martes, 31 de mayo de 2022

Expansión territorial y conquistas siglo XVI, I

 


Las conquistas iniciadas antes de 1530 en el territorio novohispano se encuentran en clara relación con la figura de Hernán Cortés, como todo lo que sucedió durante aquellos años en la naciente colonia, ya que si algunas no se realizaron directamente por su mandato, los personajes que las llevaron a cabo están unidos al conquistador por lazos de compañerismo o de odio. En el primer caso se encuentra Francisco de Montejo, que en 1527 inició la conquista de Yucatán, después de haber desempeñado en la corte el cargo de procurador, que le dio el recién fundado ayuntamiento de Veracruz. En el segundo se haya Nuño de Guzmán, quien, desde su llegada como gobernador a Pánuco, estableció con don Hernando una fuerte rivalidad, y cuando tuvo prerrogativas de poder, siendo presidente de la primera Audiencia, lo persiguió encarnizadamente. Algunos historiadores ven en su partida hacia la conquista de los territorios que después serían Nueva Galicia un intento de superar lo que Cortés había realizado.

El mismo año 1530 marca el momento en que el marqués del Valle de Oaxaca -con ese título había vuelto de España el conquistador de Tenochtitlan- perdió la relevancia que anteriormente tenía, pues sufrió duros enfrentamientos con la segunda Audiencia y con el primer virrey, y su actuación fue reducida a la preparación de expediciones marítimas que mandó para explorar la Mar del Sur (océano Pacífico), de acuerdo con las capitulaciones que celebró con la reina gobernadora en 1529. Años después también fue desplazado en este campo por el virrey Antonio de Mendoza, quien se incautó de los navíos que habían quedado en los astilleros.

La tercera década del siglo XVI señala el inicio de un cambio en la manera de realizar las conquistas, porque hasta ese momento se había sometido a grupos de indios que eran agricultores sedentarios, los cuales aceptaban, por lo general, el dominio que se les imponía. Pero en regiones vecinas de lo conquistado hasta entonces y de los territorios recorridos durante ese tiempo por Nuño de Guzmán, actualmente designados Mesoamérica, existían tribus que tenían otra manera de vivir. Eran grupos de vida semisedentaria, que se desplazaban de un sitio a otro en busca de caza o de frutos para la recolección. La presencia de los españoles les hacía abandonar las zonas donde se movían generalmente para refugiarse en sitios inaccesibles. Estos indios fueron llamados genéricamente chichimecas.

Fray Juan de Torquemada los describe de la siguiente manera: "Hacia las partes del norte (en contra de la ciudad de México, y en grandísima distancia apartadas de ella) hubo unas provincias (y puede ser que al presente las haya), cuya principal ciudad fue llamada Amaqueme y cuyos moradores, en común y genérico vocablo, fueron llamados chichimecas, gente desnuda de ropas de lana, algodón, ni otra cosa que sea de paño o lienzo, pero vestida de pieles de animales; feroces en el aspecto y grandes guerreros, cuyas armas son arcos y flechas. Su sustento ordinario es la caza, que siempre siguen y matan; y su habitación, en los lugares cavernosos; porque como el principal ejercicio de su vida es montear, no les queda tiempo para edificar casas". Era, pues, necesario reducirlos a la vida sedentaria. A causa de esta necesidad, los ejércitos conquistadores fueron paulatinamente cambiando su índole, y a los soldados españoles, acompañados de gran cantidad de indios aliados, se unieron los animales necesarios para la alimentación del ejército, las carretas con los objetos indispensables para acampar y finalmente las familias para formar los núcleos fundadores de nuevas poblaciones.

Expediciones militares

La llegada en 1536 a Nueva España de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca y de sus compañeros dio un nuevo impulso a la preparación de expediciones que se lanzaron en busca de nuevas tierras, las cuales se suponían muy pobladas y ricas.

Cabeza de Vaca era el tesorero de la expedición que en 1527 zarpó de Sanlúcar de Barrameda, al mando de Pánfilo de Narváez, para conquistar el territorio comprendido entre La Florida y el río de Las Palmas, río considerado el límite por el norte de la provincia de Pánuco. Los españoles desembarcaron en La Florida y caminaron en busca de poblados, marchando siempre cerca de la costa. Muchas fueron las penalidades que sufrieron hasta que al final decidieron abandonar la empresa.

Con cinco barcas intentaron navegar hasta llegar a la provincia de Pánuco, que creían muy cercana, pero los vientos y las corrientes los separaron. La de Alvar Nuñez fue arrastrada hacia la playa, donde al poco tiempo la gente se reunió con los supervivientes de otra barca que también había naufragado. Unos indios que estaban recogiendo alimentos en la región de apoderaron de ellos. Esos indios pertenecían a diferentes grupos, unidos sólo por las necesidades de la recolección; al no encontrar los medios suficientes para subsistir se separaron, y Cabeza de Vaca tuvo que dejar a sus compañeros para seguir a los indígenas que lo apresaron. Vivió durante seis años solo, "y porque yo me hice mercader, procuré de usar el oficio lo mejor que supe, y por esto me daban de comer y me hacían buen tratamiento y rogábanme que me fuese de unas partes a otras", dice. Y prosigue: "...y este oficio me estaba a mí bien, porque andando en él tenía libertad y no era esclavo". Un día se enteró de que en una población cercana se encontraban otros españoles, a los que tenían esclavizados. Eran Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes y su esclavo morisco Estebanico. A fin de estar con ellos y poder escapar juntos dejó el comercio y quedó sirviendo a los indios, mientras que se les presentaba la ocasión de huir. Esta ocasión la tuvieron cuando sus amos, impulsados por el mal clima y la falta de alimentos, se movieron a otro sitio y descuidaron la vigilancia que tenían sobre ellos. Durante su huida se vieron obligados a practicar curaciones, en la forma en que Alvar Nuñez describe: "La manera con que nosotros curamos era santiguándolos y soplándolos y rezando un Pater Noster y un Ave María y rogando lo mejor que podíamos a Dios Nuestro Señor que les diese salud e inspiraste en ellos que nos hiciesen algún buen tratamiento. Quiso Dios Nuestro Señor y su misericordia que todos aquellos por quienes suplicamos, luego que los santiguamos decían a los otros que estaban sanos y buenos". Esto les dio fama y les mereció el respeto de los pueblos que visitaban durante su recorrido.

Y así, pasando de una tribu a otra, atravesaron extensos territorios hasta encontrarse con Diego de Alcaraz, capitán de Nuño de Guzmán, que incursionaba por el norte del actual estado de Sinaloa en busca de indios a fin de esclavizarlos. Pasó luego a la provincia de Culiacán. En Compostela vio a Nuño de Guzmán y de allí fue conducido ante el virrey Antonio de Mendoza, quien se interesó mucho en la narración que le hizo del viaje, y consideró indispensable recoger mayor información.

Fray Marcos de Niza (1539)

Para ampliar las noticias que Alvar Nuñez proporcionó sobre los territorios del norte, salió hacia esa región fray Marcos de Niza, franciscano "docto, no solamente en la teología, pero aún en la cosmografía, en el arte de la mar", según fray Antonio de Ciudad Rodrigo.

Por guía tuvo a Estebanico, el esclavo de Andrés Dorantes. Cuando llegaron a una población llamada Vacapa, el franciscano decidió permanecer en ella, mientras Estebanico se adelantaba a explorar; acordaron que, junto a los informes, le mandaría una cruz cuyo tamaño sería proporcional a la calidad de lo encontrado. Fray Marcos recibió una cruz del tamaño de un hombre y salió en busca del morisco, del cual seguía recibiendo cruces cada vez mayores, pero no le alcanzó.

Las noticias que le llegaban junto a las cruces eran muy halagüeñas. Le hablaban de la ciudad de Cíbola, la primera y la más pequeña de siete ciudades con grandes casas de varios pisos que tenían las fachadas adornadas con turquesas. Transcurridas algunas jornadas llegó un indio portador de malas nuevas. Antes de llegar a Cíbola, Esteban había mandado un mensajero pidiendo que se le recibiera, pero el señor se negó. Sin importarle la negativa, el esclavo siguió adelante, y los de la población lo hicieron prisionero. Al día siguiente intentó huir, pero los indios lo persiguieron y lo mataron a flechazos.

Fray Marcos siguió su camino a pesar de la oposición de sus guías y acompañantes, y llegó a la vista de Cíbola. Desde un cerro la divisó, pareciéndole mayor que la Ciudad de México. Alentando por las noticias de que más adelante había seis ciudades aún mayores, quiso hallarlas, pero cuando pensó en que si moría no habría quien informara al virrey acerca de los territorios visitados, tomó posesión de la tierra en nombre del rey y regresó a Nueva España.

Francisco Vázquez de Coronado (1540)

A la expectación que causó en el virreinato la noticia de la existencia de las siete ciudades se sumó la curiosidad por saber a quién correspondería hacer la conquista. Cortés quiso hacer valer su nombramiento de capitán general y las capitulaciones que tenía para la exploración de la Mar del Sur. El virrey se negó a reconocerle ningún derecho y organizó la expedición que debería partir a la conquista de esos territorios. Confió el mando a Francisco Vázquez de Coronado, que era gobernador de Nueva Galicia.

Se creía que las fuerzas podrían salir en 1539, pero algunos levantamientos de indios en Nueva Galicia, que hubo que combatir, hicieron que se aplazara la partida hasta el año siguiente. Paralelamente a la hueste que marchaba por tierra, zarparon dos navíos al mando de Hernando de Alarcón, quien fue costeando el golfo de California y penetró por el río que hoy conocemos con el nombre de Colorado, hasta su confluencia con el ahora llamado Gila. Como no logró tener noticias de Vázquez de Coronado y de su gente, tomó posesión de la tierra, dejó unas señales y regresó al puerto de Acapulco.

Mientras tanto, Vázquez de Coronado se internó hacia lo que hoy es Nuevo México. Exploró regiones que actualmente constituyen los estados de Utah, Colorado y Arizona en los Estados Unidos, y sus gentes encontraron las señales dejadas por Hernando de Alarcón. Acerca de las supuestas riquezas que debería hallar, el jefe de la expedición decía en una carta al rey: "...me dieron los naturales un pedazo de cobre, que un indio principal traía colgado del cuello; envíolo al visorrey de la Nueva España, porque no he visto en estas partes otro metal sino aquél y ciertos cascabeles de cobre que le envíe y un poquito de metal que parecía oro, que no he sabido de dónde sale, mas de que creo que los indios que me lo dieron lo hubieron de los que yo aquí traigo de servicio, porque de otra parte yo no le puedo hallar el nascimiento, ni sé de dónde sea". Desilusionado, regresó a Nueva España en 1542.

Ginés Vázquez del Mercado (1552)

Por un tiempo se dejó de pensar en las Siete Ciudades. El oro perdió su primacía ante la plata, descubierta en Zacatecas por Juan de Tolosa en 1546. Con la esperanza de encontrar vetas ricas, mucha gente penetraba en regiones inexploradas. Así, Ginés Vázquez del Mercado, habiendo recibido informes por parte de unos indios sobre un cerro de plata que se encontraba en la región al norte de Zacatecas, exploró la zona y descubrió el cerro que lleva su nombre. Su desilusión fue muy grande cuando se dio cuenta de que éste no era de plata, sino de hierro. Al regresar combatió, en la población de el Sain, Co unos indios que lo hirieron y a los pocos días murió.

Francisco de Ibarra (1554 y 1562)

Uno de los compañeros de Juan de Tolosa en la fundación de la villa de Zacatecas fue Diego de Ibarra, quien logró un lugar muy destacado en la sociedad de Nueva España y casó con una hija del virrey Luis de Velasco. Por medio de éste consiguió autorización para conquistar y explorar el norte de la región ya poblada.

Como su condición de rico minero y comerciante no le permitía abandonar fácilmente sus negocios para lanzarse a la aventura, puso al mando de la expedición a su sobrino Francisco, quien descubrió las minas de San Martín y El Aviño, recorrió el valle que llamó de Guadiana (descubierto por Vázquez del Mercado en su infortunada aventura) y regresó a Zacatecas. Ocho años después recibió el nombramiento de gobernador de Nueva Vizcaya, nombre con que se designaron las tierras que había recorrido.

En una segunda penetración en su gobernación, Francisco de Ibarra fundó Durango en el ya mencionado valle de Guadiana; descubrió las minas de Topia, marchó hacia la costa del Pacífico y fundó un fuerte en la región de los sinaloas, al norte del estado que hoy lleva ese nombre. La población más cercana era la villa de Culiacán, que pertenecía a Nueva Galicia. Sus habitantes vivían siempre amenazados por los ataques de los indios y al sur no tenían ningún lugar habitado por españoles que les permitiera una fácil comunicación con Guadalajara, capital del reino neogallego, a causa de lo cual pidieron a Ibarra que fundara una villa. Esta fue San Sebastián, hoy Concordia, que puso bajo su gobierno; esto le acarreó un pleito de jurisdicciones con Nueva Galicia, que reclamó como suya la región. Cuando Ibarra realizó la fundación, la zona estaba despoblada; por eso la nueva villa quedó dentro del gobierno de Nueva Vizcaya.

Don Francisco fue después en busca de Nuevo México. Esta designación no se refiere al actual estado de la Unión Americana ni tampoco a lo que se designaba con aquel nombre en la colonia. Ibarra pretendía hallar un Nuevo México, que no era sino el supuesto lugar donde iniciaron su peregrinación los fundadores de Tenochtitlan, "origen, venida, raíz y tronco de los antiguos culhuas mexicanos, teniendo sospecha seria de gran número de indios, poblaciones y riquezas", dice Baltasar de Obregón, que participó en esta conquista.

Pero el gobernador de Nueva Vizcaya no encontró este Nuevo México; con todo, esta adversa circunstancia no destruyó la fe en la existencia de esa quimérica región. El oidor don Alonso de Zorita solicitó autorización de la corona para colonizar la susodicha zona, y el antes mencionado Baltasar de Obregón esperaba lo mismo.

Tristán de Luna y Arellano (1559)

Después de la frustrada expedición que en 1512 Juan Ponce de León realizó a La Florida en busca de la fuente de la juventud, muchos españoles la habían costeado o habían desembarcado en sus playas, pero sin que se consiguiera fundar en ella ningún establecimiento.

Alonso Álvarez de Pineda en 1519, Lucas Vázquez de Ayllón en 1524, Pánfilo de Narváez en 1528 y Hernando de Soto en 1531 son algunos de los que llegaron a la península sin conseguir ningún fruto para la corona española.

También hubo intentos misionales. Fray Luis de Cáncer, el cual había participado en la experiencia de la Verapaz, consiguió del emperador una orden para que el virrey Antonio de Mendoza le procurara los medios necesarios para la evangelización de La Florida. Creyendo que los anteriores desembarcos podían haber predispuesto a los indios en contra de los españoles, el fraile pidió al piloto que los dejara en algún lugar que todavía no hubiera sido reconocido. Parece ser que por un error los navíos llegaron a un sitio cercano al lugar en donde Narváez había desembarcado. Cáncer y un compañero bajaron a tierra y, a pesar de sus gestos de paz, los indígenas los mataron. Los que estaban en los barcos no se dieron cuenta de nada. Ante la tardanza de fray Luis, bajaron otros dos frailes, que fueron hechos prisioneros y lograron salvar la vida mediante la intervención de un español, superviviente de anteriores expediciones, que habitaba allí. Viendo que era inútil continuar en su intento, regresaron a Nueva España.

En 1558, el rey Felipe II ordenó a don Luis de Velasco que preparara la conquista de La Florida. Se habían tenido noticias de que en esas tierras se quería establecer una colonia francesa; para impedirlo se acordó poblarlas con españoles. El virrey organizó una fuerza al mando de Tristán de Luna y Arellano, persona de relieve en la sociedad novohispana. Partieron de Veracruz y desembarcaron en un puerto al que llamaron Santa María. Las tierras les parecieron fértiles y ricas. Creyendo que las naves estaban bien protegidas de los vientos, no las descargaron y dejaron esa labor para cuando hubieran construido un fuerte. Los vientos soplaron con gran violencia y los navíos quedaron destrozados; los dos mil componentes de la expedición se encontraron sin alimentos. Se internaron en la región en busca de comida y con la esperanza de encontrar algún poblado, pero la realidad es que se hallaron ante extensas llanuras en las que desaparecía la fertilidad que habían visto en la costa. Un destacamento descubrió el pueblo de Nanicpana, donde se les suministró maíz y frijoles. Cuando los alcanzaron los demás de la fuerza, muy pronto los alimentos se terminaron; los indios, ansiosos por deshacerse de ellos, disfrazaron a un indigena de embajador de un poblado vecino llamado Coza e hicieron creer a los españoles que se les invitaba a pasar al susodicho pueblo. Abandonaron Nanicpana y después de un día de camino el supuesto embajador y su comitiva desaparecieron. Muy tarde se percataron del engaño. Tristán de Luna y Arellano decidió volver a la costa. Mandó a dos frailes en unas pequeñas embarcaciones para pedir auxilio al virrey, quien mandó en su ayuda a otra armada bajo las órdenes de Ángel de Villafañe: las disputas y divisiones que se suscitaron en el campamento hicieron imposible que se pudiera reorganizar la fuerza para reemprender la conquista.

Años después ésta se llevó a cabo desde Cuba, sin que el gobierno de Nueva España interviniera.

Luis de Carbajal (1579)

Hombres procedentes de Nueva Vizcaya habían fundado algunos establecimientos en el noroeste del virreinato, pero, en realidad, la zona no se hallaba poblada. En 1579, Luis de Carbajal, que tenía estancias de ganado en la provincia de Pánuco, límite de lo colonizado hasta entonces en la costa del golfo de México, capituló a fin de poblar al norte de dicha provincia. Nuevo Reino de León sería el nombre que se daría a lo pacificado por él. Carbajal confiaba en la experiencia que había adquirido en el trato con los indios no sometidos, que había conocido durante sus recorridos al norte de Tampico.

La capitulación establecía que el territorio que debía conquistar tendría como límites Nueva Galicia y Nueva Vizcaya, y que su extensión no debía sobrepasar las doscientas leguas. También autorizaba que cien pobladores viajaran al Nuevo Reino de León, sin la obligación de demostrar su calidad de cristianos viejos.

Desde Tampico penetró en lo que hago hoy es el estado de Nuevo León y fundó la villa de San Luis en el lugar donde se encuentra actualmente la ciudad de Monterrey. También fundó León, en la sierra que luego se llamaría de Cerralvo, donde encontraron minerales, y Nuevo Almudén en la Monclova actual. Uno de sus capitanes, Gaspar Castaño de Sosa, exploró al norte del río Bravo, recorriendo territorios que en la actualidad son los estados norteamericanos de Texas y Nuevo México.

Cuando Carbajal cambió los alcaldes de la villa de Saltillo, entró en conflicto con las autoridades de Nueva Vizcaya, considerando que se encontraba dentro de las tierras que le concedían las capitulaciones. Al ser llamado a la capital del virreinato para responder a una acusación de judaizante, se vio obligado a interrumpir sus conquistas. A pesar de que no se probó su culpabilidad, fue procesado por no haber denunciado a sus parientes, que sí lo eran. Se le condenó a seis años de destierro, pero murió antes de que cumplir la sentencia.

Los pobladores establecidos en los pueblos fundados por él, los abandonaron para ir a vivir en zonas mejores.

Juan de Oñate (1597)

Con sus imaginadas y ocultas riquezas, Nuevo México seguía atrayendo el interés de los españoles. Algunos, como Sánchez Chamuscado en 1581, Antonio de Espejo en 1582 y Gaspar Castaño de Sosa en 1590, hicieron incursiones por aquellas tierras, pero no establecieron ninguna población. En 1595, Juan de Oñate obtuvo la autorización para llevar a cabo la conquista. Partió para las minas de Santa Bárbara y valle de San Bartolomé, que eran las poblaciones más septentrionales de Nueva Vizcaya. Su fuerza estaba compuesta por soldados y familias de españoles y de indios, los cuales deberían integrar los primeros núcleos pobladores. El mismo Oñate describe a su expedición en carta al virrey: "Salí... con la gran máquina de carretas, mujeres y niños que usía sabe bien". Al frente marchaban los soldados para señalar dónde debían establecerse los pueblos. Los frailes y las familias llegaban después.

La tierra le pareció adecuada para fundar. Dice: "... Dios sea bendito por siempre, que muy en servicio suyo y de la Real Majestad hase llegado a posesión tal y tan buena, que ninguna de las que Su Majestad tiene en las Indias le hace ventaja". Pero muchos de sus compañeros no compartían su optimismo, y se insubordinaron y trataron de obligarlo a regresar ante los indios salvajes y la llegada del invierno. Logró sofocar la rebelión y estableció algunos pueblos, iniciando la pacificación del territorio, al que se le impuso el nombre de Nuevo México.

Oñate recorrió una inmensa extensión de tierra: tocó regiones que hoy pertenecen a los actuales estados norteamericanos de Texas, Colorado, Arizona y California. Pero toda esta actividad fue la causa de que descuidara las poblaciones fundadas recientemente. Sus habitantes las abandonaron, porque no encontraban las riquezas que creyeron allí había. Para evitar que se despoblasen, impuso castigos tan severos que originaron una acusación de crueldad ante la corte. Por otra parte, el virrey, marqués de Montesclaros, resolvía, con mucha lentitud las solicitudes de ayuda que le presentaba y en 1607 renunció a su cargo de gobernador.

Los pobladores que quedaron en Nuevo México eran muy pocos. Aunque algunos indios sedentarios habían aceptado su permanencia, otros los rechazaban y hostilizaban constantemente. Los españoles, por su parte, les exigían que trabajaran en su favor y que les proporcionaran mantenimientos. En 1680 estalló la rebelión. Ante la fuerza de la sublevación, el gobernador Antonio de Otermín decidió abandonar la provincia y trasladó a los colonizadores al sur del río Bravo, donde se fundó El Paso. Nuevo México no se recuperó hasta 1692, mediante la acción de Diego de Vargas Zapata.

(Tomado de: Camelo, Rosa - Expansión territorial y conquistas. Historia de México, tomo 6, México colonial. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

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