y la gente se ríe. Por eso [el público] no se cansa. Si el público llegara al aburrimiento no sería por mi culpa; los productores podrían espaciarlas [las películas]”.

Sus amores 

Respecto al eterno cuestionamiento de su soltería respondía: "Aún no encuentro a la mujer de mis sueños, y entre más conozco más cuenta me doy de lo difícil que es. Si es difícil encontrar amigos, debe ser más difícil encontrar una mujer”.

Se inventaron muchos rumores alrededor de las personalidades con quienes compartió créditos en sus cintas o sólo porque alguna vez se les sorprendió juntos en alguna reunión o en su infaltable hipódromo: Elsa Aguirre, Elsa Cárdenas, Regina Torné, Norma Nazareno, Jaqueline Andere, Angélica María, Gina Román, Sandra Boid, Rosángela Balbó, Lorena Velázquez, Teresa Velázquez, Sonia Furió o incluso Silvia Pinal, de quien sí estuvo profundamente enamorado. 

A partir de su papel en Modisto de señoras (1969), se rumoró que era homosexual por "lo natural que le salió el personaje". Cuestionado por esto, el mismo Mauricio bromeaba: "El otro día un señor me sacó a bailar... "Le aventé los aretes y lo empecé a agarrar a bolsazos!”.

Lo único confirmado es que su "único amor incondicional" -para completar el cliché del estereotipo del don Juan mexicano- fue su madre; con quien vivió hasta sus últimos días y a quien dedicó sus principales atenciones. 

Una vida de excesos 

Se sabe que Garcés era ludópata: adicto al juego y que por ello se "desaparecía" por temporadas; se encerraba a perder -o ganar, según la suerte- auténticas fortunas en el póquer y las carreras de caballos; cualquier tipo de apuesta o contienda lo extasiaban: era su verdadero placer. 

Decía el ventrílocuo Carlos Monroy, creador de los muñecos Neto y Titino: "[siempre] en Las Vegas me lo encontraba jugando sonriente". Su vicio por el juego era de tal magnitud que una vez arrebató a una de sus sobrinas el juego de backgammon furioso porque no podía ganarle la partida a la niña y tiró el estuche en un barranco. 

Jugar y fumar formaban parte de su indumentaria y personalidad. Y la vida se lo cobró. El vicio del cigarro le produjo un enfisema pulmonar que se agravó con los años. Pese a la fama nunca pudo grabar comerciales de televisión y su voz debía ser doblada por León Michel, Jorge Zúñiga o Isidro Olace porque, además, nunca obtuvo la licencia del locutor. Por su parte, Juan Carlos Calderón, el legendario periodista de espectáculos, decía que "Garcés era el hombre más rico de México, si por riqueza se entiende el cariño del público”.

Un mito atemporal 

Siendo el actor más taquillero durante una década, Mauricio Garcés no fue reconocido con premios de la industria sino hasta su ocaso, en 1986, cuando la comunidad artística la rindió un gran homenaje en vida. 

Con la debacle del cine mexicano, cuando comenzó el llamado "cine de ficheras", Garcés prefirió excluirse: "Me ofrecieron un papel estelar en una película y el personaje era tan asqueroso que dije que sólo la haría por diez millones de dólares. Porque si lo aceptaba no tendría cara para enfrentarme a mi familia, al público, y a mis amistades; y ese dinero me bastaría para irme del país y no volver”.

Este "zorro plateado" siempre tuvo claro a quién se debía: "Ser el más taquillero era una pluma en el sombrero y el sombrero me lo quito ante el público”.

El periodista Ricardo Rocha -quien lo convenció de hacer una de sus últimas apariciones en TV- lo describe así: "En realidad era un tipo muy moderado: jamás lo vi beber; era muy cuidadoso con su alimentación. Era muy disciplinado contra lo que proyectaba en sus películas. Siendo el prototipo del "galán" en realidad fue el "antigalán" porque no era guapo, si lo comparas con los galanes de la época -los hermanos De Anda, Jorge Rivero, Andrés García-. Si lo analizas fríamente más que guapo era chistoso. Creo que su encanto radica en que hizo posible "el galán que todos podíamos ser" si nos expresábamos y presentábamos de cierta manera: ejerciendo el arte de la seducción. Sin duda Mauricio es el gran ejemplo de que "rollos sí mata carita". Y tal vez por eso nos cae tan bien, porque sabemos que es un cuate como cualquiera, pero que su encanto radica en su ingenio y su seguridad. Aparte de Tin Tan y Pedro Infante, se ha comprobado que Garcés es de los contados personajes que, si te lo topas mientras haces zapping al ver TV, te detienes a verlo”.

De ser un extra sin esperanzas Mauricio encabezó el escalafón del cine nacional; sus cintas aún se transmiten por televisión, se pueden ver en YouTube y con frecuencia se proyectan ciclos de ellas. Sus frases "Arroooozzz" -zorra al revés-, "Las traigo muertas" y "Te voy a hacer pedazos", son marca registrada. 

A pesar de los papeles que le asignaron -de los cuales se quejó amargamente-, Garcés supo imponer su estilo porque, en el fondo, era un gran actor con una simpatía arrolladora y una extraordinaria capacidad de improvisación que pervive en los diálogos de sus películas y que no dejan duda de lo bien que tenía dominado su personaje: "Les tengo una excelente noticia: ya llegué”.

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Arturo Páramo Rojas es reportero urbano desde 1994; ha colaborado en el diario Reforma y ahora escribe reportajes e investigaciones para Excélsior, Cadena 3, Reporte 98.5 e Imagen donde también es comentarista. Hijo de la UNAM. Padre de Pedro. 

Carlos B. R. es el director editorial de esta revista, sígalo en Twitter como @alguienomas



(Tomado de: Páramo Rojas, Arturo, y B. R., Carlos - Lo Mauricio no quita lo Garcés. Algarabía #120, Año XIV, Editorial Otras Inquisiciones, S.A. de C.V. México, D.F. 2014)

viernes, 3 de mayo de 2024

Telenovelas VI Caridad Bravo Adams: la novela rosa

 


Caridad Bravo Adams: la novela rosa


Cuando la televisión recurrió a Caridad Bravo Adams, a mediados de los años sesenta, se pudo declarar la primera madurez de la telenovela; doña Caridad era una veterana de las letras con una carrera notable. Tabasqueña criada en Puerto Rico, regresó a México en 1934 para actuar en obras de corte nacionalista, recitar sus poemas, llenos de nostalgia y desarraigo y aparecer brevemente en una película de amores chinacos, Corazón bandolero. Sin embargo, terminó radicando en La Habana, donde probaría sus armas radiofónicas con la serie La novela del aire, que en la W inspiró El teatro del aire. El éxito de su radionovelas y la publicación de sus primeras novelas, de cortes desmesuradamente rosa, se reflejó en la filmación de varias de ellas, como La mentira en 1952, La intrusa en 1953, Pecado mortal y Estafa de amor en 1954 y Corazón salvaje en 1955.

Su ingreso en la telenovela, con una adaptación de Corazón salvaje, fue un éxito que todavía se recuerda: era 1966 y tenía su primer estelar Enrique Álvarez Félix, recién egresado de la Escuela de Ciencias Políticas de la UNAM, que despertaba comentarios por doquier debido al parecido físico con su legendaria madre; Enrique Elizalde era "Juan del Diablo" (el primero de la serie), Julissa, hija de Rita Macedo y Luis de Llano era "Mónica" y Jacqueline Andere, "Aimée". Pese a la pobreza de la producción, el desempeño de esos jóvenes actores, apoyados por veteranos como Miguel Manzano y Fanny Schiller, dirigidos con gran pericia y malicia por Ernesto Alonso, hizo que esa enredada historia de amores cruzados de dos hermanas por un desgastado levantara pasiones sobre todo entre las adolescentes, que no habían oído la radionovela ni visto la película 10 años atrás.

La adaptación de esa obra bastaría para que Bravo Adams figurara en la historia del género, por las varias versiones que se hicieron después, al mostrar que su dominio de la estructura dramática y lo inquietante de sus personajes, que nunca se alinean ni en el Bien puro ni en el Mal declarado, resisten el paso del tiempo. Pero de inmediato se adaptó La mentira, que pasó a la posteridad como la primera telenovela en cuyo honor se compuso un tema musical ("Se te olvida", de Álvaro Carrillo, cantado por Pepe Jara). Doña Caridad vería adaptadas una y otra vez todas sus obras: Estafa de amor, Bodas de odio, Pecado mortal, Yo no creo en los hombres, con la constante del melodrama puro: amores imposibles por razones de origen, por malentendidos que sitúan a los amantes en polos opuestos o por la presencia de un tercero en discordia y al final… el amor que todo lo vence.


(Tomado de: Reyes de la Maza, Luis - Crónica de la Telenovela I. México sentimental. Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1999)

lunes, 29 de abril de 2024

La Noche Triste y otros descalabros

 

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La Noche Triste y otros descalabros 

por Hernán Cortés


A la etapa de amor entre Hernán Cortés y la ciudad de Tenochtitlán siguió una serie de desavenencias que culminan en el episodio conocido con el nombre de la Noche Triste. A los españoles, acosados por todas partes, no les queda otro recurso que abandonar la ciudad. Esa desastrosa retirada es referida por Cortés en sus Cartas de Relación a Carlos V.


[...] Y así quedaron aquella noche con victoria y ganadas las dichas cuatro puentes; y yo dejé en las otras cuatro buen recaudo y fui a la fortaleza e hice hacer una puente de madera que llevaban cuarenta hombres; y viendo el gran peligro en que estábamos y el mucho daño que los indios cada día nos hacían, y temiendo que también deshiciesen aquella calzada como las otras, y deshecha era forzado morir todos, y porque de todos los de mi compañía fue requerido muchas veces que me saliese, y porque todos o los más estaban heridos y tan mal que no podían pelear, acordé de lo hacer aquella noche, y tomé todo el oro y joyas de vuestra majestad que se podían sacar y púselo en una sala y allí lo entregué con ciertos líos a los oficiales de vuestra alteza, que yo en su real nombre tenía señalados, y a los alcaldes y regidores y a toda la gente que allí estaba le rogué y requerí que me ayudase a lo sacar y salvar, y di una yegua mía para ello, en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podía llevar; y señalé ciertos españoles, así criados míos como de los otros, que viniese con el dicho oro y yegua, y lo demás lo dichos oficiales y alcaldes y regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen.

Desamparada la fortaleza, con mucha riqueza así de vuestra alteza como de los españoles y mía, me salí lo más secreto que yo pude, sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Muteczuma y Cacamacín, señor de Aculuacán, y al otro su hermano que yo había puesto en su lugar, y a otros señores de provincias y ciudades que allí tenía presos. Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la primera de ellas se echó la puente que yo traía hecha, con poco trabajo, porque no hubo quien la resistiese excepto ciertas velas que en ella estaban, las cuales apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba infinita gente de los contrarios sobre nosotros combatiéndonos por todas partes, así desde el agua como de la tierra; y yo pasé presto con cinco de caballo y cien peones, con los cuales pasé a nado todas las puentes y las gané hasta la tierra firme. Y dejando aquella gente a la delantera, torné a la rezaga donde hallé que peleaban reciamente, y que era sin comparación el daño que los nuestros recibían, así los españoles, como los indios de Tascaltécal que con nosotros estaban, y así a todos los mataron, y muchos naturales de los españoles; y asímismo habían muerto muchos españoles y caballos y perdido todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda la artillería.

Recogidos los que estaban vivos, échelos adelante, y yo y con tres o cuatro de caballo y hasta veinte peones que osaron quedar conmigo, me fui en la rezaga peleando con los indios hasta llegar a una ciudad que se dice Tacuba, que está fuera de la calzada, de que Dios sabe cuánto trabajo y peligro recibí; porque todas las veces que volvía sobre los contrarios salía lleno de flechas y viras y apedreado, porque como era agua de la una parte y de otra, herían a su salvo sin temor. A los que salían a tierra, luego volvíamos sobre ellos y saltaban al agua, así que recibían muy poco daño si no eran algunos que con los muchos se tropezaban unos con otros y caían y aquellos morían. Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente hasta la dicha ciudad de Tacuba, sin me matar ni herir ningún español ni indio, sino fue uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga; y no menos peleaban así en la delantera como por los lados, aunque la mayor fuerza era en las espaldas por do venía la gente de la gran ciudad.

y llegado a la dicha ciudad de Tacuba hallé toda la gente remolineada en una plaza, que no sabían dónde ir, a los cuales yo di prisa que se saliesen al campo antes de que se recreciese más gente en la dicha ciudad y tomasen las azoteas porque nos harían de ellas mucho daño. Y los que llevaban la delantera dijeron que no sabían por dónde habían de salir, y yo los hice quedar en la rezaga y tomé la delantera hasta los sacar fuera de la dicha ciudad, y esperé en unas labranzas; y cuando llegó la rezaga supe que habían recibido algún daño, y que habían muerto algunos españoles e indios, y que se quedaba por el camino mucho oro perdido, lo cual los indios cogían; y allí estuve hasta que pasó toda la gente peleando con los indios, en tal manera, que los detuve para que los peones tomasen un cerro donde estaba una torre y aposento fuerte, el cual tomaron sin recibir algún daño porque no me partí de allí ni dejé pasar los contrarios hasta haber tomado ellos el cerro, en que Dios sabe el trabajo y fatiga que allí se recibió, porque ya no había caballo, de veinte y cuatro que nos habían quedado, que pudiese correr, ni caballero que pudiese alzar el brazo, ni peón sano que pudiese menearse. Llegados al dicho aposento nos fortalecimos en él, y allí nos cercaron y estuvimos cercados hasta noche, sin nos dejar descansar una hora. En este desbarato se halló por copia, que murieron ciento y cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y más de dos mil indios que servían a los españoles, entre los cuales mataron al hijo e hijas de Muteczuma, y a todos los otros señores que traíamos presos.

Y aquella noche, a media noche, creyendo no ser sentidos, salimos del dicho aposento muy calladamente, dejando en él hechos muchos fuegos, sin saber camino ninguno ni para dónde íbamos, más de que un indio de los de Tascaltécal nos guiaba diciendo que él nos sacaría a su tierra si el camino no nos impedían. Y muy cerca estaban guardas que nos sintieron y muy presto apellidaron muchas poblaciones que había a la redonda, de las cuales se recogió mucha gente y nos fueron siguiendo hasta el día, que ya que amanecía, cinco de caballo que iban delante por corredores, dieron en unos escuadrones de gente que estaban en el camino y mataron algunos de ellos, los cuales fueron desbaratados creyendo que iba más gente de caballo y de pie.


Y porque vi que de todas partes se recrecía la gente de los contrarios concerté allí la de los nuestros, y de la que había sana para algo, hice escuadrones; y puse en delantera y rezaga y lados, y en medio, los heridos; y asimismo repartí los de caballo, y así fuimos todo aquel día peleando por todas partes, en tanta manera que en toda la noche y día no anduvimos más de tres leguas; y quiso Nuestro Señor que ya que la noche sobrevenía, mostrarnos una torre y buen aposento en un cerro, donde asimismo nos hicimos fuertes. Y por aquella noche nos dejaron, aunque, casi al alba, hubo otro cierto arrebato sin haber de qué, más del temor que ya todos llevábamos de la multitud de gente que a la continua nos seguía al alcance. Otro día me partí a una hora del día por la orden ya dicha, llevando la delantera y rezaga a buen recaudo, y siempre nos seguían de una parte y de otra los enemigos, gritando y apellidando toda aquella tierra, que es muy poblada; y los de caballo, aunque éramos pocos, arremetíamos y hacíamos poco daño en ellos, porque como por allí era la tierra algo fragosa, se nos acogían a los cerros; y de esta manera fuimos aquel día por cerca de unas leguas, hasta que llegamos a una población buena, donde pensamos haber algún reencuentro con los del pueblo, y como llegamos lo desampararon, y se fueron a otras poblaciones que estaban por allí a la redonda.


y allí estuve aquel día, y otro, porque la gente, así heridos como los sanos, venían muy cansados y fatigados y con mucha hambre y sed. Y los caballos asimismo traíamos bien cansados, y porque allí hallamos algún maíz, que comimos y llevamos por el camino, cocido y tostado; y otro día nos partimos, y siempre acompañados de gente de los contrarios, y por la delantera y rezagada nos acometían gritando y haciendo algunas arremetidas, y seguimos nuestro camino por donde el indio tascaltécal nos guiaba, por el cual llevábamos mucho trabajo y fatiga, porque nos convenía ir muchas veces fuera de camino. Y ya que era tarde, llegamos a un llano donde había unas casas pequeñas donde aquella noche nos aposentamos, con harta necesidad de comida.

Y otro día, luego por la mañana, comenzamos a andar, y aún no éramos salidos al camino, cuando ya la gente de los enemigos nos seguía por la rezaga, y escaramuzando con ellos llegamos a un pueblo grande, que estaba dos leguas de allí, y a la mano derecha de él estaban algunos indios encima de un cerro pequeño; y creyendo de los tomar, porque estaban muy cerca del camino, y también por descubrir si había más gente de lo que parecía, detrás del cerro, me fui con cinco de caballo y diez o doce peones, rodeando el dicho cerro, y detrás de él estaba una gran ciudad de mucha gente, con los cuales peleamos tanto, que por ser la tierra donde estaba algo áspera de piedras, y la gente mucha y nosotros pocos, nos convino retraer al pueblo donde los nuestros estaban; y de allí salí yo muy mal en la cabeza de dos pedradas. Y después de me haber atado las heridas, hice salir los españoles del pueblo porque me pareció que no era aposento seguro para nosotros; y así caminando, siguiéndonos todavía los indios en harta cantidad, los cuales pelearon con nosotros tan reciamente que hirieron a cuatro o cinco españoles y otros tantos caballos, y nos mataron un caballo que aunque Dios sabe cuánta falta nos hizo y cuánta pena recibimos con habérnosle muerto, porque no teníamos después de Dios otra seguridad sino la de los caballos, nos consoló su carne, porque la comimos sin dejar cuero ni otra cosa de él, según la necesidad que traíamos; porque después que de la gran ciudad salimos ninguna otra cosa comimos sino maíz tostado y cocido, y esto no todas veces ni abasto, y hierbas que cogíamos el campo.


Y viendo que de cada día sobrevenía más gente y más recia, y nosotros íbamos enflaqueciendo, hice aquella noche que los heridos y dolientes, que llevábamos a las ancas de los caballos y a cuestas, hiciesen muletas y otra manera de ayudas como se pudiesen sostener y andar, porque los caballos y españoles sanos estuviesen libres para pelear. Y pareció que el Espíritu Santo me alumbró con este aviso, según lo que a otro día siguiente sucedió; que habiendo partido en la mañana de este aposento y siendo apartados legua y media de él, yendo por mi camino, salieron al encuentro mucha cantidad de indios, y tanta, que por la delantera, lados ni rezaga, ninguna cosa de los campos que se podían ver, había de ellos vacía. Los cuales pelearon con nosotros tan fuertemente por todas partes, que casi no nos conocíamos unos a otros, tan revueltos y juntos andaban con nosotros, y cierto creíamos ser aquel el último de nuestros días, según el mucho poder de los indios y la poca resistencia que en nosotros hallaban, por ir, como íbamos, muy cansados y casi todos heridos y desmayados de hambre. Pero quiso Nuestro Señor mostrar su gran poder y misericordia con nosotros, que, con toda nuestra flaqueza, quebrantamos su gran orgullo y soberbia, en que murieron muchos de ellos y muchas personas muy principales y señaladas; porque eran tantos, que los unos a los otros se estorbaban que no podían pelear ni huir. Y con este trabajo fuimos mucha parte del día, hasta que quiso Dios que murió una persona tan principal de ellos, que con su muerte cesó toda aquella guerra.



(Tomado de: González, Luis. El entuerto de la Conquista. Sesenta testimonios. Prólogo, selección y notas de Luis González. Colección Cien de México. SEP. D. F., 1984)

viernes, 26 de abril de 2024

El de los algodones

 

El de los algodones

Las nubes nos sacan la lengua, escupen y luego se ríen de nosotros en los charcos del aguacero. Pero como los niños ni los grandes saben de poesía estridentista, las nubes, para ellos, son las que venden los algodoneros de los algodones de azúcar. Unas nubes de color rosa, asidas a estirados palitos, como antes, en los mastodónticos hangares, prendidos a largos mástiles hinchaban su suficiencia los zepelines alemanes. Hasta que los reventó el tiempo.

La civilización o lo que presume de serlo, aventó al algodonero como a otros vendedores ambulantes de los primeros cuadros de la ciudad, para no ofender al tránsito y al qué dirán de nosotros las naciones extranjeras; pero el algodonero, como los otros, ha ido a refugiar la feérica y ferial belleza de su colorido, que nadie podrá quitarnos, en los rumbos que frecuentan las gentes sin mancha, como los niños y los grandes que se parecen a los niños. Y aquí está el algodonero con sus copos sedosos, pizcando su cosecha dulce, para almohadas deleitosas; inflando sus globos de Cantolla que se quedaron lamiendo l'olla. Y los niños deshilando, desbaratando, reventando nubes a dentelladas felices. Creciéndose y rasurándose barbas color del alba o atardecer de octubre.

Aquí están el algodonero y su aparato elemental: un gran cazo que gira al calor de mínimo horno de petróleo, con su varita mágica naciendo alrededor del cono que centra interiormente este caso los aéreos y ¡ay! pasajeros azúcares.

El algodonero que amontona las nubes, como Zeus.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

lunes, 22 de abril de 2024

La rebelión de los colgados (1954)



La rebelión de los colgados

México, 1954


Basada en una obra de Bruno Traven, este filme recrea la explotación de los campesinos en los campos madereros chiapanecos, así como su lucha por mejorar sus condiciones de vida. Es el inicio de la Revolución…


Marco Villa | Historiador


"En un ranchito que formaba parte de la colonia agrícola libre de Cuishin, en los alrededores de Chalchihuistán, vivía Cándido Castro, indio tzotzil, en compañía de su mujer, Marcelina de las Casas, y de sus hijitos, Angelino y Pedrito. Su propiedad alcanzaba más o menos dos hectáreas de un suelo pedregoso, seco, calcinado, que exigía un trabajo durísimo a fin de obtener de él el alimento necesario para los suyos", escribe Bruno Traven al inicio del cuento "La rebelión de los colgados", en que está basada la película aquí presentada.

Un día, Cándido (interpretado por el joven Pedro Armendáriz) se apresta a llevar a Marcelina a la ciudad más cercana porque ha enfermado. El doctor le diagnostica una posible apendicitis y por la operación le cobra doscientos pesos, que necesitará conseguir. Don Gabriel le presta el dinero a cambio de firmar un contrato que más que establecer el pago de la deuda, manda a Cándido a la montería de caoba de la que Félix Montellano (Carlos López Moctezuma) y sus hermanos Severo y Arcadio son los contratistas, pues el lugar es propiedad de manos extranjeras. Ahí será explotado con otros indígenas, quienes soportan los drásticos castigos y trabajan de sol a sol bajo el agobiante clima de la selva chiapaneca.

Es el tiempo en el que convergen el ocaso del Porfiriato y el estallido de la Revolución mexicana. También cuando las voces insurgentes encabezadas por Francisco I. Madero llamaron a sus filas a los sectores campesinos e indígenas, por décadas asolados por los abusos económicos y laborales, así como por la violencia. Y el campo maderero de los Montellano no es la excepción: los peones que cometen faltas son colgados de las manos toda la noche. Pero estos hacendados confían en que don Porfirio estabilizará al país luego de encarcelar A Madero. "Todo el país está en crisis [pero] nuestra respuesta debe ser caoba, caoba y más caoba. Mañana abriremos un nuevo campo cerca del río. Y sacaremos toda la madera, así tengamos que colgar a todos los indios de Chiapas por el cuello", dice don Severo, entre risas y sorbos de licor.

Filmada a partir de febrero de 1954 en los estudios Churubusco y en Chiapas y estrenada el siguiente noviembre en el cine Chapultepec de Ciudad de México, La rebelión de los colgados fue la segunda adaptación de una obra de Bruno Traven -la primera fue El tesoro de la Sierra Madre (EUA, 1947)-. Se cuenta que, durante el rodaje, los desacuerdos entre el productor José Kohn y el Indio Fernández terminaron con la renuncia de este y la llegada de Alfredo B. Crevenna a la dirección; sin embargo, el nuevo realizador no estuvo a la altura y "mucho fue salvado" por Gabriel Figueroa, a decir de la editora Gloria Schoemann. "Gracias a su maravillosa fotografía -añade- pudimos resolver el problema con una secuencia en la que faltaba una balacera que no se filmó. De su negativo pudimos sacar una escena de noche".

La película dividió opiniones de la crítica en nuestro país. Pese a ello, fue seleccionada para participar en el Festival de Venecia, donde la prensa publicó que "fueron plenamente merecidas las ovaciones finales de la numerosísima concurrencia que sobrepasó el cupo de la gran sala del Palazzo del Cinema y de la vasta Arena (Il Gazzetino)."


La rebelión de los colgados 

Dirección: Emilio Fernández y Alfredo B. Crevenna. 

Música: Antonio Díaz Conde. 

Protagonistas: Pedro Armendáriz, Ariadna Welter, Carlos López Moctezuma, Víctor Junco, Amanda del Llano, Tito Junco, Ismael Pérez Poncianito, Álvaro Matute.

Duración: 85 minutos.


(Tomado de: Villa, Marco. Vamos al cine: La rebelión de los colgados. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México, 2019)

viernes, 19 de abril de 2024

Historia cultural del cactus IV Historia antigua

  


Historia cultural del cactus 

4. Historia antigua


La planta que ven ustedes aquí, señores, es la Opuntia cochinellifera y fue cogida por mí en la Pirámide de las Serpientes que se alza no lejos de la Ciudad de México [en Tenayuca, Edo. de México]. Un muchachito indio que vendía ídolos junto a la pirámide, metió el dedo en la axila de la planta, sacó una cosita diminuta, rojiza, como espolvoreada de harina, me la alargó y me dijo: "Una cochinilla". La aplastó contra la planta y salió sangre, en tal cantidad, que una de las paletas del nopal, teñida por ella, parecía un pedazo de carne cruda. Del animalito no quedó nada.


Esta planta se cultivó antaño para fomentar la cochinilla que vive en ella. En tiempos de los aztecas, se juntaba toda la sangre de estas pulgas purpúreas para entregarla al erario imperial: los príncipes de las tribus y los héroes guerreros eran recompensados con vasijas llenas de esta especie de carmín. La clase más preciosa de todas, la sangre de las cochinillas vírgenes o, por lo menos, de las hembras no embarazadas, solo podía emplearse para teñir túnicas del propio emperador y el manto del supremo sacerdote. En aquel México todavía no descubierto, el emperador y el verdugo vestían ropa del mismo color, como en el Sacro imperio Romano de la nación germánica. Pues en realidad el supremo sacerdote sacerdote de los aztecas era, al mismo tiempo, el supremo verdugo y tenía por trono y por altar el patíbulo, como nos lo relata Heine: 


Sobre las gradas de mármol del altar 


Se encuclilla un hombrecillo de cien años 


Sin un pelo en la cabeza ni en la barba, 


Revestidos de una roja camisola. 


Es el supremo sacerdote


Y está afilando su cuchillo…


De nada le sirvió afilar el cuchillo, de nada sirvieron los sacrificios humanos. El invasor avanzaba sobre la capital de los aztecas para arrancar el manto púrpura de los hombros del emperador y la camisola escarlata de los hombros del sacerdote-verdugo. Y los dioses no lo impidieron.


Pero lo que no pudieron impedir los dioses, por poco lo impide un modesto cactus, un nopal de la región de Cholula. En Cholula, Hernán Cortés pasó a cuchillo a la población; en tres horas amontonaron seis mil muertos. El Nuevo Mundo no había visto jamás, hasta entonces, una matanza semejante. Consumada esta hazaña, los españoles avanzaron sobre la capital, precedidos por el estandarte de la caballería. Era un día caluroso; los caballeros chupaban afanosamente, para apagar la sed, los frutos rojos de los nopales de Cholula.


Por el camino se ordena hacer alto: "¡Desmonten! ¡Rompan filas!" Pero, ¿Qué es esto, Dios del Cielo? ¡Sangre, es sangre! ¡Los soldados de Cortés orinan sangre! No cabe duda, sus venas han reventado: es un castigo de la Providencia por los crímenes horrorosos cometidos por ellos contra los indios. Los jinetes se apiñan temblorosos, caen de rodillas, elevan sus oraciones a Santiago de Compostela, hacen voto de enmienda y se niegan a seguir bajo las armas.


Poco después llegan a pie las tropas auxiliares de los indios. También ellas orinan rojo, pero la cosa no parece inquietarlas poco ni mucho. Los pecadores arrepentidos averiguan por los naturales del país que aquella "sangre" es, simplemente, la orina teñida por el zumo de las tunas de Cholula. No hay, pues, tal castigo del cielo ni motivo para arrepentirse. Descargada su conciencia de escrúpulos, los católicos caballeros prosiguen sus crueles hazañas guerreras.


(Continuará)


Tomado de Kisch, Egon Erwin. Descubrimientos en México. Volumen 1. Prólogo de Elisabeth Siefer. Edición aumentada. Colección ideas, #62. EOSA, Editorial Offset, S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 1988)

lunes, 15 de abril de 2024

Lorena Velázquez


Lorena Velázquez, la emperatriz de la historieta fílmica 

Internacionalmente destacó en cintas de vampiros donde apareció como reina de este mundo sediento de sangre; también figuró en el género de la lucha libre, las guerras interplanetarias por el poder galáctico en la ciencia ficción, todo tipo historieta; es decir, un cine sin pretensiones artísticas que curiosamente ha llamado la atención en el mundo por ser un espectáculo básicamente naive. Lorena, alta y despampanante, prodigó humor en donde no lo había y extendió el campo de acción de sus interpretaciones. Entre la farsa y la comedia de pastelazo. Incursionó por ejemplo con Viruta y Capulina en una venganza contra los gringos en la parodia del género western, En peligro de muerte.

También insufló humor a sus personificaciones de villana en melodramas delirantes como Estafa de amor y La inocente. Aunque el mayor homenaje se lo hizo Tim Burton en Marcianos al ataque, al disfrazar a Lisa Marie como una clonación suya en la soberana cósmica, una de sus más gloriosas personificaciones en El planeta de las mujeres invasoras. Lore brilló junto a Tin Tan, Resortes, Héctor Lechuga y Mauricio Garcés en un sinnúmero de cintas que combinaron sexo, música y comicidad.


(Tomado de Terán, Luis - La risa en rosa. Cómicos inolvidables del cine mexicano. Somos Uno, especial de colección número 8, año 8, Editorial Eres, S.A. de C.V., México D. F., 1997)