miércoles, 27 de marzo de 2024

Juan Gómez-Quiñones

 


Juan Gómez-Quiñones

[1940-2020]


Profesor de historia en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Originario de Parral, Chihuahua, creció y se educó en el Este de Los Ángeles. Con estudios de licenciatura en literatura, maestría en estudios latinoamericanos y doctorado en historia por la UCLA, se ha dedicado por 27 años a la docencia e investigación en historia política, laboral, intelectual y cultural. Entre sus publicaciones cabe mencionar: Chicano Politics: Reality and Promise, 1940-1990; Mexican American Labor, 1970-1990; The Roots of Chicano Politics 1600-1940 y Sembradores: Ricardo Flores Magón y El Partido Liberal Mexicano. Gómez Quiñones ha sido un incansable promotor de la cultura y de los estudios chicanos. Fue Director del Centro de Estudios Chicanos de la UCLA, fundador de la renombrada revista Aztlán: International Journal of Chicano Studies y co-editor del Plan de Santa Bárbara. Su labor académica ha estado siempre acompañada por reconocido liderazgo comunitario que se ha hecho patente en su activismo en movimientos de derechos civiles, política electoral, trabajo, migración y programas con jóvenes.


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 25 de marzo de 2024

La espinosa historia del chayote

 


La espinosa historia del chayote

Corrupción entre la prensa y el poder político en el siglo XX

Marco A. Villa | Historiador


Era aún la época dorada priísta, entre los sexenios de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, cuando la práctica del "chayote" comenzó a institucionalizarse, dado que llevaba ya tiempo fluyendo entre algunas tintas de la prensa corrompida. Fuera "chayotito" cuando era poco o "doña Rosario" cuando era una cantidad mayor, el chayo o chayote era -o es, mejor dicho- la compensación generalmente económica que un periodista recibe de algún político, empresario u otro personaje con poder. ¿Las razones? Favorecer alguna movida chueca (adulterio, delito...) o sacar de la jugada a un candidato con serias posibilidades electorales y capaz de hacer sombra a su contraparte del partido en el poder, por mencionar las más comunes.

Sobre el origen del término, la versión más extendida involucra a Julio Scherer García -el legendario director de Excélsior y apodado el Mirlo Blanco por mantener sin manchas su plumaje al no aceptar dinero de políticos- quien a su vez encargó a Elías Chávez, reportero de Proceso, escribir sobre esta práctica que incluiría en su libro Los presidentes. Chávez cuenta: "Mientras el entonces Presidente de la República pronunciaba un día de 1966 el discurso inaugural de un sistema de riego en el estado de Tlaxcala, entre los reporteros corría la voz: ¿ves aquel chayote? Están echándole agua. Ve allá". Resultaba que, atrás de la planta, un representante de presidencia repartía el soborno. Desde entonces, su entrega se convirtió en un secreto a voces, con reporteros que representaban un cúmulo cada vez mayor.


¿El padre del chayo?

En la búsqueda de las raíces del chayote, invariablemente nos encontramos de frente con Carlos Denegri (1910-1970), "el mejor reportero de su tiempo, el peor periodista de la historia', a decir del escritor Enrique Serna, autor de la novela biográfica El vendedor de silencio. Este personaje destacó por su preparación y contactos: hablaba alemán, francés e inglés y se defendía en portugués e italiano; colaboró en Time, Life y otras publicaciones extranjeras que lo buscaban cuando necesitaban corroborar datos o informar sobre México; contaba con una extensa red de contactos nacionales e internacionales que participaban tanto en su reportajes como en sus corruptelas. Era hábil para obtener información, diestro en el arte de las relaciones públicas y sobre todo en la obtención de exclusivas, entre otras cualidades que puso al servicio de sus embutes.

De negri fue hijastro de Ramón Pérez Denegri, político prominente que formara parte de los gabinetes presidenciales de Álvaro Obregón y Emilio Portes Gil. Con los años, sacó maliciosamente provecho de su trabajo, a la sombra y resguardo de un régimen que tenía la costumbre de seducir a los periodistas destacados y mantener un férreo control sobre la prensa.

Carlos tocó la cima de la fama con su serie de entregas reporteriles en las que informó desde Londres varios momentos de la Segunda Guerra Mundial. Era 1942 cuando cruzó el Atlántico para cumplir su misión. Reunidos después en el libro Luces rojas sobre el Canal, estos textos eran enviados por teletipo (telex) a la redacción de Excélsior y publicados a cinco columnas en la primera plana. Línea a línea, cautivaba a los lectores por la emoción y el suspenso que imprimía a sus entregas. En ellos se pintaba como un gran "ligador": lo mismo un aristócrata inglesa que una sudamericana o la recepcionista de un hotel.

Pero quizás el clímax llegó cuando dejó de enviar notas durante varios días luego de informar que las embarcaciones nazis estaban torpedeando a los Aliados. La gente pensó que había muerto. Otro golpe de talento que se tradujo en temprano éxito mediático lo dio en 1945, cuando escribió: "Hoy, los Estados Unidos detonaron en Hiroshima y Nagasaki la primera bomba atómica en la historia de la humanidad", y a continuación reprodujo el Padre Nuestro completito.

Se convirtió en una celebridad... y también empezó a encumbrarse como el periodista más poderoso, impune y rico gracias al chayote, mismo que obtuvo de la élite política y empresarial durante cerca de veinte años. El mismo gabinete presidencial asistía a sus cumpleaños. Destaca un hecho que refleja su proclividad a esta práctica: la plana que compraba a Excélsior por cincuenta mil pesos para después vender las menciones a políticos, ya fueran a favor o en contra; en este último caso, pagado por un tercero. Vino después su columna "El fichero político", en donde aquellos que no eran favorecidos pasaban "una temporada en el infierno", como escribiera Carlos Monsiváis. Pionero de la televisión, transmitió por décadas un programa que cerraba invitando a los televidentes a encontrarse en la próxima emisión, seguida de la frase "Dios mediante". Porque además era creyente. El mismo Scherer contó que Denegri "alguna vez entrevistó a Dios".

Se ha dicho que los tiempos cambian y que el chayote ya se ha "secado" y desaparecido. ¿Será?


(Tomado de: Villa, Marco A.. La espinosa historia del chayote. Corrupción entre la prensa y el poder político en el siglo XX. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México 2019)

domingo, 24 de marzo de 2024

Los narcosatánicos II

 


Los narcosatánicos II


Las víctimas: Claudia Ivette

Constanzo se relaciona con esa zona intermedia donde conviven jefes policiacos, narcotraficantes, artistas del show business, los niveles más deprimentes del esoterismo. Entre sus nuevas amistades se haya Salvador Antonio Gutiérrez, cuyo nombre artístico es Jorge Montes "Carta Brava", actor ocasional que vive de hacer "limpias" y que comparte un departamento en Londres 31 con su amigo Juan Carlos Fragoso, un joven desempleado. Constancio le exhibe a Montes sus "poderes", lo inicia en su ritual, y probablemente lo utiliza en el reparto de la droga.

Constanzo ejecuta su primer crimen (demostrable) con tal de proteger a su "ahijado". El travesti Claudia Yvette, a quien Montes le renta un cuarto, es abusivo y agresivo, no paga renta, utiliza desmedidamente el teléfono. Constanzo dicta sentencia: "Nadie le hace esto a un ahijado mío." Él y su grupo capturan a Claudia, lo introducen a fuerzas al departamento, lo asesinan, lo desmembran con navaja de peluquero y segueta de herrero, le arrancan los ojos con las manos y le "arremangan" la piel a jalones. Luego, llevan los restos a un lote baldío y cuando se disponen a la incineración un grupo de jóvenes los ahuyenta.

Y el asesinato es registrado en las publicaciones de nota roja como episodio chusco. Se acusa a un amigo del travesti Claudia (que nada tuvo que ver) y se "clama al cielo":

...El criminal desolló a su víctima luego de destazarla e incluso la escalpó, o sea, le desprendió la cabellera. Ni un lobo hambriento, ni una hiena inánica y mucho menos un león, pleno de nobleza, hubieran sido capaces de desollar tan minuciosamente a su víctima, como este sujeto mal nacido, que quiso hacer de su crimen una obra de arte. (En Alarde Policiaco, 13 de agosto de 1988.)

Los seguidores: Omar Orea 

Omar Orea, un nacido para perder. Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UNAM, conoce a Adolfo de Jesús en una discotheque gay en la Zona Rosa, y se deja atraer por la personalidad y por el derroche. A cambio, acepta pagar precios muy altos, entre otros la calidad de prisionero de Constanzo, que lo cela, le ordena al Duby vigilarlo en su ausencia y, cuando hay pleitos, va por él a su casa con escándalo.

Omar carece de visiones unificadas del mundo, no tiene reacciones morales ante los asesinatos, le dan igual las religiones y los cultos santeros. Es un determinista: le sucede lo que debía sucederle, y el pleno sometimiento a Constanzo es una de sus fatalidades. Él se limita a vivir asustado, sin comprender, gozando al límite las escasas oportunidades. Ya en la cárcel, le insiste a los reporteros: "Mi verdadera vocación es la política."

Los espacios de Constanzo: la zona del desperdicio

En los centros urbanos en perpetua expansión, se consolida y amplía un espacio: el del "desperdicio humano". Cada ciudad con 800 mil o un millón de habitantes, genera su propia zona prescindible, compuesta por esa "gente sin oficio ni beneficio", en el filo de la navaja entre la sobrevivencia y el delito. Son empleados a disgusto con su trabajo, ex-presidiarios, prostitutas, pushers en pequeña escala, campesinos expulsados de su tierra por el hambre y la violencia, travestis, débiles mentales abandonados por sus familiares.

Ellos viven dónde y cómo pueden, en hoteles de paso, en casuchas, en casas abandonadas, en vecindades, en sitios que les alquilan otros como ellos. No tienen identidad o identificación posible, vagan por las calles o se encierran en sus habitaciones a sumergirse en los pozos televisivos, viajan sin ataduras ni agenda, en la indistinción entre el anonimato y el exhibicionismo contumaz. Un día, de pronto, ya no aparecen y su ausencia apenas si causa algunas preguntas de rutina. "Ya volverá o si no, da igual", dicen los pocos que se acuerdan. La familia es un accidente o el ámbito brumoso que sólo se conserva mientras no se pida ayuda. Y su existencia, para los cultores de la "normalidad", es horrenda, inútil, provisional.

Constanzo elige a sus víctimas entre los habitantes de la zona prescindible de la sociedad. ¿Quién se obsesiona por la suerte de un "madrina" de la policía? ¿A quién le atañe si un campesino analfabeta, que salió de su pueblo a hacerla en el Norte, anda en Brownsville o en Chicago o en Reynosa? ¿A quién le importan los restos descuartizados de un travesti?... A los "prescindibles" las familias los dan por muertos o, con frecuencia, por jamás nacidos. Y Constanzo ,con pleno conocimiento de causa extrae sus víctimas de la zona prescindible. Con eso eleva su condición de jefe de secta a la de dueño de la vida y de la muerte. Así, él será el financiero y el sacerdote, el líder arriesgado y el representante del Más Allá.

La ruina de Constanzo se inicia cuando elige para el sacrificio a un habitante de la zona imprescindible, el joven Mark Kilroy. Al matarlo, el grupo transgrede sus límites; su ventaja ha sido la indiferencia de la policía hacia quienes no importan, y nunca obtendrán solidaridad alguna. Kilroy sí tiene padres que lo reclaman, instituciones que lo defienden, identidad que una semana de olvido no desvanece.

El clímax: regreso al infierno.

El 6 de mayo de 1989 una patrulla de judiciales que investiga un auto robado, se detiene ante un edificio en Río Sena 19, en la Colonia Cuauhtémoc. Ya se retiran cuando encuentran un papel donde se pide auxilio (enviado por Sara Aldrete). Deciden quedarse y se oye un grito: "¡Ya nos llevó la chingada!" Acto seguido desde el departamento 11 se les dispara con metralleta. La policía manda por refuerzos y la balacera arrecia. El Padrino tira centenario de oro y billetes de 100 dólares por la ventana y en español y, según dice el Duby en un "idioma extraño", maldice a sus perseguidores mientras les dispara sin puntería alguna: "¡Tomen cabrones! ¡Agarren esto, muertos de hambre! ¡Van a morir todos! ¡Este dinero no será para nadie! ¡No me detendrán hijos de la chingada! ¡Los veré en el infierno!" En la calle, sin miedo reconocible, policías y curiosos recogen el dinero.

En el departamento, una secuencia de pesadilla bélica. El ruido de los disparos ensordece y Constanzo se jacta: "No se escondan. Los mataremos a todos", mientras le implora su intervención a las deidades Ochún y Eleguá y quema fajos de dólares. De acuerdo con los relatos de Omar, el Duby y Sara, se vive en el departamento una escena trágica filtrada por el grand-guignol. Al irse acabando las balas, Constanzo se calma: "Recuerden nuestro pacto. Moriremos ahora y volveremos. Naceremos de nuevo." Él quiere convencer a Omar para que los mate y se suicide. Omar se niega. Martín acepta morir con el Padrino. El Duby se rehúsa a ejecutarlos y Constanzo lo amenaza con perseguirlo desde el infierno. El Duby accede, Omar y Sara se abrazan en la cama, Constanzo y Martín se meten en el clóset y el Duby los ametralla. Poco más tarde señales de rendición.

Los seguidores: Sara María Aldrete

Para Sara María Aldrete, estudiante destacada en Brownsville, el trato con Adolfo de Jesús Constanzo le resulta la experiencia más extraordinaria. Él no participa de la estrechez de miras de Matamoros, es elegante, es pródigo. Al principio se siente envuelta en un romance. Luego, al cerciorarse de las inclinaciones sexuales de Constanzo, cree hallarse en la cima de una pequeña gran empresa. Ella recluta, enlaza, informa, conspira, y al irse extendiendo la cadena de crímenes se limita a enterarse, sin asesinar, sin rebelarse, siempre al lado de Constanzo en la huída patética ¿Para qué irse si todo da igual, para qué tener reacciones morales si la gente se va a seguir muriendo? En la imaginación del amarillismo, Sara es la Madrina, la Sacerdotisa del mal. En verdad, sólo es un cómplice menor en la orgía de sangre que la rebasa y nulifica.

Los seguidores: el Duby 

Muy temprano, el Duby aprende las reglas que normalizarán su juego o su falta de juego. Mata a un hombre en una riña de cantina, y escapa. Se le invita a un grupo de narcos y él cede ante lo irresistible: el trabajo bien remunerado. Él no sostiene puntos de vista, acepta no consumir droga, participa sin protesta alguna en el primer asesinato y ya nada lo perturba. En su cuadro valorativo, hecho de fragmentos e incomprensiones, la vida humana es asunto muy menor y esto no depende de "Muerte de Dios" alguna, o de la irracionalidad de la santería, sino de su registro del sitio que ocupa en el mundo, en su mundo. Sólo unos cuantos le reconocen existencia plena y a él le da igual porque sabe hacer lo que muchos y es exactamente como muchos. Y su conclusión es inexorable: si yo soy nadie, los demás también lo son.

El Duby no respeta la vida ajena. Nunca le ha hecho falta tal actitud. No es un asesino nato, si tal cosa existe; es alguien que mata porque ya lo hizo alguna vez, y porque a eso lo lleva el compromiso con el jefe. En su mapa moral, el elemento determinante es el temor al castigo. Él no cree representar el mal, ni halla su identidad en el culto a las fuerzas demoníacas.

"¡Esto está muy grueso!", es el único comentario que a Duby le merece su primer asesinato, donde él aferra la pierna de una persona a quien degüellan. "¡Qué grueso!" Es decir, qué terrible, qué increíble y de ningún modo que inmoral. El Duby actúa -esto desprendo del conjunto de sus declaraciones y acciones- al margen de criterios éticos, como inmerso en una película que ni decide ni concibe, y donde él, un extra, obtiene como pago máximo la promesa de la inmortalidad. En la ausencia de convicciones y creencias que lo determina, él cree en lo que le dicen: jamás será detenido, no lo tocará las balas, no será interrogado, y ocupará un sitio de privilegio en el otro mundo, si es que existe. Y su dogma conspicuo es el impulso de las armas de fuego.

El ámbito del crimen: la indiferencia moral

¿Qué tiene en común los "narcosatánicos"? La ignorancia de los procesos racionales, el desinterés por lo que ocurre en el ámbito público, la debilidad moral que ni siquiera se percibe a sí misma, la codicia elemental, la credulidad, la falta de aceptación de los valores humanos, la devoción por el dinero. Y a Constanzo, la impunidad le resulta el hecho central. Lo otro (los crímenes bárbaros, los descuartizamientos, los rituales) son estímulos para su psicología torturada, sus creencias infantiles, la idea frenética de sí mismo.

Constanzo ha matado y debe morir, para no sufrir a manos de sus perseguidores. Él se sabe frágil en la cárcel, pero se considera inapresable como imagen del mal y del infierno. Él no funda religión alguna, él se agrega a lo que hay. Si su casa desborda cualquier imaginación, a los "narcosatánicos" también los explica un paisaje más racional: las atmósferas del narcotráfico. Allí Constanzo no es "enviado de las fuerzas del Mal", sino un gánster menor, cuyos crímenes, por horribles que sean, corresponden a un esquema general, en la semi clandestinidad de la Ciudad de México o en las penumbras de Matamoros. A la inmensa estupidez del crimen la circunda la zona cuya clave amnésica es la fosa común.


(Tomado de: Carlos Monsiváis – Los mil y un velorios (Crónica de la Nota Roja). Alianza Editorial y CNCA, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, D.F., 1994) 

jueves, 21 de marzo de 2024

Acuerdo para producir celulosa y papel, 1938

 


El presidente Cárdenas está por la cultura nacional, 1938


*Se hará aquí el papel para los periódicos

*Un acuerdo para que la PIPSA proceda inmediatamente a la fundación de una fábrica

*Empresa creada no con propósitos de lucro, sino con fines de servicio social

*Las fábricas establecidas en el país son insuficientes para suministrar oportunamente y a precio razonables del papel necesario por el sistema de periódicos diarios

(6 de marzo de 1938)


El C. Secretario de la Economía Nacional, por conducto del D.A.P.P., dio a conocer el siguiente acuerdo del señor Presidente de la República:


"CONSIDERANDO: En cumplimiento del elemental deber que el Poder Público incumbe de procurar la creación de las más favorables condiciones para el fácil desarrollo de la cultura, el Ejecutivo de mi cargo consideró urgente intervenir en el problema relacionado con el abastecimiento de papel para publicaciones periódicas, folletos, libros e impresiones en general, expidiendo el acuerdo de 21 de agosto de 1935 para que inmediatamente se estableciera un organismo que actuara en el mercado de adquisición y distribución de papel en la República, sin finalidad lucrativa alguna y con el exclusivo propósito de lograr el aprovisionamiento de papeles para impresión y particularmente para publicaciones, pues debido a las circunstancias que en esa época prevalecían se juzgó indispensable abaratar la materia prima que se emplea en uno de los vehículos de mayor eficacia para la divulgación cultural, eliminando así uno de los obstáculos que entorpecen el rápido encauzamiento del pueblo de México en la senda del progreso.

Las medidas que se autorizaron en el Acuerdo expedido por el Ejecutivo y que se pusieron inmediatamente en práctica por el órgano creado al efecto, evidentemente no pudieron ser las más deseables en todos los aspectos, pero fue preciso adoptar aquellas que provocaran resultados inmediatos en el fenómeno social que exigía la intervención del Estado, lográndose enseguida un sensible alivio, tanto para las publicaciones periódicas como para las artes gráficas en general, por virtud de la rebaja considerable en el precio de los diversos papeles suministrados por la compañía Productora e Importadora de Papel, S. A., mediante importaciones efectuadas a los más bajos precios que pudieran obtenerse en el mercado extranjero y sobre bases de la mayor economía en la distribución.

La injerencia del Gobierno federal en el problema relacionado con el abastecimiento de papeles para impresión ha dado a conocer el hecho de que la industria establecida en la República es insuficiente para suministrar oportunamente y a precio razonables, las cantidades de ese artículo que son necesarias para mantener y desarrollar en condiciones aceptables el sistema de periódicos diarios, que constituye tan importante instrumento de difusión de cultura en cualquier medio social.

El Gobierno se considerado obligado, por lo tanto, a procurar una solución de carácter permanente a este problema, pues según se deja dicho, las medidas propiamente de emergencia, que según el acuerdo de 21 de agosto de 1935 se pusieron en práctica, no pudieron ser sino transitorias y dirigidas hacia la obtención de un mejoramiento a corto plazo de las condiciones que prevalecían; pero es obvio que si por una parte se alcanzó el resultado de reducir en proporción notable el precio de los distintos papeles y principalmente el empleado las publicaciones periódicas, el procedimiento que para ello se ha usado adolece de defectos que pueden ocasionar trastornos económicos de otra índole.

Efectivamente, las importaciones de papel en forma sistemática y permanente son contrarias a la política de autoabastecimiento de aquellas materias primas que tienen relación con nuestras industrias y necesidades colectivas esenciales y contrarias también a la orientación del Gobierno en el sentido de limitar en lo posible las importaciones para impedir el desequilibrio de nuestra balanza comercial.

Por consiguiente, el Gobierno federal cree de su deber tomar en este caso la iniciativa para que sin ninguna dilación se establezca en el país una nueva fábrica de celulosa y papel para periódicos que garantice el abastecimiento nacional en las condiciones más favorables, de acuerdo con los proyectos técnicos acuciosamente preparados, dando lugar, a la vez que al logro de un propósito íntimamente ligado con el desarrollo de la cultura en México, a la creación de otra fuente de trabajo que se traducirá en un impulso a la industria nacional sin ocasionar trastorno a las fábricas similares existentes, que podrán seguir trabajando a la misma capacidad que hasta ahora lo han venido haciendo, aun tomando en consideración su ritmo creciente que se ha establecido de acuerdo con la demanda de sus productos elaborados, puesto que ha podido evidenciarse la posibilidad de subsistencia de éstas, a pesar de la introducción de algunas clases de papeles extranjeros realizada por la compañía Productora e Importadora de Papel, S. A. Es además, un definido propósito que la nueva fábrica actúe preferentemente en sectores de los que no integran los renglones principales de explotación de la industria que actualmente funciona y particularmente hay que hacer notar la importancia que para el país significa la fabricación de celulosa que se tiene proyectado acometer para que en lo sucesivo dejen de seguirse efectuando las considerables importaciones de este producto que han sido necesarias para abastecer de materia prima a las fábricas de papel.

Por lo expuesto, he tenido a bien dictar el siguiente


ACUERDO:

"Gírense las instrucciones necesarias para que la compañía Productora e Importadora de Papel, S. A., habiendo concluido los estudios técnicos y proyectos relativos proceda inmediatamente a tomar las medidas conducentes a efecto de que a la mayor brevedad posible se establezca una fábrica destinada a producir celulosa y papel para periódicos, con la capacidad bastante para cubrir la demanda de estos artículos en todo el territorio del país.

"Al desarrollarse los proyectos relativos al funcionamiento de la nueva unidad fabril, deberá tomarse en consideración que se trata de una empresa creada no con propósito de lucro, sino con fines de servicio social para el desarrollo de la cultura en el país".


El secretario de la Economía Nacional, Efraín Buenrostro.


(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

lunes, 18 de marzo de 2024

Lacandones


Lacandones

Se nombran a sí mismos hach winik, que en su lengua significa "gente verdadera". Su cultura es impensable fuera de la selva y su origen no es claro, aunque se dicen descendientes de los mayas de Bonampak, Palenque y Yaxchilán. Un lacandón fue quien en 1946 guió al fotógrafo y cineasta norteamericano Giles Grevilly Healey hasta las ocultas ruinas de Bonampak.

Los lacandones conservan tradiciones, creencias religiosas, lengua, mitología, rituales y técnicas y agricultura semejantes a los de los mayas antiguos. Pero quizá más importante que lo anterior es su adaptación al entorno natural. Visten túnicas blancas hechas de fibra de jonote y algunas de algodón rústico aunque flexible. Están divididos en dos grupos: los del norte y los del sur y los principales pueblos lacandones son tres: Najá y Metzabok o Mensäbäk, en el norte, y Lacanjá Chansayab, en el sur. Najá y Metzabok están situados a orillas de lagos y ahí se desarrollan actividades relacionadas con la pesca. Lacanjá se encuentra en los límites de Montes Azules, cerca de Bonampak, en la mayor área de selva virgen.


(Tomado de: Recorridos por Chiapas. Guía visual. Arqueología, Naturaleza e Historia. Arqueología Mexicana, Edición especial #20. Editorial Raíces, México, 2006)

lunes, 11 de marzo de 2024

Valente Quintana, el Sherlock Holmes mexicano

 


El Sherlock Holmes mexicano

El extraordinario detective Valente Quintana


Berta Hernández | Historiadora

Era un auténtico perro de caza. Valente Quintana fue la gran figura detectivesca policial de México de los años veinte del siglo pasado. Su tenacidad, la variedad de sus recursos y la mente analítica que leía los indicios que un criminal deja tras de sí, lo convirtieron en la encarnación de la eficacia policiaca.

Tamaulipeco nacido en 1889, se contaba que, apenas con la primaria terminada, había cruzado la frontera. En Brownsville (Texas) fue acusado de robo por un estadounidense, dueño de la tienda de abarrotes donde trabajaba. Para probar su inocencia, investigó y señaló al verdadero ladrón. Así, limpió su nombre y encontró su destino.

La leyenda lo ubica como alumno de la Detectives School of America. También había trabajado con las autoridades estadounidenses. Para nombrarlo comandante de grupo, se requería que renunciara a su nacionalidad mexicana. Entonces decidió volver a su patria. Era 1917.


De gendarme a detective

Solicitó empleo en la Inspección General de Policía y, al principio, fue policía de crucero. Solicitó su cambio a la Comisión de Seguridad que, con los años, se convirtió en el Servicio Secreto. Allí pudo desplegar sus habilidades.

Cuatro años después de su ingreso, detuvo a los autores del atraco de un tren que iba a Laredo, notorio por el enorme botín -nada menos que cien mil pesos en oro y plata- y por la gran violencia con que se había cometido. Resolver el caso le valió a Quintana ascender a la jefatura de la Comisión de Seguridad de la Inspección General de Policía del Distrito Federal.

Algunos casos sonados, como el robo al hogar de los descendientes del marqués de Jaral de Berrio; el de los "Corta Mechas", banda de violadoras que atacaba en Otatitlán, Veracruz, o la captura del banquero J. L. Armfield, culpable de un fraude por trescientos mil dólares, hicieron crecer su fama en ambos lados de la frontera: ya era el Sherlock Holmes mexicano.


"Balmoreado"

Quintana se enfrentó a los más extraños criminales. Incluso tuvo un insólito "mano a mano" con la anciana señorita Concepción Jurado, creadora del rico y majadero Carlos Balmori, engañador de políticos, artistas y generales, a los que tendía crueles trampas, tentándolos con dinero. A sus pesadísimas bromas se les llamaba "balmoreadas", y a las víctimas, balmoreados".

El detective se convirtió en un "balmoreado" al no poder identificar, en una fiesta, a una mujer "disfrazada de hombre", quien robaba al falso millonario. Al verlo derrotado, Balmori lo regañó a gritos, mientras se despojaba del sombrero, la gabardina y el mostacho: apareció ante Quintana una viejecita muerta de risa que celebraba su victoria.


Asesinatos políticos

En 1926 dejó la policía para establecer su despacho privado: el Bufete Nacional de Investigaciones, con oficinas en la céntrica avenida San Juan de Letrán. Muchas veces fue llamado para colaborar en casos importantes, como el asesinato del revolucionario cubano Julio Antonio Mella, o el atentado contra Álvaro Obregón en 1927, del cual hizo una investigación paralela a la de la policía y no halló pruebas de la responsabilidad del jesuita Miguel Agustín Pro.

Al año siguiente, cuando asesinaron a Obregón, el presidente Plutarco Elías Calles solicitó que participara en la investigación. Disfrazado como un preso más, Quintana permaneció horas junto a José de León Toral y logró que confesara su nombre y los de sus "inspiradores".

A veces polémico, su eficacia nunca estuvo en duda. Creó el primer cuerpo policial femenil y hasta poco antes de su muerte, en 1969, seguía resolviendo crímenes y era una leyenda viviente, tanto como su contemporáneo, el médico y criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón.


(Tomado de: Hernández, Bertha. El Sherlock Holmes mexicano. El extraordinario detective Valente Quintana. Relatos e historias en México. Año XII, número 137. Ciudad de México, 2020)

viernes, 8 de marzo de 2024

Evita Muñoz "Chachita"

 


Evita Muñoz "Chachita", la genial Hermelinda, Linda


Desde muy pequeña apareció en películas tanto de corte ranchero como del género urbano, mostrando su enorme talento y disponibilidad para resolver con originalidad cualquier escena, por más chabacana que fuera. Indudablemente que sus legendarias participaciones en las obras maestras de Ismael Rodríguez, Nosotros los pobres y Ustedes los ricos le otorgaron la permanencia hasta nuestros días, sin embargo nunca olvidó el aspecto cómico de los personajes populares en un sin número de comedias desde Ay Jalisco no te rajes y Qué verde era mi padre. Su notable caracterización y sobre todo su actuación en Hermelinda Linda, y su secuela, basada en la conocida historieta, le brindaron la oportunidad de una interpretación que puede calificarse como genial.


(Tomado de Terán, Luis - La risa en rosa. Cómicos inolvidables del cine mexicano. Somos Uno, especial de colección número 8, año 8, Editorial Eres, S.A. de C.V., México D. F., 1997)

lunes, 4 de marzo de 2024

Prácticas sexuales en el México prehispánico

 


Prácticas sexuales en el México prehispánico


La historia la escriben los vencedores, como es bien sabido. Y si la visión del mundo de dichos vencedores condena lo que para los vencidos era aceptable y común, los vencedores pueden omitirlo durante siglos con la esperanza de que sea olvidado. Por otra parte, a veces pensamos que lo que es normal para nosotros, lo es para todos en todo el mundo. No tomamos en cuenta que, por ejemplo, los árabes no gustan de comer con cubiertos, sino con la mano, pero sólo la derecha, pues la izquierda se dedica a asuntos menos nobles como limpiar el trasero después de ir al baño.

Lo anterior viene a colación por el descubrimiento de un salón secreto en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México, con objetos prehispánicos que representan prácticas sexuales: figurillas fálicas o de sujetos masturbándose o realizando el coito, que fueron consideradas "impresentables". Recientemente, miles de visitantes acudieron al Museo del Templo Mayor para contemplar una escena nunca antes vista; un conjunto de figurillas que escenificaban a un hombre circuncidado que se masturbaba mientras contemplaba a una pareja de figuras masculinas en plena sodomización.

Se trata de la exposición "Semillas de vida", con más de 180 figuras que se exhibieron entre agosto y septiembre de 2014 en dicho recinto. Su curador, el arqueólogo Daniel Ruiz Cancino, explica que si bien la sexualidad era la unión de los opuestos como elementos fundamentales para la concepción del universo, el placer también debe haber jugado un papel muy importante para esos pueblos. Y es que de los antiguos mexicanos sabemos sobre sus sistemas numéricos, sus creencias religiosas y sus prácticas bélicas; pero ¿se ha preguntado cómo era la sexualidad en esos tiempos? Van aquí tres botones de muestra.

Masturbación y ritos de fecundación

Hay evidencia de que los mayas practicaban la masturbación ritual: la simiente humana era esparcida en la tierra para asegurar buenas cosechas -una especie de fecundación de la tierra, que era considerada como una deidad femenina. Una práctica muy cercana a la anterior es la del autosacrificio -estudiada, entre otros, por el antropólogo James E. Brady-, la cual consiste en pinchar o mutilar el pene con puntas de maguey a fin de que se riegue la sangre abundantemente en la tierra. Nombrarla autosacrificio no es gratuito: el dolor provocado, que debía soportarse estoicamente, era un regalo a los dioses para apelar a su benevolencia y recibir a cambio la fecundidad de la tierra y entre la gente. En Yucatán, se han hallado representaciones de personajes de los altos estamentos de la sociedad maya, algunos luciendo orgullosos las cicatrices de sus penes, resultado de las ceremonias de autosacrificio. En otras, como la figurilla de Santa Rita, se puede ver la realización de dichas ceremonia, que se celebraba frente a monumentos fálicos que también mostraban dichas cicatrices.

Por otro lado, en diversas partes de Mesoamérica se han hallado figurillas con falos prominentes -por ejemplo, el famoso huasteco de Yahualica, Hidalgo- y objetos de madera cuya forma hace pensar que se usaban como consoladores y que se describen pudorosamente como "efigies fálicas". Existe una figura proveniente de Jalisco que llama mucho la atención, pues la mano izquierda empuña el pene mientras que la derecha cubre el área del ano.

Homosexualidad y ritos de iniciación

La homosexualidad parece estar presente en todas las culturas prehispánicas, aunque con distintos matices. Por ejemplo, en el centro de México, dominado por la cultura mexica, no era bien vista; no así entre los mayas, pues era común que dichas relaciones formaran parte de los ritos de iniciación para acceder a la edad adulta.

Aquí es necesario recalcar que las nociones de homosexualidad y heterosexualidad de hoy no corresponden a la identidad de aquellos tiempos: para los antiguos mexicanos, la sexualidad no era una fuente de vergüenza o culpa, ni era vista con la única finalidad de multiplicarse como castigo al ser expulsados del paraíso; para ellos, la sexualidad y el erotismo eran formas de ordenar el universo, el cual tenía un lado masculino y uno femenino, tanto como existen un arriba y un abajo -por ejemplo, en los conceptos de mundo e inframundo. Estudios recientes sobre género en la Antigüedad demuestran que los conceptos occidentales sobre la inevitabilidad del género y el sexo como consecuencia de los rasgos biológicos no pueden ser aplicados universalmente.

Transgresión y castigo

A pesar de lo anterior, los pueblos prehispánicos tampoco eran una comuna hippie donde se practicaba el amor libre. Existían normas sociales estrictas cuyo rompimiento traía aparejados castigos que ahora nos resultarían impensables. Para algunos, ese castigo era una sentencia de muerte; pero para los mexicas, tan similares a los espartanos en muchos aspectos, la consecuencia era horrenda: en caso de adulterio, el marido agraviado tenía permitido al arrancar la nariz de los adúlteros a mordiscos. Y entre los purépechas, si el marido había sido asesinado por los adúlteros, el varón era quemado vivo mientras se le arrojaba agua con sal hasta que muriera.

Las razones que tenían para dichos comportamientos no eran las que podríamos pensar. No era un "ojo por ojo" o la sed de venganza, sino que buscaban restituir el equilibrio en el cosmos y la comunidad, dado que la presencia de un transgresor podía provocar desgracias como la muerte de niños, la pérdida de las cosechas o, incluso, propiciar el fin de una época de prosperidad. En este sentido, se sabe que el emperador Moctezuma mandó destruir un prostíbulo, pues sus transgresiones motivaron que los dioses permitieran la llegada de los españoles a sus tierras.


(Tomado de: Bicaalú. Año XIII, número 59. México,D. F., 2015)

viernes, 1 de marzo de 2024

El caracol y el sable VII

 


La burguesía, su orden y sus intelectuales

La ideología del porfiriato fue la de la burguesía mexicana. El propósito fundamental de sus expositores: Justo Sierra, Jorge Hammeken Mejía, Santiago Sierra, Justo Benítez y Telésforo García es la enmienda de la Constitución de 1857 y la crítica del liberalismo. En 1878, bajo el patrocinio de Porfirio Díaz, el grupo mencionado funda una revista política: La Libertad, en la que divulgan, tenazmente, las ideas de la nueva dictadura.

La Constitución de 1857 fue el tema principal de la crítica de los porfiristas. La consideraban antigua y utópica. "Sus autores -escribe con juvenil pedantería Justo Sierra- en gran parte estaban imbuidos en las falacias filosóficas ya añejas en 57." Los ideales de los reformadores, afirmaban, habían sido desvanecidos como el humo por la filosofía alemana, la aplicación del método experimental de los ingleses y la escuela positivista de Comte. En realidad, trataban de abolir un código cuyo acatamiento impedía el ejercicio de la tiranía.

La Constitución  de 1857 no era obra acabada. La aspiración de los reformadores no llegó a cumplirse. La guerra de intervención, el exilio y la muerte, hicieron imposible la reforma pacífica de la Constitución. No fue, por tanto, mayor obra la del grupo porfirista abolir las leyes fundamentales de la Constitución. Con el poder en manos de Porfirio Díaz, los soldados apercibidos en los cuarteles, el terror como arma política y las concesiones otorgadas a los empresarios norteamericanos, la burguesía necesitaba de un ideario que la justificara y que impidiera, jurídicamente, la disputa del poder por las clases a las que sometería. "La insensata aspiración de mando a favor de un motín de cuartel, simbolizado por don Porfirio Díaz -escribió Guillermo Prieto en 1877-, escindió en dos partes a los mexicanos: los que buscaban, en la la práctica del derecho, el progreso y la libertad dentro del orden legal, frente a los que pretendían derribarlo todo y erigirse en árbitros del país." La espada de Díaz había de lograr que la nación retrocediera, políticamente,a los días de la dictadura de Santa Anna. De la Reforma habría de conservar la separación de la Iglesia y el Estado -la desamortización, al fin, había servido para el enriquecimiento inicial de la burguesía- el culto retórico por la independencia y la orientación educativa. "La burguesía -dijo Justo Sierra- hace todos los días prosélitos, asimilándose a unos por medio del presupuesto, y a otros por medio de la escuela."

La ideología de la dictadura se sustentaba en un principio fundamental: salvar al país de la absorción por Estados Unidos. No era una idea nueva. Paredes y Arrillaga también la había expuesto a su manera. El grupo porfirista le da otra interpretación, ante la obra de Juárez y Lerdo: evitar la influencia norteamericana y procurar la inversión europea sin excluir el concurso de los burgueses mexicanos. La amenaza norteamericana "obligaba" a los porfiristas al asalto del poder. A partir de entonces, la burguesía amedrentaría al pueblo con la anexión, la conquista militar y la imposición de Estados Unidos. La "penetración pacífica", se pensó, era preferible a la dominación militar y a la pérdida de la nacionalidad. Parecía que la guerra de intervención no hubiera sido ejemplo de cómo un pueblo armado era capaz de derrotar a militares profesionales y hacer imposible la conquista de la República. La enseñanza de Juárez: Fe inquebrantable en el pueblo que lucha por su independencia, fue borrada por los cuentos en que Porfirio Díaz era la fuerza providencial. A partir de entonces la burguesía mexicana, disfrazando sus intenciones de patriotismo, enajena el país a los inversionistas extranjeros, se confabula con ellos para la explotación de los recursos naturales y afirma que lo hace para salvarlo de los generales.

La convicción de que el mestizo era indolente, soñador, romántico, despilfarrador, irreflexivo, favoreció la tendencia a entregar los recursos naturales a los extranjeros. El pueblo era anárquico -aunque en la paz de los días del gobierno de Lerdo de Tejada, precisamente el grupo porfirista haya sido el organizador de revueltas, motines y asonadas- y las libertades individuales perjudiciales a la sociedad. El mexicano, "que mandar no sabe; obedecer no quiere", iba fatalmente a ser absorbido por los norteamericanos; la libertad de expresión, en tales condiciones era temible. A un pueblo anárquico, debía corresponder un gobierno fuerte; la ley debía amoldarse a los dictados de esa fuerza, cuyo poder era una delegación voluntaria de todos los individuos para procurar el orden político dentro de la libertad económica; la evolución impediría la revolución; el partido conservador, redimido por la "ciencia", era parte importante de la sociedad y su concurso indispensable; la paz, por sobre todo, garantizaba la colaboración de las fuerzas vivas del país; los pueblos tienen los gobiernos que merecen; en naciones como México, las tendencias disolventes son más enérgicas que las de cohesión y éstas son las únicas que pueden detener el progreso de la anarquía; los indios son "razas atrasadas", inferiores, que carecen de sentimientos patrióticos y mal pueden, alcoholizados como lo están, reclamar tierras y luchar por ellas; su amor a la tierra es el de los hombres primitivos; como seres inferiores, sin derechos, están incapacitados para sostenerlos; la tierra, por tanto, debe estar en manos de los que la hagan progresar; el beneficio de latifundista es el de la patria; los desórdenes se deben a la renovación frecuente de los funcionarios; la reelección es excepcionalmente recomendable y Díaz -y los gobernadores de los estados- eran hombres excepcionales; solo Díaz podía dar cima -la teoría del hombre necesario- a una obra compleja: la consolidación del crédito, factor de prosperidad; la organización fiscal, garantía de crédito; el progreso material, fuente de fortuna pública y de la potencia financiera. Todos los problemas, afirmaban los ideólogos porfiristas, dependen de uno solo: la paz. Porfirio Díaz explicaría en las siguientes palabras -no estrictamente suyas- el secreto de su gobierno: "No bien comenzaron a tenderse por los campos de la República Los rieles de los ferrocarriles y los alambres de los telégrafos, a mejorarse los puertos, a abrirse canales de riego, a deslindarse y adjudicarse las tierras baldías, la fuerza pública a acudir rápidamente a garantizar la vida y la propiedad y a perseguir y escarmentar el bandidaje; a fundarse colonias, a favorecer la explotación de nuevas culturas y el planteamiento de nuevas industrias; y, en suma, a desenvolverse todos los intereses y abrirse a nuevas perspectivas al trabajo perseverante y honrado, los estados comprendieron la misión del gobierno federal, sintieron su influencia bienhechora, palparon su afán por el bien público, lo reconocieron, no sólo como útil, sino como necesario, y desapareciendo las antiguas rencillas y los añejos antagonismos, se sintieron estimulados a colaborar, como han colaborado, a la conservación del orden. Tal es fundamentalmente, el secreto de la paz que impera en todo el territorio desde hace veinte años."

En los principios de la pacificación, hacia 1878, varias comunidades indígenas del Estado de Hidalgo se opusieron a la apropiación de sus tierras por particulares. Lucharon contra el despojo. Díaz hizo sentir su autoridad con violencia. Los redactores de La Libertad calificaron a los indios de trastornadores del orden público y comunistas. Los indios, que en conjunto eran juzgados como razas inferiores, al demandar la protección de la ley eran alborotadores, y al defender sus tierras, salteadores y comunistas. Francisco Islas, abogado defensor de los indios de Hidalgo, dirigió una carta a los redactores de La Libertad, explicándoles la actitud de las comunidades: "...lo que deseaban los pueblos del estado de Hidalgo no es más que justicia, y piden ante quien únicamente puede impartirla: los jueces de Hidalgo. ¿No creen ustedes, los redactores, que ya se hacen sospechosos los que para defender su causa, desfiguran los hechos y lastiman la honra, no ya de los individuos sino de los pueblos?"

Las respuestas de los redactores de La Libertad fue elaborar la teoría de la inferioridad de los indios y calificar todo acto lesivo a los latifundistas de comunismo.

A los obreros les fue aplicada una teoría semejante. Alcoholizados e ignorantes, era obra lenta, evolutiva, redimirlos por la escuela y la alimentación. 

Al consumar su obra el porfirismo, la burguesía juzgaba, no sin optimismo, ante la represión de las huelgas en Río Blanco y Cananea, que los trabajadores mexicanos eran resignados y sumisos y que, por temperamento, carecían de ambiciones: eran conformes y despreocupados. "¿Prospera el socialismo en México?" preguntaba El Imparcial el 22 de julio de 1906. Y respondiéndose a sí mismo el articulista, afirmaba: "...no puede existir el socialismo sino ahí donde el obrero tiene aspiraciones, en donde la competencia entre trabajadores es muy ruda y en donde la instrucción se ha difundido entre las clases laboriosas a un grado bastante para darles a conocer y hacerles comprender las teorías de los doctrinarios y los sistemas políticos y sociales de los reformadores." No era el caso de los obreros mexicanos. La mano de obra abundaba y no aspiraban a cambio social alguno. Los trabajadores eran vistos por la burguesía en actitud pasiva. "Esa paz de los espíritus -concluían los de El Imparcial- y ese modus vivendi a que hemos llegado entre el capital y el trabajo, deja, delante de nosotros, tiempo bastante para dar cima a nuestra reorganización económica."

El Estado había renunciado a intervenir en las relaciones del trabajo, a ser árbitro en los conflictos derivados de la apropiación de tierras. El sueño dorado de la burguesía: confinar al Estado al papel protector de sus intereses, con exclusión de las otras clases, se aceptó como una de tantas teorías de los redactores de La Libertad. Años más tarde El Imparcial calificaba las peticiones de los trabajadores, de que el gobierno federal interviniera, en estos términos: "Esta forma de intervención -la del arbitraje- de las autoridades en asuntos de esta índole [los del trabajo] sería la fórmula del más estupendo de los socialismos de Estado; sería la absorción de todas las libertades y de todos los derechos del hombre por las autoridades políticas y administrativas..." Los desvelos de Sierra, Hammeken, García, Limantur... habían tenido fruto en la educación de otras generaciones. Su ideología era la de la clase gobernante.

La burguesía fue obra de Porfirio Díaz y éste de la burguesía. La compenetración de uno y otra fue tarea del grupo científico, que hábilmente creó la doctrina indispensable para hacer frente a los problemas derivados de la consolidación de sus intereses. Su visión de la realidad mexicana sostuvo la dictadura. Las teorías descendieron de la redacción de La Libertad a los ministros -los más connotados de sus redactores fueron secretarios de Estado- y de ahí a las escuelas y a las oficinas públicas. Cada una de las teorías elaboradas por los científicos las traducía Porfirio Díaz en apotegmas. En el curso de la dictadura habrían de ser el código político del país. No pudo darse, en verdad, mejor ejemplo de afinidad entre la burguesía y el gobierno. El orden político dentro de la libertad económica se traduce en "Poca política y mucha administración"; los indios, raza inferior, en "El mejor indio es el que está a cuatro metros bajo tierra"; la asociación libre a Estados Unidos, en "Un buen embajador en Washington y los demás, sobran"; la autoridad ilimitada, en "Mátalos en caliente"; la obediencia lograda por el escarmiento, en "No me alboroten la caballada". La certidumbre de que el gobernante era un instrumento lo llevó a afirmar, ante la reiterada petición de que fuera Teodoro Dehesa el candidato a la vicepresidencia y no Ramón Corral, uno de sus epitafios: "En política no siempre puede hacerse lo que se quiere."

La identificación de la burguesía y Díaz fue madurando al paso de los años de su administración. Los estados de la República -imaginó Alfonso Reyes- eran como circunvoluciones de su cerebro. "Me duele Tlaxcala", gemía, llevándose la mano a alguna región de la cabeza, y una hora después, como traído por los aires, el gobernador de Tlaxcala estaba temblando frente a él. Los científicos, al ver consumada su obra, no dudaron al afirmar que Díaz había creado la condición esencial de la organización económica, social y política de la burguesía, como ésta había delegado, en Díaz, la suma de autoridad que permitió el desarrollo de una clase a costa de la miseria, la ignorancia y la muerte de millones de seres humanos.

El derrumbe

Hacia 1912 Dehesa observaba, con zozobra, los hechos políticos del país. Desaparecido el porfirismo había que recopilar los episodios para formarse un juicio sobre el derrumbe. No era el único propósito de Dehesa. Su polémica por carta con Limantour, respecto de las responsabilidades de uno y otro, la inspiraba el deseo de dictar un fallo contra los culpables. Dehesa representó, al fin de sus días de gobierno, al partido tuxtepecano; al porfirismo que calificara de "rojo" Mariano Cuevas; al grupo que no pocos consideraban, ingenuamente, que había corrompido Limantour con sus finanzas. Dehesa era uno de los mexicanos -acaso como disculpa de sus mismos actos de gobernante- que admiten la pureza de los actos de la autoridad y la vileza de quienes le rodean, como si el Estado dependiera de actos iluminados a salvo del acoso de los perversos. En sus cartas a Limantour  le hace reproches y lo inculpa. Limantour da por terminada la discusión en carta del 12 de febrero de 1912. "Se equivoca usted -le escribió- completamente, al creer que la "atmósfera de bienestar" que mis amplios recursos económicos me proporcionan, medios que no adquirí, como otros, después de haber desempeñado un puesto público, me impiden darme cuenta de las consecuencias que la interrupción de la paz puede tener para el progreso del país o de su subsistencia como nación independiente". Dehesa no le contesta y pide por carta a Francisco de P. Sentíes que le relate la conferencia que Díaz tuviera con Huerta y otros colaboradores al caer Ciudad Juárez en poder de las fuerzas revolucionarias de Villa y Orozco, el 10 de mayo de 1911. Sentíes, casi un mes más tarde, responde a Dehesa. Había que verificar cuidadosamente los sucesos y escarbar en la memoria hasta el último detalle. Su carta pertenece por entero a la anecdótica de los desastres políticos.

En la conferencia en casa de Díaz, estaban su hijo Porfirio, Limantour y los generales Huerta y González Cossío. Huerta encuentra al Presidente de la República, "vendado del cráneo a la mandíbula, que le habían fracturado, y visiblemente abatido por Los crueles dolores que sin duda le producía la fractura. Este daño tal parecía que aumentaba la sordera que padece como antiguo soldado acostumbrado al estruendo de los cañones. Indudablemente que el señor general Díaz, sordo y abatido por los crueles dolores que con toda seguridad  le afectaban todo el organismo y especialmente la cabeza, tenía la imperiosa necesidad de entregarse por completo a sus consejeros, observándose que, de éstos, al parecer, el señor Limantour era el que ejercía predominio e influencia decisiva. Y tan esto es así, que fue el señor Limantour quien, haciéndose cabeza, interrogó al general Huerta pidiéndole su opinión, en aquel entonces, sobre los últimos acontecimientos.

"El señor general Huerta, según ratificó, con toda intención se dirigió al señor general Díaz, gritándole al oído, que se auxiliaba acercando su mano al pabellón de la oreja, y le dijo: El señor Limantour me pide mi opinión sobre los últimos acontecimientos, pero yo pregunto: ¿a qué acontecimientos se refiere? El señor Limantour, visiblemente nervioso, respondió: ¿Cómo que a qué acontecimientos? ¡Pues al decisivo, a la caída de Ciudad Juárez!"

Huerta -y en su relato a Sentíes es probable que enalteciera su participación en la conferencia- no consideraba "acontecimiento decisivo" la ocupación de Ciudad Juárez. Como en los días de su bárbara campaña contra los indios mayas, Huerta afirma que si rechazaban una columna se mandaría otra y otra y otra hasta desalojar la plaza y hacer huir a los revolucionarios a Estados Unidos para que allí los capturaran. Según Huerta, Limantour respondió que no había elemento. Huerta le replica si no había dinero; Limantour le responde que había 70 millones de pesos. Huerta insiste, sin ironía alguna, que era mucho dinero "para tan poca cosa". Y así el diálogo, de absurdo en absurdo. No había caballos para el ejército federal en su imaginaria campaña contra la caballería de Villa y Orozco. Huerta, anticipándose a los revolucionarios de Pablo González, le dice que había que requisar todos los caballos, empezando por los de Limantour. También se habló de los zapatistas. Díaz, deteniéndose la mandíbula, pregunto a Huerta si podía salir a batir a los sureños. Salió Huerta, y ya en la zona de Zapata se enteró de que, "a puerta cerrada", había entregado Limantour al gobierno con enseres, dinero, y el propio dictador, a los revolucionarios.

¡De modo que la mandíbula, la firme mandíbula de don Porfirio, que parecía, como todo él, una parte de la geografía política del país, fue la causa, rota y doliente, del derrumbe de su dictadura! La conferencia evocada por Sentíes parece un grabado de Posada. El viejo dictador, vendado, sordo, quejoso, no oye lo que se le dice; le gritan y no entiende. ¿Caballos? ¿Villa? ¿Zapata? ¿Panchito? Acaso ya se iba cayendo desde la piel al alma.

Al subir por la escalerilla del Ipiranga alguien, contenido por la escolta militar, lo vio llorar. "¡Lágrimas de cocodrilo!", le gritó. Gimió Porfirio Díaz. Su mandíbula estaba rota.


(Tomado de: García Cantú, Gastón - El Caracol y el Sable. Cuadernos Mexicanos, año II, número 56. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)

lunes, 26 de febrero de 2024

Volcanes y lagunas

 


Volcanes y lagunas

Damos por supuesto que todo el mundo considera muy patético vivir al pie de un volcán por el peligro latente que representa. Sin embargo, no es tan fiero el león como lo pintan. Y las dos moles volcánicas próximas a México son, por su belleza y su grandeza, la tentación de los pintores paisajistas.

El Popocatépetl y el Iztaccíhuatl son dos promontorios ingentes anclados como inmensos trasatlánticos en una laguna gigantesca desaparecida. Uno es empinado como un cono, si se le mira desde las Lomas de Chapultepec, y el otro, alargado como un prisma tendido. Tal vez por estas formas o posturas, la gente le otorga sexo masculino al primero y femenino al segundo. El Popo, además, para subrayar su varonía, fuma de vez en cuando su cachimba. Mas el penacho de humo ligerísimo nos intimida tanto como el de la chimenea de una casita en mitad del campo. Todos sabemos que sus entrañas hierven y que los designios de Dios son arcanos, pero su amenaza latente se disipa ante la majestad de la mole.

Tanto el Popo como el Izta se complacen en ser mexicanos, se sirven de las nubes como de rebozos y sarapes. Uno y otro tienen sus cúspides nevadas durante casi todo el año, y las nubes carecen muchos días de aliento para remontarlas, quedando así como a la altura de sus cuellos súperrealistas.

Infinidad de veces se nos presenta el Popo vestido de volcán japonés o chino, de esos que vemos en las tarjetas acuareladas, donde las cimas blancas se destacan nítidas sobre un cielo añil y la base se esfuma en tenues grises, dorados y blancos.

Este chinismo o japonesismo del Popo contribuye a pensar en las raíces asiáticas de México. Muchas veces hemos rozado este tema, sobre todo al contemplar las caras indígenas. Unas nos parecían egipcias o gitanas, otras mongolas, otras hindúes y otras de familia chinesca. La palabra chino se aplica en México, además, a muchas cosas y aspectos, como si el mexicano llevase en la subconsciencia algo que no conoce pero barrunta o presiente. Así, del pelo ensortijado se dice que es chino, y de la piel erizada o en carne de gallina se dice que está chinita o enchinada. Existe, por añadidura, la china poblana, o mujer típica de Puebla, con sus vistosas ropas, nada chinas por cierto.

El chinismo o japonesismo del Popo lo ha comprendido algún pintor paisajista mexicano, pero no el extranjero que quiso levantar una colonia en sus faldas. El Popo Park. Sólo a un teutón se le ocurre edificar casas de gnomos y de leyendas nebulosas, casas pesadas y alambicadas, de aquel mal estilo germano de principios de siglo, en un paisaje de sabor y color orientales.

Este chinismo del Popo cabe enlazarlo con el de la región tarasca. Al escribir de Pátzcuaro señalé ya el sabor chino-japonés de la toponimia. Alguien me dijo ya que los japoneses comprenden y explican el significado de los nombres que llevan los pueblecitos tarascos. Y yo no sé qué tienen también de japoneses o chinos los útiles de pesca en aquel delicioso lago.

En estas páginas que me sugiere México no hablaré de ríos porque sigo creyendo no haber visto ninguno. Los hay, pero la impresión mía es de que un país tan extenso necesita más. En cambio, me veré obligado a decir algo de sus lagunas y sus lagos. Entre otros motivos porque no pasa día sin que se nos advierta que la ciudad de México está fabricada sobre un lago y que el polvo que durante el mes de marzo arremete contra nosotros viene de un lago desecado, el de Texcoco.

La realidad es que hoy, para pasearse en lancha por canales, hay que ir a Xochimilco, porque el lago de la ciudad no puede tocarse con el dedo sino en los mapas o preciosas cartas geográficas antiguas y en las páginas literarias de Bernal Díaz.

Estos lagos de la altiplanicie, tan extraordinarios, pasaron a la historia. En los mapas podemos ver que la antigua México era una isla unida a la tierra circundante por ligeros puentes que parecen esparadrapos. Pero de todo eso no nos queda más que el Puente de Alvarado, que es una calle hoy.

Para disfrutar del agua tiene los capitalinos que irse a las albercas, o a los lagos y orillas del mar que se hallan a muchas leguas. Principalmente a Acapulco, porque el lago de Chapala es terroso y el de Pátzcuaro, frío.


(Tomado de: Moreno Villa, José – Cornucopia de México y Nueva Cornucopia mexicana. Colección Popular #296, Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V., México, D.F., 1985)